Los primeros meses de la presidencia de Trump han dejado claro que el orden económico mundial ya no es el mismo que en la década de 2010. Parece haberse puesto en marcha un cambio de lógica global, en el que la primera potencia mundial está dispuesta a poner en peligro su crecimiento, sus alianzas tradicionales y sus dependencias para garantizar su hegemonía geopolítica.
Esta nueva lógica tiene un nombre, que poco a poco se está convirtiendo en un concepto de moda: geoeconomía. Fue un editorial del Financial Times del 9 de mayo, titulado “Bienvenidos a la nueva era de la geoeconomía”, el que popularizó la idea, aunque ya llevaba varios meses circulando en los círculos académicos, hasta el punto de que el Fondo Monetario Internacional (FMI) estableció en 2023 el concepto de “fragmentación geoeconómica”.
El término geoeconomía fue acuñado en la década de 1990 por el estratega estadounidense Edward Luttwak y posteriormente desarrollado por el francés Pascal Lorot. La idea es estudiar el uso por parte de los Estados de armas económicas y comerciales, en lugar de medios diplomáticos y militares, como en la geopolítica. Pero a mediados de la década de 2020, este concepto se amplió para describir un nuevo funcionamiento del orden mundial.
Para entender de qué se trata, hay que retroceder un poco en el tiempo. Hasta finales de la década de 2010, el orden dominante era el neoliberalismo, que, como precisa el economista brasileño Alfredo Saad-Filho, no es una corriente de pensamiento, sino un “modo de gestión del capitalismo” destinado a reequilibrar la tasa de beneficio debilitada por la crisis del modo de gestión anterior, el fordismo.
En el neoliberalismo, el Estado no desaparece, ni se debilita. Cambia de función y de naturaleza. Su parte redistributiva (su “mano izquierda”) se debilita en beneficio de su parte disciplinaria (su “mano derecha”). Esta parte disciplinaria, que toma la forma de “reformas estructurales”, tiende a garantizar la existencia y el funcionamiento de un orden económico basado en los mercados transnacionales, tanto de bienes como de servicios financieros.
En otras palabras, en el neoliberalismo, los Estados actúan en nombre de algo que les supera: la economía internacional, regida, al menos en teoría, por las grandes leyes neoclásicas. Las exigencias económicas se utilizan entonces para justificar las políticas nacionales, mientras que el orden internacional es gestionado por grandes organizaciones internacionales que velan por el buen funcionamiento de la economía y el comercio.
Todo el mundo sabe cómo la era neoliberal ha dado lugar a una forma de fatalismo e impotencia encarnada en el famoso TINA de Margaret Thatcher, por There is no alternative (No hay alternativa). Esa ausencia de alternativa se explicaba por la interdependencia de los Estados y su sumisión a las leyes percibidas como casi metafísicas de la economía.
¿La alternativa al neoliberalismo?
Tras la crisis de 2008, esta lógica se desvaneció. El debilitamiento del crecimiento y la multiplicación de choques, desde la crisis de la deuda hasta la crisis sanitaria, hacen que la lógica neoliberal sea cada vez más obsoleta. Poco a poco, el Estado se aleja de esta lógica ayudando directamente a sus empresas, apoyando los mercados financieros a través de los bancos centrales o estableciendo vínculos económicos privilegiados con otros países sobre bases políticas. De esta evolución ha surgido una nueva lógica, la de la geoeconomía.
La editorialista del Financial Times, Gilian Tett, considera que se trata de un cambio hacia un mundo en el que “la economía ha pasado a un segundo plano en favor del juego político”. En otras palabras, los Estados ya no estarían sujetos a la lógica económica, sino que utilizarían la economía como un medio para mantener o establecer su poder.
El núcleo del problema sería pues la rivalidad entre China y Estados Unidos, pero también implicaría estrategias de autonomización de otras regiones o Estados, como la India, la Unión Europea o Rusia, por ejemplo. Como destaca un estudio de tres investigadores de la Universidad de Stanford publicado en enero, los hegemones, es decir, las grandes potencias, “ejercen su poder sobre las empresas y los gobiernos de su red económica exigiéndoles que adopten medidas costosas para manipular el equilibrio económico a favor del hegemón”. Eso es exactamente lo que hace Donald Trump cuando comienza por dirigir sus acciones contra sus aliados con el fin de reforzar el control de Estados Unidos sobre ellos, siguiendo una lógica de dominación unilateral.
