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La rabia en las zonas devastadas y una gran riada de solidaridad sustituyen a la bronca política

Las últimas horas de vida de Sidy y Didier, dos migrantes arrojados por la borda por guardacostas griegos

Imagen de archivo de un rescate de 137 personas por parte de Open Arms en el Mediterráneo.

Elisa Perrigueur | Jack Sapoch | Tomas Statius (Mediapart)

18 de septiembre de 2021, alrededor de las 13.50 horas. El cielo está despejado en el Parque Natural de la Península de Dilek, que bordea el mar Egeo, en el distrito turco de Kuşadası, frente a la isla griega de Samos. Una embarcación de la guardia costera turca localiza un cuerpo desnudo. Se encuentra en una cala rocosa, en una bahía aislada, no lejos del pueblo de Güzelçamlı. Dos días después, otro cadáver; esta vez son varios los barcos, en la misma zona. Flota a 200 metros de las costas turcas.

Son los cuerpos de Sidy Keita, marfileño de 36 años, y de Didier Martial Kouamou Nana, camerunés de 33 años. Según el informe preliminar de la autopsia, al que ha tenido acceso Mediapart (socio editorial de infoLibre), el primero se ahogó “en el mar”. En cuanto al segundo, “es muy probable que la causa final de la muerte sea también el ahogamiento”, afirma una fuente judicial turca, sin que se haya realizado autopsia alguna al cuerpo dañado.

Las autoridades se preguntan cómo murieron los dos hombres. Un hombre dice que puede responder a esa pregunta. Se llama Ibrahim (nombre supuesto). Es camerunés y estaba presente en el momento de la tragedia, dice. Si bien el solicitante de asilo, de cara redonda, no aclara su edad, sí confiesa que es un antiguo marino, mecánico. Así lo confirman su página en la red profesional LinkedIn y varias fotos de su cuenta de Facebook.

Ante la Policía turca, explicó que había llegado a Samos con sus dos compañeros, antes de que los guardacostas griegos “los subieran a bordo” y los devolvieran a aguas turcas. En el barco, los funcionarios griegos les ordenaron “no levantar la cabeza”. A continuación, les “dieron puñetazos”, antes de “echarlos al mar”, sin bote ni chaleco salvavidas, según el informe policial al que hemos tenido acceso.

Esta versión la confirma Ibrahim en las cuatro entrevistas realizadas entre octubre de 2021 y febrero de 2022. “Tras salir a la superficie del agua en estado de shock, nadé hasta la tierra”. Sus dos compañeros, en cambio, no sabían nadar: “Al tirarnos al agua, los guardacostas sabían que nos estaban matando”.

En el lado turco, el caso se toma en serio. Ankara quiere utilizar el caso para encausar a su vecino griego.

“En el marco operativo y jurídico griego no existe ninguna política de detenciones ilegales ni de devoluciones”, indica la guardia costera griega, contactada por Mediapart y sus colaboradores. Asegura que “investiga cada incidente denunciado de presuntos malos tratos en las fronteras, incluidas las denuncias de devoluciones, para que se impongan las sanciones previstas por la ley y se eviten comportamientos similares en el futuro”.

Por su parte, la Comisión Europea explica que no le corresponde responder de las acusaciones contra las tropas griegas. “Si se confirma este trato a las personas, sería intolerable”, concluye.

Durante seis meses, Mediapart y sus socios de Lighthouse Reports, del semanario alemán Der Spiegel y del diario británico The Guardian entrevistaron a una veintena de testigos, analizaron documentos exclusivos y analizaron fotos, vídeos y datos de teléfonos móviles…

Al término de esta investigación, podemos afirmar que Didier y Sidy probablemente murieron tras ser expulsados por los guardacostas griegos de Samos. Una conclusión explosiva y sin precedentes. Durante meses, Atenas ha negado que sus efectivos hayan ejercido violencia contra los solicitantes de asilo.

Sin embargo, esta práctica no es aislada. Solo en septiembre de 2021, los guardacostas turcos informaron de no menos de tres incidentes similares en los que los refugiados dijeron haber sido arrojados al agua sin bote salvavidas: 29 en total, desde principios de 2021.

El número no es aleatorio. Es incluso una estrategia adoptada por los guardacostas, según dos oficiales griegos que piden permanecer en el anonimato. Tendría la ventaja de no requerir el uso de costosos botes para llevar a cabo estas devoluciones ilegales. Pero también enviaría un mensaje disuasorio al otro lado del mar Egeo.

La salida para la travesía

El 14 de septiembre de 2021, Sidy Keita, Didier Martial e Ibrahim (nombre supuesto) se encontraron en Esmirna con otros 33 solicitantes de asilo. Los dos primeros ya han hecho varios intentos infructuosos de cruzar la pequeña ensenada.

