Pasaje Begoña, la cuna de los derechos LGTBI en la España franquista que en 2023 hay que seguir reivindicando

Bar La Sirena. Foto de Ramón Cadenas.

Patricia Godino

La libertad siempre encuentra grietas por la que colarse. En tiempos reaccionarios, conviene recordarlo. También conviene no olvidar que, por consolidados que parezcan, es necesario seguir reivindicando los derechos alcanzados. La Historia, ya se sabe, nunca avanza de forma lineal.

El rosario de instituciones en las que la ultraderecha está haciendo valer su discurso gracias al espacio que le ha cedido el Partido Popular en sus pactos tras el 28M es el ejemplo más evidente de su concepción de la vida: egoísta, intolerante, miope, rancia, apolillada, carca y peligrosa, un calco de la España gris en la que andan instalados sus representantes políticos.  

Pero en la España de Franco, en los años 60, hubo algunas bolsas de oxígeno, algunos rincones de la Costa del Sol donde el colectivo LGTBI pudo ser al margen de prejuicios. Cuando Torremolinos no era todavía municipio independiente sino una barriada de pescadores de Málaga, de moragas en barquitas reposadas en la arena de la playa y viejos trenzando esparto frente a fachadas encaladas que ya convivía en sus calles con turistas de toda Europa atraídos por el microclima local, un céntrico callejón con forma de L se convirtió desde 1962 a 1971 en una zona de ambiente, único en la península y prácticamente pionero en el continente.

Era el tiempo en el que el código penal del franquismo amparaba la persecución de las relaciones entre personas del mismo sexo, en virtud de la Ley de Peligrosidad y Rehabilitación Social, normativa que acabó llevándose a la práctica en la fatídica noche del 24 de junio de 1971, con la detención de unas 300 personas en lo que fue uno de los episodios más negros contra la libertad de las personas del siglo pasado.

Hablamos del Pasaje Begoña, unos pocos metros de calle, no más, en los que florecieron hasta medio centenar de bares, salas y pubs como escaparate y refugio para gaIs, lesbianas, bisexuales, transexuales y transformistas de la época en lo que hoy se distingue como el espacio que sirvió de cuna de los derechos del colectivo en toda Europa.

Así lo reconoció por unanimidad el Parlamento de Andalucía en mayo de 2018, así lo entendió también el Congreso de los Diputados en febrero de 2019 con la declaración como Lugar de Memoria Histórica y cuna de los derechos y libertades LGTBI en España, así se reconoce como miembro de la Coalición internacional de Sitios de Conciencia y así lo atestigua su hermanamiento con el mítico Stonewall, aquel pub gay del Greenwich Village, conocido internacionalmente, en el que, en la madrugada del 28 de junio de 1969, se produjo una redada que derivó en los célebres disturbios que dieron luz al movimiento de liberación LGTBI de Estados Unidos.

Pero el episodio de Pasaje Begoña no ha tenido el mismo impacto mediático que aquel de Nueva York. Aunque con esfuerzo empieza a corregirse. Su trascendencia se ha estudiado en trabajos académicos de calado como El Pasaje Begoña en la memoria LGTBI+. Libertad y represión de la sexualidad en Torremolinos durante el franquismo (1962-1971), un estudio impulsado por la Consejería de Igualdad y Políticas Sociales de la Junta de Andalucía, en colaboración con la Universidad Pablo Olavide, que va ya por su tercera edición y puesto en marcha gracias al empeño de la Asociación Pasaje Begoña.

La asociación que dirige Jorge Pérez García impulsa desde 2018 la reivindicación del peso histórico de este enclave en el despertar a los derechos del colectivo y su ejemplo como respeto a la diversidad que, en cierto modo, se dio al abrigo del aperturismo que surgió en la Costa del Sol por la confluencia de estrellas de Hollywood, la moda y la jet set donde, por ejemplo, Marlon Brando alternaba con Ava Gardner, Grace Kelly con Rainiero de Mónaco, las folclóricas con los paparazzis y los intelectuales más respetados con miembros de la realeza. Al fin, era una convivencia alegre y desacomplejada con el savoir faire en la que muchos españoles pudieron salir del armario, hasta entonces a prueba de miradas desde detrás del visillo.

