La austeridad como solución mágica para todo regresa a una economía mundial cada vez más inestable

Emmanuel Macron y Olaf Scholz, en una imagen de archivo.

Romaric Godin (Mediapart)

La vuelta de la austeridad a la agenda en Francia no es un caso aislado. Desde hace varios meses, la actualidad está dominada por programas de austeridad presupuestaria y recortes en gastos sociales y prestaciones familiares. La reintroducción del Pacto Europeo de Estabilidad, aunque modificado pero potencialmente más austero que nunca, marca sin duda el final de la relajación presupuestaria en varios países de la eurozona, como Italia, donde el Gobierno de Meloni ya ha suprimido la renta de ciudadanía a principios de 2024

Alemania ya había iniciado en otoño el proceso de ajuste presupuestario en la eurozona anunciando una cura de austeridad para cumplir con el "freno a la deuda" constitucional que la coalición tripartita de Olaf Scholz ha decidido volver a poner en vigor en 2024. Al mismo tiempo, el Gobierno británico ha continuado con la austeridad que, es cierto, nunca ha cesado realmente en el Reino Unido

Pero los más golpeados por esta nueva tendencia son los países emergentes más frágiles, a menudo con la acción directa del Fondo Monetario Internacional (FMI). Además de Argentina, sometida a la furia austericida de su nuevo presidente libertario Javier Milei, otros países afectados por esta vuelta de tuerca son Egipto, Nigeria, Turquía y Kenia. El movimiento aún no se ha generalizado, pero es evidente que se está en marcha un torbellino disciplinario. 

Este movimiento va acompañado de un discurso que aboga de nuevo por la austeridad como solución a los males económicos. En el The Financial Times del 25 de marzo, el presidente del Rockefeller International Bank, Ruchir Sharma, se congratulaba de que los cinco países emergentes mencionados hubieran recurrido a esos métodos, que admitía eran dignos del viejo "consenso de Washington". "Están en el camino de la recuperación", afirmó. 

¿Un nuevo "consenso de Washington"?

Pero eso no significa que hayamos vuelto al apogeo del Consenso de Washington de los años ochenta. Este contragolpe de la austeridad va acompañado de otro importante movimiento, aparentemente contradictorio, pero bastante generalizado, hacia una ayuda pública sin precedentes a la economía. Tras años de política monetaria muy acomodaticia, los gobiernos han intensificado las inyecciones de fondos en el sector privado

Sólo en Estados Unidos, el conjunto de planes de ayuda puestos en marcha desde la pandemia asciende a casi 5 billones de dólares, es decir, casi una cuarta parte del PIB anual de la primera economía mundial. China no se queda atrás, con el objetivo declarado de Xi Jinping de desarrollar "nuevas fuerzas productivas" tecnológicas, obviamente apoyadas con dinero público. 

Pero incluso en los países que afirman volver a la austeridad, no cesa la generosidad pública con el sector privado. En los países emergentes, los problemas presupuestarios se deben a menudo a la baja fiscalidad del capital. Sobre todo, tanto en Alemania como en Francia, los recortes presupuestarios se han utilizado para mantener importantes subvenciones públicas al sector privado. En Alemania, la censura del "Fondo Clima y Transformación" (KTF) por el Tribunal Constitucional en octubre llevó al gobierno federal a favorecer las ayudas a las empresas en detrimento de las ayudas sociales. En Francia, sabemos que la nueva reforma del seguro de desempleo sólo se justifica manteniendo un flujo fiscal anual de cerca de 200.000 millones de euros hacia las empresas y negándose a subir los impuestos sobre el capital. 

Sería ilusorio pensar que este nuevo consenso es simplemente un paso atrás para borrar el anterior. Lo que ocurre es más complejo: los dos enfoques están entrelazados

Esta política de ayudas, sobre todo a la industria, ha llevado a algunos a hablar de un "nuevo consenso de Washington" basado en el retorno del Estado a la economía con una postura más proteccionista. Pero sería ilusorio pensar que este nuevo consenso es simplemente un paso atrás para borrar el anterior. Lo que ocurre es más complejo: los dos enfoques están entrelazados. 

