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El espíritu de la 'Primavera Árabe' no se extingue una década después

Imagen de archivo de una manifestación durante la Primavera árabe.

Joseph Confavreux (Mediapart)

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Rostros, figuras, momentos, objetos, lemas... componen la obra dirigida por la historiadora Leyla Dakhli L'Esprit de la révolte. Archives et actualité des révolutions arabes [El espíritu de la revuelta. Archivos y actualidad de las revoluciones árabes] (Editions du Seuil).

Fruto de un trabajo colectivo y compilatorio, este libro propone diferentes episodios, dedicados tanto a los “zapatos” que se lanzan a la cara visible del poder, a los “pistoleros solitarios” y a la “infancia rebelde”, como al “Zenga Zenga”, término que significa literalmente “callejón por callejón” y que adquirió otro sentido después que Gaddafi emplease el término en un discurso febril pronunciado en febrero de 2011. Junto a los pasajes obligatorios sobre la “caída del dictador”, el hecho de “ocupar las plazas” o los “cánticos revolucionarios”, la obra da prioridad a elementos menos conocidos o raramente estudiados de manera concreta.

Así, los “Comités de la revolución” en Siria, cuya significación política queda plasmada en los escritos de Omar Aziz, uno de sus fundadores, torturado hasta la muerte en 2013, cuando aboga por “la asociación de la vida y la revolución hasta su victoria, lo que implica que la sociedad debe organizarse de manera flexible, basada en la activación de un proceso que coordine revolución y vida cotidiana de la población, mediante lo que se llamará aquí el comité local".

La experiencia no duró mucho tiempo, pero forjó un imaginario político y se inscribe en una historia, que se inspira en particular en la “primavera cabilia” de 2001, durante la cual el movimiento de protesta se basó en una organización tradicional y local de la sociedad, los âarsh.

Otro pasaje edificante del libro está dedicado a los “nombres de los viernes”. La mayoría de las protestas comienzan después de la gran oración de ese día. Sin embargo, los autores subrayan que no se trata de “inscribir la movilización en un contexto religioso. En efecto, con las dictaduras, que han erradicado cualquier espacio de encuentro real, la mezquita representa un lugar de convergencia natural”. Por lo tanto, se bautiza a los viernes, primero en Egipto, como el día de la “ira” o de la “salida”, pero también en Yemen y Argelia, donde son numerados para contar las semanas del levantamiento.

En Siria, los primeros viernes no llevan un nombre especial, sino que se les pone nombre a posteriori. La elección del nombre de cada viernes se hace mediante una votación semanal en la página de Facebook de “La revolución siria contra Bashar al-Assad”. El paso a la lucha armada es particularmente notable, como cuando el viernes 2 de marzo de 2012 se pasa a denominar “Debemos armar a la ASL”. El 14 de septiembre de 2018, se dan dos nombres diferentes: “No hay alternativa a la caída del régimen” o “La revolución es nuestra esperanza y los turcos, nuestros hermanos”. Una divergencia que cuenta la historia de la desunión de los revolucionarios.

También descubrimos las metamorfosis del dabkeh, un baile on line donde los pies llevan un ritmo complejo en sincronía. Esta danza popular había sido muy controlada por los poderes nacionalistas que la habían convertido en una herramienta de propaganda popular. Los regímenes baasistas la habían codificado y puesto en escena en espectáculos de tipo “socialista-realista”, haciendo con ello que esta danza perdiera no sólo su carácter iniciático sino también su lado solidario: "Los bailarines y las bailarinas hacen gala de un gran virtuosismo individual, sin que se encuentre en él el colectivo”.

Sin embargo, esta danza adquiere otra dimensión durante la revolución contra el dictador. En este contexto, “la formación on line en dabkeh refuerza la solidaridad dentro de la manifestación y permite mantener unidos a los participantes que no se quedan con los brazos cruzados”. También puede proteger a un grupo particular, ya sean “líderes” o menores.

Una de las entradas más conmovedoras es la dedicada a Kafranbel, una pequeña ciudad del norte de Siria en la gobernación de Idlib, que ha adquirido “la dimensión icónica de la conciencia de la revolución” por su intransigencia hacia el régimen y el hecho de que todos los viernes sus habitantes exhibían pancartas que se destacaban por su franqueza y creatividad.

En enero de 2012, se podía leer: Pedimos la construcción de hoteles de cinco estrellas para atraer a una misión de observación de Naciones Unidas” y, más tarde, “pedimos una nave espacial que venga a salvarnos”. Más tarde, la ciudad se dirigió a Obama acusándolo de crimen premeditado en Siria y escribió el 2 de diciembre de 2012, en inglés: “Esto no es una guerra civil. Esto es un genocidio. Déjanos morir, pero sin mentir”.

