Rosa Montero: "Recordar cómo era España en los ochenta es como asomarse a un pozo de reptiles"

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La matanza de los abogados de Atocha, el intento de golpe de Estado, la visita de Juan Pablo II, la gira de Miguel Ríos con su exitosísimo Rock and Ríos, el juicio por la desaparición del Nani, los estragos de la droga, el terrorismo... Todos estos temas se convierten en Cuentos verdaderos (Alfaguara, 2024) a través de la pluma de Rosa Montero, quien recopila en este nuevo libro sus crónicas y reportajes publicados en El País entre 1978 y 1988. "Hemos mejorado muchísimo", remarca a infoLibre una autora que regresa al pasado con sus propios textos, casi ya olvidados por ella misma, pero rebosantes de un periodismo narrativo que retrata a una España inimaginable desde el presente, pero que se explica igualmente desde el pasado.

¿Pueden los cuentos ser verdaderos?

Si lees la contra lo explica bastante bien (risas). Hablando en serio, es una buena observación, ya que estuvimos sopesando la posibilidad de poner un subtítulo, pero ensuciaba la portada y, en realidad, cuando coges un libro lo primero que haces es darle la vuelta. Yo por lo menos lo hago (risas). Cuentos verdaderos es una idea que queda a la mitad entre la ficción y lo periodístico y, además, me sorprendió el estilo tan narrativo que tienen los textos, porque parecen cuentos. La mayoría de los trabajos parecen un capítulo de una novela, negra o de lo que sea pero, al mismo tiempo, son verdaderos porque está buscado hasta el más mínimo dato.

Este tipo de periodismo no se sigue haciendo. Los periodistas ya no disponemos del tiempo necesario.

No se hace, claro que no, esa es la cuestión. Hacer este tipo de periodismo más ficcional en su forma exige mucho más trabajo, porque para poner solo una línea en la que digas por ejemplo "cruzó al bar y se tomó un carajillo" has tenido que ir a ese bar a preguntar al dueño. Y eso implica un esfuerzo de documentación brutal y un trabajo mucho mayor. Y, claro, con esta travesía del desierto que estamos teniendo en la prensa, las empresas no permiten a los periodistas que hagan un trabajo con más tiempo. Ahora es todo más estajanovista.

Bueno, es que ahora incluso cuesta salir de la redacción porque se cree que se puede hacer todo desde la mesa.

Lo cual es terrible. Se puede hacer por videoconferencia y cosas así, que me espantan, pero hay que ir a los sitios para estar, para ver y tomar el pulso del ambiente. Esa es la manera de poder hacer algo narrativo sin traicionar lo real.

¿El periodismo narrativo llega a otros lugares más profundos y perdura más? Estos artículos que recopilas en Cuentos verdaderos nos siguen diciendo muchas cosas de la España de entonces.

Es más perdurable porque baja un poco más que lo efímero puro del reflejo fotográfico del periodismo.

Nos hemos puesto a hablar y no hemos comentado la primera pregunta de rigor. ¿Cómo arranca el proceso de este libro?

Me llamaron hace un par de años César Vallejo y Ángela Gallardo, creadores del documental Pacto de silencio sobre la desaparición del Nani, porque yo cubrí aquel juicio haciendo crónicas de ambiente. Recordemos que el del Nani fue un juicio absolutamente trascendental para la democracia española, en 1988, pues fue la primera vez que se sentó en el banquillo y se condenó a una mafia policial terrorífica. Fue cuando, digamos, empezaron a limpiarse las cloacas de las fuerzas de seguridad del Estado, que venían de la anomalía del franquismo.

¿Cómo diste con todas las crónicas entonces?

César y Ángela me dijeron que querían entrevistarme, pero yo tengo memoria de batracio y no me acuerdo de nada, ni guardo nada. Así que ellos me enviaron algunas crónicas y me quedé pasmada, como si no las hubiera escrito yo, por lo curioso y lo interesante que era asomarse a esa España que se nos ha olvidado. Para mí, recordar cómo eran las cosas en los ochenta en España es como asomarse a un pozo de reptiles. Pensé entonces que a lo mejor podía tener sentido reunir algunas crónicas de aquella época y mandaron a alguien a buscar a la hemeroteca de El País mientras yo recordaba algunas.

