Gazprom, el criminal climático ruso

El logotipo de la empresa energética Gazprom en una planta de la corporación estatal rusa en San Petersburgo.

Mickaël Correia (Mediapart)

Para conocer dónde está la sede de Gazprom en Francia no hay más que caminar a lo largo de los Campos Elíseos de París y levantar la vista. En pleno corazón de la célebre avenida ondean orgullosamente dos banderas de la compañía energética rusa en lo alto de un edificio señorial.

Desde las alturas, a Yuri Virobian, presidente de la filial francesa de Gazprom, le gusta mostrar su enorme despacho personal. Ante una maqueta de un avión de línea A380, este sexagenario comenta: “Me la han regalado en Toulouse después de haber firmado un contrato de suministro con Airbus”.

También tiene una camiseta del París-Saint-Germain firmada por el futbolista Zlatan Ibrahimovic, como prueba de la pasión que profesa el dirigente por club de la capital. Su orgullo más grande se encuentra no obstante en una modesta vitrina: una foto suya con Vladimir Putin.

“El presidente ruso fue recibido en Versalles por Emmanuel Macron en su primer encuentro oficial en mayo de 2017. La foto fue tomada durante su visita a la exposición Pedro el Grande, un zar en Francia, 1717”, dice con orgullo Yuri Virobian. “Gazprom era el patrocinador principal junto con Total y desde entonces somos la única empresa rusa inscrita en la galería de benefactores de Versalles”.

El Kremlin y Gazprom están íntimamente relacionados. Desde 2005, el Estado ruso es accionista mayoritario del mayor productor mundial de gas. En su dirección, Putin ha colocado a Alexei Miller, con quien el actual presidente de Rusia ha trabajado estrechamente desde 1991 a 1996 cuando dirigía el comité de relaciones económicas exteriores de la alcaldía de San Petersburgo.

Durante ese período turbulento de desmembramiento de las empresas públicas soviéticas, ese comité permitió a Vladimir Putin, a Alexei Miller y a otros miembros “colocarse en la dirección de la comunidad criminal de la ciudad” y encarnar “en cierto modo la jefatura de la mafia de San Petersburgo”, según el ex investigador público ruso Andrei Zykov.

A finales de 2019, Gazprom tenía un valor de cerca de 100.000 millones de dólares en los mercados bursátiles. Un gigante del capitalismo fósil en manos de Moscú. Pero la joya de la economía rusa también es un peso pesado en el calentamiento planetario. Ese imperio gasístico está en el top tres de los mayores criminales climáticos del planeta. Gazprom emite cada año a nuestra atmósfera casi cuatro veces más de CO2 que el conjunto de la población francesa.

El consumo mundial de gas se ha disparado de tal manera que Naciones Unidas han demostrado que las previsiones de producción de gas en 2040 sobrepasan ya en un 50% los niveles compatibles con el límite de calentamiento de 2º. Porque, a pesar de los acuerdos internacionales sobre el clima que Rusia ha ratificado, Gazprom ha encontrado una solución imparable para continuar vendiendo su combustible fósil: hacer a Europa adicta a su gas.

El Ministerio de Energía francés se mostró muy positivo ante nuestra llegada

Iouri Virobian — Presidente de la filial francesa de Gazprom

De hecho, desde 2018, Gazprom provee el 40% del gas natural que el Viejo Continente consume y la Unión Europea representa su primer mercado exterior: ocho miembros de la UE dependen del gas ruso en más de la mitad de su consumo. Francia está en el 23%. Y en lugar de decaer para ralentizar la catástrofe climática, las importaciones europeas de gas se han disparado como una flecha: desde 2015 están aumentando en una media del 4% anual.

A la conquista del Oeste

Desde su despacho en el que la torre Eiffel aparece en el marco de la ventana, Yuri Virobian relata que “de 1984 a 1988, Soyouzgazexport, la rama del Estado Soviético encargada de la venta de gas al extranjero, me envió a Francia como representante de la sociedad en la Representación Comercial de la URSS en Francia. Luego, en 2003, la sociedad Gazprom Export me llamó porque abrían despacho en París. No éramos más que dos y nuestro objetivo era recabar información para conocer mejor el mercado francés”.

