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La mayor mina de plata de África deja sin agua a los bereberes que viven en este oasis marroquí

Asamblea de opositores a la mina Imider.

Elia Izoard (Mediapart)

En esta inmensidad rocosa del sur marroquí hay dos montañas separadas por el lecho del río Targuist y la carretera nacional 10. En un lado, el monte Alban, de 1.500 metros de altitud y con una ladera escarpada en la que ondean las banderas amazigh [término con el que se autodenomina la población de etnia bereber] y marroquí y se ven casitas construidas por sus ocupantes con ladrillos de arcilla. Del otro lado, el complejo minero de la Sociedad Metalúrgica de Imider (SMI), con sus pozos y sus humos blancos. Cada día, el mayor asentamiento ecológico de la historia de Marruecos observa la mayor mina de plata de África.

Se podría pensar que la plata sirve principalmente para las joyas o la artesanía, pero ya no es así. Si figura en la actualidad en la lista de los 27 metales críticos de la Unión Europea es porque juega un papel esencial en el sector de la electrónica, que representa ya el 25% de la demanda mundial. Este metal, conocido por su conductividad, está presente en la mayor parte de los aparatos que nos rodean: interruptores, pantallas, teléfonos o chips RFID (radio frequency identification). También es un metal emblemático de lo que se llama, sin tener en cuenta el impacto del sector minero, “transición energética”. Las células fotovoltaicas representan hoy el 8% de su consumo.

Según el Silver Institute, que agrupa a los empresarios del sector, la electrificación de los coches y el aumento de la electrónica de a bordo, sobre todo por la carrera por los vehículos autónomos, podrían hacer aumentar el consumo mundial en un 148% de aquí a 2030. La plata sirve también como catalizador para obtener polietileno (botellas de plástico o embalajes) y poliéster (ropa), sin olvidar la función crucial otorgada en las centrales nucleares a este metal, muy resistente al calor. Con barras de plata se disminuye la fisión en un reactor, muy importante cuando hay que pararlo.

Imider es el nombre de un oasis de almendros a 300 kilómetros de Marrakech donde viven unos 4.000 descendientes de la tribu amazigh de los Ait Atta. También es el nombre de un mineral, la imiterita, un compuesto de plata y mercurio explotado desde los años 90 por la SMI, actualmente filial del grupo minero Managem, cuyo principal accionista es el holding de la familia real marroquí. Desde 1987, la capacidad de producción de la mina de Imider se ha multiplicado por seis, llegando a más de 200 toneladas de plata y una tonelada de mercurio por año.

Yo lucho contra esta mina desde hace 40 años y no ha parado de crecer”, constata Aicha, de unos cincuenta años, que ha subido esta mañana con sus vecinas desde el pueblo al monte Alban cargada de verdura y aceite de oliva. “En 2011 ya no había agua en los pozos. Por el grifo sale solo durante dos horas al día. Por eso hemos empezado la ocupación”.

En 2004, para facilitar su expansión, la SMI hizo dos pozos de agua y construyó un embalse en el monte Alban. Eso vino a añadirse a la perforación ya existente más abajo que, según los habitantes, ha vaciado los pozos de las granjas vecinas y secado cientos de árboles frutales. En el verano de 2011, los vecinos, privados de agua, subieron a la colina para bloquear las compuertas del embalse con cadenas, y allí se han quedado. Como dice Mustafá, hijo de Aicha, “La mina ha trastocado y desestructurado nuestra sociedad. Nuestra estructura social está totalmente basada en el reparto del agua. Estamos unidos por nuestra tierra y por nuestra agua”.

En la actualidad, el monte Alban tiene unas cincuenta casas minúsculas, construidas a un lado y otro del embalse de cemento y de los conductos de agua instalados por la SMI. Hay todo un barrio reservado a las mujeres, un huerto y, en el centro, una kasbah adornada y decorada por un revestimiento rojo donde anidan las palomas. Durante la semana, hombres y mujeres se relevan día y noche como guardianes del lugar hasta la llegada de la agraw, la asamblea democrática dominical heredada de las costumbres amazigh, rehabilitada por este movimiento. Al final de la tarde se reúnen para jugar un partido de fútbol en un espacio delimitado por los conductos de agua de la SMI, que vienen muy bien para bloquear el balón y como línea de banda.

