¿Qué probabilidad hay de que Rusia ataque a Alemania y/o a la Europa occidental, abandonada por Estados Unidos? Al otro lado del Rin, nadie tiene una respuesta precisa a esa pregunta.
“Pero entre quienes investigan sobre Europa del Este y Rusia, hay un gran consenso en que este último es un Estado agresivo que tiene un interés imperial en restaurar su antiguo poder”, explicaba recientemente Christian Mölling, uno de los expertos alemanes más destacados en cuestiones de seguridad y director del programa “Futuro de Europa” de la Fundación Bertelsmann.
Esa es precisamente la línea del nuevo canciller Friedrich Merz: “El refuerzo de la Bundeswehr es la prioridad número uno de nuestras políticas. En el futuro, el Gobierno federal pondrá a disposición todos los medios financieros que necesite la Bundeswehr para convertirse en el ejército más poderoso de Europa en el ámbito convencional”, aseguró en su primer discurso sobre política general, el 16 de mayo.
El rearme es el centro del debate y de la acción política alemana desde 2022, pero se ha acelerado claramente desde la llegada al poder de Donald Trump. En febrero de 2022, el canciller Olaf Scholz anunció solemnemente un “cambio de era” estratégico para Alemania con la creación de un fondo especial de 100.000 millones para equipar al Ejército alemán.
Dos años más tarde, el 5 de junio de 2024, el ministro de Defensa, Boris Pistorius, la figura política preferida de los alemanes, precisó el objetivo: “Nosotros debemos estar en condiciones de combatir a partir de 2029”. El “nosotros” es elocuente: en la mente del Gobierno, no solo hay que rearmar al Ejército, sino que la nación, el país y su economía deben volverse “resilientes” y, en cierto modo, también “aptos para el combate”.
Una restricción presupuestaria relajada
En marzo, el Bundestag eliminó las restricciones reglamentarias que limitaban el endeudamiento del sector de la defensa y creó un fondo de 500.000 millones de euros para la modernización de las infraestructuras. En un primer momento se habló de un presupuesto militar equivalente al 2% del PIB alemán, luego al 3%. Hoy se habla de un 5%, lo que supondría pasar del presupuesto actual de 72.500 millones de euros a 225.000 millones de euros al año. Boris Pistorius ha precisado su distribución: un 3,5% para gastos militares directos, con un aumento de 0,2 puntos anuales durante cinco a siete años, y un 1,5% dedicado a infraestructuras de uso militar.
La militarización está pues en marcha. Una gran parte de la “tarta” presupuestaria se destina, por supuesto, al equipamiento de la Bundeswehr. En diciembre de 2024, el Bundestag dio luz verde a treinta y ocho pedidos por un valor de 20.000 millones de euros. En una lista que se alarga cada mes, figuran submarinos, fragatas, tanques, misiles, drones kamikazes, radares e incluso un nuevo fusil de asalto Heckler und Koch para la infantería.
“No sé cuándo estará preparada la Bundeswehr. Son los políticos quienes deben definir los objetivos. Pero les garantizo que, en la actualidad, no tenemos problemas reales para conseguir material nuevo”, asegura el coronel Heiko Diehl, comandante del centro de entrenamiento de combate de Gardelegen, una de las mayores bases del ejército alemán, donde se entrenan las fuerzas rápidas de la OTAN.
En Rheinmetall, el principal fabricante de armas alemán, se está contratando personal a toda máquina para mantener en funcionamiento la fábrica de municiones de Unterlüß, que no para de crecer. Se están construyendo más instalaciones y el fabricante del cañón de 155 mm del Leopard 2 también tiene el ojo puesto en la fábrica de Volkswagen en Osnabrück, que da empleo a 2.700 trabajadores. Esta factoría debe cerrarse o venderse de aquí a 2027. “La planta está bien adaptada a la producción de armamento”, confirmó recientemente el director general de Rheinmetall, Armin Papperger, quien estima que su volumen de pedidos pasará de los 62.000 millones de euros actuales a 80.000 millones a finales de 2025.
El interés de un fabricante de armas por una fábrica de automóviles ilustra bien la tentación de la industria automovilística y de la máquina-herramienta, ambas en crisis, de reconvertirse en un sector armamentístico en pleno auge. Trumpf, líder mundial en corte de chapa por láser, se está preparando para desarrollar láseres de combate contra drones. Se trata de una “contribución necesaria a una democracia defensiva”, justificó Peter Leibinger, presidente del consejo director. Por su parte, el fabricante de cosechadoras Deutz espera ganar millones construyendo motores para vehículos militares pequeños y medianos.
Nuestro temor es que el uso de los miles de millones previstos para la renovación de las infraestructuras esté condicionado a objetivos militares.
Ante las perspectivas de empleo que abre esta evolución, los sindicatos IG Metall e IG BCE (química y energía) han dejado de lado su pacifismo, ya que también consideran que el apoyo al esfuerzo de defensa nacional es compatible con el compromiso por una resolución pacífica de los conflictos y un control serio de las exportaciones de armas.
En cuanto a las infraestructuras, el programa es colosal. “Nuestro temor es que el uso de los miles de millones previstos para la renovación de las infraestructuras esté en gran medida condicionado por objetivos militares y no por la mejora de la sanidad, la vivienda o las escuelas”, critica el politólogo Christoph Marischka, miembro de la junta directiva de la Informationsstelle Militarisierung (IMI, Centro de Información sobre Militarización), una pequeña ONG pacifista que sigue de cerca, aunque sin demasiadas ilusiones, el actual auge del armamento.