El mérito del libro es que parte de archivos, pero no sólo para exhibirlos. Si Kafranbel es singular, puesto que es casi toda la ciudad la que se moviliza, es porque sólo una minoría de la población está involucrada en la policía o la administración, porque varios habitantes trabajan en las artes visuales y escénicas y porque una gran parte de ellos son titulados y hablan inglés, lo que les empuja a dirigirse al mundo directamente en el idioma de su elección.

Siguiendo los pasos de las revoluciones día a día, el libro también permite restituir la volatilidad e incertidumbre de estos días revolucionarios, evitando cualquier lectura lineal o teleológica que llevaría desde el primer post de Facebook a la salida del dictador. Entrevista con Leyla Dakhli, historiadora y coordinadora del libro.

PREGUNTA: Este libro sobre las revoluciones árabes comienza con una reflexión sobre la guerra civil. ¿Por qué?

RESPUESTA: Empezar evocando la posibilidad de una guerra civil nos permite resituar el gesto de la gente que, al salir a la calle, sabe que se arriesga a la guerra, al caos. Esto es quizás, incluso en parte, lo que hace a un pueblo en revolución. Hoy escuchamos muchos discursos que lamentan que las revueltas hayan derivado en guerra civil en Siria o Libia, pero los levantamientos siempre levantan más de un déspota. Todo un sistema, toda una sociedad se pone patas arriba, incluso cuando las viejas élites recuperan todo o parte de su lugar después del momento revolucionario. Cuando te unes a movimientos que se oponen a dictadores que llevan décadas en el poder, sabes que corres el riesgo de la violencia política, incluso de la guerra civil. Empezar recordando esto es también una forma de cambiar el discurso sobre las revoluciones que habrían “triunfado”, como en Túnez, o “fracasado”, como en Siria.

P: ¿En qué sentido, a pesar de las contrarrevoluciones, no hay vuelta atrás, como usted escribe?

R: Por la misma razón que cada uno se ha visto desplazado. Obviamente hay cosas que se lograron con la revolución que se perdieron a causa de la contrarrevolución, como ciertos logros políticos en Egipto. Pero cualesquiera que sean los dramas personales, las revoluciones han abierto potencialidades que no están cerradas y explican en parte la violencia con la que las autoridades están reaccionando hoy en día, por ejemplo en Egipto. Incluso para la gente que no participó directamente en las revoluciones, incluso para los poderes fácticos, todo cambió. En Siria, el régimen de Bashar ya no es el mismo que antes de 2011, ya no se basa en los mismos fundamentos. El poder del Shabbiha –estos milicianos al servicio del poder reclutados de entre lo peor de lo peor –se ha fortalecido considerablemente mientras que el del partido Baas se ha volatilizado. La reorganización de la sociedad ha afectado a todo el mundo, especialmente en Siria, al fortalecer las identidades confesionales, permitiendo a todos, y especialmente a la mayoría suní, definirse más fácilmente por su pertenencia a la comunidad que antes.

P: ¿Se ha sobreestimado la cuestión tecnológica en el análisis de estas revoluciones?

R: Ha producido muchos discursos, uno de cuyos emblemas sería el libro del egipcio Wael Ghonim sobre la Revolución 2.0 [título del libro escrito por el ciberdisidente y publicado en abril de 2012 por Steinkis, que se subtitula Le pouvoir des gens plus fort que les gens au pouvoir (El poder de la gente, más fuerte que las gentes en el poder)], que no son falsos en sí mismos, pero tienen la desventaja de haber borrado o hecho invisibles muchos otros aspectos de estas revoluciones. Al insistir en el aspecto “juvenil” y en el lado innovador, mientras que toda revolución está marcada por la presencia de las generaciones más jóvenes en las calles y el uso de los medios de comunicación del momento, este discurso ignora muchas otras formas de movilización. También reduce la realidad social, dando la impresión de que los revolucionarios son todos de la clase media. Esto no quiere decir que la idea de revoluciones marcadas y catalizadas por nuevos usos tecnológicos no tenga sentido. En Egipto, esto da forma a la revolución, probablemente más que en otros lugares. Sin embargo, cuando se hizo una recopilación sobre este tema en Túnez, se comprobó que seguía siendo muy rudimentaria y que no iba mucho más allá de los vídeos grabados por las pocas personas que poseían teléfonos móviles con cámara y los publicaban de inmediato en las redes, a menudo desde cibercafés. El riesgo es que semejante lectura centrada en los medios tecnológicos, que dejan más huellas que otros, desencarne lo que es una revolución, es decir, sobre todo, cuerpos que salen a la calle.

“Si se miran las estadísticas, no sucede nada específico en el invierno de 2010/2011”

P: También matiza los análisis que se centran en la cuestión social y de subsistencia, haciendo de las revueltas en el mundo árabe una prolongación de la subida de los precios de los alimentos a partir de 2008 y un efecto de las políticas neoliberales. ¿Por qué?

