ORGULLO 2025

Dos décadas de matrimonio LGTBIQ+: "Hay que recordar de dónde venimos porque el odio quiere venganza"

El entonces secretario de Movimientos Sociales del PSOE, Pedro Zerolo, y la portavoz del área de Transexuales de la FELGT, Carla Antonelli, celebran en la puerta del Congreso de los Diputados, acompañados de integrantes de diversos colectivos de gays y lesbianas, la aprobación de la ley de matrimonio homosexual.

Hace ahora veinte años, Boti García Rodrigo acababa de participar en uno de los incontables actos que en aquel momento llenaban su agenda. El propósito: sembrar conciencia social. Ya no parecía descabellado, ni siquiera una demanda residual del colectivo, ni mucho menos un capricho de cuatro activistas: conseguir el matrimonio igualitario era por fin una cuestión de derechos humanos. "Volvía de aquella intervención con Beatriz [Gimeno] y cogimos un taxi. En la radio, contaban que seguían las negociaciones. El taxista, sin conocernos de nada, se volvió hacia nosotras e hizo un comentario: ‘Que se lo den ya, si eso no le va a quitar nada a nadie’. Ahí nos dimos cuenta de que teníamos la batalla ganada".

García Rodrigo recuerda con total nitidez el trabajo que precedió a la ley que cumple hoy dos décadas, las negociaciones que la posibilitaron, la violenta oposición en las calles y el respiro de alivio que llegaría después. Lo hace con generosidad y lucidez, convencida de que los pasos andados no son nunca una virtud individual, sino el fruto de la fuerza colectiva. Así lo aprendió desde el activismo de base, la puerta de entrada de cualquier derecho, el único camino para construir un futuro habitable.

En el plano político daba la batalla Carla Antonelli, militante del Partido Socialista desde finales de los noventa. "Con el matrimonio, la clave estaba en reformar el Código Civil. No era necesario reinventar la pólvora. Bastaba con adaptar algunos conceptos en el articulado", cuenta la hoy senadora en su biografía La mujer volcán (Penguin Random House, 2024). El entonces ministro de Justicia, Juan Fernando López Aguilar, "dio el pistoletazo de salida un 30 de junio en el Congreso de los Diputados, donde convocó una rueda de prensa en la que anunció que la Moncloa trabajaba ya en una ley de matrimonio entre personas del mismo sexo. Algún runrún había habido antes, pero ahí comenzaron las grandes resistencias. Las primeras, dentro del propio Partido Socialista".

Por qué el matrimonio

"Siempre hubo debates internos", hilvana la senadora al otro lado del teléfono. "Había gente que no estaba de acuerdo, pero desde el momento en que [José Luis Rodríguez] Zapatero lo hizo suyo, incluso los que no estaban de acuerdo se convirtieron en los defensores más acérrimos del matrimonio".

Pero si el presidente socialista lo tuvo tan claro, fue porque otros empujaron primero. "Sabíamos lo que queríamos y teníamos las ideas muy claras", presume García Rodrigo. En su defensa del matrimonio desde el activismo de base, especialmente en el seno de la Federación Estatal LGTBIQ+, optaron por sacar a relucir, sencillamente, el matrimonio como una cuestión de derechos. "En aquel momento la idea de igualdad se encarnaba mediante el matrimonio", así que quienes peleaban en la trinchera del activismo social tejieron un "discurso de dignidad e igualdad". La idea era bien sencilla: "Somos vuestros profesores, vuestros taxistas, vuestros vecinos, estamos en todas partes, pero no tenemos los mismos derechos", rememora hoy la activista. 

Pero al principio ella y sus compañeros pelearon en total soledad: "El activismo estaba solo. El matrimonio surgió de nuestra necesidad, fue una exigencia de nuestra realidad, pero nos dimos cuenta de que estábamos solas y tuvimos que buscar aliados". En esa búsqueda encontraron con una mano amiga. Para Antonelli, hoy senadora por Más Madrid, la defensa del matrimonio igualitario era una una prioridad por el simple hecho de que estaba prohibido, una línea roja que categorizaba a una parte de la población como ciudadanos de segunda. "Había que exigir y perseguir el derecho al matrimonio, también para decidir no casarte", asiente. 

