"Déjame que te cuente historias de tu vida".
Jethro Tull
Thick as a brick
Como cada fin de año, aquí andamos. Dejar testimonio de libros que no te pasaron de largo. Hubo otros que sí. Se escribe mucho. Lo contrario de la gente que lee: muy poca. Y lo que se lee. Para derramar lágrimas de elegía sobre los escaparates llenos del Planeta y ese tontolaba que dice que no lee nada porque la literatura es vida y él ha vivido más vidas que las que tienen, puestas en fila india, un millón de gatos. Lo de los gatos lo añado yo, pero lo otro es verdad. Nunca miro esos escaparates. Ni las listas de éxitos. Sólo leo lo que me sugiere gente en la que confío. Y hago caso, siempre. Y casi nunca falla esa sugerencia.
Seguramente me relaciono con gente rara porque casi todo lo que me sale en listas como ésta son rarezas. Casi todo, no todo. Seguro que muchos de estos libros —la mayoría— no están en los escaparates de la fanfarria navideña. Como tampoco tenemos en el escaparate político valenciano a Mazón de presidente. Eso sí: sigue sentado en su silla de aforado para que no lo metan en la cárcel un día de estos. Pero seguro que cae.
¿Alguien le regalará un libro a Mazón en estas fiestas? Vaya pregunta. Seguro que si la respuesta es afirmativa, el libro regalado será el del tontolaba. ¿Se apuestan algo? Yo le regalaría Fang, el libro todo dibujos de Manel Gimeno que saca a cada página —entre otras más cosas— al comensal clandestino del Ventorro con el barro hasta las cejas. El barro de sus mentiras, de jugar cínicamente al escondite con las 230 víctimas de la barrancada. Humor con ese pájaro, que no con las víctimas, faltaría más. Esto es una especie de prólogo, como en las películas que duran tres o cuatro horas. Ahora empezamos y luego vendrá un Intermedio para que ustedes respiren y tomen si les apetece un aperitivo como en los anuncios de la tele.
Un poco de vitriolo, por favor.
Nadie le hacía caso. Era un lumbreras total. Las ideas le explotaban en la cabeza. Presentía que las nuevas tecnologías acabarían con lo que la humanidad tenía de humano. Años sesenta y setenta del pasado siglo. Con las ideas que explotaban en su cabeza fabricó bombas de verdad y mató a varias personas en muchos años de atentados. Lo detuvieron y fue condenado a cadena perpetua. Se suicidó en la cárcel. Leer Desde un bosque lejano te pone entre la espada y la pared cuando es un monstruo quien escribe cosas con las que —en muchas ocasiones— estás de acuerdo. El monstruo-genio: Theodore Kaczynski, alias Unabomber para la historia.
Siguiendo con las bombas: cuando los aviones fascistas y nazis ayudaban en sus tareas de exterminio al ejército de los golpistas en España, ochocientos presos contrarios al golpe escaparon en Navarra del fuerte de San Cristóbal. Poco después detendrían a la mayoría. Contar esa historia, por lo conocida, no era fácil. Pero cómo lo ha hecho Mikel Guerendiain en Mauro, su primera novela, es una maravilla. Me hablaron de ella en Francia y la saco aquí para que quien lee esto que escribo, y le apetezca hacerme caso, haga lo mismo que yo y opine por su cuenta.
Igual estaría bien que echaran un vistazo a una historia de mafiosos portuarios como en La ley del silencio, la película del chivato Elia Kazan cuando la caza de brujas del senador McCarthy en EEUU. Personajes reales y de ficción se juntan en otra obra extraordinaria de uno de mis autores favoritos (ojalá que no fuera tan desconocido para quienes diseñan los escaparates navideños de la literatura): Valerio Evangelisti. Ahora regresa (corporeizado en libro pues él murió hace tres años) con otra de sus magníficas novelas: Todo han de ser. Respiren.
