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Cultura

Rodrigo Díaz de Vivar, emprendedor de éxito

El escritor Arturo Pérez-Reverte.

"Este libro es un manual de liderazgo. Justamente yo quería que le fuera útil a un empresario de Toshiba. O de Rank Xerox o La Vanguardia", contestaba Arturo Pérez-Reverte (Cartagena, 1951) a un redactor de ese periódico, hablando de su último libro. Y su último libro no está ambientado en la planta número 30 de una alta torre de Madrid, ni se trataba de la biografía novelada de algún Steve Jobs, ni era tampoco un sui generis libro de autoayuda. Su último título es Sidi (Alfaguara), una novela que recupera lo narrado en la primera parte del Cantar de Mio Cid Cantar de Mio Cidy podría ser la origin story de Rodrigo Díaz de Vivar. La historia de cómo un infanzón escala puestos en las élites militares para acabar convirtiéndose en leyenda. Más que una gesta épica, más que la creación de un héroe español, esta es la historia de superación personal de un hombre hecho a sí mismo. Y no parece haber fracaso tampoco en esta empresa: en sus primeros cinco días en librerías, Sidi vendió 25.000 ejemplares, según la editorial. 

No es, claro, el único elemento ajeno al cantar de gesta que introduce el escritor en su cóctel. El escritor de novelas de aventuras que es —creador de Alatriste, de El club Dumas y de La tabla de Flandes, entre otras obras del género— ha tirado del western para construir esta narración que subtitula Un relato de frontera. Sidi dibuja una tierra despoblada, baldía, en la que los "colonos" cristianos disputan cada palmo de tierra a los pobladores árabes. "Que no vieras moros no significaba que ellos no te vieran a ti", advierte en un momento el narrador, algo que bien habría podido decir Silver Kane sobre los pieles rojas. En un paisaje salpicado aquí y allá de menguadas fortalezas, el Cid y sus hombres son contratados por los poderosos de las ciudades para dar caza a estos comanches árabes. El mismo autor dice que se propuso contar el Cid como cree que lo hubiera hecho John Ford. Su Rodrigo es, eso sí, un poco más sucio y violento que el John Wayne de Centauros del desierto.  

Pérez-Reverte incluye también un golpe de novela militar. Reportero de guerra durante dos décadas —un pasado del que no parece poder ni querer desprenderse— y autor de libros como Territorio comanche, el escritor no olvida que el Cid es el comandante de un pequeño ejército. Sidi se detiene con gusto en la descripción de batallas, ya sean reyertas en la montaña o enfrentamientos entre grandes ejércitos a campo abierto, y su autor celebra una vez más la gloria de la disciplina castrense y su camaradería. "Ahí acaban de morir dos millares de hombres valientes vuestros y míos", contesta a Berenguer Remont, conde de Barcelona y verdadero villano de la historia, por muy cristiano que sea. "Tenían hijos, mujeres, padres que en este momento los esperan y aún no saben que están muertos... Moros o cristianos, todos merecen nuestro respeto". Porque, como en las narraciones militares clásicas, aquí el enemigo no es verdaderamente el enemigo, a quien se le reconoce el valor del guerrero. El enemigo es el cobarde, el engreído, el que desprecia los códigos de honor de los soldados. 

Así que Rodrigo Díaz de Vivar es un astuto cazarrecompensas, un curtido militar y un hombre de honor, pero ante todo —y volvemos al principio— un verdadero líder. "Como digo", continuaba Pérez-Reverte en la mencionada entrevista, "se trata de explicar cómo manejas a los hombres. Cómo consigues que tu empresa, en el sentido amplio e histórico, tenga buena imagen en el exterior". Y, como líder, el Cid da sus discursos motivacionales. "Habéis unido vuestro destino al mío, y eso me ata con una deuda que no pagarían los tesoros de Arabia…", dice a sus hombres. "Pero algo puedo prometeros. Vamos a combatir esta y otras veces y cristianos y agarenos oirán hablar mucho de nostros. Os doy mi palabra". Y también encuentra tiempo para ofrecer ciertas perlas sobre emprendimiento: "El arte del mando era tratar con la naturaleza humana, y él había dedicado su vida a aprenderlo. Pagando por cada lección".

El filólogo Alberto Montaner está el primero en la lista de agradecimientos del novelista, y a él está también dedicado el libro. No le debe poco: fue el responsable de la edición crítica de Cantar de Mio Cid publicada por la Real Academia Española, de la que Pérez-Reverte también forma parte. Allí, el filólogo Francisco Rico hablaba ya de la gesta como "un canto de frontera", y la presentación a cargo de Montaner planteaba: "Si hay un poema épico que canta el triunfo del esfuerzo personal, ése es, sin la menor duda, el Cantar de Mio Cid". Rodrigo Díaz, eso sí, tiene anclajes morales más fuertes que los héroes empresariales: sigue pagando la quinta parte del botín a su rey, Alfonso VI, que le ha desterrado. Con todo, se permite ciertas tretas que le alejan del código ético indestructible de los héroes clásicos: no duda en dejar avanzar a los invasores africanos, aunque eso suponga la muerte para los cristianos que encuentren en su camino, con el fin de que cuando sus hombres les den caza tengan un botín mayor que repartirse. Tampoco tiene remordimientos por estafar a dos prestamistas judíos, ni por ponerse a las órdenes de los antes enemigos, como es el caso de su servicio a Mutamán, señor de la taifa de Zaragoza. 

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Aclara Pérez-Reverte al inicio de la novela que Sidi es "un relato de ficción" en el que se combinan "historia, leyenda e imaginación". Y prefacia el libro con una cita de La leyenda del Cid, de José de Zorilla, la primera versión de ls gestas del héroe que el escritor tuvo en sus manos. De esta manera, se inserta en una genealogía de reinvenciones del Campeador: "Hay muchos Ruy Díaz en la tradición española", dice, "y éste es el mío". Quizás por eso no duda en insertar en su relato los grandes éxitos del Cid. Ahí está el episodio en el que los burgaleses se niegan a darle cobijo tras su destierro por temor a las represalias del rey, y la respuesta de este, que en vez de atacar a quienes le desprecian, entiende noblemente su miedo, episodio reimaginado por Manuel Machado en 1900: "Calla la niña y llora sin gemido.../ Un sollozo infantil cruza la escuadra/ de feroces guerreros,/ y una voz inflexible grita: —¡En marcha!".

Aparece también la conversación con Berenguer Remont, ya vencido, en la que el Cid logra que este rompa una huelga de hambre que mantiene desde hace tres días. Pero aquí Pérez-Reverte se desvía del original. En el cantar de gesta, Rodrigo consigue que el conde de Barcelona cambie su desprecio —llama a los hombres del Campeador "malcalçados"— por respeto y acepte las viandas que este le ofrece. Lo hace mediante buenas palabras y, sobre todo, con un gesto noble: la promesa de su liberación, una decisión que parece ser más de un gran señor que de un forajido. En Sidi, Ruy Díaz lo logra tras una larga conversación ligeramente anticlimática, y con un as en la manga: el caballero obliga al conde a firmar un documento en el que se compromete a ceder sus tierras de Monzón y Almenar. Porque en Sidi, el Cid no es solo un cowboy con principios ni es solo un honorable héroe militar. El Cid es un hombre de negocios. Y si en el cantar de gesta el conde acaba exclamando con alegría "¡De voluntad de grado!", en Sidi termina mascullando: "Hijo de puta". 

 

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