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Cultura

Los niños migrantes no somos parias ni bichos raros

Una menor desde una litera en un nuevo albergue para migrantes que intentan ingresar a EEUU en Ciudad Juárez, en el estado de Chihuahua (México).
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El niño se acerca, asustado, lloroso, al coche. Llueve, pero el paisaje se adivina desértico, árido, peligroso. "¿Usted me puede ayudar?", dice a su interlocutor, que resulta ser un agente migratorio de vuelta a casa. "Yo venía con un grupo de personas y me dejaron botado y no sé dónde están".

La escena, terrible, se produjo el pasado día 1 al este de Rio Grande City, en la frontera entre Texas y Tamaulipas, vale decir entre Estados Unidos y México. Nos impactó, claro, sobrecogió a medio mundo, lo cual, en estos tiempos de saturación informativa no significa mucho: unos segundos de alientos retenidos, unos minutos de compasión, unas horas de indignación… y ya estamos de regreso a nuestros afanes cotidianos. Las noticias que vemos y escuchamos nos interpelan, claro, pero rara vez nos movilizan y nos cambian.

"Mientras los titulares de actualidad le dan a los lectores una cobertura oportuna de la inmigración, la ficción ofrece explotaciones más profundas y completas sobre el tema", sostuvo Laila Lalami, autora de The Other Americans, en un reportaje fechado hace algo más de un año donde se repasaban obras de ficción escritas en EEUU por autores hijos de la inmigración, obras y autores que desafían la narrativa del sueño americano de asimilación y movilidad ascendente.

Es una obviedad, el mundo de la ficción (e incluso la ciencia ficción) se ha alimentado de los movimientos migratorios, ha revivido sus dramas, sus gestas; o los ha inventado. Antes de que los medios de comunicación y las redes se convirtieran en una necesaria cámara planetaria de eco, repitiendo sus imágenes hasta la saciedad e incluso la indiferencia, esas historias inspiraron a artistas que hicieron de sus obras un espejo o un instrumento de denuncia.

Sobre todo, en aquellos países que han convertido el hecho migratorio en parte esencial de su propio relato. Estados Unidos, puesto que de ellos hablamos. Allí, la presidencia de Donald Trump ha exacerbado los ánimos y las políticas y los ojos están puestos en la frontera del sur, pero el pasado del país es rico en episodios dolorosos como la llamada "conquista del Oeste", o la reclusión de japoneses-estadounidenses durante la Segunda Guerra Mundial, o la Ley de Exclusión de Chinos de 1882, o la Ley de Inmigración racista de 1924.

"Mucha gente está interesada en la inmigración debido a Trump; él ha generado un sentido de urgencia", remataba Lalami, profesora de creación literaria en la Universidad de California en Riverside, "pero en lo que a mí respecta, la historia habría sido la misma, aunque los lectores puedan encontrarla más oportuna".

Los más pequeños

"¿Cómo se explica que nunca es la inspiración lo que empuja a nadie a contar una historia, sino, más bien, una combinación de rabia y claridad?"

Valeria Luiselli se lo preguntó, y esbozó una respuesta en Los niños perdidos, un relato de retazos hilvanado con un hilo conductor: el cuestionario de 40 preguntas que sirve de base para el proceso legal que determinará la situación de esos menores, el trato que les dispensará el sistema migratorio de Estados Unidos. Y conoce bien el percal: trabajó como como traductora para la defensa de esos niños en la corte migratoria de Nueva York, una experiencia que la emparenta con Jairo Buitrago, colombiano, escritor de literatura infantil e investigador en literatura infantil e historia del cine, autor de dos libros muy celebrados: Eloísa y los bichos o Dos conejos blancos, ambos ilustrados por Rafael Yockteng.

Con Buitrago cambiamos el punto de vista, ahora los niños no son reales y protagonistas, sino que se convierten en destinatarios de historias concebidas para despertar su conciencia; o quizá sólo para explicarles lo que ocurre, en la esperanza de que lo entiendan.