Como suele ocurrir, los nuevos regímenes de gestión del capitalismo no se limitan a abolir las fases anteriores, sino que las reorientan y adaptan a las nuevas exigencias de la acumulación de capital. El régimen neoliberal tuvo que asumir los elementos heredados del fordismo: el consumo de masas y la importancia del Estado en la economía. 

Del mismo modo, el nuevo modelo emergente, que podríamos llamar ya, provisionalmente, "neoindustrial" o "neomercantilista", no abandona la financiarización y la disciplina de mercado aplicada a los Estados. De hecho, en el corazón mismo del capitalismo de Estado contemporáneo, en China, y en un momento en que el país está cada vez más enfrentado a Estados Unidos, el presidente Xi Jinping escenificó su encuentro del 27 de marzo con un gran número de inversores americanos para ensalzar los méritos del crecimiento chino y animarles a invertir en la República Popular. Una prueba de que el consenso neoindustrial no puede prescindir de las fuerzas financieras globalizadas

La desaceleración del crecimiento

Para entender cómo encajan estas dos lógicas aparentemente contradictorias, hay que observar el estado actual de la economía mundial. La situación está dominada por una marcada ralentización del crecimiento. Para 2024, el FMI prevé un crecimiento mundial cercano al 3,1%, muy por debajo de la media histórica del 3,8%. 

Y es poco probable que la situación mejore significativamente de aquí a 2028. Excluyendo la crisis financiera y el Covid, se trata de un nivel muy bajo en comparación con los últimos veinte años: en la década de 2010, el "mínimo" del crecimiento mundial fue del 3,2%. No obstante, el FMI puede parecer bastante optimista. En las previsiones publicadas el 29 de marzo, los economistas de la aseguradora alemana Allianz, por ejemplo, estiman que el crecimiento mundial se mantendrá por debajo del 3% en 2024 y 2025. 

Para los países avanzados, la situación es aún más delicada. Allianz prevé un crecimiento del 1,6% en 2024, y el FMI del 1,5%. Con la notable excepción de Estados Unidos, al que volveremos más adelante, la mayoría de las grandes zonas económicas mundiales han visto frenada su tendencia de crecimiento tras la crisis sanitaria, como ya ocurrió tras la crisis financiera de 2008-2009.

Gráfico: Tasa de crecimiento mundial.

Tal situación conduce necesariamente a una presión sobre la rentabilidad de las empresas. El fenómeno es bastante general. En un artículo publicado en 2023 en la revista New Left Review, Aaron Benanav, economista y sociólogo de la Universidad de Siracusa (Estados Unidos), explica el fenómeno como un cambio estructural de la demanda entre bienes y servicios, en un análisis inspirado en particular en el pensamiento del economista William Baumol, que en los años sesenta analizó los efectos del desarrollo de los servicios en el conjunto de la economía. 

Como es natural, a medida que la industria logra mayores aumentos de productividad, los precios de los bienes manufacturados tienden a bajar y, automáticamente, la composición de la demanda se desplaza hacia más servicios. Es lo que Aaron Benanav denomina "desplazamiento de la demanda" que comenzó en Occidente en los años 70 y 80, y que sin duda alimentado por la elección más o menos consciente de los consumidores, ha dado lugar a dos fenómenos: una sobreproducción permanente en la industria en un momento en que la competencia se ha visto exacerbada por la creciente industrialización de los países emergentes, y un debilitamiento general de la productividad del trabajo, ya que el desplazamiento hacia los servicios es un desplazamiento hacia sectores con escasos aumentos de productividad. 

Los datos disponibles confirman ese fenómeno. En un estudio publicado el 28 de marzo, la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) estima que la productividad del trabajo en 37 de sus 38 países ha sido del 1,4% en 2023, un nivel cercano a la media de los años 2001-2019 y un nivel particularmente bajo para el crecimiento de la remuneración del trabajo y del capital. 

Estos dos fenómenos frenan el crecimiento potencial y la rentabilidad de las actividades económicas tradicionales, pero también tienen un efecto negativo sobre la demanda agregada, ya que la única palanca para mejorar la rentabilidad del capital es la presión sobre las condiciones de trabajo y la remuneración neta. Así pues, este fenómeno mantiene la tendencia al estancamiento económico, que se traduce efectivamente en un crecimiento más débil. 

