Cuentan las crónicas que, harto de los problemas que asolaban década tras década a los Balcanes, el primer ministro británico, Winston Churchill, pronunció una frase lapidaria que ha pasado a los anales de la historia: “Los Balcanes producen más historia de la que son capaces de consumir”. Más de 50 años después de la muerte del premier inglés, la región que concentra la inestabilidad en Europa es otra. Tanta que incluso Churchill, si siguiera vivo, podría decir: “Francia produce más crisis políticas de las que puede consumir”. Y es que el país se ha sumido desde las elecciones europeas de 2024 –que dieron la victoria a la extrema derecha de Rassemblement National (RN) y una dura derrota a la coalición del presidente, Emmanuel Macron– en una continua espiral autodestructiva. Y todo ello con un responsable que sobresale por encima de todos: el propio jefe del Estado.
Este lunes, Francia tiene preparado un nuevo episodio de una serie que ya lleva demasiadas temporadas. Hace una semana, el primer ministro francés, François Bayrou, desataba el enésimo terremoto político en el país galo anunciando, por sorpresa, que se sometería a una moción de confianza que pondría en riesgo la continuidad de su Ejecutivo. El movimiento se vio casi como una suerte de suicidio político, ya que ni Bayrou tiene el apoyo de la mayoría de la Cámara, ya de base, ni tampoco su propuesta de presupuestos –que ya le costó el puesto a su predecesor, Michel Barnier– está bien vista por parte del resto de grupos políticos.
De hecho, el propio Bayrou anticipaba, allá por diciembre del año pasado, que su estancia en Martignon no sería nada fácil. “Afrontamos un Himalaya de dificultades”, anticipó en su primer discurso en el cargo. Para ello, este veterano político centrista de 74 años puso en marcha una maquinaria de recortes sin precedentes, todo para frenar el déficit y así cumplir los objetivos marcados por la UE. Los números del proyecto eran pantagruélicos: 44.000 millones de euros en recortes de todo tipo, una congelación de todo el presupuesto, la eliminación de 3.000 empleos públicos y de dos días festivos. Un plan que, inmediatamente después de su anuncio, ya provocó protestas y disturbios en toda Francia.
Aun con todo, Bayrou se mantuvo firme ante unas reformas que, defendía, eran la única salida para el país. Pero, ¿realmente lo son? “A corto plazo, tiene razón en que son unos cambios necesarios, pero la suya no es una propuesta ni eficiente, ni eficaz, ni popular. Tampoco es realista, porque pretender vender a la población que hay que cumplir unos objetivos decididos a puerta cerrada en unos despachos del Eurogrupo, y esa no es la manera en la que se deberían hacer estas cosas. Eso sin contar que deberían empezar a plantearse que la austeridad no es una salida a cualquier tipo de crisis”, describe Miguel Ángel Ortiz, economista y experto en política francesa.
Esa impopularidad del paquete y la oposición al mismo por parte del resto de los grupos parlamentarios habían dejado a Bayrou entre la espada y la pared. O simplemente continuaba alargando la agonía hasta que la oposición le presentara una moción de censura a sus presupuestos o realizaba él el primer movimiento. Esta solución ha sido por la que ha optado finalmente el todavía primer ministro. “Con todo, Bayrou ha sido inteligente. Ha continuado con el discurso de Barnier de que no existe una alternativa a esos presupuestos y que es eso o la debacle del país. Sin embargo, esto no es del todo cierto porque la economía francesa es resiliente, puede aguantar sin presupuestos y sabe que la UE le transigirá mucho más de lo que haría con otros Estados miembro como Grecia en cuanto a déficit”, continúa el economista.
Una inestabilidad sin fin
Si, como parece, esta moción de confianza se convierte en la tumba de Bayrou, los números que dejará a sus espaldas Macron en lo que respecta a primeros ministros son tan preocupantes como faltos de precedentes. El presidente se presentó en las legislativas del año pasado como la única alternativa al caos reinante en Francia, dejando entrever que si ganaba RN o el Nuevo Frente Popular (NFP) podría llegar a haber una “guerra civil", pero la realidad le está quitando la razón, demostrando que lo que ha logrado es justo el efecto contrario.
El presidente ha nombrado, desde su última victoria electoral en 2022, un total de cuatro primeros ministros, los cuales se encuentran entre los más breves de la historia de la V República. La primera en ser nombrada fue Elisabeth Borne, cuyo mandato duró un año y siete meses, un periodo entonces considerado como corto pero que ahora parece una eternidad. La siguieron Gabriel Attal (siete meses) y el recordman absoluto, Barnier, cuya estancia en Martignon es la más corta de la historia con 99 días.
Ahora, si finalmente Bayrou cae, el político centrista habrá durado 269 días en el cargo, obligando a Macron a tener que elegir a su quinto primer ministro en tres años. Un ritmo que está llevando a Francia al desastre. “Él llegó al poder prometiendo un ‘ni de derechas, ni de izquierdas’, pero ha gobernado de forma vertical y unilateral. Su falta de diálogo ha provocado un divorcio total con la sociedad, generando con ello ingobernabilidad. Tanto es así que el 70% de los franceses dice no confiar ya en el presidente. Aun con todo, la responsabilidad está compartida: Macron ha elegido gobernar con decretos y sin diálogo mientras las élites políticas tradicionales no han sabido canalizar el malestar social”, continúa Anna López Ortega, politóloga de la Universidad de Valencia y experta en extrema derecha.
