'Fondo buitre': la especulación llega al barrio
En Canillejas hay un edificio de renta antigua sobre el que pone los ojos un fondo de inversión para comprarlo y echar a los vecinos. El bloque de pisos alberga a veinte familias y al bar del Julito. En él vive el Botas, protagonista de la novela Yonqui, que, junto a personajes de otras novelas del autor como Zip, El Tijeras o el Pirri, empiezan a organizarse para intentar salvar el edificio.
Esas acciones legales llevadas a cabo junto a diversas organizaciones parecen no ir a ningún lado, por lo que deciden diseñar un plan para que el fondo de inversión se eche atrás. ¿Conseguirán entre acciones legales e ilegales que el fondo de inversión deje de interesarse por el edificio?
Paco Gómez Escribano vuelve con una historia de denuncia social y de lucha por los derechos de las clases más desfavorecidas. infoLibre adelanta un fragmento de esta novela que edita Alrevés Editorial el 6 de octubre.
El Roberto se fue al banco a sacar pasta de una ayuda que le estaban dando ahora. Al llegar donde el Julito, me quedé mirando una pancarta que habían puesto en el edificio. El día anterior no estaba. Estaba hecha de forma artesanal y ponía: 'S.O.S. Este edificio no se vende. Veinte familias en riesgo de exclusión'. Y, tras unos momentos, caí en la cuenta de que este debía de ser el edificio de Canillejas que iba a comprar el fondo buitre. Entré en el bareto y pedí un copazo. Era admirable el talento de la Carmen para engañar a la gente. Les sacaba información sin que se dieran cuenta para usarla después. Una señora le cuenta a su amiga que no entiende cómo ha podido adivinar que su pareja la había dejado. La respuesta era sencilla: se lo había dicho ella nada más entrar.
El Pirri seguía con Lehane y el Tijeras con la tele. La mayoría de las veces estaba puesto el canal de Televisión Española de veinticuatro horas de noticias. Los sobrinos del Araña, parados de larga duración, discutían sobre youtubers e influencers: que si 'este me putoflipa', que si el otro 'me putodeprime', que si esto o aquello es 'pec'... la madre que los parió. El Zosi tomaba una copa de brandi barato ocupando un espacio de barra entre el Tijeras y los sobrinos del Araña. El Roberto y yo no habíamos ido a andar porque le dolía una pierna y yo, solo, no me había animado. Así que hoy descansábamos. De andar, no de beber. Beber era más fácil que andar, dónde iba a parar.
Las noticias de hoy no eran mejores que las de ayer. La tele no estaba muy alta y no la escuchaba bien. Dicen que son tiempos peores. Pero no es verdad. El mundo nunca ha estado bien. Ni cuando yo ejercía de periodista, ni cuando estudiaba. Ni siquiera cuando yo era pequeño. Todo se movía por intereses. Todo estaba podrido. Y si alguien intentaba alterar el orden, coger lo suyo o poner las cosas en su sitio, a ese lo perseguían, lo encerraban o lo mataban. Era lo que había.
El Pirri dejó de leer y se acercó hasta mi mesa.
—¿Qué tal la novela? —le pregunté.
—Está cojonuda, tronco. Este tío es un crack.
Se sentó a la mesa. Miró su copa al trasluz y me ofreció un piti. Se lo acepté. Si no había mucha gente, que era casi siempre, solíamos fumar. El Julito lo toleraba, aunque no terminara de hacerle mucha gracia. Pero le hacía menos gracia que el Gobierno le dijera lo que podía o no hacer en su local.
—Me parece que nos quedamos sin bar, colega.
—He visto la pancarta fuera.
—Y eso no es lo peor. En el edificio viven veinte familias. La mayoría llevan toda la vida aquí con sus contratos de renta antigua. Muchos ya no tendrán que buscar dónde vivir. Tendrán que buscar dónde morir.
—Es lo que dicen en la tele de un fondo buitre, ¿no?
—Sí.
