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Cambio climático

¿Amenaza el ascenso de la extrema derecha en Europa la acción climática?

La presidenta del antiguo Frente Nacional francés, Marine Le Pen, junto al ultraderechista neerlandés Geert Wilders, en el Parlamento Europeo.

Este jueves 23 de mayo dieron comienzo las elecciones al Parlamento Europeo de 2019, que se alargarán hasta el domingo 26, la fecha de los comicios en España coincidiendo con las autonómicas y las municipales. Más de 500 millones de personas están llamadas a decidir la nueva configuración de la Eurocámara y sus 751 escaños, y por ende el rumbo del club comunitario. En ese posible viraje, todos los focos están puestos en la acción climática que se impulse desde los despachos de Bruselas. En meses de agitación y reivindicaciones sociales que piden abordar con mucha más ambición la crisis climática, la extrema derecha, euroescéptica y negacionista del cambio climático, ocupará buena parte del nuevo Europarlamento. Los expertos, sin embargo, no creen que vaya a suponer un lastre para la mejora de las metas de reducción de emisiones y de transición ecológica de la Unión Europea. El problema, en realidad, puede venir de las posiciones moderadas, del business as usual: una expresión del mundo de los negocios relativa a seguir, siempre, el mismo método. En este contexto, se refiere a abordar el calentamiento global sin tocar ningún espacio de poder, sin cambiar lo que siempre se ha hecho y que, a todas luces, resulta insuficiente.

Un tercio del Parlamento Europeo, según las encuestas, puede estar ocupado por formaciones euroescépticas. La mayoría de esos euroescépticos son de extrema derecha, aunque hay excepciones, como el Movimiento 5 Estrellas, concienciado con los problemas ambientales y gobernando Italia junto a la Liga de Salvini. La extrema derecha, casi por definición, niega total o parcialmente el cambio climático. No suelen sacarlo mucho a escena porque no les sirve de nada para su discurso identitario: si hay algo que no entiende de fronteras es la atmósfera. Pero cuando les obligan a posicionarse, se revuelven. La candidata de Vox a la Comunidad de Madrid, Rocío Monasterio, se refirió al desafío como “camelo climático”, ignorando cualquier evidencia científica y el sentido común. Es prácticamente la única declaración de la formación ultraderechista al respecto.

Sus amigos europeos, más de lo mismo. Un estudio de marzo de 2019 de Adelphi, una consultora medioambiental danesa, constató que la práctica totalidad de los programas de las formaciones populistas y ultraderechistas del continente “rara vez incluyen políticas climáticas y, si las incluyen, están subdesarrolladas”. La posición de estos partidos, a veces, suele pasar por crear marcos ideológicos “para justificar la inacción”: alertando sobre el decrecimiento económico que supuestamente acarreará el abordaje de la emergencia climática, o simplemente, asegurando que prefieren prestar atención solo a los “homeland affairs”, los asuntos exclusivos del país.

El informe analiza todas las votaciones en el Parlamento Europeo de asuntos relativos al cambio climático (implantación de energías renovables, recorte de emisiones en sectores económicos, transición energética…) desde la firma del Acuerdo de París (noviembre de 2015) hasta la actualidad. En líneas generales, los partidos de extrema derecha votan en contra de la mayoría de propuestas, pero, al contrario de lo que se suele pensar, no son un bloque homogéneo. Eso sí, los más conocidos e influyentes no defraudan. Alternativa por Alemania, el islamófobo Partido por la Libertad del neerlandés Geert Wilders y UKIP, los británicos liderados por el pro-Brexit Nigel Farage, se han opuesto al 100% de las proposiciones. La formación italiana Lega, del vicepresidente italiano Matteo Salvini, se ha opuesto al 92%, seguidos por el 77% de Agrupación Nacional, el partido de extrema derecha de Francia, antes conocidos como Frente Nacional.

Sin embargo, el Fidesz del presidente húngaro Viktor Orban, a punto de ser expulsado del Partido Popular Europeo por sus tendencias nacionalistas y autoritarias, ha apoyado la mayoría de las propuestas. Y Orden y Justicia, de Lituania, las ha apoyado todas. Y precisamente en estas diferencias está la clave: la extrema derecha, probablemente, no logre formar un bloque homogéneo y reaccionario tras las elecciones. Y aunque aumentará su presencia y su influencia, no lograrán trastocar el avance de la acción climática de la Unión Europea. No serán suficientes, salvo sorpresa.

“El momentum es demasiado grande como para que puedan pararlo”momentum, resume el activista de la ONG Europea Transport & Environment Carlos Calvo. Los partidos euroescépticos se unen, hasta ahora, en dos grupos: la Europa de la Libertad y la Democracia Directa (EFDD), liderada por Nigel Farage, y la Europa de la Libertad y las Naciones (ENF), de Salvini y Le Pen. Los dos bloques podrían sumar hasta 180 escaños, y es la intención de Salvini, que desde hace meses busca una unión para confrontar al establishment comunitario. Si lo consiguiese, sería el primer grupo de la cámara, dado el previsible declive de conservadores y socialdemócratas. Pero no parece probable, ya que hay diferencias irreconciliables. El PiS polaco, por ejemplo, no puede verse con los extremistas de Francia, dados los vínculos de los segundos con Rusia. Tampoco Orbán, puntualiza el politólogo experto en asuntos europeos Guillem Vidal. “Aún están lejos de formar un grupo homogéneo. Pero es un work in progresswork in progress”, advierte. Las desavenencias podrían ir limándose.