Tres años después, gracias a la liberalización del mercado de la energía impuesto por Bruselas al comienzo de los años 2000, Gazprom creaba su filial francesa para conquistar toda Francia. “¡El ministerio francés encargado de la energía se mostraba muy positivo con nuestra llegada!”, nos dice el hombre de negocios. “Nos dijeron que necesitaban nuevos proveedores como nosotros porque estaban obligados a abrirse a la competencia, so pena de ser sancionados por la Unión Europea”.

Después, el equipo francés de Gazprom se comería el mercado público y profesional. En 2006, la Dirección General de la Energía y el Clima, administración que depende del Ministerio de Transición Ecológica, autorizó a la compañía rusa a suministrar gas a entidades públicas y dependencias encargadas de misiones de interés general, como hospitales, residencias, escuelas y ministerios.

El contaminador climático suministra hoy gas tanto a pequeños supermercados como al grupo inmobiliario Foncia, cuyos 70.000 edificios se abastecen actualmente de la compañía rusa. Respecto a las comunidades y administraciones locales, Nantes Metropole por ejemplo ha contratado ya dos veces los servicios de Gazprom entre 2015 y 2020 por un total de 5 millones de euros al año. Lo mismo la Universidad de Estrasburgo, que firmó un contrato con ellos en ese mismo período. Dependencias del Ministerio de Defensa y el Consejo de Europa han recibido también suministros de la firma rusa hasta 2017 y 2020 respectivamente.

Los reclusos del Gulag trabajaron incansablemente a 40 grados bajo cero para construir la infraestructura actual necesaria para la extracción de gas

La magia del liberalismo hace que no solo Gazprom le pase su gas fósil a 15.000 empresas y administraciones francesas sino que se lo vende también a su principal competidor nacional: Engie (anteriormente Gas de Francia). En 1975, el ministerio soviético de producción gasística firmó un acuerdo con Gas de Francia para suministrarle cerca de una cuarta parte de su aprovisionamiento durante 30 años. En 2006 se renovó el contrato para continuar con el envío de gas de Gazprom hasta 2030.

El mastodonte del gas se ha instalado en el corazón del sistema energético de Europa aprovechando las políticas europeas de liberalización y se ha implantado como proveedor en los países del Viejo Continente, sellando acuerdos de suministro a largo plazo con líderes gasísticos como Engie en Francia, Eni en Italia o E.ON en Alemania.

En 1956, la URSS creó el ministerio del gas y luego descubrió, a finales de los años 60, tres inmensos campos en Siberia, Yamburg, Urengoi y Mevezhye, que hoy siguen activos y que alimentan los envíos de gas a Francia. En esas regiones inhóspitas, los zeks —los prisioneros de los gulags— trabajaron sin cesar durante diez horas diarias con temperaturas que alcanzaban los 40º bajo cero para construir las infraestructuras que ahora permiten la extracción del gas.

La compañía fósil, nacida de la transformación del ministerio soviético del gas en grupo privado, bautizada en 1989 como Gazprom (Gazovaia Promichlenost o Industria Gasística), aunque ya no se aprovecha de los prisioneros del régimen totalitario, cuenta no obstante con un arma temible para hacerse con una parte del mercado en regiones para invertir: sus gaseoductos.

Contaminar a pleno escape

La pequeña ciudad balnearia de Lubmin, en la costa norte de Alemania, es una de las localidades al Este del Rhin más expuestas a los desarreglos climáticos. El litoral marítimo poco profundo de la región hace que Lubmin sea progresivamente mordisqueado por el aumento del nivel del mar Báltico.

A finales de 2020, esa localidad era inundada por cuarta vez en los últimos 25 años y tuvo que acudir todo un ejército de bulldozers para construir barreras de arena en la playa. “En el siglo XX el nivel del mar en la costa alemana del Báltico aumentó unos 15 cms”, detalla la climatóloga Insa Meinke. “A partir de ahora tenemos que limitar severamente toda emisión de gas de efecto invernadero para evitar una fuerte crecida del nivel del mar”.

