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Los horrores de la ocupación rusa en el frente sur contados por su víctimas

Tatiana Tarasiouk, al lado del búnker donde soldados rusos mataron a su esposo el 11 de marzo de 2022.

Anthony Fouchard (Mediapart)

Kochubeivka (Ucrania) —

El sauce llorón que custodia la entrada al pueblo de Kochubeivka nunca ha tenido un nombre tan acertado. Cuando llueve a cántaros, sus largas ramas, que suelen apuntar al suelo, parecen querer enterrarse allí. En verano, la ciudad debe tener un aspecto estupendo con su hilera de casas de colores. Pero bajo el sombrío cielo de abril, aquí todo respira desesperación. Un columpio azul se balancea y cruje con el viento. Una anciana aparece subrepticiamente detrás de una cortina, echa un vistazo a la larga fila de vehículos frente a sus ventanas y luego desaparece tras el velo blanco.

Estos civiles huyen del frente sur, a 40 kilómetros de distancia. Una zona aún ocupada por los rusos. En los coches, la misma hoja de papel A4, pegada por delante y por detrás con una única palabra: "Niños".

Aquí, el ejército ruso fue rechazado por una contraofensiva del ejército ucraniano a principios de abril. Pero durante más de tres semanas, los habitantes de esta pequeña ciudad de seis mil habitantes vivieron bajo el yugo de los ocupantes.

Asesinato de civiles

Tatiana Tarasiouk, envuelta en una bata de flores, se esfuerza por contar la historia de su pesadilla despierta. Natacha Olefirenko, su vecina, es más contundente: "Mira, ahí está el sótano convertido en un refugio antibombas".

Abre una puerta de madera apolillada con un candado oxidado en la parte superior. Diez escalones más abajo, una pequeña y húmeda habitación de cuatro metros cuadrados se utilizaba para almacenar mermeladas y tomates. Desde el comienzo de la guerra, Tatiana y su familia han compartido este búnker improvisado con su vecino. Acurrucados, han observado durante horas cómo la frágil bombilla se estremece cada vez que el suelo vibra bajo el impacto de los proyectiles.

El 11 de marzo, cuando los bombardeos parecían haberse calmado, el marido de Tatiana, Igor, salió del refugio para coger provisiones de la casa. Los soldados rusos le dispararon. Herido, logró regresar hasta la escalera del refugio, perseguido por sus atacantes. Los soldados lo alcanzaron, lanzaron una granada por las escaleras y ametrallaron el cuerpo de Igor. Más abajo, en el refugio, el único hijo de la familia resultó herido por la metralla. Todavía está en el hospital.

Tatiana no sabe por qué sigue viva. En su teléfono, aparecen fotos de su vida en común. A Igor, un elegante sexagenario, le gustaba cuidar de su huerto y sus gallinas. En la penúltima foto, sostiene un hermoso anturio. Tatiana lleva un gran pastel. "Acabábamos de celebrar nuestro cuadragésimo aniversario de boda", dice en un suspiro. Rompe a llorar. En la siguiente foto, el cuerpo destrozado de Igor y diecisiete agujeros de bala.

Natacha pone una mano en el hombro de su vecina y se enfada: "¿Ves la realidad de lo que estamos viviendo? ¿Vidas destrozadas? ¿Con qué fin? ¿Hay nazis en este pueblo tal vez? No puedo soportar más su propaganda".

Violación, saqueo e impunidad

Durante más de tres semanas, Tatiana soportó la visión de los verdugos de su marido casi todos los días. Se instalaron en el ayuntamiento, que saquearon y destrozaron. Ludmila Kostuc, la alcaldesa, va de oficina en oficina para ver los daños. La caja fuerte ha sido acribillada, los casquillos están por todas partes. El equipo informático ha desaparecido. Los soldados rusos dejaron atrás algunas cajas de raciones de comida.

Oleksandr Tokar, director de los servicios municipales de la localidad, niega con la cabeza. Cuando los rusos entraron en el pueblo, pensó que era "su último día". "Los soldados reunieron a todos los hombres en el mismo salón comunitario. Tomaron los teléfonos y anunciaron de inmediato: 'Los que colaboran con el ejército ucraniano deben entregarse'. De lo contrario, mataremos a uno de vosotros cada hora". La amenaza nunca se cumplió, y Oleksandr sigue sorprendido por ello.

Ludmila Kostuc escucha sin decir nada. Fue interrogada por separado al ser la alcaldesa. Habla en voz baja de los "repetidos" saqueos, de los registros sistemáticos de las casas para llevarse cosas "descaradamente". Y de las violaciones. Al igual que en Bucha o Irpin, los soldados rusos establecieron aquí un sistema de terror y destrucción que va mucho más allá de la lucha contra un ejército presentado como "enemigo".

Contraofensiva ucraniana

"Lo que están haciendo es incomprensible", suspira con voz cansada Oleksandr Vilkoul, comandante militar de la región de Kryvyï Rih. El ex viceprimer ministro de Ucrania ha decidido volver a su tierra natal para defender a su país. Con una gorra verde de camuflaje justo por encima de las orejas, no parece un hombre que haya pasado buena parte de su carrera en la política.

Despliega un gran mapa de la región y traza una línea para mostrar la nueva línea del frente. "Tras nuestra contraofensiva, hicimos retroceder al ejército ruso al menos 30 kilómetros", afirma. Es imposible verificar sus afirmaciones, ya que el ejército ucraniano no deja que nadie se aventure solo en esta parte del país.

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Para pasar unas horas en estos pueblos recién liberados, es obligatoria la presencia de un "jefe de prensa". Razones de seguridad, dicen las autoridades. "Parte de estas zonas siguen estando al alcance de los misiles GRAD que utilizan los rusos", explica. "Siguen concentrando tropas al otro lado del río Dniéper", se preocupa el militar.

Así que, en previsión de un nuevo asalto ruso, los soldados están reforzando sus posiciones en las decenas de aldeas recientemente liberadas. En Kochubeivka, hay quienes huyen. Y los que se quedan. Tatiana Tarasiouk es una de estas últimas. Se aferra a lo que los rusos no destruyeron de su casita azul. Su jardín bien cuidado con tulipanes en ciernes. Y el anturio. El que le regaló Igor para su boda esmeralda. Justo antes de la guerra.

Versión en francés:

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