La guerra que empezó con el golpe de Estado fascista en julio de 1936 ha dado para mucho. Para un roto y un descosido. Para la mentira total y para esa otra mentira -casi tan peligrosa para la verdad, si no más- que es la equidistancia. No conocía hasta hace nada un relato de Ralph Bates, escritor inglés y comunista que vivió en España desde los años veinte, que luchó en las Brigadas Internacionales, que vivió, escribió y murió en los EEUU y nos dejó, entre otros, un relato monumental titulado El olivar. Llamada de urgencia: si pueden, por favor, no se lo pierdan, ¿vale? Si no lo hacen, lo mismo se les aparecen por las noches los fantasmas del insomnio y hacen que se pasen el día yendo y viniendo como los zombis de Walking dead.
Para saber de lo que hablo ahora, de los fantasmas del insomnio y otras soledades, leí Las buenas noches, la última novela de ese escritor enorme que es Isaac Rosa. No sé si te ayuda a conciliar el sueño, pero sé que leerla es un gozo que ni una buena noche (o cien, o un millón) durmiendo a pierna suelta podría superar. Ni más ni menos es lo que me pasó cuando leí Relatos reunidos, de José Avello. Antes de morir hace diez años había publicado dos obras maestras: Jugadores de billar y La subversión de Beti García. Lo afirmo con una contundencia radical, como el imperativo kantiano pero a lo bestia: no leer a José Avello sería un crimen. De verdad lo digo y siento en este punto ser tan intransigente. Pero me sale del alma esa afirmación. No se me ofendan por favor, ¿vale? Vamos avanzando hacia el Intermedio, que no es el del Wyoming y su troupe de artistas pero en algunos detalles igual se le parece.
A ver con qué cierro este párrafo. Escribir de memoria tiene esas complejidades. Me acuerdo de… Pues a ver. Estoy hasta el gorro de esos tipos y sus empresas que se dedican a echar de sus casas a la gente pobre. Los ayudan los fascistas de la desokupación. Pero no siempre lo consiguen. Hay batallas que se ganan. Lean Fondo buitre, de Paco Gómez Escribano y verán cómo la lucha por lo que vale la pena no siempre ha de acabar en derrota. Aunque tengamos que mirar atrás de vez en cuando porque hay espías por todas partes.
Las nuevas tecnologías que volvían fou a Kaczynski instaladas por todas partes. No sé si lo sabes, pero Te siguen vayas donde vayas. Con ese título se mueven de puntillas, con una cautela de cámara lenta, los personajes de la última novela de Belén Gopegui Durán. Son sus páginas, como siempre, un lugar seguro frente a la liviandad de mucha escritura contemporánea. Y no te veas cómo andan la vida, la sociedad, lo que sea que nos pase en mi tierra valenciana. Casi todo se lo regalo gratis a ustedes. ¡Cuánto desamparo!
Menos mal que Francesc Bayarri me echa una mano para que pueda entender mejor tanto despropósito. Y lo hace, entre la ironía y el más explosivo de los cabreos, con Cròniques austrohongareses. Sí, suena a mi paisano García Berlanga, pero tratado el asunto con una dosis de vitriolo auténtico, y no como el falso que utilizaba Marlene Dietrich para joderle la alegría al fantoche de Tyrone Power en Testigo de cargo, la magnífica película de Billy Wilder basada en la novela de Agatha Christie. Después de escrito esto último, me doy cuenta de que no era vitriolo de maquillaje lo que enseña Marlene Dietrich para engañar al abogado del asesino, sino el tajo de una cuchillada. Pero no importa: lo dejo como estaba. Al fin y al cabo, en el cine tanto la cuchillada como la mancha de vitriolo son de mentirijillas.
Llegamos al intermedio. Descansen. Como cuando ven Novecento o Lo que el viento se llevó. Escribió Wittgenstein que le gustaría ser leído muy lentamente. Pues es un buen consejo aplicable a esta cesta navideña llena de libros. Aunque la verdad es que por más que lea al filósofo del Tractatus como anda una tortuga, no me entero mucho de lo que dice. Me gustaría entenderlo mejor, claro que sí. Pero uno tampoco está para hacerlas trizas y arrojar al mar las columnas de Hércules todos los días. Me dice María Golfe, con esa timidez tan propia de la gente lista, que me va a ayudar a entenderlo. Ojalá. Vale. Ahora toca chute de oxígeno. Y a lo que venga.