De hecho, esa intransigencia ha desdibujado completamente el perfil centrista del que presumía Macron cuando lanzó su candidatura allá por 2017. Entonces, el presidente logró sumar a sus filas a una mezcla de políticos conservadores de centro con varios integrantes del Partido Socialista (PS), al cual galvanizó y dejó a las puertas de la desaparición. Muy poco de eso queda ya: “Ahora mismo, el perfil de Macron se caracteriza por la cerrazón ideológica total. Tiene mucho miedo de que un primer ministro de otro signo reconduzca o eche para atrás algunas de sus reformas más polémicas de su mandato anterior, como la de las pensiones”, explica Guillermo Fernández Vázquez, politólogo de la Universidad Carlos III y autor del libro ¿Qué hacer con la extrema derecha? El caso del Frente Nacional.
Macron, un hombre a veces más preocupado por cómo le juzgará la posteridad que por gobernar el presente, quiere evitar a toda costa pasar a la historia como el presidente cuyo programa de gobierno fue enmendado por su propio primer ministro. “Ese miedo le ha hecho dogmático y completamente intransigente, y eso no beneficia en absoluto a cómo está llevando esta crisis de Gobierno”, señala Fernández Vázquez, que recuerda cómo, por ese motivo, Macron ha evitado a toda costa dar el Gobierno a la izquierda, pese a que el NFP ganó claramente las pasadas elecciones legislativas. Pese a todo, en los últimos días se ha abierto la puerta a que Macron encuentre una posible salida de la crisis en el PS, partido al que podría ofrecer Martignon para tratar de salir del estancamiento.
A río revuelto, ganancia de Le Pen
De todo esto se beneficia alguien muy concreto: Marine Le Pen. La extrema derecha es experta en canalizar la frustración y el desencanto de la sociedad en su propio beneficio. “Macron nunca le daría Matignon a Le Pen, eso sería un suicidio político y un riesgo para la V República. Pero, y aquí viene lo paradójico, cada vez que endurece sus políticas migratorias o de seguridad, o cuando coquetea con la derecha, le está haciendo el trabajo sucio al RN. Macron los normaliza, los legitima como una opción de gobierno seria. Y eso los acerca aún más al poder, incluso si no es a través de un pacto formal”, continúa la experta.
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Pero no solo es la normalización discursiva, las últimas decisiones estratégicas de Macron a nivel electoral también han favorecido a la extrema derecha. Esa convocatoria electoral de legislativas el año pasado, justo después de los mejores resultados de la historia de RN en las europeas, fueron una puerta abierta a que los extremistas tiraran la puerta abajo, además de una medida completamente innecesaria. De hecho, el partido de Le Pen logró ganar por primera vez los comicios en la primera ronda, y solo una unión de todo el resto del espectro político evitó una victoria total en la segunda y la completa humillación del presidente.
Aún así, según Fernández Vázquez, Macron parece que se siente más cómodo pactando con RN que con la izquierda. Quizás, intuye, por percibir que Le Pen es menos peligrosa para su legado legislativo que el NFP. Sin embargo, esta mayor proximidad es contraria a la imagen que proyecta Macron de puertas para afuera. Durante años, el presidente se ha presentado como el único capaz de parar a Le Pen, algo que le ha funcionado políticamente, ya que ha conseguido ganar las elecciones siendo muy impopular gracias a la unión de todos los partidos contra RN. Sin embargo, ese papel está cada vez más en entredicho: “Él está convencido de que su centrismo tecnocrático es la única alternativa, pero las recientes elecciones y los datos dicen lo contrario. Aún así, Macron no parece querer rectificar. Su lógica es resistir hasta 2027, aunque el precio sea la parálisis del país”, comenta Ortega.
Esa suerte de predestinación como salvador de la República, muy en línea con el valor histórico que él mismo da a su figura, le hacen no saber o no querer reaccionar ante lo que está pasando en Francia. El Parlamento está más fragmentado que nunca, pero Macron, asegura Fernández Vázquez, continúa gobernando como si tuviera mayoría absoluta. “Está en una constante negación de la realidad. Su narcisismo le hace no dar marcha atrás y presentar al resto como alternativas imposibles cuando no lo son. Ni la izquierda ni la extrema derecha aceptan sus nombramientos y sus presupuestos neoliberales, pero él insiste e insiste. Y, aunque nadie sabe qué pasará este lunes, todo parece indicar que seguirá en la misma línea”, zanja.
Cuentan las crónicas que, harto de los problemas que asolaban década tras década a los Balcanes, el primer ministro británico, Winston Churchill, pronunció una frase lapidaria que ha pasado a los anales de la historia: “Los Balcanes producen más historia de la que son capaces de consumir”. Más de 50 años después de la muerte del premier inglés, la región que concentra la inestabilidad en Europa es otra. Tanta que incluso Churchill, si siguiera vivo, podría decir: “Francia produce más crisis políticas de las que puede consumir”. Y es que el país se ha sumido desde las elecciones europeas de 2024 –que dieron la victoria a la extrema derecha de Rassemblement National (RN) y una dura derrota a la coalición del presidente, Emmanuel Macron– en una continua espiral autodestructiva. Y todo ello con un responsable que sobresale por encima de todos: el propio jefe del Estado.