La SMI, al haber hecho la perforación ilegalmente, no ha podido denunciar la ocupación. Pero ha habido decenas de arrestos, sobre todo durante las manifestaciones en la nacional 10, por manifestación ilegal o desacato. Mustafá pasó cinco años en la cárcel por el presunto robo de 18 gramos de plata cuando trabajaba como mecánico interino en la mina. “Me tendieron una trampa. Mi jefe mi dio un coche para ir a buscar material a la ciudad. A la salida de la mina, el coche fue controlado y el guardia encontró plata en un lugar muy preciso. En realidad yo fui condenado por participar en el agraw en mi tiempo libre”.

En Imider, desde el bloqueo del embalse, el agua ha vuelto a los pozos y a los khettaras, los acueductos subterráneos tradicionales que encaminan el agua del acuífero a los cultivos. Pero el problema sólo ha cambiado de sitio: la SMI ha hecho nuevas perforaciones en el municipio vecino de Ouaklim donde su alcalde, que dirige dos sociedades subcontratistas de la mina, no ha puesto pegas.

Según un representante de Managem, citado por el periódico marroquí Yabiladi.com, las instalaciones consumen anualmente un millón de metros cúbicos de agua fresca y 700.000 metros cúbicos de agua achicada, es decir, bombeada durante la extracción en los trabajos subterráneos. Es el equivalente al consumo anual de 38.000 personas en Marruecos. Pero en esta región sahariana está muy lejos de la media nacional de 70 litros de agua por día y por persona. Aquí cada gota cuenta.

¡Ah, el agua, siempre el agua!

Al sobreconsumo de los acuíferos se añade la contaminación. “Encontramos en este yacimiento los elementos más tóxicos que existen: mercurio, plomo, cadmio, antimonio y arsénico”, dice preocupada Automne Bulard, ingeniera geóloga, miembro de la asociación SystExt, que estudia el impacto de las minas. “La presencia de una sola de esas substancias sería suficiente para considerar estas instalaciones preocupantes desde un punto de vista sanitario”. Esos elementos liberados por la extracción se depositan en inmensos estanques de residuos, unos lagos de desechos grisáceos que se pueden ver desde el monte Alban, junto con lodos procedentes del tratamiento del mineral.

Una vez extraído de la mina, el mineral bruto necesita, para convertirse en metal, un impresionante despliegue de química pesada: para recuperar la plata, cada día son trituradas 600 toneladas de roca, luego remojadas varias veces en baños de ácido y cianuro. A continuación se calienta la mezcla en hornos para recuperar el mercurio y después la plata se funde a 962 grados y todavía se refina para eliminar escorias como el plomo.

Las instalaciones de Imider cuentan ahora con diez de esos estanques de desechos altamente tóxicos cuyo contenido se infiltra lentamente en el suelo. Una pequeña conquista en esta lucha: el fondo del nuevo estanque ha sido recubierto con una geomembrana. Pero sólo con tomar la carretera que atraviesa la mina se pueden constatar los riesgos de contaminación. Las 375 hectáreas de las instalaciones están surcadas por pequeños arroyos. Con las lluvias torrenciales del otoño será inevitable que una parte de los residuos vaya a parar, más abajo, al río principal que pasa por los cultivos y por el pueblo.

La gente de Imider sufre enfermedades raras”, protesta Mohammed mientras prepara un tajín en su habitación, a la entrada del monte Alban. “Hay muchos casos de cáncer, problemas respiratorios y enfermedades de la piel. Niños de 6 y 7 años mueren cruelmente y el hospital local se niega a informar de las causas de esos fallecimientos. No tenemos medios para hacer que se analice el agua para saber si es o no potable”. Por parte de Managem se asegura que la ley les obliga a informar cada mes al ministerio del impacto medioambiental, pero los vecinos nunca han tenido acceso a un estudio de impacto. “Ha habido comités de diálogo con Managem”, dice Mohammed. “Tras el inicio del movimiento nos propusieron subvenciones y empleos para que abandonemos el asentamiento. Han financiado el refuerzo de algunos khetarras a lo largo de unos 300 metros sobre la carretera,  pero si la mina continua bombeando y contaminando agua, nadie más podrá vivir aquí”.