Uno de los investigadores que más ha profundizado en la teorización de la sustitución del neoliberalismo por la geoeconomía es el alemán Milan Babić, investigador en ciencias políticas en la Universidad de Ámsterdam. A principios de mayo, ha publicado un libro en el que presenta esta tesis: Geoökonomie: Anatomie der neuen Weltordnung (Geoeconomía: anatomía de un nuevo orden mundial, edit. Suhrkamp Verlag, Berlín).
Su postura es algo diferente a la presentada anteriormente y dominante en el mundo anglosajón. Para él, la geoeconomía no supone, como afirma Gilian Tett, un simple retorno al marco nacional para las políticas económicas. No estamos asistiendo a un simple retorno cíclico del Estado tras una fase de globalización. La globalización de las cadenas de valor sigue siendo una realidad.
Lo que cambia, para Milan Babić, es “la naturaleza de las interdependencias económicas”. Ahora, los Estados aceptan que la globalización crea ganadores y perdedores, y el reto será estar en el bando de los ganadores.
Es esencial por tanto comprender, como dice Milan Babić, que la “globalización es la condición para un orden geoeconómico”. En otras palabras, la historia no es cíclica, sino que avanza modificando las condiciones existentes. La geoeconomía va más allá del neoliberalismo, pero también es su producto. “Sin las infraestructuras, los vínculos comerciales y de inversión y las organizaciones que se crearon en los años noventa y dos mil, no podría haber instrumentalización de las interdependencias”, resume el autor.
El orden geoeconómico es, por tanto, producto del neoliberalismo y de sus fracasos. Y aunque se define por la integración de las políticas económicas en las prioridades “de seguridad y geoestratégicas” de los Estados, éstos deben tener en cuenta a otros actores, a veces más poderosos que ellos, las multinacionales, que se convierten en partes interesadas en este juego de poder político. Como señala Babić, la construcción de la dominación geoeconómica es un proceso en curso que sigue siendo “contradictorio y fragmentado”.
Pero existe un marco global. A partir de ahora, los Estados ya no pretenden someterse ciegamente a una lógica económica. Su intención es construir una economía al servicio de sus intereses.
Los tres pilares del orden geoeconómico
¿Cuáles son las formas concretas de este nuevo orden geoeconómico? Milan Babić presenta tres evoluciones centrales: el uso estratégico (Strategisierung) de las interdependencias económicas, la fragmentación y regionalización del orden internacional, y la transformación del poder estatal.
La primera de estas evoluciones es el resultado del fracaso de la teoría ricardiana de las ventajas comparativas en el comercio internacional. Contrariamente a lo que afirmaba el economista británico David Ricardo, el comercio no solo beneficia a unos pocos. Los Estados más poderosos se niegan por lo tanto, en nombre de su seguridad y su poder, a ser los perdedores de estos intercambios y a asumir las desventajas de la apertura de los mercados.
Una de estas desventajas principales, que ha quedado patente con la crisis sanitaria, es la dependencia en determinados sectores. Esa dependencia se ha convertido en un problema de seguridad nacional y ahora se trata como tal. Lo que conduce a lo que Babić denomina una “securización de la política económica y una economización de la seguridad”. En otras palabras, las decisiones de dependencia económica ya no pueden tomarse independientemente de los retos estratégicos.
Cuando se es una potencia hegemónica como Estados Unidos, esta evolución puede conducir, como hace Donald Trump, a un fuerte deseo de integración de sus vecinos cercanos, como Canadá, al control de las rutas marítimas que conducen a los principales puertos del país, mediante la anexión de Groenlandia y el canal de Panamá, e incluso a la voluntad de disciplinar a aliados considerados insuficientemente sumisos, como la Unión Europea, Japón o México.
En términos más generales, se observa que en la actualidad los Estados están adoptando medidas de control de las inversiones y definiendo sectores estratégicos que deben excluir a las potencias extranjeras. La economía se está convirtiendo en un aspecto de la seguridad nacional y, según Babić, es uno de los nuevos aspectos de las sanciones contra Rusia, en particular la exclusión de ese país del sistema de pagos interbancarios Swift. Las transacciones financieras ya no pueden considerarse “neutras” desde el punto de vista político: son un reto estratégico.
Esta primera modificación conduce a una segunda: es necesario asegurar las dependencias creando zonas de influencia seguras en las que las potencias puedan encontrar los mercados y los recursos necesarios para su poder. Es esta regionalización de las cadenas de suministro lo que persigue el FMI con su índice de “fragmentación geoeconómica”.