La necesidad de ayuda estatal

La acción pública de ayuda directa al capital se hace pues indispensable. No sólo para "liberalizar" los mercados y contener las demandas laborales, como durante el periodo neoliberal, sino para organizar transferencias directas a los sectores económicos. Aquí hay que distinguir entre la industria y los servicios. 

En la industria, la situación general de sobrecapacidad y el debilitamiento estructural de la demanda de bienes hacen inevitable la dependencia del Estado. Para intentar escapar a este efecto tijera, los gobiernos han asumido el control de la política industrial en forma de una carrera de velocidad en los nichos de mercado más rentables: la alta gama del mercado, la industria más innovadora y la alta tecnología. En esos ámbitos, las esperanzas de rentabilidad siguen siendo altas, pero los proyectos necesitan una ayuda pública masiva. 

Es en ese contexto en el que hay que entender la rivalidad tecnológica entre China y Estados Unidos. Pekín lanza su "desarrollo de nuevas fuerzas productivas" con inversiones masivas (en 2023, la inversión en alta tecnología creció un 9,9%), mientras que Washington subvenciona la vuelta a casa de fábricas de semiconductores y toma medidas proteccionistas para impedir cualquier transferencia de tecnología para los chips de última generación o la inteligencia artificial. 

Las subvenciones públicas se han vuelto indispensables en esta nueva era industrial

Pero todos los países del mundo siguen esta política con ayudas públicas. El KTF alemán pretende financiar la creación de fábricas de semiconductores, en un momento en que las industrias tradicionales alemanas atraviesan una profunda crisis. Francia está intensificando sus planes de ayuda industrial y subvenciones para poner en marcha fábricas de baterías eléctricas, al igual que Indonesia, por ejemplo. Las subvenciones públicas se han hecho indispensables en esta nueva era industrial. 

Al mismo tiempo, el sector servicios también pide a gritos la ayuda del Estado. Aunque más dinámicos, estos sectores luchan por construir una acumulación de capital autónoma y suficiente. La debilidad, o incluso la imposibilidad, de lograr aumentos de productividad en estos sectores hace que dependan en gran medida de la ayuda pública para su rentabilidad: ya sea a través de subvenciones, sobre todo al empleo (por ejemplo, el sistema de aprendizaje en Francia), a través de reducciones de impuestos y cotizaciones, o con las ayudas al consumo. 

El sistema de ayudas públicas es, por tanto, el resultado de un cambio global de la economía. No es tanto un sistema bien pensado como una reacción a la crisis estructural que el neoliberalismo no ha conseguido frenar. Pero también es un régimen con sus propias contradicciones, y aquí es donde entra en juego la vuelta a la austeridad, y donde confluyen los dos Consensos de Washington. 

El regreso de la disciplina de mercado

Esta ayuda pública masiva se enfrenta al problema de su financiación. Durante diez años, las finanzas mundiales han vivido bajo un régimen conocido como "represión financiera", durante el cual los tipos de interés eran muy bajos. Entre 2008 y 2021, dependió a su vez de la ayuda de las autoridades monetarias. Con el regreso de la inflación y la subida de los tipos de interés, el sector financiero ha recuperado su autonomía, pero a cambio debe exigir a los gobiernos una mayor seguridad para su deuda, cada vez menos garantizada por los bancos centrales. 

Es esta tensión entre una acción presupuestaria masiva para apoyar la economía y una retirada de ayudas a los mercados financieros por parte de los principales bancos centrales lo que está en el origen de la situación aparentemente paradójica actual. El sector financiero empezó presionando a los países emergentes más frágiles, lo que provocó las crisis antes mencionadas. Esas crisis emergentes son, por tanto, una señal del retorno de la presión del mercado sobre los gobiernos. 

Esta disciplina de mercado se está extendiendo progresivamente a otros países, como Francia, aunque se aplica de manera diferente. La deuda de países seguros como Francia es una materia prima esencial para el sector financiero, por lo que un ataque a Francia sería contraproducente. Habría que obtener garantías por medios indirectos: un pánico organizado y, posiblemente, rebajas en la calificación de las agencias de rating. Pero el resultado es el del regreso a la austeridad. 