Va de manifiestos
Cuántas veces han leído ustedes un libro y lo han dejado a mitad (o antes) porque “no lo entienden”. Cuántas veces hemos escuchado que al alumnado de Secundaria lo han convertido en un negacionista de la literatura porque le hicieron leer La Celestina antes de tiempo. Pues no, señoras y señores: esos mantras los desmonta, con una eficacia y una sabiduría que es para hacerle la ola, Miren Biellelabeitia con Lo que una ama. Y es que lo que la autora ama son los buenos libros sean de la época que sean. Todo consiste en cómo se monta la operación lectora antinegacionista en el ámbito donde nos movemos. La pócima mágica está en el libro. O sea, que a apartar unos cuantos euros de la hucha y a la librería del barrio, ¿vale?
Y si les sobra algo de pasta (vaya lujo), no duden en poner en el mismo paquete Las consecuencias, de Susana Koska. La repera, como dirían los cachorrillos de Feijóo cuando flipan con un cinco estrellitas de Amazon o El hormiguero. La realidad y la ficción llevada a su máximo exponente, como diría el clásico. Para mí, uno de los mejores libros del año y por eso seguro que no estará en los escaparates del asco. Ojalá me equivoque. También me gustaría equivocarme con lo último que he leído de Vivian Gornick: Por qué algunos hombres odian a las mujeres y otros textos feministas. Lo mejor entre lo mejor de esta lista. Y más en los tiempos que corren. Lo he dicho y escrito muchas veces: leer a esta escritora es un gozo, aunque te acuchille a cada página. En algunos tramos me ha recordado un libro fantástico que saqué en Los Diablos Azules el año pasado: Pasión Nails, de Rosario Izquierdo. De esta misma autora —mientras esperamos su próxima novela como sueña el agua una expedición en el desierto de Arizona— destacar la reedición este año de un libro imprescindible: Diario de campo.
De una tacada, cuatro mujeres escritoras. La memoria tiene muchas lagunas, pero a veces funciona como un mecanismo de relojería. Lo de “un mecanismo de relojería” es otra obra maestra del clasicismo viejuno, ¿no les parece? Pero uno ya tiene una edad, así que les pido disculpas y seguimos, ¿vale?
Pues seguimos con un libro de pequeñas dimensiones y grandes contenidos, como las esperanzas de Dickens. Las redes son la fanfarria que sirve de abrevadero para una sociedad que no teme tragarse sanguijuelas al beber agua llena llenita de esos monstruos, como hacían mi abuelo Claudio y otros como él cuando volvían de currar en el monte quince días seguidos sin derecho a horas extras. Estamos a su merced —digo de las redes—, aunque pensemos que nos convierten con sus falsas libertades en los reyes del mambo. Lean La comunicación en el diván, de Pilar Carrera, y podrán acorazarse contra los vendedores de crecepelos falsos no en las plazas peliculeras de Dodge City sino en el comedor de sus propios hogares. Saco lo de “hogares” y es como si estuviera haciéndole publicidad al Corte Inglés.
De lo que sí hago una descarada publicidad es de Que planche Rosa Luxemburgo, un librito de muy pocas páginas que nos dejó en prosa la inmensa poeta que es Francisca Aguirre, llamada Paca por quienes la amamos por encima de todas las cosas. Los escritores hombres seguro que escribirían menos si se dedicaran de lleno —o al menos a compartir— las tareas domésticas. Bien sabe ella de qué hablaba. Y tanto que lo sabía. Que se lo pregunten —si aún viviera— al poeta Félix Grande.