Pensamos, por supuesto, en las “nuevas rutas de la seda” chinas, que crean una red de dependencias económicas estratégicas a través de una política de infraestructuras y deuda, pero también en Estados Unidos, que, con Joe Biden, ha favorecido el friendshoring, es decir, el acceso a la producción mexicana en lugar de la china. También hemos visto cómo Rusia ha reorientado su dependencia hacia China tras las sanciones occidentales impuestas tras su invasión de Ucrania, integrándose en la zona de influencia china.
Todo ello se hace bajo los auspicios de un Estado profundamente transformado que no reniega de un control directo en las decisiones económicas para alcanzar su objetivo de seguridad nacional. Eso pasa por un renacimiento del intervencionismo en forma de proteccionismo, regulación y política industrial. Para Milan Babić, incluso el desafío climático se convierte entonces en un arma de poder e influencia, como lo demuestra China, que en pocos años, gracias a las inversiones estatales, se ha convertido en líder de las industrias “verdes”, ejerciendo una presión estratégica sobre los demás Estados.
Como subraya Babić, por muy intervencionista que sea el Estado geoeconómico, no por ello es más progresista. Ni mucho menos, se podría decir, ya que este Estado se basa en una prioridad de seguridad poco conforme a las limitaciones democráticas. Así, se podría ver en el auge de la extrema derecha la traducción política de esta nueva realidad geoeconómica, con su obsesión por los “enemigos internos” y el “poder económico”.
¿Es útil este concepto de geoeconomía? Tiene el mérito de constatar el fin del neoliberalismo como paradigma dominante del capitalismo contemporáneo. Describe bastante bien gran parte de los cambios recientes, en particular el retorno de las rivalidades directas entre las grandes potencias y el papel central que desempeña la economía en ellas.
La teoría que propone Babić es interesante porque permite entender el orden geoeconómico como la superación de un neoliberalismo ya insostenible. Esto contrasta con la ingenua nostalgia de los estudios del FMI, que no dejan de repetir que la globalización ha sido beneficiosa para todos, cuando en realidad ha llevado al caos actual. Comprender eso permite captar un fenómeno importante de nuestra época: la progresiva conversión de los neoliberales de la vieja escuela a ciertas formas de geoeconomía, es decir, políticamente, el acercamiento entre la derecha y la extrema derecha en lo fundamental.
Los problemas de la geoeconomía
Sin embargo, esta visión plantea algunos problemas. La idea de un cambio de prioridades entre la cuestión estratégica y el reto económico es engañosa. Babić explica que, para los Estados, el crecimiento ya no es un objetivo en sí mismo, sino un simple medio para el poder. Tal visión supondría una forma de abandono de la lógica capitalista, que somete a todas las instituciones a la necesidad de acumular capital. Pero la situación parece más compleja.
En realidad, lo que obliga a los Estados a redefinir su posición en el esquema de acumulación es el agotamiento del crecimiento y la incapacidad del neoliberalismo para cumplir su promesa de distribuir las ganancias de productividad . El pastel del crecimiento ya no crece, o apenas crece. Por lo tanto, para corregir esto, es necesario recurrir al poder del Estado para permitir que la acumulación continúe en un marco más restringido, nacional o regional, en detrimento de los demás.
El objetivo de esta evolución no es el mero poder geopolítico puro, sino más bien la salvaguarda de un ritmo de acumulación suficiente para el capital nacional
La economía no pasa entonces a un “segundo plano”, como afirma la editorialista del Financial Times. Por el contrario, sigue siendo una motivación central de la voluntad de poder del Estado. Pero su dominio cambia de forma. Ya no adopta la forma de leyes implacables que, en cualquier caso, eran quimeras que se imponían a los Estados. Se convierte en una acumulación arrancada a punta de pistola por el poder estatal. A menudo, con un aspecto de malversación de fondos en beneficio de una camarilla.
Dado que no se ha alcanzado la “competencia pura y perfecta” de los neoliberales y no ha sido capaz de producir bienestar general, los Estados cambian de lógica y pasan a una competencia interestatal que elude los mercados. Sin embargo, el objetivo de esta evolución no es el simple poder geopolítico puro, sino más bien la salvaguarda de un ritmo de acumulación suficiente para el capital nacional.
Es un error clásico, que comete, por ejemplo, Yanis Varoufakis en su último libro, y que consiste en reducir el capitalismo o, en el lenguaje del Financial Times, “la economía”, a los mercados competitivos. En realidad, la acumulación capitalista adopta formas muy diversas y, a veces, evita y elude los mercados. Las cañoneras británicas que bombardearon Cantón para imponer el opio indio a China en 1839 fueron un acto capitalista, al tiempo que un acto de guerra.