—¿Y es legal?
—Totalmente legal. Al parecer, todavía no lo han comprado. Pero está al caer. ¿Te acuerdas de cuando vino el Botas?
—Sí. Al principio no caí. Pero luego ya me acordé de él. Es que hacía tela de tiempo que no lo veía.
—Vive en el edificio, con la Lola, su mujer. Al parecer, heredó el contrato de alquiler de renta antigua. Pagan un alquiler barato. Desde luego, si les echan, no van a encontrar nada igual en todo Madrid.
—Y lo que es peor —intervino el Tijeras, que vino a sentarse con nosotros—, reformarán las casas y las convertirán en pisos turísticos o en apartamentos inaccesibles para la gente del barrio. Canillejas se ha convertido en zona de alto interés por el puto IFEMA, el jodido aeropuerto y el Indiolandia Metropolitano. Flipa.
—Y aquí —dijo el Pirri, refiriéndose al antro del Julito—, pondrán un McDonald’s o un jodido Starbucks. Se están cargando los barrios. Los pobres molestamos. Y tú ándate con el bolo colgando, que tu hostal es muy goloso, y ahí montan un hotel de cinco estrellas que flipas.
—Pues si me hacen una oferta guapa… Es broma. Hay una diferencia. El hostal es mío. Y este edificio es de renta antigua. Y yo vivo bien sin dar un palo al agua.
El Roberto regresó del banco y pidió de beber. También invitó al Tijeras, al Pirri y a la Carmen. En cuanto tenía algo de dinero convidaba a los colegas. Los pobres somos así. Los ricos no invitan, si pueden te roban para tener más.
—¿Hay cónclave? —preguntó el Roberto.
—Estamos hablando de la movida del fondo buitre. Por lo visto, van a comprar este edificio.
—Ya he visto la pancarta fuera.
—Tú eres abogado —dijo el Tijeras—. ¿Qué opciones tienen los vecinos?
—Ninguna. Los vecinos en su día se beneficiaron de la renta antigua. Fueron contratos, si no me equivoco, que se firmaron entre 1950 y 1985. Los beneficios eran congelamiento del alquiler o incrementos mínimos, la posibilidad de heredar esos contratos y derecho de venta y alquiler preferente.
—Pero, entonces, no pueden echarlos, así como así, ¿no? —comenta el Pirri.
—El tema de los desahucios es complicado. Pero hay bufetes de abogados que se las saben todas. Además, ha habido varias modificaciones de la ley a partir del 85. Algunos contratos caducan si han pasado veinte años y ha habido subrogaciones del mismo. Y los jueces pueden tener en cuenta, de hecho, lo hacen, si la vivienda le hace falta al propietario, además de otros factores.
En ese momento, entró en el bar una pareja. Nadie los conocía. Vestían bien, eran altos, de unos treinta años. Él era moreno, ella rubia, seguramente de bote. Pidieron dos cafés. El Julito no les dio ni los buenos días. Tras prepararles los cafés volvió a sus quehaceres, pero ellos le llamaron y, cuando parecía que le iban a pedir una tostada o cualquier otra cosa por el estilo, se presentaron. Estábamos cerca y pudimos escuchar la conversación perfectamente. Él se presentó como Juan Ramos, representante de la empresa Feldix, y ella como Jessica, trabajadora social.
—Estamos aquí para hablar con los vecinos —dijo el tal Ramos.
—Diréis que más bien habéis venido para limpiar el edificio de jodidos inquilinos incómodos —dijo el Julito, sonriendo como una hiena. Mala señal. Yo conocía esa sonrisa.
—No deberías usar esos términos —dijo ella—. Mira, yo viví veinte años en Carabanchel, con mi madre y con mi abuela. Se nos acabó el contrato y nos tuvimos que ir. Esto es así.
—Pues yo no me pienso ir de mi bar. Así que ya os estáis marchando por donde habéis venido.
—Eso no es inteligente —Ramos, que no tiene ni puta idea de con quién se la está jugando.