A quien no le puedo preguntar nada es a Inés Bortagaray porque no la conozco. Pero sí que conozco y he leído no hace mucho su igualmente breve y bellísimo libro Prontos, listos, ya. Una road movie familiar en la que el mundo se ve —se mira— a través de las ventanillas del coche. La infancia y sus fantasmas, las canciones, la voz de una niña que cuenta como si fuera la observadora número uno de un planeta inmensamente literario. Y al final, la playa. El sueño antes del regreso. Lo que nos queda después del viaje. La grandeza de la literatura que no necesita ochocientas páginas para que podamos celebrarla con la intensidad que se merece. Y la celebramos.
Quienes no pudieron celebrar hasta el final su historia de amor fueron María Casares y Albert Camus. El coche en que viajaba el escritor se estampó contra un árbol y ahí acabó todo. Esa historia y otra de ficción que le hace compañía forman el entramado de Solo un día más, el libro con el que Susana Fortes nos regresa a ese género mestizo que domina a la perfección, cosa que dejó bien clara, tiempo atrás, en sus textos sobre Robert Capa y Pedro Salinas. Además, la historia que se suma a la de Camus y Casares empieza en la Val d’Aran y eso siempre es un aliciente extra que agradece un fanático del lugar como el que firma este manifiesto.
Y ya que hablo de manifiestos, saco aquí el que suscribe Rafael Reig —te quiero, ¿vale?— con el título de Lo que sé de Almudena. Con ese título, ya pueden imaginar ustedes de qué va la cosa. Lo que yo sé es que la queríamos, que se pasaba la vida escribiendo en plan cadena Ford en Almussafes, que contaba historias como si hubiera viajado al siglo XIX para disfrutar de los Galdós y más que suculenta compañía. “Suculenta”, vaya palabreja, ¿no? Pasemos de párrafo para olvidarla. Vale.
A hostias con el franquismo
Los libros de memorias siempre tienen su aquel. ¿Serán verdad o estarán llenos de mentiras? En todo caso, lo importante es que no desdeñen el valor de la buena escritura. Podría decir de carrerilla (como la lista de reyes godos en mi lejanísima infancia con un criminal al mando de todas las escuelas) la vida y milagros de Víctor Claudín. Y ahora me meto de cabeza en el libro que cuenta esa vida y otras muchas con escasos milagros que las adornen como suelen hacer las imposturas. No podía ser otro el título: Contra el olvido. Ya ven, siguen los manifiestos a favor o en contra de lo que sea. Pero siempre -no lo olvidemos- de la buena literatura.
Y seguimos en esa línea que tanto me gusta con otro pequeño libro esta vez de Javier de Lucas: Migraciones. La política. Otro título que lo dice todo. También lo afirma el autor que es —con Sami Naïr— quien sabe del asunto lo que no está escrito: a ver si de una puñetera vez se entiende que las migraciones son conflictos esencialmente políticos. De alguien que va de un sitio a otro -muchas veces en plan gafe, el pobre- trata otro libro que no puede faltar en ninguna cesta navideña: Una belleza terrible. Título que parece sacado de un verso de Rilke y va de un trotskista que no se cansa de patentar —aunque no en plan Unabomber— su propio sentido de la revolución. Añadan una novedad tan extraña como resolutivamente feliz: el libro lo han escrito —como el Dúo Dinámico o Lennon y McCartney— Edurne Portela y José Ovejero. Y eso, ese detalle, ya es una garantía de por vida.
Ya que hablo de dúos, saco aquí uno que es el colmo de la sorpresa. Para mí, digo. Hace poco descubrí un libro titulado Libro de familia. El autor: Galder Reguera. Una maravilla nada menos que de 2020. Resulta que este 2025, a principios, yo había publicado otro Libro de familia. Conocí a Galder (un tipo genial) y le dije que a veces el azar te ofrece sorpresas hermosas. Ya saben de qué van esos libros: somos bastante de lo que somos gracias a formar parte de ese grupo humano (no siempre) que se llama familia. El libro de Galder es la hostia. Del mío ya hablarán ustedes si lo leen, ¿vale?