Por lo tanto, no hay que equivocarse: la realidad geoeconómica es una realidad capitalista. Su objetivo es restablecer, a nivel local, las tasas de beneficio. Y si, en algunos casos, como el de Estados Unidos, esta política pasa por sacrificar el crecimiento neoliberal, es porque para una parte de la población ese crecimiento es socialmente demasiado costoso. Este rechazo del crecimiento neoliberal no supone un abandono del crecimiento en sí mismo, sino todo lo contrario: es la construcción de un crecimiento considerado de mejor calidad porque se concentra en una región o un país.
De hecho, se retoma aquí uno de los elementos habituales del discurso neoliberal: hay que sufrir temporalmente para construir un crecimiento más sólido. El rechazo al neoliberalismo clásico es tal que una parte de la población puede aceptar este tipo de discurso, como ocurrió con las políticas de austeridad de la década de 2010. De hecho, un estudio reciente del Banco Mundial afirma que “la hegemonía puede moldearse de forma favorable macroeconómicamente”. Y aunque el estudio de Stanford citado anteriormente considera que el orden geoeconómico es malo para el crecimiento mundial, también puede ser favorable para el crecimiento de los hegemones. Precisamente por eso se construye.
La geoeconomía es, por lo tanto, lo que queda de un capitalismo devastado por el fracaso del neoliberalismo. Es un medio para mantener la acumulación bajo el paraguas del Estado, al tiempo que se mantiene la presión sobre el mundo del trabajo. Porque hay un elemento que a menudo pasa a un segundo plano en los análisis geoeconómicos: la ruptura con el neoliberalismo es menos visible en lo que respecta a las relaciones entre el capital y el trabajo.
La desintegración de los Estados sociales y de las protecciones sociales continúa con mayor intensidad. Aquí, el Estado no es en absoluto protector, sigue siendo el brazo armado del capital con un simple cambio de discurso: lo que exige tal sacrificio a los trabajadores ya no es tanto la competitividad como la seguridad o el poder del país. A esto se añade, como hemos visto, que el poder estatal se desata ahora contra cualquier disidencia considerada una amenaza.
Pero queda un elemento central: la relación de los Estados con las multinacionales. ¿Habrá una relocalización de las empresas en este contexto geoeconómico? Parece poco probable, ya que los mercados siguen siendo en gran medida globales y el crecimiento a menudo debe buscarse fuera de las fronteras.
Entonces, ¿nos enfrentaremos a multinacionales aliadas con sus Estados de origen y jugando el mismo juego de poder que ellos, como se puede ver con las grandes tecnológicas estadounidenses? Una vez más, el riesgo es quedar atrapados en los retos estratégicos y ver cómo se cierran los mercados a pesar de todo. Queda una opción: que esas potencias del capital actúen de forma autónoma. Esto es aún menos descartable si tenemos en cuenta que las políticas al estilo Trump están lejos de garantizar el éxito económico de esas empresas.
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Ya se ve que la Casa Blanca actúa más en zigzag que siguiendo un esquema lineal, habida cuenta de los problemas económicos que están surgiendo. Sin embargo, en este caso, ya no es pertinente el concepto de geoeconomía, ya que la competencia política entre las empresas y el Estado ya está dibujando un nuevo esquema. Las decisiones de los grandes grupos serán uno de los elementos centrales del futuro orden mundial.
En resumen, el concepto de geoeconomía parece una vía interesante que explorar para reflexionar sobre el fin del neoliberalismo. Siempre y cuando no se caricaturice ni se vea como una forma de superación política del capitalismo o como un esquema completo. Por ahora, la realidad del mundo es la de una transición en la que los elementos geoeconómicos se suman a la persistencia del neoliberalismo. Aún estamos lejos de un nuevo equilibrio. Y ni siquiera es seguro que dicho equilibrio sea alcanzable a corto plazo o en una forma previsible hoy en día.
Traducción de Miguel López
Los primeros meses de la presidencia de Trump han dejado claro que el orden económico mundial ya no es el mismo que en la década de 2010. Parece haberse puesto en marcha un cambio de lógica global, en el que la primera potencia mundial está dispuesta a poner en peligro su crecimiento, sus alianzas tradicionales y sus dependencias para garantizar su hegemonía geopolítica.