Para resolver esta presión contradictoria entre el sector financiero, que reclama austeridad, y los demás sectores, que exigen ayudas públicas, la austeridad en los derechos de los trabajadores, la protección social y los servicios públicos, aparece como un compromiso. Esta política parece satisfacer a todos: los financieros están tranquilos y los demás se benefician de una presión a la baja sobre los salarios para sostener su rentabilidad, preservando al mismo tiempo las subvenciones que les afectan. 

La estructura del nuevo régimen es pues más represiva aún socialmente que el neoliberalismo, ya que hace pagar a los trabajadores una política industrial que se presenta como esencial para proteger la soberanía y el medio ambiente. En realidad, el objetivo es proteger y apoyar la rentabilidad del capital, tanto financiero como industrial. Así es también como hay que entender la nueva distinción establecida por Bruno Le Maire (ministro de Economía francés, ndt) entre el "Estado del bienestar" y el "Estado protector". El primero es un modelo social, el segundo un modelo de apoyo al capital. 

Los límites del compromiso dentro del capital

El problema es que esta es una política miope. Debilita inevitablemente la demanda interna y la calidad de la mano de obra. A largo plazo, la industria y los servicios sufrirán y exigirán aún más ayudas, que tendrán que financiarse con nuevos recortes del Estado del bienestar. El Estado del bienestar está, pues, condenado. Pero, contrariamente a lo que afirma Bruno Le Maire, su aplicación no resolverá el problema fundamental del crecimiento, sino todo lo contrario. 

Es más, parece condenado al fracaso el intento de salvaguardar la industria mediante el apoyo estatal a la rentabilidad del sector privado. Una vez comprendida la situación, la China de Xi Jinping ha tomado una decisión radical: embarcarse en una guerra de precios en determinados sectores, como los coches eléctricos o los equipos de energías renovables, con el fin de garantizar una rentabilidad creciente en esos ámbitos. 

La idea es utilizar la sobrecapacidad para crear un monopolio haciendo inviable el resto de la producción, incluso con la ayuda del Estado. En febrero de 2024, la producción industrial china creció un 7% interanual, con una clara aceleración desde octubre. Esta producción está inundando los mercados occidentales de productos tecnológicos baratos, haciendo inútiles los esfuerzos de los gobiernos. 

El 27 de marzo, la secretaria del Tesoro americano, Janet Yellen, advirtió a Pekín contra esta estrategia en el ámbito de las energías renovables. Washington, a pesar del "exorbitante privilegio" del dólar, tiene incluso dificultades para hacer frente a la situación y se ve obligado a recurrir a ciertos sectores, como el de los semiconductores de última generación, en el que las sanciones americanas penalizan a China. 

Pero en un conflicto así, naciones de segunda fila como Francia, sin una especialización tecnológica significativa, difícilmente pueden esperar seriamente salir de apuros. Sobre todo porque la política americana también apunta a la competencia europea, lo cual es lógico en un contexto de sobrecapacidad general. 

Por lo tanto, es probable que el gasto al servicio del capital privado sea cada vez más ineficiente, lo que inevitablemente reforzará la presión del capital financiero. 

El inicio de un nuevo ciclo de bajadas de tipos de interés en la zona euro en junio podría aliviar la presión. Pero el periodo 2009-2019 demuestra que la política monetaria es en general ineficaz para estimular la inversión y el crecimiento. Aún es posible un repunte, especialmente si la inteligencia artificial puede mejorar significativamente la productividad en los servicios. Pero el alcance de esta mejora está aún por ver, al igual que su duración. Por el momento, su difusión es aún demasiado limitada para juzgarla. 

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Mientras tanto, este naciente régimen de austeridad neo-industrial, que intenta encontrar un equilibrio entre las exigencias contradictorias del capital en un contexto de creciente competencia política y económica, es extremadamente frágil e inestable. Al destruir los restos del Estado social, gana tiempo, pero refuerza también a las fuerzas que lo perturban.

 

Traducción de Miguel López

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