R: En las revoluciones de 2011, hay poca evidencia de un vínculo con las “revueltas del pan” de las décadas de 1970 y 1980. Incluso si la cuestión del pan –también hay un capítulo “pan” en el libro– es claramente visible y recuerda que estas revoluciones no son sólo revoluciones por la libertad y la democracia, contienen más que la cuestión de la subsistencia. Las causas sociales tampoco explican el momento de la revolución, porque una gran parte de los jóvenes no había tenido trabajo durante mucho tiempo. Sin embargo, esto no supone contestar un enfoque social, que es esencial. Pero dicho enfoque ya implica una mejor comprensión de lo que ocurrió durante los famosos “disturbios del pan”. En 1984 en Túnez, donde los disturbios contra el FMI se redujeron a disturbios de subsistencia, lo que estaba en juego en 1984, al igual que en 2011, era algo que giraba en torno a la humillación y la dignidad, con importantes efectos de umbral, por ejemplo cuando las exigencias de “ajustes estructurales” llegaban a laminar servicios escolares u hospitalarios que ya estaban en mal estado. La pobreza puede tolerarse si no va acompañada de humillación. Existe la idea de que el contrato social debe permitir a las personas salir adelante, sobrevivir, incluso cuando no tienen un trabajo estable. La protesta suele derivar del hecho de que se rompe el contrato que permite a la gente vivir vendiendo unas cuantas cosas en la calle o dedicándose a un pequeño mercadeo. Si sólo hablamos de la tasa de desempleo y partimos de un análisis en términos de macroestructuras, se pierde esta dimensión esencial, que es tanto política como económica.

P: ¿Cómo se convirtieron los pueblos árabes en revolucionarios? ¿Es posible identificar lo que hace que las personas se conviertan en disidentes?

R: Esta sigue siendo la pregunta más difícil de responder. Sabemos por otras revoluciones en la historia que el causalismo estricto es inoperante, que los mismos ingredientes desencadenarán o no un momento revolucionario. Así que lo que los archivos que hemos estudiado dicen es el momento del cambio, cuando nos quedamos con metáforas como “la gota que colma el vaso”, sino cómo va a más, cómo prende la mecha. Si miramos las estadísticas, no ocurre nada concreto en el invierno de 2010/2011, aunque podemos observar los sentimientos de la gente, por ejemplo, cuando Ben Ali hace un discurso en árabe dialectal –algo que no había hecho nunca– para decir a los tunecinos que los ha entendido, cuando por supuesto es todo lo contrario. Esto puede provocar cierto hastío que puede llevar a algunos a hacer la revolución, pero tampoco se puede establecer a través de los archivos. Por lo tanto, el libro no responde a la cuestión de ese paso a la acción, sino a la pregunta de cómo se llega a ser revolucionario, siguiendo las huellas de los acontecimientos que todos recordamos, como la muerte de Mohamed Buazizi, o a elementos aparentemente de menor talla y menos conocidos que también constituyen la inteligencia política del momento.

P: ¿Qué es lo que hace visible un gesto revolucionario o, por el contrario, qué lleva a que los demás pasen desapercibidos? ¿Por qué la muerte de Mohamed Bouazizi se convierte en emblemática mientras que la muerte en enero de 2016 del joven desempleado Ridha Yahyaoui, que muere electrocutado tras subir a un poste de la luz, frente a la sede de la gobernación, después de que su nombre fuera eliminado de una lista de contratación de la administración pública, pasa casi desapercibida?

R: Hay una parte de azar, pero lo que marca la diferencia es que bastantes personas, y bastantes personas diferentes, lo hagan suyo. En sí mismo, ningún gesto es un símbolo. A veces el símbolo se construye sobre el sentimiento de que esa vez fue peor, de que ya había habido suicidios en el sur de Túnez, pero que el de Bouazizi fue la derivada de una humillación flagrante. Pero el contexto por sí solo, o el hecho de que sea excepcional, no es suficiente para explicar por qué algunos eventos son recordados y otros no. Lo que es seguro es que no podemos reproducir exactamente un momento o un símbolo, como nos recordó el gesto de Yahyaoui y, lamentablemente, tantos otros después de él, en Túnez y en otros lugares.

“Es demasiado pronto para pretender hacer ‘balance’ de las revoluciones árabes”

P: Mientras que los lugares emblemáticos de las revoluciones árabes fueron las plazas, el libro evoca otros, en particular las manifestaciones en casa en Siria donde las mujeres se fotografiaron con lemas...