Del que sí que hablo en este recorrido un tanto inestable —porque la memoria lo es—: Monrovia, de un autor que ha escrito tantas novelas que no cabrían en la Biblioteca de Alejandría: José Luis Muñoz. Esta vez nos viene con una novela de aventuras en estado puro. Homenaje a El corazón de las tinieblas. Disfrute a tope en alta mar y tierra firme. Además sale el Che en un cameo rápido —como todos los cameos— en medio de la selva. Y para quienes piensan que la narrativa histórica ha tocado techo (¿o es que nunca despegó del suelo, salvo contadas excepciones?): jamás el riesgo de la experimentación, el lirismo, los códigos de la narrativa histórica y de aventuras han encontrado mejor cocina literaria que en Cuddy, del británico Benjamin Myers.
Anoten otra de historia: Franco en los pupitres, de María Jesús Martín Díaz. La escuela de la dictadura en los cuadernos bellísimos de una de aquellas alumnas que, como el relicario de Sarita Montiel, guardó como oro en paño para que a través de la escritura de su hija los disfrutemos tantos años después de aquel tiempo de tinieblas. En el siguiente apartado seguimos con el franquismo. Hace medio siglo que la palmó el dictador. Bien está que lo recordemos arreándole unas cuantas hostias, ¿no? Pues ahí vamos.
Menuda panda de mafiosos. El paraíso de los depredadores. Eso fue la dictadura franquista. Empezando por su familia directa. Miren, si no, lo que nos cuenta Mariano Sánchez Soler en La familia Franco S. A. y firmen conmigo este manifiesto (uno más) para que devuelvan lo que robaron: con intereses, claro. Y más: Crónicas de la barbarie. El periodista Antonio Somoza publicó por entregas en eldiario.es Andalucía una serie de artículos donde no dejaba en pie ni una sola de las estructuras morales, políticas y económicas del franquismo. Esa serie sale ahora en un libro que no tiene desperdicio. Si lo sabré yo, que he escrito el prólogo.
Y seguimos con la mafia: Juan Bautista Peset Alexandre fue asesinado (no sé por qué se sigue llamando fusilado) en mayo de 1941 en el paredón de Paterna. Fue rector de la Universitat de València y la crónica, entre la realidad y la ficción, corre a cargo de la mano maestra de Martí Domínguez en Ingrata Pàtria. Un itinerario más amplio en el tiempo -pero de la misma época- es el de Querida mía. Mujeres que se niegan a abandonar sus sueños en un tiempo dominado por el miedo. Su autora, Paqui Maqueda, acudió la madrugada en que estaban exhumando los restos de Queipo de Llano y, entre tanta gente vestida con el luto de la infamia, se puso a leer los nombres de sus propios familiares que sufrieron la represión, especialmente del criminal golpista.
De la Sevilla sombría aquella noche regreso a un pueblo valenciano muy cerca del mío que aparece con nombre de ficción: Albata. Los sitios pequeños son más grandes que Saturno, incluidos sus famosos anillos. Las páginas de Muerte en Albata, de Jesús Espinós Andrés, abren en canal las cicatrices que permanecían, como secretos sumariales, oliendo a podrido en las casas, en las familias, en un paisaje lleno de oscuridad alimentado por el miedo. Si existen juntas la belleza de una historia y las palabras que la cuentan, no lo duden ni un segundo: eso es El desván de las musas dormidas. Siento especial afinidad con ese escritor grande que es Fulgencio Argüelles. Toca leerlo sin excusas. Ojalá me hagan caso.
Este espacio es para dos libros que me han conmovido rabiosamente cuando llegaba septiembre. Parece el título de una película protagonizada por Rock Hudson y Gina Lollobrigida en 1961. Pero no. Para nada es una película lo que cuenta 27 de septiembre de 1975. Lo firma la Plataforma Abierta Al Alba. En nuestra memoria —y en las páginas de este libro necesario— Luis Eduardo Aute y los cinco últimos asesinatos (¡asesinatos!) del franquismo: José Luis Sánchez-Bravo, Ramón García Sanz, Jon Paredes Manot (Txiki), Ángel Otaegi y Xosé Humberto Baena. Cuando llegaba el último septiembre aparecía la versión de aquellos hechos en Mañana matarán a Daniel, con el certificado de garantía literaria que siempre ha sido, es y será Aroa Moreno Durán. A ver de qué me acuerdo para el siguiente párrafo.
