Un tapiz de la edad de plata

Selena Millares

El orden del azar: Guillermo de Torre entre los Borges

Domingo Ródenas de Moya

Anagrama — Biblioteca de la Memoria (Barcelona, 2023. 579 páginas)

Entre el ensayo, la crónica y la biografía, El orden del azar se mueve en un espacio libre y sin marbetes donde tiene cabida incluso —y con plena naturalidad— el quiebre novelesco. El último libro de Domingo Ródenas de Moya (Cehegín, 1963) es una larga navegación de casi seiscientas páginas donde su autor, uno de nuestros mayores expertos en literaturas de vanguardia, vuelca en aquilatada síntesis el fruto de largos años de investigación. Y lo hace con su habitual dominio de la prosa, que subyuga tanto por el magnetismo clasicista de su estilo como por la gran diversidad de personajes e informaciones que traba en su exhaustivo tapiz histórico y literario.

El libro tiene en el crítico y poeta Guillermo de Torre —testigo privilegiado y también protagonista de aquel tiempo— el eje sobre el que gravita el relato. Este, además de darnos cumplida cuenta del fulgor y ocaso de nuestra Edad de Plata, traza un puente fértil con Hispanoamérica, y con la España Peregrina que allí pervive, asordinada, refugiada entre una frágil esperanza y el muro de la desmemoria dictada desde un país doblegado por su tirano.

El sustento de ese vínculo no es solo intelectual sino también vital, dado que Torre se casó con la pintora Norah Borges —hermana de Jorge Luis Borges—, y su integración en la efervescencia creadora rioplatense fue plena. Si a esos temas magnéticos añadimos el aderezo de la prosa deslumbrante de Ródenas, el resultado es este libro que aúna el rigor con la amenidad, a pesar del increíble despliegue de erudición. Su acertada estructura, de doble temporalidad, alterna capítulos sobre aquel pasado lejano y fervoroso con otros que acogen la madurez serena y resignada de Torre, quien, como tantos integrantes de su generación, no vio reconocida su tarea en la dimensión que merecía.

La firma de Ródenas ya avalaba libros que se han hecho imprescindibles en torno al periodo de la vanguardia, y también sobre Guillermo de Torre, además de la exquisita edición de su poemario Hélices (Cátedra, 2021), de modo que este volumen resulta un modo de fin de viaje, de tributo de gran madurez que lo hace definitivo en su materia. Construido alrededor de ese contrapunto familiar de los Borges, sus tensiones son tratadas con delicadeza y no hacen más que aportar un perfil humano a todo ese caudal de actividad y conocimiento que manejara Torre, y también Ródenas. Éste, tras su extensa singladura acompañando al gran crítico madrileño, puede tal vez haberse sentido, en alguna ocasión, casi como un alter ego del personaje biografiado, tal es la cantidad de tiempo que le ha dedicado y la sintonía que llega a mostrar con él.

Por lo demás, resulta óptimo el momento de aparición de este libro, que nos devuelve a un tiempo donde la alta cultura era un foro de pensamiento democrático y de avance social, plural y de alto voltaje estético: un lugar de encuentro y de fomento de saberes donde se mimaba la memoria al tiempo que se desbrozaban las rutas del porvenir. Resulta, digo, óptimo el momento, porque vivimos una época en que esa memoria, esa alta cultura, ha sido puesta en jaque por una transmodernidad avasalladora que parece necesitar prender fuego a esos modelos. Claro que siempre Edipo debe asesinar a Layo para subsistir, es la ley de la sucesión generacional. Aunque esa es otra historia.

El orden del azar nos habla del devenir de Torre y su cuñado argentino, compañeros de viaje en esa aventura que fue el ultraísmo —una "equivocación" o "secta", en términos del Borges maduro—, pero sobre todo nos habla del crítico madrileño, casi un camera eye que nos permite recorrer esas décadas de creación prodigiosa, por mucho que con frecuencia se viera abocada al fracaso. Como lo evocara Borges con una imagen diáfana en conocidos versos: "ceniza, la labor de nuestras manos / y un fuego ardiente nuestra fe".