R: El pragmatismo y los imperativos de seguridad han desempeñado un papel importante en la invención de esta práctica de protesta, lo que demuestra que la distinción entre el espacio privado y el público ya no es válida en el momento revolucionario. Hemos optado por centrarnos en las manifestaciones en casa para mostrar que la revolución es un desplazamiento, pero que no sólo se lleva a cabo mediante la ocupación del espacio público, que también puede llevarse a cabo en el lugar. También permite ver, aunque tenemos en mente muchas imágenes de plazas llenas principalmente de hombres, que las mujeres retenidas en casa por los niños también se organizan, aunque de manera menos visible. Las mujeres que se ve en estos vídeos [bajo estas líneas] no son ni amas de casa tradicionales ni mujeres comprometidas políticamente en la arena pública.

Protesta de salón, en imágenes grabadas en un apartamento privado en Damasco (Siria), el 30 de mayo de 2011.

P: ¿Se puede aprender la revolución? Y si la respuesta es afirmativa, ¿cómo?

R: Creo que sí. Esa es una de las cosas que ha salido a la luz en el curso de este trabajo. Pero estamos hablando menos de lecciones que de una experiencia que permite aprender. Hay transmisiones de conocimientos o de prácticas, como cuando los sindicatos organizan campamentos o cuando los geeks transmiten sus conocimientos informáticos. Pero también se aprende a hacer la revolución, ya sea para ocupar posiciones o para escapar de los esbirros del régimen. La conclusión del libro está totalmente orientada hacia esta idea de la revolución como una experiencia.

P: La obra no sólo abarca el año 2011 sino que se extiende a los movimientos que comenzaron en 2019 en Argelia, Sudán, Irak y el Líbano. ¿Por qué esta elección?

R: Porque estas revueltas de 2019 se inscriben explícitamente en la filiación de 2011, sobre todo porque tienen lugar en países en que no hubo protestas o apenas las hubo en 2011. Hay tanto términos comunes como temas compartidos, incluyendo la idea de que el Estado no se preocupa por sus ciudadanos. También hay prácticas que se están extendiendo y a veces mejorando. El nivel de elaboración de las tácticas insurgentes de los manifestantes iraquíes de 2019 es sorprendente, y la organización de la convivencia –alimentarse, defenderse, curarse– forma parte de la capacidad de resistencia a la represión. Más allá del hecho de que los levantamientos de 2019 hacen suyos los logros de 2011, arrojan luz sobre ciertos elementos de 2011, por ejemplo la cuestión feminista, que no surge directamente después de que se desencadenan las revoluciones, sino más bien de manera escalonada, mientras que fue inmediatamente central en las revueltas del año pasado.

P: ¿Puede hablarnos del uso del takbir, es decir, del canto “Alá Akbar” durante las manifestaciones? ¿Cómo hay que entenderlo durante las revueltas árabes, sabiendo que causó división incluso en la marcha contra la islamofobia celebrada en París el año pasado?takbir

R: Este grito está muy presente en la banda sonora de las revoluciones árabes, así que no podíamos dejarlo fuera. Intentamos mostrar que no siempre significa lo mismo y que puede cantarse incluso cuando no hay islamistas en la calle. Por lo tanto, es una interjección mucho más presente en el Mediterráneo oriental, en Egipto o en Siria, que en cualquier otro lugar. También es algo que oímos mucho en los funerales, que a menudo se han vinculado a las manifestaciones. También se canta cuando oímos disparos, porque puede haber muertes, como una especie de advertencia para tener cuidado. Hay una dimensión religiosa, pero puede ser secundaria, como cuando decimos “Dios mío” o, por el contrario, puede referirse directamente a la revolución iraní o a las manifestaciones de Hamas en Palestina, dependiendo del contexto y de las personas que la canten.

P: ¿Cómo explica el hecho de que las revoluciones árabes hayan creado "pocas instituciones y textos de referencia", como se dice en la conclusión?

R: En primer lugar, porque es necesario ganar a largo plazo para inscribir en las instituciones los logros de las revoluciones. Por eso lamento no haber incluido la Constitución de Túnez en el libro, porque es sin duda el texto más significativo salido de 2011. Pero decir esto es también una manera de invitarnos a leer todos estos rastros más impresionistas que las revoluciones de 2011 han dibujado como horizonte, aunque no se encarnen en monumentos de piedra o papel. También es una forma de decir que los efectos de las revoluciones árabes y, en particular, todas las cuestiones que plantearon sobre el contrato entre los gobernados y los gobernantes, no deben leerse necesariamente sólo en los países donde tuvieron lugar, sino también en otras partes del mundo donde la cuestión de la justicia social y la “economía moral” del poder se ha visto sacudida, ya sea en Chile o en Francia con los chalecos amarillos. Es demasiado pronto, incluso diez años después de su estallido, para pretender hacer “balance” de las revoluciones árabes.

Traducción: Mariola Moreno

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