La ciudad para quien la trabaja
Pues me acuerdo de Javier Maqua. Lo conocí en un piso de Madrid hace siglos. Mientras un grupo que aspirábamos a la revolución discutíamos sobre qué lastres ir dejando en el camino sin perder la esencia de aquello en lo que creíamos, uno de los del grupo escribía a máquina en otra habitación. Fue la primera vez que supe lo que era un escritor. Como dice Onetti: alguien que escribe. Ese tipo era Javier Maqua. El amigo del alma, aunque nos veamos de uvas a peras. Hizo películas, escribió teatro, novelas, ensayos sobre cine… y aquí sigue, siempre a su bola: ni escaparates del asco ni leches. A su bola. Lean, si no, Marnevada y díganme si hay un texto mejor para llenar de dignidad esta lista de éxitos. Otro de mis felices cautiverios literarios: Toni Cucarella. Imposible escapar de la nobleza que transmite este escritor de Xàtiva no sólo en sus novelas sino en la vida. Leer Qui de casa se´n va es una buena muestra de las dos cosas.
“El horizonte me hablaba de las guerras / de la extinción lumínica / del declive de las medusas muertas / del desamor en la herida / de los rastrojos cortados en un hueco de abril”: llega la poesía en este gozo de lector atento. Los versos son de Esther Abellán y están en su libro Puerto sin mar. Siempre aparecía el Coco en la zona más oscura de nuestra infancia. Nunca me lo hubiera imaginado en un relato-poema como el que, tras ganar un premio como proyecto poético, lo he podido disfrutar como una venganza contra los miedos de cuando era un crío por las calles y las casas de Gestalgar. Hablo de Marta Boronat Redondo y su tan breve como bueno dos veces bueno Infundio (cuentos del Coco). A propósito del miedo, a Marta Sanz le da mucho miedo Cristina la Asombrosa. Que quién es Cristina (como podría preguntarse mi nunca ausente Javier Krahe): pues el personaje central que dibuja Kirstin Valdez Quade en, precisamente, otro texto breve y lo mismo de bueno que el anterior: Cristina la Asombrosa (1150-1224).
Párrafo nuevo y libro construido con textos no tan nuevos, pero tan atractivos como lo fueron en su momento. Los ha rescatado, entre los muchos que escribió José Carlos Mainer, el que para mí puede ser considerado uno de los mejores historiadores del exilio republicano español: Manuel Aznar Soler. Son textos, claro está, que rescatan lo imprescindible literariamente hablando de ese exilio. Un merecido homenaje a esa escritura tantas veces olvidada, o maltratada, que nunca ha de faltar en nuestra colección de libros favoritos.
En esa línea de recuperar lo que hubo antes encuentro Contar la historia, de Enric Llopis. Un subtítulo aclara perfectamente de qué va esa historia: Revistas de divulgación en los años 70. Regresar a Tiempo de Historia, Historia 16, Historia libertaria y otras del mismo calado ha sido una magnífica ocasión para no olvidar que nada ni nadie surge del vacío. ¡Ay!, que se me pasaba lo que decía René Char de la poesía: “Lo que viene al mundo para no perturbar nada, no merece ni miramientos ni paciencia”.
