"Franco murió matando", Aroa Moreno Durán relata la historia de los últimos fusilados de la dictadura
La madrugada del 27 de septiembre de 1975 fueron fusilados Xosé Humberto Baena (Daniel), José Luis Sánchez-Bravo (Hidalgo), Ramón García Sanz (Pito) –militantes del FRAP–, y Jon Paredes (Txiki) y Ángel Otaegui –de ETA–. Una sangrienta demostración de poder en las postrimerías del régimen, con un dictador en las últimas pero, como siempre, con ganas de matar, hasta el punto de no responder el teléfono al papa Pablo VI, que llamaba para pedirle clemencia. Se trataba, en definitiva, de prolongar el franquismo sin Franco.
Medio siglo después, es probable que muchos de quienes nacieron tras la muerte del dictador no conozcan este episodio o tengan una vaga referencia de él. Son tantas las historias que han quedado deliberadamente silenciadas por el olvido. La propia Aroa Moreno Durán (Madrid, 1981) la desconocía hasta que encontró en 2020 por casualidad, muy cerca de su casa, las huellas de aquellos asesinatos: en el monte donde tantas veces ha acampado de joven existe todavía el talud donde se llevaron a cabo las ejecuciones. ¿Cómo es posible que ella no supiera nada al respecto? ¿Cómo pudo este hecho quedar sepultado en las crónicas de nuestra historia más reciente?
Ese es el germen de Mañana matarán a Daniel (Random House, 2025), la novela en la que la autora lanza una conmovedora mirada al pasado para hacer desde el presente la crónica de unos fusilamientos que provocaron un clamor internacional de rechazo. Para unos, aquellos cinco jóvenes de poco más de veinte años fueron luchadores antifranquistas que dieron su vida por la libertad; para otros, simples terroristas que pagaron con ella las que antes habían arrebatado. Cometieran o no los delitos por los que fueron condenados, lo cierto es que fueron víctimas de un simulacro de justicia que los sentenció antes de juzgarlos. Las pruebas incriminatorias se obtuvieron mediante torturas o se manipularon burdamente y se les privó de las mínimas garantías de defensa.
Mañana matarán a Daniel cuenta concretamente la historia de tres de esos cinco últimos fusilados por la dictadura (la de los jóvenes del FRAP), y a la vez relata la búsqueda que la autora emprendió para conocer qué había pasado en realidad. "Los mataron al lado de mi casa. Yo no lo sabía, lo encontré por casualidad y no pude esquivarlo, la historia se levantó delante de mí y quise saber", señala a infoLibre. "No nos lo han querido contar, hay un acuerdo de silencio con respecto a muchas de las cosas que pasaron. Yo nací en 1981 y me parecía increíble que no conociera eso que sucedió en 1975, apenas ni dos meses antes de que muriera el dictador, siendo yo una persona supuestamente interesada en temas de memoria", añade.
"Son las últimas condenas a muerte. Todos teníamos en la memoria que parecía que el último ejecutado había sido Salvador Puig Antich en 1974 y, sin embargo, quedaban todavía cinco personas más. Ahora que se cumplen 50 años creo que se está emprendiendo una conversación que sirva para recordar y rescatar estos hechos", continúa, para aún agregar: "Para mí, fue conmovedor pensar que había sucedido tan cerca de mi casa y encontrarlo casi sin querer. Y que luego una persona que había sido mi profesor fuera el cura que había ido a darles la extrema unción, el único testigo no militar de las ejecuciones. De pronto empiezas a excavar y ves que la historia estaba ahí pero no la estaba escuchando, es como si estuviera escondida debajo de las piedras".
Un acto de justicia después de cincuenta años porque, tal y como destaca Moreno Durán, "hemos dejado escapar la reparación de muchísimas personas, desde la guerra hasta 1975, que murieron incluso después". "Toda la gente que perdió la vida hasta el proceso de transición que se han ido muriendo, ya que parece que no hay una reparación posible", señala. Porque aunque haya quien quiera mantener el relato de que el fin del franquismo fue pacífico, lo cierto es que "había mucha gente que llevaba décadas, desde el final de la guerra, en oposición a la dictadura, luchando, jugándose la vida, en algunos casos perdiéndola".