Los euroescépticos podrían ocupar entre un 20 y un 30% de los escaños de la cámara. Teniendo en cuenta que su objetivo final es debilitar la Unión Europea, no es una cifra desdeñable. Pero, opina Vidal, no afectará a la labor legislativa del Parlamento, que ejerce junto a la Comisión y el Consejo de la Unión Europea. “Afectará, sobre todo, teniendo en cuenta que el PPE y el SPD perderán la mayoría. Puede complicar las cosas a nivel europeo. Pero es una desestabilización relativa”, explica el politólogo. Los grupos, a diferencia de Parlamentos como el español, no pueden lanzar proposiciones de ley. Y la mayoría sigue siendo proclive a la descarbonización de la economía: eso sí, con distintos ritmos.

Hay mucho pescado por cortar en cuanto a la acción climática en la Unión Europea. El objetivo a largo plazo es un continente sin emisiones netas de CO2 en 2050. Para ello se establece, según el Marco sobre clima y energía, una reducción de “al menos” un 40% de las emisiones de gases de efecto invernadero (en relación con los niveles de 1990), un 32% de energía generada por renovables (recientemente revisado desde el 27% inicial), y un 27% de eficiencia energética. El tercero de los objetivos se revisará en 2020. El resto, en principio, se mantienen inalterables. Por ahora. Porque la intención de la UE, y lo que exigen los activistas climáticos, es que se suba progresivamente la exigencia de cara a dentro de una década. Para ello juega un papel esencial la Comisión Europea: más que el Parlamento.

La importancia de la Comisión Europea

El Ejecutivo comunitario es el que lleva la iniciativa legislativa. Una Comisión Europea fuerte aprieta las tuercas a los Estados miembro y favorece que los acuerdos que finalmente se alcancen junto al Europarlamento y el Consejo de la Unión Europea sean más ambiciosos. Es la encargada de poner cifras, propuestas y reformas sobre la mesa. Por lo que, defiende Calvo, una Comisión verde es más importante que un Parlamento Europeo verde. La configuración del nuevo Ejecutivo comunitario es un misterio, y más sobre la previsible fragmentación de la cámara a partir del domingo, pero es prácticamente seguro que la extrema derecha no formará parte: los conservadores europeos tienen muchos más reparos que los españoles para pactar con los ultras.

Calvo mantiene la esperanza de que, incluso, el escenario sea aún más favorable para la acción climática tras el domingo, comparado con la situación actual. “Es poco probable, pero si pactan liberales, verdes y socialistas, podría salir una Comisión más verde que la actual”, pronostica. A día de hoy, las encuestas no les dan los suficientes escaños. Sin embargo, para el activista, el verdadero problema tras las elecciones europeas es que todo siga igual. Que el Ejecutivo haga los mínimos esfuerzos para afrontar la crisis climática, lastrado por los poderes fácticos, los lobbies y “el funcionariado, que tiene mucho poder”, remarca.

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“La Comisión Europea se ha movido poco y tarde, y solo gracias a la presión ciudadana. La estrategia para 2050 dice que tendremos cero emisiones netas, se creará mucho empleo y todo será perfecto. Si lo creen de verdad, ¿por qué no hacemos nada para lograrlo en 2030? ¿Por qué no ahora?”, aseguraba la candidata de Los Verdes a presidir la Comisión, Ska Keller, en una entrevista con El País. La revisión de los objetivos es la asignatura de evaluación continua del Ejecutivo. Calvo, por su parte, no confía en los dos candidatos principales a liderar el club comunitario: Manfred Weber, del Partido Popular Europeo, y Frans Timmermans, actual vicepresidente de la Comisión.

El segundo, nada más iniciarse el mandato que está a punto de concluir, recibió el encargo de Juncker de revisar la Directiva Hábitats y la Directiva Aves, las dos principales normas comunitarias para proteger la biodiversidad y que en España dieron pie a la creación de la Red Natura 2000. Estas directivas, en ocasiones, son un freno para el crecimiento económico: imposibilitando construcciones y explotaciones en lugares protegidos, por ejemplo.

Timmermans recibió una presión casi unánime de las organizaciones ambientales para dejar las directivas tal y como estaban, exigentes. Y así acabó sucediendo, pero desde entonces, para algunos activistas ambientales, el candidato eurosocialista no es de fiar. El retroceso no es un escenario planteado, al menos por ahora: la falta de un avance suficiente, cuando ya no hay margen de ningún tipo, preocupa mucho más.

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