Didier comenzó el viaje cinco meses atrás. Le anima su hermano Séverin, residente en Francia desde 2014. En Camerún, este hombre, mecánico, sueña desde hace años con una vida mejor. Aterriza en Estambul en mayo de 2021. Luego se dirige a Esmirna y a su barrio de Basmane, punto de encuentro de exiliados y contrabandistas. Un barrio que Sidy recorre desde el 14 de marzo de 2020, tras llegar de Abiyán.

La historia de Ibrahim es más nebulosa. El hombre explicó durante una audiencia ante las autoridades turcas el 17 de septiembre de 2021 que llevaba al menos cinco años viviendo en Turquía, donde había encadenado diferentes trabajos. A Mediapart, le confió haberse ido más recientemente.

19 horas. El grupo se pone en marcha. Dirección Kuşadası, una popular localidad costera, a unos 100 kilómetros al sur de Esmirna. Ahí es donde tienen que cruzar. Desde el puerto deportivo, casi se puede ver la costa griega, bien iluminada por los focos que se elevan sobre los hoteles del club.

Cae la noche. El grupo se sube a un bote. Sidy, Martial e Ibrahim están allí, según al menos siete miembros del grupo a los que entrevistamos. “Los conocí justo antes de la travesía. En Turquía, a veces comía con ellos”, dice Pascaline Chouake Nde. Esta camerunesa viaja con su marido Patrick Aimé Chouake y su hijo. “Vivía en la misma casa que Mars, el camerunés”, añade Marie (nombre supuesto), una congoleña que también forma parte del grupo. “Yo estaba con ellos en el barco”, continúa Séverine*, también congoleña.

A las 4.06 horas, el camerunés Didier Martial envía un mensaje a su hermano Séverin. Una simple localización, en el lado turco, al pie del hotel que habían utilizado como escondite. El inicio de su tercer intento de cruzar a Europa.

Llegada a Europa

El barco navega durante horas. El tiempo está despejado. Entre las 7 y las 8 de la mañana, alcanza la escarpada costa de la isla oriental de Samos. La zona, de difícil acceso, es una pitón de roca que se hunde en el mar turquesa. Entre el grupo, la tensión es palpable. El barco de un pescador fondea no muy lejos de la orilla. Su capitán no pierde de vista el barco y parece estar haciendo una llamada telefónica.

Coincidencia o no, un barco aparece en la cala donde el grupo acaba de atracar. De color blanco, con el casco gris, presenta el logotipo de la Guardia Costera griega. Una descripción que se corresponde con uno de los barcos anclados permanentemente en Samos. Las autoridades griegas aseguran que este buque sí estaba en la zona ese día, pero en otras operaciones de rescate.

Los oficiales desembarcan. Rápidamente se les unen decenas de policías que llegan a la cima de la colina que domina la bahía. Algunos van embozados. La mayoría lleva uniformes oscuros sin identificación legible. Es imposible saber a qué unidad pertenecen. El grupo está atrapado.

A las 7.56 horas, Valentin (nombre supuesto), un joven camerunés que trata de llegar a Europa por primera vez, envía un breve vídeo de la escena a una ONG que ayuda a los migrantes que acaban de desembarcar en Grecia, junto con una captura de pantalla de su localización. Era una manera de demostrar que efectivamente había pisado suelo griego, en caso de que la policía intentara devolverlo.

El mensaje va seguido de una nota de voz. “Sí, hola, estamos en el barco, nos han cogidoNinjas [con los que compara a la policía]. Por favor, vengan a buscarnos. Vengan a buscarnos, rápido, rápido, rápido, por favor”. Entonces llega a la ONG otra nota de voz, enviada por otro miembro del grupo. Al final de la nota, hay un ruido sordo, que podría ser una detonación.

A las 10.25 horas, HRLP (Human Rights Legal Project), una asociación local que asiste a los solicitantes de asilo, notifica la llegada del grupo a la policía local, a miembros del Alto Comisionado para los Refugiados en la isla y a un funcionario de la Comisión Europea, en un intercambio de correos electrónicos a los que hemos tenido acceso. La Comisión confirma la recepción del correo electrónico, pero responde que estaba “dirigido directamente a las autoridades griegas y a otras organizaciones [...] suficientemente informadas de la presencia de migrantes en el lugar indicado para garantizar un seguimiento rápido y eficaz”.