"Y luego el proceso de transición tampoco fue libertad sin ira. Hubo mucha ira, hubo muchos muertos y no podemos renunciar a revisar cómo se hizo eso", resalta, afirmando que aunque ella naciera ya en democracia, tiene "derecho a una memoria, a mirar hacia atrás y ver qué se hizo bien y qué se hizo mal". Es así como este episodio se convierte en fundamental para nuestra historia colectiva moderna, pues deja bien claro qué tipo de dictador era Franco, justiciero sin justicia hasta el último estertor, incapaz de atender el clamor de la ciudadanía española y de la comunidad internacional. "El régimen estaba ya súper debilitado y aislado internacionalmente, y quisieron dar una lección de ejemplaridad", asegura.
Y todavía prosigue: "Hubo muchísimas protestas. La noche del 26 al 27 de septiembre se asaltó la embajada de Lisboa. Se enviaron cartas para echar a España de algunos organismos internacionales. El papa llamó a Franco y él le desoyó. La tercera vez que llama el papa esa misma noche para decir que detengan esto dice 'por favor, que no me molesten' y se va a dormir y no coge esa llamada. La Conferencia Episcopal Española lanza un comunicado donde dice 'la magnanimidad no se demuestra mediante la violencia, respondiendo a la violencia con violencia'. Estas penas de muerte tan al final fueron, como se dice, morir matando. Franco murió matando. Esto pasa el 27 de septiembre y el 1 de octubre se celebra esa multitudinaria manifestación en la Plaza de Oriente, donde Franco hace su última aparición y hace un discurso diciendo que 'no van a decirnos lo que España tiene que hacer'. Es escalofriante ver toda la gente que fue allí".
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Pone el foco en este punto Moreno Durán en las dificultades que ha tenido para documentarse, "para empezar, porque todos esos sumarios siguen en manos de los militares, lo cual es una anomalía". "Yo tuve acceso a los sumarios desde otros lugares, pero no porque me los dieran las personas que custodian los archivos. La ley dice que no podemos mirar los sumarios de una dictadura, y eso no sucede en casi ninguna parte del mundo", denuncia, hablando a su vez de "muros documentales" pues, una vez que pudo acceder a determinadas informaciones, encontró por ejemplo "páginas tachadas" y que está todo "anonimizado".
"Y no te puedes fiar del rastro escrito que deja una dictadura, me resultaba una fuente no fiable. Porque yo estaba leyendo declaraciones que daban ellos y no podía evitar mirar más allá de esa página y pensar que eso había sido obtenido bajo una tortura", continúa, poniendo en valor también los testimonios que ha obtenido de familias y excompañeros, de "gente que sobrevivió a aquellos consejos de guerra, que han tenido que hacerse un relato propio para poder asumir que aquello sucedió". "Sobre todo en el caso de las familias porque, ¿cómo se sigue adelante sabiendo que el Estado ha asesinado a tu hermano y tú consideras que es inocente? ¿Cómo es la historia familiar y privada que se tiene que relatar uno para sobrevivir a eso? Los padres de esta gente murieron sin saber si su hijo era culpable o era inocente", plantea.
Termina la escritora reivindicando que siempre ha sido necesario recuperar este tipo de historias, "pero quizá hoy más con el resurgir de ciertas voces" de la ultraderecha. Por ello, recuerda un pasaje de la novela en el que cuenta que se cruzó con una manifestación organizada por la Falange en la Puerta del Sol, que iba hacia Lavapiés "con gente con el brazo en alto" cantando el Cara al Sol: "Tuve la sensación de que habíamos fracasado, que habíamos fracasado como país. Hemos fracasado como país si hay gente de 20 años reivindicando estas cosas. Hay que hacer un trabajo brutal de educación, tenemos que contarnos a nosotros mismos".