Una ironía climática: Lubmin es la puerta de acceso directo de Gazprom a la Unión Europea. A dos kilómetros de la orilla donde trabajan con regularidad las excavadoras para luchar contra la inundación, un claro alberga el terminal gasístico de Lubmin, lugar donde emerge un inmenso gaseoducto submarino.

Desde Vyborg, al norte de San Petersburgo, parte el gaseoducto de 1.220 km que recorre el fondo del mar Báltico hasta esa discreta infraestructura en Lubmin. Bautizado como Nord Stream, esa conexión energética fuera de serie entre Rusia y Alemania permite a Gazprom, desde finales de 2011, regar de gas a los europeos sin atravesar terceros países. Cada año pasan por ese tubo 55.000 millones de metros cúbicos de gas fósil procedente de Siberia, que satisfacen la demanda anual total de gas de Francia y Austria juntos.

Desde 2006, Gazprom ha tejido una serie de acuerdos de patrocinio cultural con Engie para promover una imagen de respetabilidad

Para construir ese proyecto climaticida, la compañía rusa se ha asociado con la francesa Engie, las alemanas Wintershall Dea y E.ON y la holandesa Gasunie. Para seducirlos y mejorar la aceptación social de Nord Stream, Gazprom ha desplegado importantes medios. Siguiendo el ejemplo de la exposición sobre el zar Pedro el Grande en Versalles, este contaminador gasístico ha establecido con Engie desde 2006 numerosos acuerdos de mecenazgo cultural francés con el fin de labrarse una imagen de respetabilidad.

En 2010, año en que la compañía energética francesa entraba en el conglomerado Nord Stream, el Museo del Louvre inauguraba la exposición insignia “Santa Rusia”, co-financiada en gran parte por las dos sociedades gasísticas. Tres años después, cuando Nord Stream comenzaba a anegar Francia con gas ruso, Gazprom y Engie hicieron de patrocinadores exclusivos del ballet Le Sacre du printemps, con ocasión del centenario del Teatro de los Campos Elíseos. Alexei Miller, el presidente de Gazprom, estuvo presente en la sesión inaugural. “Este vínculo entre los negocios y la cultura es muy importante para nosotros. Ayuda a reforzar la cooperación entre grandes empresas”, asegura Yuri Virobian.

Otra práctica que ejerce el heredero del ministerio soviético del gas para imponer su gaseoducto, la de los revolving doors (puertas giratorias), consiste en captar a personalidades políticas que ostenten un poder legislativo o regulatorio para su campo de actividad. En un informe sobre los vínculos entre el sector público y las compañías de fósiles encargado en 2018 por el grupo ecologista del Parlamento Europeo, sus autores afirman que “empresas como Gazprom/Nord Stream (…) trabajan con ex responsables públicos de varios países, lo que les permite ampliar su radio de acción a toda Europa”.

Entre los 88 casos de puertas giratorias que menciona el informe, “el más espectacular” según el documento es el del ex canciller alemán Gerhard Schroëder. Durante su mandato entre 1998 y 2005 estuvo dando apoyo total al proyecto del gaseoducto ruso-alemán. Tres meses después de su derrota en las elecciones legislativas federales de 2005, el excanciller dejó la política para ocupar el puesto de presidente del consejo de vigilancia de Nord Stream. “Eso hizo nacer la sospecha de la posible implicación de Schroëder durante su mandato en un conflicto de intereses en sus relaciones oficiales con Rusia y las empresas rusas, entre ellas Nord Stream”, señalan los autores del informe.

En la actualidad, la alianza entre Gazprom y sus socios en Nord Stream hace que más de 25 millones de hogares europeos dependan de esa inyección de gas carbónico. Solo entre el Acuerdo de París sobre el clima (2015) y finales de 2019, el volumen de gas transportado por ese gaseoducto aumentó en un 50%. La combustión de las enormes cantidades de gas que han pasado por el Nord Stream supone por sí sola unos 106 millones de toneladas equivalentes de CO2 al año. Una cantidad equiparable a todas las emisiones de Bélgica.