Este temor puede justificarse en lo que respecta a la red ferroviaria. De hecho, el papel de Alemania en el dispositivo de la OTAN es el de una plataforma logística, zona de concentración de tropas y corredor para el transporte de material. Desde esa perspectiva, la red ferroviaria es decisiva. “Las guerras no se ganan con la logística, pero se pierden sin ella”, comentó Sigrid Nikutta, presidenta de DB Cargo, la empresa nacional alemana de transporte ferroviario de mercancías, en la última conferencia de Múnich sobre seguridad. Su empresa es la encargada de todo el transporte militar en Alemania.
Según Sigrid Nikutta, un solo convoy de acorazados puede transportar dieciocho tanques con un peso total de aproximadamente 1.000 toneladas. Por lo tanto, también es necesario que las vías férreas y, sobre todo, los puentes utilizados sean resistentes. Porque la red ferroviaria alemana, con sus cambios de agujas deficientes y sus puentes agrietados, es una de las grandes víctimas de la austeridad presupuestaria de las últimas décadas.
A eso se suma la insuficiencia de locomotoras y vagones adecuados: “La capacidad de DB Cargo no alcanza ni siquiera una cuarta parte de lo necesario para el transporte simultáneo de brigadas acorazadas”, estimaba recientemente el ex general Ben Hodges, consultor militar y ex comandante en jefe de las Fuerzas Armadas estadounidenses en Europa.
“La espiral de una militarización ciega”
Sin embargo, el talón de Aquiles del rearme alemán podría ser el factor humano. El personal es insuficiente y envejecido. En 1990, el Ejército de las dos Alemanias unificadas contaba con 600.000 soldados. El tratado “4 + 2”, firmado entre los aliados occidentales, la URSS y las dos Alemanias, lo limitaba a 370.000. Bajo la presión de la austeridad presupuestaria, la reducción fue mucho mayor.
Según el último informe anual de la comisaria parlamentaria para las fuerzas armadas, Eva Högl, la Bundeswehr mantiene de todas formas una plantilla de 180.000 hombres y mujeres (13 %). Pero para funcionar correctamente, necesitaría al menos 200.000. A largo plazo, la OTAN exige 260.000. “Pero hay muchos puestos sin cubrir. En numerosas unidades, la disponibilidad operativa efectiva está apenas al 50%”, advirtió Eva Högl.
El ministro de Defensa Pistorius ha anunciado la reintroducción del servicio militar de aquí al verano, inicialmente de carácter voluntario. Pero ha dejado claro que si no se obtienen resultados, volverá sin duda el servicio militar obligatorio. “Las escuelas y las universidades se consideran prácticamente centros de reclutamiento”, ironiza Christoph Marischka, citando el ejemplo de la nueva ley bávara “para la promoción de la Bundeswehr”.
Esa ley facilita los actos promocionales del ejército en las escuelas. También prohíbe a las universidades regionales firmar cartas contra la investigación con fines militares. “A nivel político, actualmente es difícil limitar y controlar esta ola de militarización. Pero creo que la sociedad civil empezará a reaccionar, sobre todo a través de los tribunales. Es el caso, por ejemplo, del sindicato nacional de educación GEW, que rechaza la presencia del ejército en las escuelas y acaba de presentar una demanda ante el Tribunal Constitucional de Baviera contra esta ley de promoción”, precisa el politólogo.
El GEW, miembro de la DGB, la gran confederación de sindicatos alemanes, no es el único que se alza contra los peligros de un rearme sin control. Con motivo del 1º de mayo, la DGB pidió solemnemente al Gobierno federal que evitara “la espiral de una militarización ciega” que se llevaría a cabo en detrimento de las prestaciones sociales o las inversiones de futuro.
Es necesario “reforzar el compromiso con medidas reales de mantenimiento de la paz”, explica la confederación. Es decir, “enfoques diplomáticos para la resolución de conflictos y nuevas iniciativas en materia de control de las exportaciones de armas y control del armamento”. Esta posición también es compartida por las poderosas Iglesias alemanas y por el partido de izquierda Die Linke.
Ucrania: Merz reafirma que no hay restricciones a los ataques de largo alcance
La declaración provocó un pequeño revuelo el lunes 26 de mayo. Desde Berlín, Friedrich Merz afirmó que Estados Unidos, Reino Unido, Francia y Alemania ya no imponían condiciones a los ataques ucranianos con misiles suministrados por estos cuatro países, que pueden alcanzar territorio ruso. En su habitual retórica intimidatoria, el Kremlin calificó el anuncio de “bastante peligroso»”, añadiendo, contra toda evidencia, que eso contravenía “[sus] aspiraciones de llegar a un acuerdo político”.
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En realidad, Merz solo describió la situación existente desde finales de 2024. Anteriormente, los partidarios de Ucrania habían dudado en relajar las restricciones sobre el alcance de las armas suministradas, por temor a una escalada con Rusia. Pero la posibilidad del ejército ucraniano de “contrarrestar los ataques rusos lanzados desde la propia Rusia”, como había explicado el especialista Yohann Michel en nuestras columnas, se había vuelto crucial para su capacidad de mantener el frente.
El martes 27 de mayo, en visita oficial a Finlandia, Merz confirmó que no había anunciado nada nuevo. Eso puede interpretarse como una señal política de apoyo a Ucrania, en una semana en la que el canciller alemán se reúne con el presidente del país, Volodímir Zelensky, y con el primer ministro británico, Keir Starmer. Este último, según informa el Financial Times, está preocupado por mantener “la presión económica sobre Rusia” y “reforzar el apoyo financiero y militar a Ucrania”.
Traducción de Miguel López
¿Qué probabilidad hay de que Rusia ataque a Alemania y/o a la Europa occidental, abandonada por Estados Unidos? Al otro lado del Rin, nadie tiene una respuesta precisa a esa pregunta.