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La derecha en Europa se radicaliza empujada por los malos resultados y el avance del populismo ultra

El líder del PPE Manfred Weber junto a la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, y David McAllister, de la CDU, en una imagen de archivo en el Parlamento Europeo.

Fabien Escalona (Mediapart)

Durante la década de los 60, periodistas y académicos analizaron la naturaleza del gaullismo. Más allá de la persona del general, el gaullismo lo encarnaba un partido político cuyo tamaño electoral no dejó de crecer a lo largo de la década, la Unión para la Defensa de la República (UDR), que se considera el (muy) lejano antecesor del actual partido Los Republicanos (LR), cuyo liderazgo se disputan ahora Éric Ciotti, Aurélien Pradié y Bruno Retailleau.

El politólogo Jean Charlot propuso entonces un estudio sobre Le Phénomène Gaulliste (Fayard 1970), que fue favorablemente analizado por el experto en elecciones François Goguel. Expresando algunos matices, escribió: "No negamos que la UDR está en camino de convertirse en un gran partido conservador moderno, pero con la condición de subrayar la palabra 'moderno' [...]. Digamos, por utilizar una de esas comparaciones con Gran Bretaña que Jean Charlot hace tan acertadamente, que la UDR es una especie de partido conservador, pero sin Enoch Powell”.

Hay que recordar que ese diputado británico acababa de ser noticia con un discurso apocalíptico de denuncia de la inmigración, tan importante como para amenazar la "blancura" de una población británica que acabaría sintiéndose "extranjera en su propio país". Se establecía la matriz de un "populismo neoliberal y racista", según el escritor Arun Kundnani.

Cincuenta años después, estamos tentados de invertir el diagnóstico de Goguel sobre Los Republicanos. Aunque esta formación postgaullista es claramente conservadora, el espíritu de Enoch Powell se expresa ahora ampliamente en ella, y cada vez con menos resistencias.

"Entre Macron y Zemmour, digo: prefiero a Zemmour", explicaba el año pasado el favorito de las elecciones internas, Éric Ciotti, que no dudó en retomar la teoría conspiranoica del gran recambio. Durante el debate televisado con Ciotti, sus otros rivales compitieron por reducir la inmigración a marchas forzadas y sobre las marcas visibles de la práctica del Islam en espacios públicos. Y ninguno de los tres candidatos fue capaz de expresar una diferencia fundamental en la visión del mundo con la extrema derecha del Reagrupamiento Nacional (RN) de Marine Le Pen.

En cuanto al estatus del partido, ya no se le puede llamar "grande": antaño uno de los dos principales partidos de gobierno, ya lleva diez años relegado al exterior del poder nacional y ni siquiera es la principal fuerza alternativa, pues su principal recurso se ha convertido en su arraigo local. Atrapado entre la mayoría macronista y el RN, Les Républicains se esfuerzan por parecer creíbles ante los partidarios de ambos.

Nadie duda del descenso al infierno electoral de Los Republicanos, así como su evolución identitaria. Pero si ha habido un cambio con el tiempo, ¿qué se puede decir de sus partidos hermanos, es decir, aquellos con los que LR trabajan en el Partido Popular Europeo (PPE) en Bruselas? ¿Han seguido el mismo camino? ¿Están experimentando las mismas dificultades estratégicas que la formación francesa?

Es posible observar una tendencia derechizante del PPE (y de los partidos conservadores en las democracias occidentales fuera de Europa, de la que la trayectoria de los republicanos americanos es un ejemplo escandaloso). La disolución de la Democracia Cristiana en su seno, que era el componente más moderado, ha jugado un papel en ese sentido. El declive de la práctica religiosa, así como la dificultad para forjar compromisos de clase positivos entre los pudientes y los trabajadores normales, ha puesto en dificultades a esta familia política. 

La reciente alianza formal de los conservadores suecos con la extrema derecha, forjada por un giro hacia la agenda ideológica de esta última, es un signo reciente de este cambio estructural. Se han hecho muchísimas concesiones programáticas en el acuerdo de coalición para gobernar el país. Del norte al sur del Viejo Continente, de Escandinavia a España, Austria y Francia, la presión de la derecha radical ha llevado a los principales partidos de derecha a endurecer su tono en materia de seguridad, inmigración y multiculturalismo.

Pero Los Republicanos parecen estar a la vanguardia de este fenómeno. "En el espectro del PPE, el partido francés aparece muy a la derecha", confirma Pascal Delwit, profesor de Ciencias Políticas en la Universidad Libre de Bruselas, precisamente por las expresiones habituales de sus miembros en el sentido de "xenofobia próxima al racismo". Es sintomático que los franceses han sido los europeos occidentales que más han apoyado al Fidesz húngaro de Viktor Orbán, conocido por sus ataques al Estado de Derecho y su política migratoria extremadamente represiva, y que finalmente prefirió abandonar el PPE.

El declive electoral de Los Republicanos, espectacular en su magnitud, forma parte de una tendencia general a la baja de los principales partidos de gobierno de la derecha en Occidente

Especialmente derechistas en comparación con sus homólogos de derechas, Los Republicanos también parecen ser uno de los eslabones débiles del PPE en términos electorales. Han perdido también la vicepresidencia que ostentaban dentro de esta federación de partidos en su último congreso de mayo. Su representación en la Asamblea Nacional es una de las más débiles de los partidos del PPE que han dirigido o dirigen actualmente gobiernos.

