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Nucleares en Europa, el regreso del pensamiento mágico

Imagen de archivo de la central nuclear de Trillo.

Martine Orange (Mediapart)

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Sólo queda un obstáculo para firmar el gran retorno de la energía nuclear, a decir de los defensores de la energía atómica. Pero esto podría desaparecer muy rápidamente: el 7 de diciembre –si se cumple el plazo previsto–, la Comisión Europea podría incluir la energía nuclear en la taxonomía europea, es decir, en la lista de energías que pueden recibir financiación preferencial por considerarse que contribuyen a la descarbonización de la economía. Esto pondría fin a meses de disputas entre Alemania y Francia, ya que París ha conseguido que una docena de países miembros le respalden en el desarrollo nuclear.

Ni siquiera los defensores más optimistas de la energía nuclear esperaban un giro tan brusco. Apenas han hecho falta unas semanas de crisis energética, de pánico de los Gobiernos y la población, para que todas las prevenciones sobre el átomo, reavivados tras el accidente de Fukushima, cayeran. De repente, todos los que ya no se atrevían a declararse a favor de la energía nuclear han despertado. En la izquierda francesa, la conversión es espectacular.

Incluso antes de emitirse las conclusiones del informe de la Red de Transporte de Electricidad (RTE), publicado el 25 de octubre, sobre los distintos escenarios de desarrollo de la política energética en Francia de aquí a 2050, la mayoría de los partidos políticos franceses se habían decidido: según ellos, el futuro de una economía baja en carbono sólo puede pasar por la electricidad (con muchas baterías e hidrógeno). Dicho de otro modo, la energía nuclear parece la única solución evidente.

Xavier Bertrand, candidato a las primarias de Los Republicanos, propone poner en marcha la construcción de nuevos reactores. Valérie Pécresse, otra de las candidatas a las primarias de la derecha, se declara partidaria de hacer cuatro. Emmanuel Macron, que había anunciado desde hace tiempo su ambición de poner en marcha seis, pero que suspendió la decisión tras las elecciones presidenciales, ha decidido seguir adelante. Según algunos rumores insistentes, podría incluso anunciar el lanzamiento de este programa a finales de mes...

Esta demagogia deja perplejos a muchos expertos del mundo de la energía. “Una política energética se piensa con antelación, se planifica. Se necesitan veinte años para idearla y al menos diez años para construir las instalaciones”, recuerda un ingeniero de Electricidad de Francia (EDF).

“Es hora de pasar del debate de opiniones a la discusión de hipótesis”, puntualiza Émilie Cariou, del grupo Ecología Democracia Solidaridad, que acaba de presentar un proyecto de ley sobre “la transparencia en la energía nuclear”, para evaluar las opciones que imponen todos los escenarios, desde la parada de determinados reactores a la prolongación de su vida útil, pasando por el desarrollo de nuevos reactores y la gestión de los residuos.

Porque más allá de los efectos del anuncio y de la palabrería, a la hora de abordar la reactivación nuclear todo parece ser pensamiento y dinero mágico. Los aspectos económicos, industriales y financieros no se abordan, como si el mero hecho de que exista voluntarismo fuera suficiente para abrirse paso.

¿Qué tipo de reactor?

Esta cuestión básica parece ser evidente para los políticos: el EPR (reactor europeo presurizado). ¿Cómo se puede mostrar semejante seguridad?

Desde hace quince años, los políticos cierran los ojos y niegan el fracaso de este reactor, que llevó a la quiebra al holding francés de la energía Areva. Lanzado en 2004, actualmente sólo hay un reactor en funcionamiento en el mundo. Y es chino. Y se ha modificado a partir del diseño inicial. Todos los demás están parados o en proceso de construcción.

Las obras del primero, el reactor finlandés Olkiluoto 3 (OL3), son una pesadilla; acumula más de quince años de retraso y su entrada en funcionamiento se volvió a retrasar en agosto pasado. Los costes están fuera de control. El segundo, la planta de Flamanville [noroeste de Francia] atraviesa las mismas dificultades; lleva más de diez años de retraso y su puesta en marcha se ha vuelto a aplazar hasta finales de 2022. Su coste, inicialmente de 4.500 millones de euros, supera ya los 20.000 millones.

En la planta británica de Hinkley Point se dan lo que podría haberse considerado, desde un primer momento, errores de concepción. Tal y como advirtieron los ingenieros de EDF a la dirección de la empresa y al Gobierno francés cuando se firmó el contrato del EPR británico, el calendario era totalmente irreal. La puesta en marcha del reactor se ha aplazado hasta junio de 2026, cuando el contrato preveía su construcción en seis años y medio, es decir, a finales de 2023. Los costes adicionales admitidos superan ya los 500 millones de libras (unos 700 millones de euros). De los 26.000 millones de euros iniciales, el coste total ya ha subido a entre 27.000 y 28.000 millones de euros.