Una doble amenaza

Una mañana de septiembre de 2018, siete años después de que empezara a funcionar Nord Stream, la población de Lubmin descubrió cerca de su playa un imponente barco de construcción, el Audacia, que lentamente iba depositando en el fondo del Báltico kilómetros de gaseoducto recién fabricados. Se podía distinguir sobre los inmensos tubos de acero la inscripción de Nord Stream 2.

Un año antes, Gazprom y cinco compañías energéticas europeas —la francesa Engie, la anglo-holandesa Shell, la austríaca OMV y las alemanas Uniper (ex E.ON) y Wintershall Dea— se habían reunido en París y oficializado el mega proyecto Nord Stream 2 por un montante de 10.000 millones de dólares.

¿El objetivo? Nada menos que duplicar el flujo del Nord Stream, que pasó de 55.000 a 110.000 millones de metros cúbicos de gas al año. Una oleada suplementaria de carbono para nuestro planeta y un maná de beneficios fósiles para las seis compañías del consorcio.

El gaseoducto Nord Stream 2 es también una forma de evitar el territorio ucraniano por donde pasa hoy el 40% del gas importado de Rusia en Europa. Con el fondo de una tensión diplomática entre Moscú y Kyiv, que hoy se traduce en una agresión armada por parte del Kremlin, la duplicación del corredor energético Nord Stream priva a Ucrania de importantes ingresos procedentes de los derechos de paso rusos.

Desde su lanzamiento oficial en 2018, Nord Stream 2 ha sido objeto de fuertes críticas. Los países europeos exsatélites de la URSS, con Polonia a la cabeza, han denunciado la voluntad del Kremlin de aumentar su dominio sobre el Viejo Continente a través de Gazprom y sus gaseoductos. En mayo de 2018, el contaminador gasístico se libró por poco de una multa de la Unión Europea. Las autoridades anti-trust de Bruselas acusaban a Gazprom de abuso de posición dominante en ocho países de Europa del Este. Al final llegaron a un acuerdo amistoso gracias al inquebrantable apoyo de Alemania a este gigante del gas.

Por su parte, los Estados Unidos, tras haber declarado en 2018 que Alemania era “prisionera de Rusia” en materia energética, aplicaron sanciones a la construcción del gaseoducto, tratando de convencer así a Europa de que compraran su gas de esquisto, cuya producción está en plena expansión. Las medidas americanas provocaron un importante retraso en los trabajos pero la construcción del Nord Stream 2 se pudo terminar el 10 de septiembre de 2021.

Nord Stream 2 es uno de los pocos proyectos que suponen simultáneamente una amenaza para la seguridad energética y la seguridad climática de la UE

Marcin Stoczkiewicz — Abogado de la ONG ClientEarth

Más allá de consideraciones geopolíticas, el gaseoducto de Gazprom es también una aberración ecológica y climática. El trazado de los tubos ha devastado la reserva de Kourgalski, una zona natural que alberga 250 especies de aves y 750 especies de plantas, algunas muy raras. La firma rusa ha hecho caso omiso de las dos convenciones internacionales que protegían hasta ahora esa joya de la biodiversidad única en el Golfo de Finlandia. En cuanto a las emisiones de gas de efecto invernadero, si la Unión Europea quiere a reducirlas a la mitad de aquí a 2030, tiene que disminuir sus importaciones de gas natural en un 13%.

“La Unión Europea, si se toma en serio sus compromisos, tendrá que hacer frente al impacto del gas. Nord Stream 2 supone el riesgo de asegurar el uso de combustibles fósiles durante décadas”, alertaba ya en 2017 Marcin Stoczkiewicz, abogado de la ONG ClientEarth, concluyendo que “Nord Stream 2 es uno de los pocos proyectos que, al mismo tiempo, constituyen una amenaza para la seguridad energética y la seguridad climática de la Unión Europea”.

Poco le importan esa reprobaciones a Gazprom, que ha seguido apoyándose en sus puertas giratorias. Hans Jörg Schelling, durante su mandato como ministro austríaco de finanzas de 2014 a 2017, supervisó la participación en un 31,5% del Estado austríaco en la sociedad energética OMV, una de las cinco inversoras extranjeras en el Nord Stream 2. Tres meses después de haber dejado el cargo, Shelling se convertía en consejero de Gazprom para el proyecto de gaseoducto.