La vivacidad del relato de Ródenas hace que aquellos hacedores y soñadores resuciten ante nuestros ojos —"recordar" significaba antiguamente "despertar"— y vuelvan a interpretar su odisea del espíritu. Hay que admitir que autores como Borges —o Neruda, Vallejo y muchos otros— se alzaron con el papel protagonista de su tiempo. Y Ródenas actúa como aquel lejano y fundamental cronista, Bernal Díaz del Castillo, que molesto por no encontrar en la obra del historiador Francisco López de Gómara a todos los participantes de la gesta de la conquista de México, escribió un libro para alumbrarlos, y llenó capítulos enteros con todos aquellos nombres de personajes que también estaban ahí. O como el obrero que pregunta, en el conocido poema de Bertolt Brecht, quién construyó Tebas, la de las siete Puertas, puesto que en los libros solo aparecen los reyes. O quién lloró, además de Felipe de España, cuando su flota fue hundida.

El libro comienza con la muerte de Torre, en 1971, y la evocación de su entierro en el cementerio de la Recoleta en Buenos Aires, donde la familia Borges y los amigos le dan el último adiós. El pulso narrativo nos atrapa, mientras fluyen los posibles pensamientos de Jorge Luis sobre el olvido o el fracaso —de Guillermo, de sí mismo—, a pesar de haberse convertido en una moda intelectual que incluso inspirara a Godard y Bertolucci.

No solo ideas circulan por este libro de Ródenas: también la carnadura humana de Guillermo de Torre. La personalidad del editor abnegado, la del amante enamorado, la del hombre que trabaja mientras sortea las filias y fobias que su labor de crítico lleva indefectiblemente consigo. Y también los desplantes de su cuñado, ese Borges cuya formación británica explicaba —según decía él mismo— la dificultad para la expresión de los afectos, además de una acerada ironía, a veces hiriente, sí, aunque la dolorosa condición de su progresiva ceguera podría tal vez explicar algo más.

A partir de ahí, se suceden las evocaciones en el recorrido minucioso por infinidad de momentos, libros, retos, ires y venires. Sabemos de la precocidad de Guillermo, un testigo que con su asombro y pasión se lanza a la aventura, como un nuevo quijote que no teme lo riesgos y revolcones que pronto han de llegar. Y desfilan ante nuestros ojos infinidad de nombres de gigantes de nuestra tradición inmediata: pintores, escritores o poetas que van, por ejemplo, de Sonia y Robert Delaunay o Torres-García a Salvat-Papasseit, Neruda, Picasso, Lorca, Concha Méndez, Maruja Mallo, Ramón Gómez de la Serna, Gabriela Mistral o Raúl González Tuñón, sin olvidar la periferia insular de Gaceta de Arte, liderada por Eduardo Westerdhal, o del inolvidable Alonso Quesada, del gusto de Borges pero no de Torre

Ródenas sortea el peligro de las mitificaciones o el riesgo de caer en hagiografías. Y la gracia de su tinta nos presenta al principio a Torre como un "chisgarabís delgaducho y orejón, férvido y hablador", un "sabelotodo" que comienza casi adolescente a participar en tertulias y revistas con su jerigonza, de modo que el propio Gómez de la Serna lo califica de "inteligente y delirante". Sobre él dirá Ródenas con humor: "Guillermo había perfeccionado, con pasmosa inconsciencia, el arte de caer mal". Recorremos igualmente las tensiones con las bravuconerías de Vicente Huidobro —y sus trampas en la polémica de las prioridades con Pierre Reverdy— o el desdén de Cansinos Assens —que le birló el nombre del movimiento ultra—, mientras Ródenas continúa su retrato del poecrítico adolescente Guillermo de Torre.

Llega también el fragor de las revistas literarias, y la aparición en Madrid de la joven chilena Teresa Wilms, mujer de vanguardia, bella, toxicómana y de vida novelesca —se presentó en esa capital huyendo del convento chileno en que la encerrara su marido—, prematuramente malograda, que por un tiempo atrajo a Torre. Después nos encontramos con Norah, su gran amor, que junto a su hermano Jorge Luis se acogió a aquella fiebre ultraísta que movía al crítico madrileño.