Una España muy por hacer, ¿con un recuerdo como de irrealidad quizás?

Pienso en la gira del 82 de Miguel Ríos, la más importante de la historia del rock en España... ¡vaya país de chorizos! Aquí sigue habiendo corrupción a otra escala, más grande, pero aquello era todo a pie de calle. Qué catástrofe de sociedad, que también se ve en la indefensión de los derechos sociales de gente como los trabajadores del Teatro Chino de Manolita Chen o en lo luchadores del Campo del Gas. Faltaba tanto en este país... Es un viaje a aquellos tiempos.

El escandalito de 'Zorra' es una idiotez y la propia canción es de una antigüedad tremenda. Es una antigualla absoluta, nada rompedora, hasta retrógrada diría yo a estas alturas

¿Qué sientes al hacer ese viaje atrás?

Pues un orgullo y una satisfacción por todo lo que hemos hecho, por el camino recorrido. Por otro lado, te da un poquito de yuyu, porque son logros pero siempre frágiles, hay que luchar cada día para mantenerlos. Hay una sensación de mucho logro, pero también de cuidado, porque hay que defenderlos.

Cuando dices eso me viene a la mente la crónica de la actuación de Las Vulpes en TVE cantando Me gusta ser una zorra, que desató una tormenta política terrible. Y fíjate la que tenemos ahora, cuarenta años después, con Zorra y Eurovisión.

Absolutamente. Las Vulpes eran unas punkies de 16 o 17 años de la zona más deprimida e industrial del País Vasco que estaban empezando. Se montó un pollo de verdad: un juez las quiso meter una querella, amenazaron con meterlas en la cárcel, el programa fue clausurado... Acabaron con ellas. Y ahora está el reflejo justamente de Zorra, que ahí te das cuenta de cómo ha cambiado esta sociedad, porque el escandalito de Zorra es una idiotez y la propia canción es de una antigüedad tremenda. Es una antigualla absoluta, nada rompedora, hasta retrógrada diría yo a estas alturas.

Otra crónica es del asesinato de los abogados de Atocha, que es pura literatura negra.

Así es. Fue terrible y uno de los traumas de mi generación, todavía lo siento como una herida. El terror, el horror, la desesperación, un momento negrísimo de nuestro pasado y de mi pasado personal, porque yo recuerdo al día siguiente de la matanza una concentración en Las Salesas en las que pasamos muchísimo miedo. Porque se pasaba mucho miedo.

Ibas a manifestarte y te mataba la extrema derecha porque llevaban pistolas, o te mataba la policía porque te pegaba un tiro o te mataban a palos. Te podían matar por manifestarte, ya después de Franco, en la Transición

Eso hay que recordarlo con más fuerza aún ahora que tenemos de vuelta a la extrema derecha con sus discursos de odio.

Sí, pero hay una diferencia todavía enorme y espero que siga habiéndola. Es que en aquella época, del 77 al 81 o así, en cinco años, murieron como 54 personas en manifestaciones. Ibas a manifestarte y te mataba la extrema derecha porque llevaban pistolas, o te mataba la policía porque te pegaba un tiro o te mataban a palos. Te podían matar por manifestarte, ya después de Franco, en la Transición. Recibías anónimos de la extrema derecha, en El País nos desalojaban mañana, tarde y noche por aviso de bomba. De hecho, nos pusieron una bomba con la que mataron a un chaval e hirieron gravemente a dos. ETA mataba a ochenta personas al año, mató a varios periodistas. Era una inseguridad brutal y una realidad terrible. Y no nos olvidemos del Golpe de Estado.

Podemos decir que hemos mejorado bastante. ¿O algo, al menos?

Con todo, España es ahora infinitamente mejor que el país de la transición y los ochenta que reflejo en estas páginas. Lo que pasa es que el contexto histórico se ha degradado muchísimo, porque en aquella época teníamos esperanza en el futuro, mientras que ahora mismo tenemos miedo de lo que nos va a venir. Entonces no éramos tan conscientes del cambio climático, ahora tenemos la amenaza de la inteligencia artificial, hemos pasado una pandemia, hay una crisis de la credibilidad democrática brutal en todo el mundo y un resurgimiento de la extrema derecha... ahora mismo la situación global es mucho peor, pero la España de hoy no tiene nada que ver con la que reflejan estas crónicas, hemos mejorado muchísimo.