En esa atmósfera hicieron fortuna locales míticos de la emergente cultura homosexual con nombres exóticos que remitían a una destinos lejos de la rigidez del nacionalcatolicismo: el Tony’s, el primer bar gay de España abierto en septiembre de 1962; hasta el Pourquoi Pas?, el primero de lesbianas abierto por la alemana Frau Marion; el Le Fiacre, con sus jaulas donde bailaban gogós de movimientos increíbles; La Boquilla, donde Brian Epstein, el famoso quinto beatle y el manager del grupo, alternaba con unos y otros; o La Sirena, esa barra siempre frecuentada por guapos y guapas con lentejuelas y bronceados envidiables a los que siempre se les hacía de día. Por La Sirena paraban Helmut Berger, abiertamente bisexual e icono del cine para Visconti, o Amanda Lear, la modelo, cantante y actriz que sirvió de musa para Dalí antes de ser novia un tiempo de David Bowie. Torremolinos apuntaba maneras desde décadas atrás y en los años 30 asistió al primer topless que se tiene documentado, el de Gala Dalí.

Y por supuesto, en el Pasaje Begoña un imprescindible era el bar de Pia Beck, la neerlandesa considerada la mejor pianista de jazz del mundo que se asentó en Torremolinos en 1965 y abrió el Blue Note, junto a su novia, Marga Samsonowski, tras recorrer de punta a punta Estados Unidos tocando en los mejores teatros y festivales y haciendo siempre frente a la ola conservadora que entonces lideraba la activista Anita Bryant y hoy sus herederos, con Donald Trump a la cabeza.

El ejemplo de Pia dio pie, de hecho, a la celebración del Orgullo en Países Bajos, su nombre bautiza un puente en Amsterdam e inspira hoy la labor de la Asociación Pasaje Begoña, que también ha logrado que en el año 2022 este lugar fuese nominado por la Casa de la Historia Europea del Parlamento Europeo como candidato a Sitio Europeo de la Democracia como exponente los valores que alumbraron la Unión Europea: el respeto de la diversidad y la dignidad humana, la libertad, la tolerancia, la justicia social y el rechazo a cualquier tipo de discriminación. Valores que hoy vemos amenazados en las democracias liberales de todos los estados con discursos involucionistas exentos de memoria.

En la vocación de la asociación está precisamente rescatar un capítulo de nuestra historia reciente sepultado en las crónicas oficiales que ha inspirado a creadores de todos los ámbitos y que llevaron al audiovisual en este cortometraje de animación. El estudio, firmado por Rafael Cáceres Feria, José María Valcuende del Río, Juan Carlos Parrilla Molina y el propio Pérez García, profundiza, entre otros enfoques, en la doble victimización del colectivo gay.

“En el proceso de reivindicación de la memoria de los represaliados políticos han jugado un papel importante los familiares de las víctimas. En cambio, no ha ocurrido así con los disidentes sexuales, ya que, con frecuencia, las familias se avergüenzan y los ocultan. Esta situación de indefensión de las minorías sexuales represaliadas las convierte en víctimas por partida doble: por la violencia sufrida y por el olvido al que se ven sometidas”.

Y continúa: “Para estas personas, el paso por comisarías y cárceles no sirvió para expiar sus culpas, ya que su estigma no se eliminaba al salir a la calle. Muchos debieron soportar la presión de su entorno y, para poder vivir con dignidad, se vieron obligados a abandonar su tierra y a sus gentes y convertirse en exiliados sexuales. El fin de la Dictadura no supuso el inicio inmediato de un proceso de denuncia de la situación vivida por los disidentes sexuales durante el franquismo. La lucha del recién surgido movimiento LGTBI+ español se centró en eliminar las leyes franquistas que siguieron en vigor durante la etapa de la transición hasta entrados los años 90 del siglo XX, pero dejó de lado la recuperación de la memoria LGTBI+”.

De hecho, hay muchos lugares de memoria LGTBI al que sólo ahora empezamos a conocer su singularidad en la época. Uno de ellos es el Dragón rojo, en Marbella, cuyas historia ha sido rescatada por el periodista Miguel Ángel Parra, autor de Miss Dragón rojo, la historia real de unas fiestas semiclandestinas celebradas en Marbella en los últimos años de la dictadura que se ha alzado con I Premio de Literatura Diversa 2023, una iniciativa organizada por Editorial siete islas, MADO (Madrid Orgullo), el Festival Cultural de Madrid Orgullo Muestra y la propia Asociación Pasaje Begoña y que recibió el pasado jueves de manos de la mítica Manolita Chen.

Parra, que presenta la novela en el Alcázar de Sevilla el próximo martes (20.30h), retrata las circunstancias que favorecieron esa cierta relajación en la Marbella de finales del franquismo en la que este bar sirvió de punto de encuentro para personajes como esa pareja imposible que fue Carmen Sevilla y Luis Mariano, los diseñadores de moda del momento, las suecas que enseñaron a las marbellíes a ponerse sus primeros biquinis, esos obreros de la construcción llegados de los pueblos de interior como mano de obra necesaria para construir la Marbella del desarrollismo urbanístico y también todos esos mariquitas que no podían serlo en sus círculos familiares.

