Champions League: Francia gana el trofeo de la incompetencia

Ilyes Ramdani (Mediapart)

El savoir-faire francés se exporta. Durante mucho tiempo reservado a los suburbios de las grandes ciudades, luego trasladado a las concentraciones de los chalecos amarillos y posteriormente a las manifestaciones de todo tipo, el fracaso de la Policía francesa pudieron verlo el sábado por la noche más de 300 millones de personas de todo el mundo.

En Saint-Denis, donde se celebraba la final de la Liga de Campeones de fútbol, y en París, donde miles de aficionados se habían reunido para ver el partido en una pantalla gigante, los periodistas grabaron imágenes de la multitud mientras sufría las cargas de las fuerzas del orden, rociada con gases lacrimógenos o retenidos en espacios reducidos. En las inmediaciones del Stade de France, la desorganización fue tal que el partido se retrasó –algo poco habitual– más de 30 minutos.

El sábado por la noche, la secuencia de los acontecimientos aún no estaba del todo clara, pero lo que sabemos es suficiente para hacernos suspirar de consternación. El sistema de prefiltración puesto en marcha por la prefectura de Policía cedió rápidamente; miles de personas se encontraron apelotonadas frente a las vallas, a las puertas del Stade de France, con o sin entrada para asistir al partido; algunos hinchas tardaron varias horas en entrar en el estadio; algunas personas entraron en el estadio saltándose las vallas; desbordada, la Policía lanzó gases lacrimógenos a la muchedumbre, entre la que había hombres, mujeres y niños.

Paul Machin, la encarnación emblemática de una televisión web dedicada a los Reds, escribió en Twitter: “He seguido al Liverpool por todo el mundo. He estado en cinco finales en Europa. Nunca he visto tanta incompetencia en la organización. Pero lo peor de todo será la horrible brutalidad de la Policía francesa. Gases lacrimógenos. Armas apuntando a los hinchas”. Ian Byrne, diputado laborista por Liverpool, dijo haber vivido “una de las peores experiencias de [su] vida”, lamentando una organización “horrible” que pone “vidas en peligro”.

El club de Liverpool subrayó en un comunicado su “enorme decepción” por el trato recibido por sus seguidores. “Los hinchas no deberían vivir las escenas que hemos presenciado esta noche”, lamentaba el club inglés, que desafiaba al Real Madrid. “Hemos solicitado formalmente una investigación para entender las causas de estas situaciones inaceptables”.

El bumerán de la “represión total” francesa en los estadios

A la espera de los resultados de una investigación, efectivamente indispensable, las causas estructurales del fiasco épico no son un misterio. Basta con entender que el acceso al Stade de France estuvo gestionado de forma concertada por la Jefatura de Policía de París y la Federación Francesa de Fútbol (FFF), una especie de subcontratista de la UEFA, su gran hermana europea. Esta doble supervisión administrativa y deportiva es bien conocida por los aficionados al fútbol en Francia: desde hace más de una década, aplica una doctrina de “represión total” que brilla por su fracaso.

Frente a la violencia en los estadios de fútbol y sus alrededores, los poderes públicos han optado por una represión total, denunciada en un informe elaborado en mayo de 2020 por la diputada comunista Marie-George Buffet y su colega Sacha Houlié (La República en Marcha).

A las prohibiciones de acceso a los estadios, al archivo generalizado de datos, la prohibición de utilizar bengalas y las sanciones colectivas, se ha añadido un arma muy apreciada por los prefectos franceses: la prohibición de viajar. A falta de una solución específica, las autoridades se han acostumbrado a sortear el problema de la gestión de los hinchas prohibiendo la entrada a todo el mundo y en todas partes, aunque ello suponga atentar contra ciertas libertades fundamentales.

Este bumerán se le puso en contra a las autoridades francesas el sábado. Al no haber desarrollado una doctrina y un savoir-faire en la materia, Francia cayó en la trampa de su propia ceguera.

Nada de lo que ocurrió el sábado era imprevisible.

¿Número de aficionados con entrada? Evidentemente, era conocido, está relacionado con el aforo del Stade de France. ¿El número de personas sin entrada? Todo indicaba que sería importante: los servicios de inteligencia habían calculado, por ejemplo, que 50.000 aficionados del Liverpool viajarían a París sin entrada. ¿El riesgo de que algunas personas intenten entrar en el estadio sin entrada? También era conocido, un año después de una final de la Eurocopa en la que ocurrió esto en el estadio londinense de Wembley.

A pesar de todo, en un recinto como el de Saint-Denis que lleva 25 años acogiendo eventos de este tipo, ante un público ostensiblemente disciplinado, la organización francesa brilló por su fracaso. A esto, las autoridades añadieron el de una comunicación indecente, otra especialidad local.