Violencia de los policías griegos

Ese día, la violencia de los policías griegos llegó lejos, según los exiliados. 12 solicitantes de asilo recuerdan insultos, puñetazos y disparos. La mayoría de ellos dicen que les confiscaron sus pertenencias, teléfonos y dinero. Algunos dicen que fueron sometidos a registros corporales humillantes. “Me metió la mano en el ano”, dijo Patrick Aimé Chouaké en una entrevista en diciembre de 2021 en Samos. “Y a mí, en la vagina para registrarme. Me quitaron 500 euros”, añade su mujer. Valentín (nombre supuesto) lo confirma: “Me tocaron los testículos. Los policías buscaban en las vaginas de las mujeres. Fueron los hombres quienes lo hicieron. Llevaban guantes”.

El grupo se vio obligado a trasladarse a otro barco por orden de los guardacostas. “Salimos de Samos alrededor de las 9. Nos mantuvieron en el agua durante mucho tiempo, hasta aproximadamente la 1 de la tarde”, recuerda Marie*. “Los guardacostas miraban a todas partes para que nadie nos descubriera. Una vez que se aseguraron de que la zona estaba despejada, nos pusieron en dos botes, sin motores ni agua”.

A las 14.00 horas, el grupo de 28 personas fue rescatado, según los guardacostas turcos. En un vídeo filmado por el equipo de rescate, los funcionarios remolcan un bote sin motor. Antes de trasladar a los pasajeros, entre ellos varios niños, a una lancha patrullera.

Los fugados

Lybia (nombre supuesto), un congoleño de casi 18 años, observa la escena desde “el monte”, como él llama a la selva. Unos cuantos árboles le permiten esconderse, al igual que a sus dos compañeros. “Ese día fue de vida o muerte”, dice el joven que logró llegar al campamento de Samos tras cuatro días en un campamento, sin comida ni agua.

Pero Lybia* y sus compañeros no son los únicos que huyen. Otro grupito logró escapar de la vigilancia de la policía. Entre ellos, Didier, Sidy e Ibrahim. El grupo ha pasado por los mismos obstáculos. Pero, sobre todo, tienen el mismo objetivo: llegar al campo de refugiados de Zervu, a unos 30 kilómetros en el interior, donde se supone que los solicitantes de asilo se registran.

Desde el monte, Sidy hace una llamada telefónica a Esmirna. Tranquiliza a sus amigos de Turquía. Tres de ellos lo habían visto en Grecia durante una videollamada. “Me llamó mientras estaba en el trabajo”, recuerda Eloge, desde Estambul, donde aún se encuentra, “cuando hablaba sonaba sin aliento, pensé que aún no había llegado al campamento”. “Me alegré por él, es un poco como mi hermano pequeño”, añade Jean-Baptiste, de 46 años, marfileño, también de Abobo.

La devolución

En la mañana del 16 de septiembre, al día siguiente de la travesía, los tres hombres deciden finalmente abandonar el bosque. Querían llegar al campamento. En cuanto salieron de la espesura, fueron detenidos. “Los policías de paisano nos pidieron la documentación, pero no la teníamos”, recuerda Ibrahim.

Uno de los policías pidió refuerzos. Unos minutos más tarde, se unieron a los agentes tres hombres de negro que conducían un coche sin distintivos. Un pasamontañas oculta sus rostros. “Guardacostas”, supone Ibrahim. Los tres hombres son golpeados. Les confiscan sus objetos personales antes de meterlos en el coche, con las manos en la cabeza, para un viaje de media hora.

Ibrahim, Sidy y Martial se ven obligados a subir a un elegante barco de casco blando con una pequeña cabina en la parte delantera. La señalización corresponde al Rafnar, uno de los barcos utilizados por los guardacostas griegos en Samos.

Los tres hombres están en la parte delantera. La embarcación avanza a toda velocidad durante unos 30 minutos, recuerda Ibrahim, antes de que los guardacostas la detuvieran. Según su relato, con el motor apagado, tiraron a Didier por la borda, y luego a Sidy. “No dijeron nada. Nosotros suplicábamos. Les pedimos que nos devolvieran a la costa”, recuerda Ibrahim.

En las olas, el hombre lucha. “Ese día, había olas”. Un testimonio coherente con los datos meteorológicos. Finalmente pierde de vista a sus dos compañeros. Didier fue el primero en hundirse. Sidy le sigue. Ibrahim reza: “Me dije que tenía que vivir para dar mi testimonio”.

¿Cuánto dura su lucha en el mar Egeo? Es imposible decirlo, pero Ibrahim acaba tocando tierra. Probablemente en la península de Dilek, cuya costa cincelada describe y cuya base militar domina. Sólo unos kilómetros al sur de donde había zarpado dos días antes. Las olas finalmente arrastran el cuerpo de Sidy a la playa. Intenta reanimarlo pero el joven marfileño ya está muerto.