¿Cuentos verdaderos es de alguna manera un encuentro de memoria, periodismo y literatura?

Es cierto, este libro es memoria, periodismo y literatura. Para mí la memoria es una construcción imaginaria, es uno de los temas de mis libros que repito y repito, porque creemos que recordamos pero en realidad inventamos. El periodismo se fija, es como si cogieras la mariposa del tiempo y la clavas en el corcho en el momento. Esa es una de las cosas maravillosas que tiene el periodismo, que es una foto en palabras de un momento determinado, de un instante. El libro da esa sensación de viaje al pasado porque te trae una memoria bastante fiable, fijada sobre el momento.

Como yo creo que los medios de comunicación son absolutamente esenciales para la salud democrática, en tanto en cuanto siga habiendo democracias, que eso está por ver, habrá unos medios que además tienen que ser fuertes

Aunque sea periodismo narrativo, a la hora de escribir no se puede enfocar igual que la ficción.

No. La ficción se relaciona con la realidad a un nivel más amplio y más hondo, de manera que estos Cuentos verdaderos son retratos más parciales y superficiales pero, al mismo tiempo, más notariales. La ficción revela verdades profundas de manera simbólica porque es otra relación con la realidad.

¿Por eso siempre se dice que la novela es la mejor manera de contar la realidad?

Sí, sí. En periodismo, tú eres un árbol y hablas de los árboles que tienes al lado. En novela intentas ser un águila, levantar el vuelo y hablar desde arriba del bosque del que tú misma eres árbol, incluso viéndote a ti misma ahí dentro. Son dos relaciones con la realidad muy distintas. Si la consigue, la visión del novelista es mucho más amplia, grande y profunda que la del periodista. Pero, claro, esa visión concreta del periodista tiene una veracidad notarial, una cosa de atrapar la menudencia del instante, que es muy buena. Por eso son complementarias.

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No estamos en un buen momento, sin embargo, soy un poco optimista. Los medios han pasado por la travesía del desierto, por el cambio de modelo de mercado, por la competencia con lo digital... creo que en los últimos veinte años han desaparecido el 95% de los periódicos del mundo, con el empobrecimiento de todo que eso supone. Pero como yo creo que los medios de comunicación son absolutamente esenciales para la salud democrática, en tanto en cuanto siga habiendo democracias, que eso está por ver, habrá unos medios que además tienen que ser fuertes. Por eso, veo una cierta recuperación en el sentido de que las plataformas han enseñado a la gente a pagar por contenidos digitales, algo a lo que antes se negaban totalmente. Ahora está empezando a haber ya suscriptores, que es el único futuro. La suscripción es el único futuro. Lo peor de esa crisis ha pasado y probablemente vamos a mejorar, aunque por ejemplo la inteligencia artificial es un reto enorme que hay que legislar.

¿Qué le diría Rosa Montero a esa plumilla que escribió todos estos Cuentos verdaderos? ¿Que se dedique a otra cosa, quizás?

No, eso no (risas). Ha sido precioso. Ha sido precioso. Ser plumilla y reportera es fascinante, me encanta. Le diría en general, en eso y en todo, que estuviera más tranquila, que se angustiara menos por las cosas porque al final todo sale. Mejor o peor, da igual, porque tampoco te tiene que ir la vida en eso. Al final algo sale.

La matanza de los abogados de Atocha, el intento de golpe de Estado, la visita de Juan Pablo II, la gira de Miguel Ríos con su exitosísimo Rock and Ríos, el juicio por la desaparición del Nani, los estragos de la droga, el terrorismo... Todos estos temas se convierten en Cuentos verdaderos (Alfaguara, 2024) a través de la pluma de Rosa Montero, quien recopila en este nuevo libro sus crónicas y reportajes publicados en El País entre 1978 y 1988. "Hemos mejorado muchísimo", remarca a infoLibre una autora que regresa al pasado con sus propios textos, casi ya olvidados por ella misma, pero rebosantes de un periodismo narrativo que retrata a una España inimaginable desde el presente, pero que se explica igualmente desde el pasado.

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