El contexto histórico, además, revestía a la demanda de un significado muy concreto: durante años, las parejas homosexuales que se habían acompañado de por vida, muchas veces al margen de sus familias, se veían sin nada cuando el otro fallecía. "Había familias que no se hablaban, pero cuando morían llegaban como aves de rapiña para llevárselo todo, dejando a la pareja tirada en la calle", recuerda Antonelli, "esto pasó una y otra vez". Conseguir entrar en la institución del matrimonio era también un mandato de los que se quedaron por el camino.

Las cruces al sol y el odio en los ojos

Mientras el activismo y la política institucional se daban la mano para integrar el matrimonio igualitario como una cuestión de derechos humanos, la reacción empezó a brotar en las calles. "Siempre hay que pelearlo todo. Y así lo hicimos. Hubo una evolución de pensamiento muy importante, con debates públicos, información, mucha pedagogía y también conflicto", rememora Antonelli.

El ruido llegó fundamentalmente de un sector clave: la iglesia. "El Foro de la Familia no tardó en sacar a medio millón de personas a la calle", reseña la senadora. Afilaron las garras y no dudaron en difundir "los discursos más retrógrados" para impedir el avance de la ley. Aquella manifestación recorrió Madrid un caluroso mes de junio de 2005. Sujetando las pancartas, no sólo estaban algunos de los más reconocibles líderes religiosos, como el cardenal Antonio María Rouco Varela, sino también representantes políticos como el entonces secretario general del Partido Popular, Ángel Acebes. La iglesia y la derecha se daban la mano para escenificar una de las mayores oposiciones a los derechos humanos.

"Todavía me acuerdo. Obispos vociferantes sudando en las calles de Madrid, con las cruces al sol y el odio en los ojos. Vociferando contra nuestros derechos y contra nuestra familia", recuerda García Rodrigo. "No salieron contra la guerra, ni contra el hambre, pero sí contra esto", completa Antonelli.

Meses antes de aquella expresión de odio, el Consejo General del Poder Judicial (CGPJ) aprobaba su estudio jurídico sobre el proyecto normativo y no sólo expresaba su rechazo a la futura ley, sino que una primera versión comparaba el matrimonio igualitario con "la unión entre un hombre y un animal". La referencia fue finalmente suprimida, pero el dictamen definitivo mantuvo el rechazo al matrimonio entre personas del mismo sexo.

El Partido Popular pasó entonces a la ofensiva, esta vez en el plano institucional. En primavera, organizó una comisión de expertos en la Cámara Alta, donde compareció el catedrático Aquilino Polaino, célebre por identificar la homosexualidad como una patología. Hoy sigue siendo señalado por quienes denuncian las terapias de conversión. 

Los aplausos de una sociedad decente

A pesar de la oposición, la ley aterrizó en las Cortes Generales y lo hizo a las puertas del Orgullo. "Una sociedad decente es la que no humilla a sus miembros". Con estas palabras clausuraba José Luis Rodríguez Zapatero el debate parlamentario en torno a la norma. La Cámara Baja daría luz verde a la iniciativa después de una segunda votación y con el apoyo de 187 votos a favor, incluido el de la diputada conservadora Celia Villalobos. En el extremo opuesto se encontraba el Partido Popular y la entonces Unió Democràtica de Catalunya: juntos sumaron 147 votos en contra. La votación definitiva fue un 30 de junio de hace ahora veinte años

"Advirtieron que se iba a proceder al recuento y rogaron a los señores invitados que se abstuvieran de aplaudir y alborotar", rememora hoy García Rodrigo. En la tribuna de invitados, contenía el aliento momentos antes de vislumbrar el cómputo final. "Pero cuando vimos que se aprobó, aplaudimos y alborotamos. Nosotras aplaudimos desde arriba hacia abajo, a los parlamentarios, y ellos de abajo hacia arriba. Los ujieres que nos tenían que haber expulsado, también aplaudieron".