Ibrahim está desorientado. Necesita encontrar refugio para la noche. Duerme en el bosque circundante. Al día siguiente, mientras caminaba por la carretera asfaltada más cercana, la gendarmería lo detuvo y lo llevó a la comisaría. Los militares turcos le tomaron declaración al día siguiente, el 18 de septiembre de 2021. Antes de llegar a la costa, descubrieron el cuerpo de Sidy Keita. Durante su declaración, Ibrahim advierte: “Otro amigo se perdió en el mar”. El cuerpo de Didier Martial fue hallado dos días después.

Volver a casa

A ambos lados del mar Egeo, la noticia de la muerte de Didier y Sidy corrió como la pólvora. Los mensajes vuelan de grupo en grupo en WhatsApp. Uno de ellos llegó a Séverin, el hermano de Didier. El 16 de septiembre le avisaron de que su hermano menor había desaparecido. Se lleva la noticia en la cara, se derrumba, atormentado por la culpa.

“No puedo dejar de preguntarme si es culpa mía. Le dije que viniera a Francia, pero él quería irse”. Las personas del entorno de Sidy, entre los que se encuentra Soumaoro, de 17 años, tienen que ir a identificar el cuerpo del marfileño a la morgue de Esmirna. “Era efectivamente él. Estaba hinchado por el agua”, confió el joven. Lo mismo ocurre con los amigos de Didier. La identificación tuvo lugar el 22 de septiembre de 2021, según un certificado al que hemos tenido acceso.

En los días siguientes, se organizó una vigilia en la casa de un destacado miembro de la comunidad africana en Esmirna. “Fue una verdadera conmoción, pero también una comunión en memoria de nuestros hermanos muertos en el mar”, recuerda Valentín.

Los restos de los fallecidos corrieron distinta suerte. El de Didier fue repatriado a su país, gracias a los ahorros de Séverin. Fue enterrado en su pueblo natal, Batchingou, en el oeste de Camerún. Deja una esposa, dos hijos pequeños, Divine y Louange, y una familia afligida.

El cuerpo de Sidy nunca salió de las costas de Esmirna. “Los turcos nos dijeron que teníamos dos semanas para encontrar dinero. Si no, lo enterrarían en Esmirna”, recuerda Soumaoro. Era imposible encontrar el dinero en el tiempo previsto. Sidy está enterrado en la parcela de indigentes del cementerio de Izmir.

El peso de Ibrahim

Ibrahim intentó cruzar de nuevo. A finales de noviembre, consiguió por fin llegar a Grecia sin ser devuelto. “No tenía otra opción. No es posible vivir en Turquía”.

Desde entonces ha sido registrado como menor de edad. Muchos solicitantes de asilo creen que pueden obtener más protección del Estado griego si se declaran como tales, pero puede ser una medida arriesgada. Ante nosotros, Ibrahim afirma ser menor de edad. También lo hace su abogado. Información que Mediapart y sus socios no han podido comprobar.

Ibrahim está sobre todo destruido por la historia que ha vivido. “Estoy agotado. Al límite. Tengo la impresión de que una parte de mí se quedó en el agua”. Estas aguas, que el marinero consideraba amigas, se han vuelto en su contra.

La caja negra

 A finales de septiembre, en el campamento de migrantes de Vathy, en Samos, varios exiliados cameruneses nos informaron de que dos de sus compañeros habían muerto tras una "devolución" de las autoridades griegas. Conscientes de las recurrentes devoluciones orquestadas por Grecia, que sigue negándolo a pesar de la publicación de informes y testimonios, hemos querido reconstruir, con los medios de comunicación sin ánimo de lucro Lighthouse Reports, 'Der Spiegel' y 'The Guardian', este drama sin precedentes, en el que esta vez han muerto dos personas a las puertas de Europa. 

La dificultad de este tipo de investigación radica, como es lógico, en la falta de pruebas: los exiliados que afirman haber sido devueltos por Grecia cuentan que fueron arrojados al mar o introducidos en botes hinchables, privados de sus teléfonos móviles, a menudo la única herramienta que puede informar materialmente de estas prácticas ilegales. Al llegar a menudo a costas desiertas de madrugada, los emigrantes también encuentran pocos testigos que puedan dar fe de su presencia.

Después de investigar en las costas griegas y turcas y en fuentes abiertas, finalmente logramos encontrar escasas pero preciosas grabaciones, capturas de pantalla, documentos oficiales que nos permitieron sugerir que los hombres se ahogaron después de la enésima devolución, aportando con nuestra investigación una nueva reflexión sobre los hechos que tienen lugar en las fronteras exteriores de la UE.

Traducción: Mariola Moreno

Leer el texto en francés:

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