El bar sirvió, cada temporada, como escenario de los concursos de Miss Dragón Rojo, en el que los travestis de la época competían por la corona, en lo que podría ser el germen de la cultura de los desfiles ballroom de los drags neoyorquinos en los 80, que retrata la serie Pose. Como ocurrió durante una década con Pasaje Begoña, en el Dragón rojo, cuenta Parra, “se sabían en el alambre, era un bar de ambiente, y según la ley ser gay estaba prohibido pero aquí la policía y las autoridades hacían la vista gorda”. Entre otras cosas, porque en esos desfiles, por ejemplo, llegaron a competir protegidos de la alta sociedad como, por ejemplo, el mayordomo de Rudolf Graf von Schönburg, el conde Rudi, figura clave para entender la historia de la ciudad en su condición de mano derecha de príncipe Alfonso de Hohenlohe, hacedor del cosmos social marbellí de aquellos años.

El Dragón rojo, de hecho, tuvo cómplices hasta en el clero, pues el cura Rodrigo Bocanegra, como confesor de Carmen Polo, intercedió en el mismo Pardo en causas que creía justas como la creación de una fábrica de esparto para las mujeres de la época. O dando solución a aquellas peticiones que resolvía en virtud de sus buenas relaciones con el poder que les hacían llegar toda esa parroquia que se daba cita en un bar que tenía de estrellas a la Toñi y la Tanque, pioneros del travestismo costasoleño, o todos esos gaIs que integraban Los Mariposos, el inverosímil equipo de fútbol que se retaba, semana a semana, con el equipo de los Machotes, integrado por los policías locales de este municipio siempre en la picota.

La novela está ambientada en 1973, dos años después de aquella redada en Torremolinos de 1971. Tras la intervención policial, muchos de esos locales fueron multados con hasta 20 mil pesetas, una veintena fueron clausurados y la mayoría echaron el cierre para siempre, desplazándose afluencia de turismo gay en parte a Marbella, a Sitges, a Maspalomas y, sobre todo, a Ibiza, entonces con un turismo en ciernes.

La imagen fue atroz. Cientos de unidades de la policía venidas de toda la provincia se fajaron esa noche de San Juan. “La autoridad está dispuesta a que se mantenga un Torremolinos alegre y ligero, que lo será tanto para el común de las personas y de las familias nacionales y extranjeras que nos visitan, cuanto en mayor medida se vea liberado de ciertos factores de procacidad”. Así quedó reflejado esta intervención policial en la nota que la Comisaría General de Málaga, bajo la denominación de atentado contra la moralidad pública, emitió en relación al servicio efectuado la noche anterior.

Los medios despacharon el asunto como una intervención dentro del “plan gubernamental para el saneamiento y clarificación en los medios de raro ambiente”, como refleja el artículo Redada en el Pasaje Begoña en Vanity Fair. La operación policial dejó heridas, recelos y el apagón a esa vida alegre que reinaba desde entonces. Torremolinos perdió el fulgor, el colectivo tuvo que esconderse de nuevo o huir y, su turismo entró en decadencia. La semilla plantada aquella década era poderosa. Con la llegada de la democracia, el ambiente se recuperó y hoy su Orgullo es uno de los motores económicos del municipio con un negocio de hasta 88 millones de euros y servir de espacio de libertad, su mejor carta de presentación ante el mundo.

Con cerca de 70 mil habitantes censados y el doble o más en verano, Torremolinos ha presentado su candidatura para el Europride 2027 y todos los años celebra festivales como el Mad Bear en agosto, el Winter Fest o la Gala Drag.

El PP reivindica el Orgullo LGTBI mientras cede derechos del colectivo en sus pactos con Vox

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El pasado 28M, el Partido Popular revalidó el gobierno municipal encabezado por Margarita del Cid, después de que llegase a la alcaldía tras una moción de censura en diciembre de 2021 apoyada por Vox, Ciudadanos y dos concejales no adscritos, en una operación que desbancó al PSOE del poder. Tras estas municipales, Del Cid ya gobierna con mayoría absoluta un ayuntamiento del Partido Popular que en todas sus comunicaciones públicas no pierde la oportunidad de colocar el arcoíris en sus soportes y reinvindicar la tolerancia y la libertad de su ciudad en sus discursos.

La ultraderecha, socio del PP en el gobierno autonómico de Castilla y León o en el ayuntamiento valenciano de Náquera, por ejemplo, repudia estos símbolos.

La coherencia, apuntan los analistas políticos, es el eje de la campaña del 23J.

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