Como es habitual, el ministro del Interior, Gérald Darmanin, acudió a Twitter para intentar reescribir la historia que se estaba desarrollando ante sus ojos. “Miles de hinchas británicos, sin entradas o con entradas falsas, forzaron las entradas y, a veces, violaron a los asistentes al estadio”, escribió el ministro, en contra de todos los testimonios y observaciones de los periodistas franceses y extranjeros presentes en el lugar.

Una vieja costumbre de Interior; el 1 de mayo de 2019, ya, su predecesor Christophe Castaner había publicado un tuit que ha quedado en la posteridad por su distancia con la verdad. Ese día, después de que unas decenas de personas se refugiaran al lado de un hospital de París para escapar de los gases lacrimógenos lanzados en una manifestación, el ministro del Interior señaló: “Aquí, en la Pitié-Salpétrière, se ha atacado un hospital”. Una forma, en su momento, de justificar la carga violenta de sus agentes.

Tres años después, los malos ya no son los chalecos amarillos, sino los hinchas ingleses. Más práctico aún: no votan en Francia. Aprovechando la retórica del hincha violento, Gérald Darmanin halaga los bajos instintos y se exonera de toda responsabilidad (la extrema derecha calificaba de “escoria” a la multitud de Saint-Denis). En un comunicadola Prefectura de Policía destacaba unos minutos después “la rápida intervención de las fuerzas del orden” y la “vuelta a la calma” que supuestamente permitió.

Desde hace dos años, el dúo formado por Gérald Darmanin y Didier Lallement, prefecto de la Policía de París, sigue combinando fracasos y autofelicitaciones con un aplomo casi fanfarrón. En su lógica de “muévase, no hay nada que ver”, las fuerzas del orden incluso trataron de asegurar que no, que no tenía nada que ver con su fracaso.

Rob Harris, periodista de Associated Press, contó que miembros de la UEFA, el organismo del fútbol europeo, tuvieron que intervenir después de que se impidiera a los medios de comunicación grabar a la multitud dispersada con gases lacrimógenos. Su colega Steve Douglas relató una historia de cautela en la que se le retiró la acreditación y se le amenazó con no recuperarla hasta que retirara las imágenes que había grabado de la multitud.

En la prensa francesa e internacional, el 14º título europeo del Real Madrid compitió, si no quedó eclipsado, por las vergonzosas imágenes de los alrededores: esas familias rociadas con gases lacrimógenos, aficionados a los que se les negó el acceso a una parte del partido a pesar de haber pagado varios cientos (o incluso miles) de euros para asistir, gente trepando por las verjas para acceder al estadio, periodistas a los que se les impidió filmar... ¿Qué se habría dicho si estas escenas hubieran tenido lugar en Rusia, Camerún o Brasil?

La BBC, en su página web, habla del “caos de París” y de una “noche triste para el Liverpool y sus hinchas en todos los niveles”, relacionando los incidentes extradeportivos con la derrota de los Reds por 1-0 ante el Real Madrid. The Telegraph también publicó una portada digital sobre los incidentes, con un claro titular: “Seguidores del Liverpool gaseados por la Policía de París”. El artículo destaca la “tranquilidad de la multitud” con la “creciente preocupación de los agentes de Policía, que temían perder el control y ejercer más presión sobre los presentes”.

Sólo podemos alegrarnos de que se evitase un drama. Un movimiento de masas potencialmente fatal, por ejemplo; la historia del Liverpool guarda un recuerdo fatal, vivido en otra final europea en 1985. ¿Cómo no pensar en lo peor, cuando algunas personas pudieron asistir al partido eludiendo los controles, en el mismo lugar donde comenzaron los atentados terroristas de noviembre de 2015?

Afortunadamente, lo peor no sucedió, pero la desgracia está ahí. Emmanuel Macron, que se implicó personalmente en la recuperación de la organización de un acto inicialmente previsto en Rusia, se enfrenta ahora a un problema político. La posición de Didier Lallement, el prefecto de Policía encargado de una tarde de pesadilla, debería hacerse insostenible, pero el jefe de Estado ha mantenido su confianza en él en los últimos tres años, contra viento y marea, por lo que parece utópico verle cambiar de opinión.

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Más allá de los individuos, el Estado debe replantearse la lógica del mantenimiento del orden, de las relaciones con la población y con los periodistas. Dentro de dos años, el país acogerá los Juegos Olímpicos y Paralímpicos, cuya ceremonia de apertura se celebrará a orillas del Sena.

Traducción: Mariola Moreno

Leer el texto en francés:

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