Finalmente, existe el riesgo de que los estanques de residuos cedan a causa de precipitaciones importantes, como ocurrió en las catástrofes de Brasil de estos últimos años. Como pasó a veinte kilómetros de Imider, en noviembre de 2015, cuando se vino abajo un estanque de desechos con cianuro de la mina de oro de Tiouit. El ministro de Energía dio un comunicado de prensa tranquilizador y no fue filtrada información alguna.

“Managem está en fase de aceleración en su crecimiento y aspira a duplicar su tamaño en 3 ó 5 años”, explica Meryem Tazi, agregada de prensa de la firma. En la primera edición de la Marrakech Mining Convention,  que tuvo lugar a finales de abril, los organizadores lo celebraron por todo lo alto: un palacio de congresos con radiantes lámparas colgantes, montañas de reposterías y un anfiteatro afelpado con la efigie del rey Mohammed VI. Con ese congreso internacional el Estado quiere incitar a las empresas mineras del mundo entero a explotar su subsuelo en la estela del gran programa lanzado en 2015 para multiplicar por diez las inversiones mineras. Managem está situado en los puestos más avanzados, pues tiene 12 minas operativas y 850 permisos de extracción en Marruecos: plata, oro, tierras raras para la electrónica, cobalto para las baterías, cobre para los circuitos eléctricos, etcétera.

¿Y el agua en todo esto? “Ah, el agua, siempre el agua”, exclama la agregada de prensa. Es cierto que tenemos problemas en Imider, pero gracias a nuestra tecnología, hemos invertido mucho para llevar agua a las poblaciones. Imider es ya una historia antigua”. ¿Seguro? Pues las ocupaciones no han cesado y las manifestaciones se siguen haciendo con regularidad. Esta observación parece irreal sobre todo porque el conflicto está lejos de extinguirse. En su stand, la empresa canadiense Maya Gold luce orgullosa la autorización de sus permisos de investigación entre los cuales está “Imider Bis”, un yacimiento de plata, oro y cobre situado a poca distancia de la SMI.

Pero el problema no se limita a la región de Imider. En Marruecos, el volumen de agua disponible por persona se ha dividido por cinco entre 1980 y la actualidad y el país ha bajado ampliamente del umbral de escasez fijado por Naciones Unidas. La temperatura ha aumentado en un grado de media en cuarenta años y las aguas subterráneas están sobreexplotadas en un millón de metros cúbicos por año. Además del cambio climático, la principal causa es la agricultura de exportación: melones, tomates y plátanos vendidos en los supermercados europeos. Las necesidades de la industria minera en pleno crecimiento no hacen más que agravar una situación ya insostenible. Y eso ocurre tanto en Marruecos como en numerosas regiones del mundo donde, a pesar de las previsiones alarmantes sobre el calentamiento, los proyectos mineros se multiplican de la mano del boom de la electrónica y la especulación sobre los metales preciosos.

  Celia Izoard es autora, traductora y miembro de la revista Z. Escribió obras como La Liberté dans le coma, del Grupo Marcuse (La Sloteur, reeditado en 2019), La tyrannie technologique (L'échappée, 2007), La machine est ton seigneur et ton maître (Agone, 2015). También tradujo la novela de George Orwell 1984 para Les Éditions de la rue Dorion en Montreal en 2019, que será publicada por Agone en 2020. Celia Izoard fue invitada por la asociación Systext, miembro de la Federación de Ingenieros Sin Fronteras, a elaborar este informe.

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Traducción de Miguel López.

Aquí puedes leer el texto original en francés:  

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