Por su parte, Marion Scheller, directora del departamento de política energética del Ministerio de Economía alemán desde 2013, pasó en octubre de 2016 a ser consejera senior para las relaciones gubernamentales en el conglomerado Nord Stream 2.

El mecenazgo cultural también tuvo su mejor momento entre el contaminador ruso y su socio francés Engie. En 2017, Engie aumentó su participación de capital en el Nord Stream 2 e inauguraba de la mano de Gazprom, como mecenas, la exposición San Luis y las reliquias de la Santa Capilla en los museos de Kremlim en Moscú, donde se podían admirar obras de arte prestadas sobre todo por los museos del Louvre y de Cluny.

Dos años después, los dos enterradores climáticos inauguraban con gran pompa la restauración del salón de Lyon en el Palacio de Catalina, cerca de San Petersburgo, una sala imperial de sederías doradas para lubricar los rodamientos energéticos franco-rusos y sacar brillo al blasón del emperador del gas ruso.

Expansionismo fósil

En la actualidad, Gazprom posee el mayor sistema de gaseoductos del mundo. Sus siniestras tuberías recorren más de 175.000 km, cuatro veces el diámetro de la Tierra. Entre finales de 2015, fecha del Acuerdo de París, y 2019, este gigante ha inyectado en su inmensa red de tuberías un 15% más de gas.

Para asentar su dominación fósil, Gazprom sigue extendiendo sus gaseoductos-tentáculos, agravando cada vez más la crisis climática. En 2019 fue inaugurado el Power of Siberia, 3.000 km de tubos que van desde los frondosos bosques de Yakutia hasta la frontera china, para abastecer de gas a ese gran país asiático. Y el 8 de enero de 2020, Vladimir Putin y el presidente turco Recep Tayyip Erdogan celebraban la puesta en marcha del Turk Stream, un gaseoducto que atraviesa el Mar Negro para llevar el gas ruso a Turquía y a la Europa del sureste.

Desde la sede parisina de Gazprom, Yuri Virobian dice entusiasmado: “El gas es un recurso abundante. Cada poco descubrimos nuevos yacimientos y en zonas cada vez de más difícil acceso. Conforme se va desarrollando la ciencia, nos va siendo más fácil extraerlo en la región siberiana de Yamal o en el fondo del Ártico”.

Haciendo una pausa, Virobian contempla frente a él una gran fotografía en la que Alexei Miller está señalando con el dedo un horizonte imaginario a Vladimir Putin. Luego dice: “Algún día el gas, el carbón y el petróleo desaparecerán, pero el Palacio de Versalles y el Palacio de Catalina seguirán ahí por los siglos. Las personas verán el nombre de Gazprom en la galería de los benefactores y se acordarán de nuestra empresa. Es importante dejar huella”. Una huella que los dirigentes europeos tratan de borrar con urgencia después del comienzo de la ofensiva rusa en Ucrania.

El canciller alemán Olaf Scholz suspendió el pasado 22 de febrero la puesta en marcha del gaseoducto Nord Stream 2. La presidenta de la Comisión Europea Ursula von der Leyen fijó como objetivo en la cumbre de Versalles, los días 10 y 11 de marzo pasados, una reducción de dos tercios en la compra de gas ruso por Europa de aquí a finales de este año 2022. Por su parte, Emmanuel Macron declaró durante ese encuentro: “Tenemos que prepararnos para desengancharnos de esta dependencia de Rusia”.

Lejos de los efectos de ese anuncio, la Agencia Internacional de la Energía estima que Europa solo podrá reducir un tercio o tal vez la mitad de su suministro de gas ruso en este año.

Caja negra

La entrevista con Yuri Virobian se realizó el 17 de diciembre de 2020 y el 20 de enero de 2021.

* Las citas de esta entrevista y partes de esta investigación están tomadas de mi libro Criminels climatiques. Enquête sur les multinationales qui brûlent notre planète (La Découverte, enero de 2022).

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Traducción de Miguel López

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