"No me cabe duda de que algunos libros pueden transmitir a las niñas y niños migrantes, el hecho real de que no están solos porque otros han pasado por situaciones similares", dice Jairo desde el otro lado del Atlántico. "Puedo afirmarlo por el trabajo que he hecho con ellos y por los testimonios recibidos en casas del migrante, en México (país donde vivo hace años y donde llegué como migrante), lugares que facilitan hospedaje transitorio a cientos de centroamericanos, muchos de ellos, niños que viajan sin acompañamiento"-

Nos cuenta que, en principio, los lectores pequeños "se ven reflejados en las historias de viajes, en las dudas y temores de los personajes, pero sobre todo se sienten acompañados en los momentos de contemplación y de reflexión sobre la propia vida, que a veces nos generan los viajes largos, momentos en los que la adrenalina cede, y pueden reconocerse en las páginas de los libros como seres valiosos y no en esa especie de parias o bichos raros como son vistos por las poblaciones por donde van pasando".

La experiencia le enseña que cuando los chicos se acercan a Eloísa y los bichos o Dos conejos blancos, reconocen su historia en el libro que están leyendo. "Me ratifica que la representación es importante, pero también que es necesario que un mundo polarizado por la migración y el desplazamiento forzado, otros lectores descubran la humanidad de estas niñas y niños reales involucrados".

Eso dice, y yo pienso en quienes se empeñan en deshumanizar con el acrónimo menas o en quienes han de clasificar con la etiqueta administrativa "menores extranjeros no acompañados" a lo que son niños solos en un mundo ajeno, hostil. Pero esa es otra (nuestra) historia.

La literatura que nos refleja

Lo innegable es que la ficción permite aproximarse a una realidad extremadamente dura, y hacerlo desde un espacio íntimo y seguro donde reflexionar y elaborar. Lo cree firmemente la limeña Issa Watanabe, autora de Migrantes, Premi Llibreter al Mejor Álbum Ilustrado del 2020, el relato sin texto de un grupo de animales que dejan atrás el bosque cuando los árboles pierden las hojas.

Desde siempre, los hombres (y los fabulistas: Esopo, La Fontaine, Samaniego…) han explicado situaciones bien humanas sirviéndose de los animales antropomorfos, pero la elección sorprendió a algunos. "Todos los niños del mundo se identifican con los animales, los sienten cercanos; es algo universal —explicó la autora—. Además, como los animales del libro no pertenecen a una misma familia o especie, Migrantes no nos remite a una historia de migración en particularMigrantes, como tampoco a un lugar geográfico o a una sola cultura".

Asegura Gemma Lienas que la literatura tiene la capacidad de poner en marcha nuestras neuronas espejo, descubiertas en la década de los 90 por el neurobiólogo Rizolatti. "Se activan cuando una persona ejecuta una acción y también cuando esta persona observa esa misma acción ejecutada por otro individuo. Y, por si fuera poco, se activan también cuando leemos, lo que nos permite ponernos en la piel de otro, vivir lo que vive y sentir lo que siente". Lo dice, nos lo dice, porque "dada la importancia que tiene para una niña o un niño migrante comprender la cultura de acogida —y, al revés, por supuesto, la importancia de la criatura de la tierra de acogida para entender las costumbres de quien viene de fuera—, la literatura es una forma maravillosa que permite ese intercambio y que debería facilitar la comprensión, la tolerancia, la adaptación y la integración".

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Lienas, que además de escritora es y diputada en el Parlament de Catalunya, es la madre de Carlota, un personaje que nació para una sola novela pero que, de color en color, le ha permitido abordar varios asuntos y discriminaciones y llegar al público adolescente. Así, El diario naranja de Carlota, se ocupa de la inmigración y los derechos humanos. En cuya Declaración Universal, artículo 13, podemos leer:

1. Toda persona tiene derecho a circular libremente y a elegir su residencia en el territorio de un Estado.

2. Toda persona tiene derecho a salir de cualquier país, incluso del propio, y a regresar a su país.

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