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Netanyahu prepara en la sombra su vuelta al poder en Israel

Archivo - El ex primer ministro de Israel Benjamin Netanyahu

RENÉ BACKMAMM (MEDIAPART)

Expulsado del poder hace 18 meses por los votantes, ¿podría Benyamin Netanyahu volver a ser primer ministro de Israel tras las elecciones legislativas del 1 de noviembre? Esto es menos seguro de lo que afirman sus partidarios y de lo que él mismo parece creer. Pero ya no se puede excluir.

Si con su partido, el Likud, queda por delante de Yesh Atid (Hay futuro), la formación de Yair Lapid (primer ministro saliente), aunque sea por un pequeño margen, la ventaja le permitiría pedir al Jefe del Estado que le nombrara jefe del Ejecutivo y le encomendara la formación de un gobierno a partir de una nueva coalición mayoritaria.

No se trataría de la venganza triunfal que había soñado, sino de un regreso casi inesperado a la residencia oficial del jefe del Gobierno, donde pasó casi 15 años desde 1996, y que abandonó en julio de 2021, enfurecido por la supuesta conspiración urdida contra él por la judicatura, la policía, la prensa, la izquierda y los intelectuales. Obviamente se defienden, pero los dos líderes de la c que le han sucedido en el poder desde su derrota en marzo de 2021 –el sionista religioso ultraconservador Naftali Bennett y el centrista laico Yair Lapid– tienen una gran responsabilidad en esta situación.

Porque, en lugar de romper clara y deliberadamente con sus opciones políticas, ambos dirigentes han hecho, en muchos ámbitos, de Netanyahu sin Netanyahu y, a su manera, han legitimado la opción de un electorado que podría preferir el original a la copia.

Ciertamente, han adoptado una práctica del poder más sobria y, a primera vista, más virtuosa que la que llevó a a estar implicado en cuatro casos de corrupción y a comenzar, en junio de 2020, a comparecer ante la justicia para responder a los cargos de fraude y abuso de confianza formulados contra él por los magistrados. Y no es para menos, ya que el rechazo de la opinión pública a sus infamias fue el principal motivo del clima de rechazo que provocó sus reveses electorales.

Pero eso no es todo. El primer ministro israelí, además de enfrentarse a los problemas de la creciente desigualdad económica y social, un coste de la vida insoportable para muchos residentes y un contexto estratégico regional inestable, también debe lidiar con uno de los últimos problemas coloniales del planeta. Y en este asunto, Bennett y Lapid, cuidadosos por no disgustar a un electorado mayoritariamente favorable a la negación de la cuestión palestina por parte de Netanyahu, no han mostrado mayor creatividad diplomática que la suya, ni mayor respeto por el derecho internacional y los derechos humanos.

Para estabilizar la situación de seguridad, han intentado apaciguar el descontento económico y social de los palestinos salpicando el estancamiento con una fugaz ilusión de prosperidad. Es decir, entregando decenas de miles de permisos de trabajo en Israel y los asentamientos a los residentes de la Franja de Gaza y Cisjordania. También han facilitado la entrada y distribución de la ayuda financiera qatarí y han acelerado el mecanismo de transferencia a la Autoridad Palestina de los derechos de aduana recaudados por la administración israelí sobre las importaciones y exportaciones palestinas.

Pero las negociaciones políticas con los palestinos se han estancado mientras continúa la ocupación de los territorios de Palestina y se amplía la actividad de los asentamientos, con el apoyo activo del ejército israelí, que ha seguido expulsando a los palestinos y destruyendo sus hogares y propiedades con total impunidad y poca consideración por la vida humana. Prueba de ello son los cerca de 90 palestinos asesinados desde principios de año, entre los que se encuentra la periodista palestino-americana Shireen Abu Akleh, asesinada por un francotirador en Yenín en mayo. El ejército no consideró necesario abrir una investigación sobre el asesinato, al igual que no tiene previsto investigar a los cuatro adolescentes asesinados en dos días el pasado fin de semana.

No es de extrañar que, en estas condiciones, los "árabes israelíes" –es decir, los ciudadanos palestinos de Israel, que representan casi el 20% del electorado– se muestren ahora reacios a participar en las elecciones del 1 de noviembre. Aunque signifique la derrota de una que, a sus ojos, sólo ha provocado cambios en los actores, preservando la continuidad de la acción.