Pues bien que se ha aplicado el cuento Beatriz Aragón con su Wet floor. Por si alguien piensa que lo de la lucha de clases es de cuando el dinosaurio aún no se había tumbado plácidamente junto a la cama de Monterroso, aquí tenemos la elocuente muestra de todo lo contrario. Lo que perturba de Las leyes de la caza no son los jabalíes desgraciadamente tan de moda ahora mismo, sino la brutalidad de un mundo que se asoma sin que se le arrugue una pestaña al cañón del Colorado por lo menos. Una escritora también de absoluta confianza lectora: Pilar Fraile. Los abismos de la ciudad para quien llega del pueblo. Y no hablo de Paco Martínez Soria o José Luis Ozores. Hablo de Mercè Ibarz. No sé si entre mis libros hay uno tan felizmente subrayado como Una chica en la ciudad. En lo que viene ahora la ciudad sigue siendo casi la protagonista principal.
El mundo de Raúl Núñez surge directamente del big bang. Imposible recomponerlo a base de juntar los pedacitos uno a uno. La editorial Efe Eme lo está intentando. Lleva publicadas ya sus novelas y ahora sale la última de la colección, como la mayoría de las anteriores ambientada en la ciudad de Barcelona: A solas con Betty Boop. Si no han leído a Raúl (cuánto lo quería), no tarden en hacerlo. Se lo digo en serio. A él le importará una mierda si lo leen o no. Y no sólo porque esté muerto desde 1996 sino porque le habría importado lo mismo en el caso de que siguiera vivo.
A Rafael Chirbes sí que le importaba que lo leyeran. Y sin embargo tardó mucho en llegar a sus libros la gracia del reconocimiento. Poca gente conoce El año que nevó en Valencia, un relato que, según mi amigo y siempre acertado Jacobo Llamas, tiene bastante parecido con Los muertos, de James Joyce. Lo bueno del asunto es que esta vez esa nevada tan extraña nos llega —ahí es ná— en la escritura conjunta de Chirbes y Paula Bonet, que nos advierte para que no erremos el camino hacia la buena lectura: “No es un libro ilustrado. Tampoco es un catálogo de arte. El texto y la pintura dialogan..." Ahora falta que ustedes se añadan y serán tres quienes participen en el coloquio.
Remember con música y una pregunta para el 'the end'
“Palabras como polvo / de corcho en el vino que bebimos…”, escribe Juan Antonio Masoliver Ródenas en El jardín aciago, una de las partes de su Poesía reunida publicada casi acabando el siglo pasado. Regreso siempre a sus libros que ocupan buena parte de la sección que en las estanterías de casa empieza por la letra M. Y claro, no podría acabar este recorrido sin Patti Smith. Ya hizo memoria de su vida en otros libros. Ahora nos llega Pan de ángeles y si antes, durante o después de la lectura nos ponemos Horses o cualquiera de sus álbumes la cosa será para alcanzar los cielos. De momento, yo repito Because the Night una y mil veces sin que se me note una pizca de cansancio.
Ver másComo una canción italiana...
Faltan dos o tres líneas para cerrar con el lacito navideño esta cesta que ocupará toda la camioneta de Correos hasta llegar a sus casas. Y como siempre suelo hacer en esta rabiosamente personal antología de lecturas, una recuperación. Esta vez se trata de Crónicas de motel, el primer libro publicado en España del actor Sam Shepard. El título lo dice todo. Pequeños fragmentos, una road movie por los paisajes beat que encandiló en los años ochenta a mis amigos y excelentes poetas Uberto Stabile, Fernando Garcín y Rafa Camarasa. También a Jessica Lange, con la que estuvo casado, y a toda una troupe de fans que no nos esfumamos cuando murió hace más o menos ocho años.
Al escribir este párrafo tan musicalmente rockero (con un puntito de country a lo Patsy Cline), necesariamente tenía que acabar con una pregunta: ¿para cuándo la próxima novela o lo que sea de Montero Glez? Hasta entonces, busquen lo que haya en las bibliotecas o librerías con su nombre. Lo que no sé es si lo encontrarán en los escaparates del asco. A mi me da que no. Pero búsquenlo de todas formas. Felices fiestas tengan ustedes. Sé que no está el horno para bollos, pero inténtenlo al menos, ¿vale?...
* Alfons Cervera es escritor. Su último título publicado es 'Libro de familia', editado por Piel de Zapa.
"Déjame que te cuente historias de tu vida".