—¿Me estás llamando gilipollas? —el Julito, que ya acariciaba el bate de béisbol que tiene debajo de la barra.
—Oye, solo queremos hablar —dijo Jessica—, no estamos faltando a nadie. Lo único que dice el compañero es que os conviene hablar con la empresa, individualmente. Ellos no compran el edificio y sálvese quien pueda. A veces ofrecen ayudas. Si te dan por ejemplo tres mil euros y te ayudan a buscar otro contrato, pues mira.
—Son razonables, créenos —apostilla Ramos.
—¿Tres mil euros? ¿Tres mil putos euros para quedarnos en la calle? ¿Razonables? ¿Tan razonables como esto? —El Julito blandió el bate. Daba miedo.
—¡Oiga! —ella.
—Pero, pero… —él.
—¡Ahora mismo os vais a tomar por culo los dos de aquí, pingos! —y estrelló el bate contra la barra. Los dos cafés saltaron en sus platillos. Y la pareja salió materialmente corriendo con el horror dibujado en sus caretos—. ¡Me cago en su puta calavera! —continuó—. ¡Hay que tener huevos o ser muy gilipollas para venir aquí a decirme que van a quitarme el bar por tres mil cochinos pavos, coño ya!
El Pirri y el Tijeras se levantaron y trataron de calmarlo desde fuera de la barra. El Julito hizo algo que no solía hacer, salvo en contadas ocasiones. Se echó un copazo de whisky y se lo privó casi de un trago. Estos dos le dijeron que venga, que no merecía la pena, que no iba a ganar nada llevándose ese mal rato. Poco a poco se fue calmando. Pero llevaba toda la razón. Yo también me habría mosqueado. ¿Quién no? Pedimos otra ronda.
A la media hora llegó el Botas. Iba con las manos metidas en los bolsillos de la chupa, medio despeinado. Se pidió un botellín y le contó al Julito que había tenido un encuentro con Ramos y Jessica. Que seguían hablando con los vecinos.
—Pues no sé cómo les han quedado ganas después de la que le ha montao este —dijo el Tijeras—, que les ha sacado el bate de béisbol.
—Es su trabajo. Y no van a parar —dijo el Roberto—. Por lo que he escuchado, antes compraban el edificio y enviaban un burofax. Y, claro, los vecinos se rebelaban. Ahora intentan hablar y negociar con todos individualmente, ofreciéndoles algo a cambio de que abandonen las viviendas. Les intentan comer la cabeza de forma medio pacífica. No quieren movidas. El Jero, el chavalote del primero B, les quería pegar. He tenido que mediar. Yo creo que la empresa no sabe con quién negocia. Porque aquí se puede liar parda, os lo digo yo.
—Joder —dije.
El Pirri y el Tijeras le presentaron al Roberto como un abogado, de San Blas. Y a mí como el dueño del hostal. El Botas nos estrechó las manos. No sé al Roberto, pero a mí casi me la rompió. Qué bestia el tío.
—A mí no me van a convencer —dijo—. Mi mujer y yo salimos de esta casa con los pies por delante.
—A mí no me quitan el bar estos cabrones.
—Pues organizaos —dijo el Roberto—. Hay un sindicato de inquilinas e inquilinos de Madrid. Se llaman así, creo. Yo empezaría por afiliarme. Apoyan a la gente que está en vuestras circunstancias, y convocan movilizaciones y tienen su servicio jurídico. Nada más que lo metáis en Google os saldrá. Y cuanto antes lo hagáis, cuanto antes empecéis a moveros, mejor.
—Me lo ha dicho el Jero, tronco. Hasta me ha llevado al ordenador de su habitación y me ha imprimido direcciones de agrupaciones y eso —dijo el Botas al Julito.
—El chaval tiene su problema, pero tiene buen corazón —respondió el Julito.
—Voy a mirarlo todo en casa y a ver qué sacamos. —Y puso cincuenta pavos sobre la barra—. Invita a estos colegas. Hasta luego.