Ciertamente, estos partidos han sufrido muchas derrotas o decepciones electorales en los últimos años. Sin embargo, las pérdidas de estatus como la de Los Republicanos siguen siendo muy raras. Cuando no están en el poder (como en Austria o Grecia), los conservadores siguen apareciendo como la principal oposición (como en Alemania, Luxemburgo o España). De hecho, el peso de Los Republicanos en la Asamblea corresponde más bien al de los partidos históricamente más pequeños, socios menores de la coalición o confinados en el margen de sus respectivos sistemas de partidos.   

Pero el declive electoral de LR, espectacular en su magnitud, se inscribe en una tendencia general a la baja de los principales partidos de gobierno de derechas en Occidente (mucho más allá del PPE). Así lo muestra el siguiente gráfico, elaborado por politólogos a partir de una veintena de casos, que incluyen partidos poderosos en sistemas todavía bipolares, o incluso bipartitos. Desde la década de los 60 hasta la actual, su puntuación media ha descendido unos diez puntos. Las dificultades del partido francés, aunque exacerbadas, se hacen eco así de los dilemas que afectan a toda su familia.

“En general, se observa una dinámica de fragmentación política", observa Pascal Delwit. En el sur de Europa sigue existiendo un espacio algo más estable, articulado todavía en torno a una clara oposición entre los grandes partidos de derechas e izquierdas, si nos fijamos en los casos español, portugués, griego, chipriota o maltés. Pero esto no es así en todos los países de la región. Y en todas partes, los grandes partidos de centro-derecha y centro-izquierda están experimentando una reconfiguración de identidades políticas, aunque coyunturas y personalidades puedan frenar temporalmente esta fragmentación”.

Este declive de los grandes partidos gobernantes de derechas, menos conocido pero comparable al de la socialdemocracia, se inspira en causas generales analizadas por Pierre Martin en Crisis mundial y sistemas de partidos (Presses de Sciences Po, 2018): tendencia a la baja de las tasas de crecimiento económico -y, por tanto, de la capacidad de satisfacer "fácilmente" las expectativas populares-; cansancio anti-burocrático de los ciudadanos; y afianzamiento de la "clase política" en las instituciones, a distancia de la sociedad, o incluso contra ella.

En concreto, los investigadores Tim Bale y Cristóbal Rovira Kaltwasser sostienen en un libro reciente que la capacidad de convocatoria de los partidos de la derecha dominante se ha visto atrapada entre dos acontecimientos. Por un lado, la renovación generacional se ha caracterizado por el auge de los valores "progresistas" en materia de género, sexualidad, autoridad y relaciones con los demás. Los marcos sociales de los valores tradicionales, como la Iglesia y el Ejército, se han marchitado.

Por otra parte, el rechazo a la inmigración y al multiculturalismo se ha politizado de forma inédita, junto a un descontento latente con los sistemas políticos democráticos y su eficacia. Una fracción creciente de la sociedad se ha visto así abrazando la agenda nativista y autoritaria de una nueva generación de ultraderechistas. Los partidos de la derecha dominante se han encontrado pues con que tienen que gestionar expectativas conflictivas dentro de los mismos grupos sociales que debían aglutinar.

Los politólogos Noam Gidron y Daniel Ziblatt lo expresan de otra manera, pero su análisis apunta en la misma dirección. En un artículo académico sostienen que, dentro del electorado, las opiniones sobre asuntos económicos y culturales solían alinearse en una dirección conservadora o en una progresista. Ahora se da cada vez menos, con más personas que sostienen puntos de vista políticamente “inconexos” según la dimensión de la concurrencia política a considerar.

La derecha tendría una ventaja sobre la izquierda, dice Gidron en un artículo posterior. Basta con tener convicciones "parcialmente" conservadoras para que la propensión a votar a la derecha sea más fuerte que la de votar a la izquierda. Sin embargo, escribe, "los partidos de centro-derecha están compitiendo con otros partidos a su derecha para atraer a esos votantes 'atrapados entre dos fuegos', y pueden encontrarse divididos entre los chovinistas del Estado del bienestar y los cosmopolitas del mercado".

La dificultad añadida de Los Republicanos, en comparación con sus homólogos, es que ya ha sido superados tanto por la ultraderecha de RN como por el macronismo, este último bien instalado en la cúpula del país. Sin embargo, sea cual sea el tipo de régimen, Pascal Delwit observa que "es raro que haya un partido liberal consistente y un partido conservador consistente". En otras palabras, no hay un mismo espacio para los dos, ya que uno tiende a dominar al otro.

Por supuesto, los papeles pueden cambiar, sobre todo "en función del liderazgo o de la agenda política". Pero este cambio es más fácil de conseguir con un sistema de votación proporcional. En un sistema político como el francés, el sistema de votación tiende a "cerrar" la competición política a los iniciados. La pérdida de la condición de fuerza alternativa principal es probable que se convierta en duradera.

Por lo tanto, el impasse estratégico de Los Republicanos es especialmente profundo. El partido siempre puede esperar a que el campo macronista se desintegre al final del segundo mandato de Emmanuel Macron, pero es una perspectiva incierta, y no eliminará los dilemas a los que se enfrentan todos los demás partidos conservadores acostumbrados a gobernar.

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Traducción de Miguel López

 

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