La politóloga Dahlia Scheindlin recordó la semana pasada que en 2020 la participación electoral en las ciudades "árabes israelíes" se acercó al 70%, como en el resto de Israel, y que los partidos que representan a los palestinos obtuvieron, al formar una lista unida, 15 escaños en la Knesset. Eso había permitido al "bloque anti-Netanyahu" obtener 61 diputados. Y señaló que la participación en las elecciones del 1 de noviembre es probable, según los encuestadores, que se sitúe en torno al 40%: el número de diputados que representen a la minoría árabe puede no superar los ocho dentro de un mes, lo que puede dificultar la construcción de una coalición mayoritaria anti-Netanyahu.

Que sea Netanyahu o cualquier otro da igual

Un ex diputado árabe israelí

“No se equivoquen", advierte un ex diputado árabe israelí. “Que nuestros votantes probablemente se abstengan no es sólo por solidaridad con sus ‘hermanos’ de Cisjordania y Gaza. También lo es, y para la mayoría de ellos sobre todo, porque los gobiernos de Bennett y Lapid no han cumplido sus promesas políticas”. Para ganar los votos de la minoría árabe del electorado, los dos dirigentes se habían comprometido, en efecto, a aprobar una "ley de electricidad" que preveía la conexión de todas las localidades árabes de Israel a la red eléctrica nacional, lo que todavía no se ha hecho, casi 75 años después del nacimiento del Estado.

La ley se ha aprobado, pero el plan de inversiones que debía acompañarla es demasiado modesto para su aplicación. Asimismo, el programa de construcción de instalaciones públicas y el plan de lucha contra la inseguridad y la delincuencia prometidos a los votantes de las localidades árabes aún no se han aplicado.

“El resultado", concluye el ex diputado, "es que en los pueblos olvidados seguirán aumentando las conexiones piratas, que son muy peligrosas, y que los escolares no tendrán luz para hacer sus deberes". Al final, la derecha y el centro no nos tratan mejor que los laboristas. Nadie ha olvidado aquí que Rabin era el primer ministro en 1976 cuando la represión de una manifestación contra la confiscación de nuestras tierras dejó seis muertos y que catorce personas murieron cuando la policía, bajo el gobierno de Barak, abrió fuego en el año 2000 contra los manifestantes que protestaban contra la visita de Sharon a la Explanada de las Mezquitas. Quizás Mansour Abbas tenga razón cuando dice que el mejor aliado para los palestinos en Israel es aquel del que podamos obtener el mayor beneficio político. Que sea Netanyahu o cualquier otro da igual.”

Jefe del partido islamista Ra'am, Abbas es actualmente, en el gobierno de Lapid, viceministro de Asuntos Árabes. "Ha hablado con Netanyahu y Lapid y asegura que no tiene más problemas con los laicos que con los religiosos, con el centro que con la derecha”, dice Salwa Alinat, autora de una tesis sobre el movimiento islámico en Israel. “Abbas es pragmático y cree que si los árabes quieren ejercer influencia, deben estar en la coalición gobernante. Sea quien sea.”

¿Puede el pragmatismo de Mansour Abbas y sus partidarios, combinado con la decepción y el abstencionismo de la mayoría del electorado árabe, dar la victoria a Netanyahu, como cree Dahlia Scheindlin? Si la mayoría judía del electorado israelí sigue tan indecisa, y si los ultraortodoxos y la clase media que suelen votar al centro se inclinan por la abstención o se dispersan, está claro que un pequeño cambio en el centro de gravedad político de la minoría árabe puede dar la victoria a cualquiera de los dos bandos.

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Según Alon Pinkas, analista político de Haaretz, Netanyahu podría beneficiarse en esta incierta batalla de un factor claramente descuidado por sus adversarios: el giro a la derecha de los partidos de centro-derecha que legitima la extrema derecha antidemocrática. Tanto en Italia como en Suecia o Israel. "En Israel hoy –señala Pinkas– muchos derechistas aplauden la victoria de un partido neofascista en Italia, admiran al húngaro Viktor Orbán y adoran a Trump”. Esto podría abrir la vía a un político nacionalista, autoritario y populista como Netanyahu.

Los votantes israelíes tienen menos de un mes para decidir si quieren volver a llevar al poder a un hombre que ha tenido problemas con la justicia, que no ha reconocido ninguna de sus excentricidades, que ha convertido a Israel en un Estado de apartheid y que encarnaría una deriva tan preocupante. Un hombre al que Barack Obama –un documento desclasificado acaba de revelarlo– consideraba en enero de 2017 a la par que Erdoğan, el expresidente filipino Duterte y Trump, además de como seguidor del "putinismo".

Traducción de Miguel López

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