Tan sólo dos meses después, a finales de septiembre, medio centenar de diputados conservadores presentaron un recurso ante el Tribunal Constitucional. No fue resuelto hasta siete años después. Con ocho votos a favor de la reforma y sólo tres en contra, la formación conservadora perdía la batalla. Desde entonces, un total de 75.561 personas del mismo sexo se han dado el sí quiero, según los datos recogidos por el Instituto Nacional de Estadística (INE). García Rodrigo y Beatriz Gimeno fueron de las primeras. "En cuanto salió la ley, todos nuestros amigos gais se casaron. Beatriz y yo nos reíamos. Pero no había tantas mujeres conocidas que lo hicieran. Entonces [Pedro] Zerolo nos dijo: 'Ya está bien que nos casemos todos los maricones, ustedes tienen que casarse". Lo hicieron un 5 de noviembre de hace veinte años. "Lo recuerdo como una de las mayores emociones de mi vida", comparte la activista. En el año 2018, por primera vez se registraron más enlaces de parejas lesbianas que de varones homosexuales.

Durante más de veinte años, García Rodrigo observó los rostros detrás de los números desde su atalaya en la cuarta planta del Registro Civil de Madrid, donde trabajaba. "Me bajaba a la primera planta para ver qué gente había haciendo cola. En la primera oleada había mucha gente mayor, parejas que llevaban toda la vida juntos. Pero era poca gente y el resto les miraba como a bichos raros. Luego fui viendo cómo cambiaba el aire: ya eran más y ya hablaban con ellos". Habían conseguido la normalización, ni más ni menos.

Más allá del matrimonio

Daniel Valero tenía diez años cuando aquellos aplausos fueron televisados en los telediarios. El contexto entonces, observa, era "tremendamente distinto" al de hoy. Es casi una obligación para los activistas de su generación "reconocer a quienes lo pelearon y escucharles" porque fueron capaces de sembrar debate y dar visibilidad al colectivo: "Fue necesario para muchos".

"La oposición a la Ley Trans me recuerda a la del matrimonio igualitario, pero ahora tampoco habrá ninguna catástrofe"

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A partir de aquí, el escritor y activista arma un argumento alrededor del imperativo de mirar hacia nuevos horizontes. "Es peligroso entrar en el bucle de celebrar todo el tiempo este paso como un hito y que eso impida que tengamos unos objetivos más ambiciosos", asiente. No es, en realidad, una reflexión propia de su generación, sino que el debate ya emergió con los primeros pasos del movimiento de base. El Front d'Alliberament Gai de Catalunya, matriz de la lucha en la calle tras la muerte del dictador, ya pedía entre sus principios fundacionales "la abolición del matrimonio y que el Estado no tuviera nada que decir en la forma en la que nos relacionamos". Una parte del feminismo y las disidencias sexuales han mantenido tradicionalmente un discurso crítico con el matrimonio y la familia como instituciones violentas, pero además el propio movimiento queer abrió discusiones profundas en torno a esta cuestión. En este artículo de 2009, Beatriz Gimeno aborda elementos clave en el debate, como la tensión entre emancipación y asimilación, además de las contradicciones en torno a reivindicar lo que fue una victoria simbólica sin caer en la trampa de apuntalar una estructura opresiva.

"No hay que olvidar que el matrimonio es una institución que prácticamente te chantajea a entrar en ella", así que el debate ahora "tiene que estar en otras partes, como el discurso de odio y el retroceso en derechos", sostiene Valero. Una cosa, añade, es agradecer la "lucha histórica de quienes se dejaron la piel para tener mayor visibilidad" y otra cosa es "regodearnos en algo que pasó hace veinte años como excusa de que está todo hecho".

Porque no todo está hecho. También lo cree así Carla Antonelli. "Hay que recordar lo que costó y de dónde venimos, porque el presente nos está diciendo que a la que nos descuidamos, vienen con un plan de venganza. Quieren ajustar viejas cuentas de derrotas infligidas a su ideario", comparte la senadora. Así que ahora, añade, "toca seguir caminando".

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