—Si estos dos se meten en esto, que se van a meter, se lía la mundial —dijo el Tijeras.
—Va a hacer falta algo más que una pareja de puretas para echar a esta gente de aquí —continuó diciendo el Pirri.
—Son expertos, creedme —dijo el Roberto—. Y tienen mucho dinero y la ley de su lado. Aunque intenten hacer las cosas por las buenas, no son hermanitas de la caridad. Si los vecinos los subestiman, perderán.
—¿Y qué van a hacer? —pregunté.
—Como ya os he dicho, intentan ir por lo legal, no quieren líos. Pero a veces han recurrido a empresas no muy legales que se dedican a acojonar a los vecinos con distintos métodos.
—En plan mafioso… —apuntó el Pirri.
—En plan mafioso, sí. Antes intentarán doblegar la voluntad de los vecinos, con buenas palabras. Incluso con dinero, porque hasta eso les va a salir mucho más barato que meterse en juicios. Si han dicho tres mil, es porque están dispuestos a pagar más. Es poco dinero por irte de tu casa. Pero algunos vecinos aceptarán. Y empezará a deshacerse la resistencia. Cuando esta gente quiere un edificio, lo consigue. Hay mucho dinero en juego.
—¿Y ese qué dice? —preguntó el Tije, señalando con el mentón al Zosi.
—¿Ese? —contestó el Julito mientras nos servía unas birras—. Ese es un puto eunuco vicioso que terminará durmiendo debajo de un puente o muerto en cualquier esquina.
—Pero el edificio es suyo. ¿Por qué no habláis con él?
El Julito miró al Zosi con la misma sensibilidad de un taladro hidráulico.
—Ponme otra, colega —dijo el Zosi, levantando la copa vacía.
—Yo no soy tu colega, membrillo.
El Zosi agachó la cabeza mirando el fondo de la copa, como asombrado de que ya no tuviera más brandi. Hacía mucho tiempo que no tenía en cuenta los reproches. Estaba más que acostumbrado a ellos.
—Tú, ven pa’cá —le dijo el Pirri.
—¿Yo?
—Sí, tú, pintamonas.
El Zosi recogió la copa recién rellena y se acercó hasta nuestra mesa.
—Oye, pringao, ¿tú por qué vas a vender el edificio? Que yo sepa es lo único que te queda de lo que te dejaron tus viejos.
—Es que… —masculló— Es que…
—Esque, esque… ¿Tú eres retrasao? ¡Contesta, coño!
El Tijeras le dio al Pirri una patada por debajo de la mesa.
—El edificio es mío y yo hago lo que quiero.
—Pues ten cuidadito —continuó apuntando al Zosi con la novela de Lehane. Calculé que si le dabas con el lomo a un nota en el cráneo podía haber estropicio—. Porque aquí vive gente que se está cabreando mucho con la movida. ¿Te coscas, capullo?
—El edificio es mío.
—Este es tonto. Hale, pringao, enhebra.
El Zosi, experto en bajar la mirada ante cualquier situación, volvió a ocupar su lugar en la barra. Daba pena verlo. Tenía un cabezón curioso, coronado por una calva que le cubría desde la frente a la coronilla y dos matas de pelo ensortijado entre negro y blanco por encima de las orejas. Era mofletudo de nariz ancha y labios como de sapo. Y tenía barriga prominente que le rebosaba por encima del pantalón lleno de manchas, como la camisa, con dos manchurrones de sudor debajo de los sobacos. Era bajito, desagradable y olía a rancio y a desaliento.
Decidimos ir a comer un menú al Soria.
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—Dónde iréis, golfos… —dijo la Carmen.
—Tenemos un simposio en IBM. El Tijeras va a hacer una ponencia sobre ordenadores cuánticos en la sede central. Y encima tiene que hablar en guiri —dijo el Pirri.
—Ahhhhjajajaja… Me matas, cabronazo.