La vida en los libros

Breviario de escoliosNicolás Gómez DávilaPrólogo de José Miguel SerranoSelección de Gonzalo Muñoz y José Miguel SerranoAtalantaGerona2018Breviario de escolios

 

Si les digo que Gómez Dávila era un escritor católico y reaccionario, muy crítico con la democracia, nadie se tomará la molestia de leerlo. Pero al presentarlo así, tampoco les proporcionaría una descripción justa, pues era, además, un profundo conocedor de la historia, de la filosofía y de la literatura (“Las estéticas modernistas han sido un invento de escritores reaccionarios: Balzac, Baudelaire, Eliot”, p. 63), de las artes, en general, así como de los resortes del lenguaje y de la prosodia. Y sobre todo fue un hombre de pensamiento libre, complejo y sutil, desilusionado con el mundo moderno, con su vulgaridad, con el progreso (“Dudar del progreso es el único progreso”, p. 52) y los avances técnicos (“Otras épocas quizá fueron vulgares como la nuestra, pero ninguna tuvo la fabulosa caja de resonancia, el amplificador inexorable, de la industria moderna”, p. 49), sin afán apologético alguno y enemigo del patriotismo, que les invita a reflexionar, aunque a menudo no estés de acuerdo con sus reflexiones. Gómez Dávila fue un ser inclasificable, al que se ha tachado de raro, solitario, aristocrático, elitista, secreto..., y siendo todo ello cierto, no es al fin y a la postre toda la verdad, pues fue un hombre tolerante y modesto, en busca siempre de la lucidez.

El caso es que en estos últimos años su obra ha tenido una cierta repercusión entre nosotros, aunque debería haber cosechado mucha más porque se trata no solo de uno de los mejores aforistas del mundo hispánico sino también de la tradición occidental, hasta donde uno pueda conocerla. No en vano ha sido traducida y recibida con aceptación en las principales lenguas occidentales. Sus mayores valedores han sido los estudiosos alemanes: Martin Mosebach, Ernst Jünger o Botho Strauss (la primera traducción al alemán data de 1987 y apareció en Viena); el italiano Franco Volpi y, en el mundo hispánico, su amigo y contertulio Álvaro Mutis y, posteriormente, Fernando Savater. A los que hay que sumar ahora los responsables de esta nueva edición, pues Serrano, además, le ha dedicado una monografía (Democracia y nihilismo. Vida y obra de Nicolás Gómez Dávila, Eunsa, Pamplona, 2015), que siento no conocer.

Nació en 1913 en Bogotá, en una familia de comerciantes y financieros, de banqueros. Pasó su infancia y adolescencia en París, estudió en un colegio de benedictinos, y no volvió a Colombia hasta 1936, cuando ya tenía 23 años. Asimismo, no regresó a Europa hasta 1949, cuando la recorre junto a su mujer durante seis meses. Un año antes había formado parte de los fundadores de la Universidad de los Andes. Sea como fuere, nunca volvió a salir de Colombia, quizá por la decepción que este último periplo le produjo, al recorrer la Europa destruida por la Segunda Guerra Mundial.

Su existencia rutinaria (“Que rutinario sea hoy insulto comprueba nuestra ignorancia en el arte de vivir”, p. 48) transcurrió entre su casa bogotana en El Nogal –su casa de la vida, a la manera de Mario Praz— y la finca Canoas Gómez en Soacha, atendiendo a los negocios familiares y acudiendo al Jockey Club, pero sobre todo leyendo y escribiendo en su muy bien nutrida biblioteca de treinta mil volúmenes, hoy custodiados en la Biblioteca Pablo Arango de la capital colombiana, además de charlando con sus amigos: Álvaro Mutis, Ernesto Volkening (lo recuerdo como el autor de uno de los primeros ensayos que pude leer, a comienzos de los setenta, sobre García Márquez). Siempre al margen de la vida literaria de su ciudad. Se casó con Emilia Nieto, con quien tuvo tres hijos, los cuales se han ocupado de la difusión de sus obras.

Entre sus autores preferidos se encuentran los que él denomina “los derrotados”: como son Homero, Tucídides, Platón (“En todo reaccionario Platón resucita”, p. 62), San Agustín, Montaigne, Pascal, el cardenal de Retz, La Rochefoucault, Rousseau, Rivarol, De Maistre, Schopenhauer, pero también Quevedo, Gracián, Chateubriand, Nietzsche o Dostoyevsky. En cambio, en otro aforismo escribe: “Helvetius, Holbach, Sade, Bentham, Marx, Freud, Sartre –la pléyade de arcángeles sombríos, el canon clásico de mis imposibilidades absolutas” (pp. 14, 18, 19 y 61).

Se ha calculado que Gómez Dávila compuso unos diez mil aforismos publicados entre 1977 y 1992, con el título genérico de Escolios a un texto implícito, al que se ha añadido como subtítulos los de Nuevos y Sucesivos, aunque existan dos raras ediciones anteriores, de 1954 y 1959, tituladas Notas, la mexicana, y Notas, 1, la colombiana.

Respecto al título, no se trata de un breviario, y solo pueden considerarse escolios, anotaciones marginales a un texto, en su sentido metafórico. Pero cabría decir que estos provienen del incesante diálogo que mantuvo con la tradición filosófica y literaria occidental. Aunque también la vida tenga un papel esencial en su literatura: “El tránsito de un libro a otro se hace a través de la vida” (p. 50). No le gustaba el concepto de aforismo: “El lector no encontrará aforismos en estas páginas./ Mis breves frases son los toques cromáticos de una composición pointilliste” (p. 31). Le sorprenderá al lector que a veces denoste a los bobos, tontos e imbéciles..., pero si de algo no tenía miedo era del significado social de las palabras, de los calificativos.

Se trata de una muy esmerada edición, como son todas las de esta casa editorial, en tapa dura, que al prólogo clarificador suma un imprescindible índice onomástico y de materias. Conocí la obra de Gómez Dávila durante mis estancias en Berlín, en conversaciones con el profesor Sebastian Neumeister, con quien compartí despacho en la Freie Universität, y oyendo a Franco Volpi y Fernando Savater en el Instituto Cervantes de la capital alemana, cuando estos centros estaban vivos. Estoy hablando del año 2007. Allí mismo adquirí una edición colombiana de 1986, en dos volúmenes, que es la que había manejado hasta ahora. Pero quizá quien se le parezca más de entre nosotros sea el sabio Carlos Pujol.

Acabo. En una reseña que Juan Malpartida le dedicó al citado ensayo de Serrano sobre nuestro autor, concluía que Gómez Dávila acabaría siendo con el tiempo un “maravilloso cadáver exquisito”. Al paso que vamos, bien sea por el auge del género en España y por la nueva reedición de sus obras, el pronóstico tiene el viso de no cumplirse. Claro que tampoco esto es una reseña, sino una invitación a la lectura.

*Fernando Valls es crítico literario y profesor de Literatura.Fernando Valls

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