Son tiempos de colaboración festiva e iconoclasta, de grandes sueños y estrepitosos naufragios, y también de guerrilla literaria, revistas, manifiestos. Huidobro ataca a Torre respaldado por sus escuderos Gerardo Diego y Juan Larrea, mientras Borges, quisquilloso hacia el que sería su hermano político, habla de su exceso de esdrújulas y cachivaches, y de su metaforismo furioso. A Torre lo unen sentimientos encontrados, de incomodidad ante su ansia de protagonismo, y tal vez también de secreta admiración a su carácter extrovertido, firme, todo lo contrario que Borges, siempre reservado y púdico. Con el tiempo, Torre se centra en su tarea crítica, y Borges deserta de aquella pirotecnia de la vanguardia en actitudes criollistas o clasicistas que a veces incomodan a Torre.

Del lado americano tenemos el fervor de la revista Sur y de su gran artífice, Victoria Ocampo, que reina en ese mundo como extraordinaria catalizadora de voces de todos los ámbitos. También tenemos a Oliverio Girondo y Norah Lange, o a Bioy Casares y Silvina Ocampo —sobre la que Anagrama ha publicado, por cierto, otro título relevante, La hermana menor, de Mariana Enriquez, en 2018—. Asistimos asimismo a la tarea incesante de Borges, que por ejemplo da a conocer a Julio Cortázar y Felisberto Hernández en Los Anales de Buenos Aires.

El panorama es muy completo, sobre un telón de fondo que va de la dictadura de Primo de Rivera a la República y la guerra, o al peronismo argentino, sin detenerse hasta el final de la vida de Torre. El libro, que cuenta además con un detallado índice onomástico, está recorrido por el pulso sereno y sabio de Ródenas, que elabora un preciso retrato de toda una época. Se deja además entrever en su trasfondo un océano de lecturas e informaciones que incluyen jugosos epistolarios, ese género añorado ahora, cuando dominan los efímeros mensajes electrónicos. Por cierto, aquella intensa y selecta hipercomunicación postal nos puede sorprender hoy por lo bien que funcionaba sin necesidad de máquinas.

El segundo de los "tiempos" del libro nos habla del exilio, y de la comunicación con la España del interior. También de la campaña a favor de Borges, en lo que se ha visto como "estrategia global de guerra ideológica orquestada desde Estados Unidos para contrarrestar la expansión del comunismo en la casta intelectual" —recuerda Ródenas—, y "financiados por la CIA a través de la Fundación Ford o de la American Federation of Labor. La revelación la había hecho en 1966 el New York Times y el escándalo fue mayúsculo". No está de más recordarlo.

Guillermo de Torre y Jorge Luis Borges, a lo largo de los años, se perfilan así como figuras antagónicas: distintos son su ideología, su carácter, sus gustos, su modo de escritura. Hay poca simpatía entre ellos, además. Sin embargo, resultan complementarios. Y por los vasos comunicantes de sus escritos y tareas pasó buena parte de la realidad literaria de su tiempo.

Irène Némirovsky, maestra de almas

Irène Némirovsky, maestra de almas

También sabremos en estas páginas del I Congreso Internacional de Escritores para la Defensa de la Cultura, con toda esa pléyade memorable de nombres —Máximo Gorki, H. G. Wells, Borís Pasternak, Heinrich Mann, André Gide—. Y de Torre y sus trabajos durante la guerra civil, como los textos dedicados a tres sacrificios: Lorca, Machado, Unamuno. O de cómo el fascismo actuó sobre los intelectuales de nuestra Edad de Plata, y de su batalla por preservar el tesoro de sus conquistas. O del nacimiento de la prodigiosa colección Austral, y de la colecta para comprar la tumba de Machado, y de tantos aconteceres más que nos iluminan la España Peregrina, la de la "larga noche de piedra". Torre no vivió suficiente para alcanzar a ver su final, pero hasta su muerte en 1971 —tal y como lo documenta Ródenas en su labor arqueológica— dejó constancia escrita de su fervor inagotable, de su amor sin límites por la cultura y las artes, de su profesión de humanismo.

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Selena Millares es escritora, sus últimos libros son 'Lámpara de madrugada' y 'Matrioska'. También es autora de las novelas 'El faro y la noche' y 'La isla del fin del mundo'.

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