Y luego está el reactor de Taishan, el segundo EPR de China, parado en junio tras descubrirse fugas radiactivas. Nadie sabe realmente lo que ocurre con este reactor, si las fugas están relacionadas con un fallo en el diseño del combustible o en su puesta en marcha o si hay algo más. Las autoridades chinas, muy discretas por naturaleza, no ofrecen explicaciones y las relaciones con EDF no pasan por su mejor momento: la revelación, hecha por las autoridades estadounidenses, ha derivado en un enfriamiento de las relaciones entre ambos socios. Sobre todo después de que se descubriera, según hemos podido saber, que por ahorrar, Framatome, filial de ingeniería nuclear de EDF, decidió alojar todos sus datos en una nube estadounidense. Y fue a raíz del intercambio de alertas entre chinos y franceses como uno de los miembros de Framatome US optó, para cumplir con la normativa, con remitir el asunto a las autoridades estadounidenses, que se apresuraron a hacerlo público.

El presidente francés Emmanuel Macron, que ha preferido no insistir demasiado en el EPR y su más que problemático destino, ha popularizado un nuevo concepto: los pequeños reactores modulares (SMR, por sus siglas en inglés). Se supone que dan respuesta a todo, en primer lugar a las grandes instalaciones industriales que consumen mucha energía, sobre todo para la producción de hidrógeno, el nuevo Eldorado de la transición energética.

El diseño de estos “minireactores” es todo lo contrario a lo dicho hasta ahora sobre la energía nuclear. Dados los elevados costes que imponen las medidas de seguridad y protección, la única solución para producir energía a un precio asequible es aumentar el tamaño de los reactores para incrementar la producción, según argumentaban hasta ahora los expertos. Esto es lo que llevó a diseñar el EPR, que es capaz de producir entre 1 400 y 1 600 MW, frente a un máximo de 950 MW de los reactores tradicionales.

¿Cómo pueden los minirreactores, con una capacidad de entre 170 y 300 MW, producir electricidad a un precio asequible, cuando tendrán que soportar las mismas limitaciones de seguridad? Un misterio. Las primeras proyecciones económicas apuntan a cifras de entre 130 y 150 euros por MWH, frente a los 42 euros –el precio oficial de ARENH, aunque está más cerca de los 46 euros– del parque nuclear histórico y los 92 euros del EPR.

Pero, de hecho, nadie sabe nada al respecto, sobre todo porque los SMR existen, a excepción de un único prototipo ruso, sólo sobre el papel. La investigación sobre este tipo de reactor se lleva a cabo desde hace diez años en Estados Unidos. Un consorcio británico liderado por Rolls-Royce espera obtener la licencia de un SMR en 2024 y tener una primera producción en 2029-2030.

En Francia, el tema es aún más sencillo: no hay ninguna investigación avanzada, ningún proyecto a día de hoy. Se acaba de formar un consorcio compuesto por la CEA, EDF, el Grupo Naval y TechnicAtome para trabajar en un minirreactor.

En el marco del plan Francia 2030, Emmanuel Macron ha anunciado una partida de mil millones de euros para proyectos para trabajar en SMR. Cifras y licitaciones que no han gustado en los círculos de investigación nuclear, ya que las cantidades son tan ridículas en comparación con los esfuerzos necesarios, por lo mucho que se parece a las ofrecidas al mundo de las start-ups digitales, que no tiene nada que ver con el mundo nuclear. “Se necesitan de diez a quince años para desarrollar un reactor”, insiste un ingeniero de EDF. Pero aquí también el Gobierno puede saltarse los pasos: estamos en el terreno del pensamiento mágico.

¿Qué sector industrial?

“Lo que el EPR de Flamanville nos ha enseñado es que para construir un reactor se necesita un sector industrial sólido detrás. Subestimamos la situación del tejido industrial, la pérdida de competencias y conocimientos técnicos, la desaparición de actores y subcontratistas esenciales. Si queremos relanzar la industria nuclear, necesitamos una estrategia programática, un compromiso del Estado. Necesitamos un plan de recuperación industrial para tener un sistema resistente”, explica Virginie Neumayer, responsable de la federación de energía CGT.

Esta observación la constatan muchos directivos e ingenieros de EDF. Varios informes recogen el mismo análisis; el sector industrial francés se ha hundido. Y la energía nuclear es una industria pesada que no puede prescindir de un entorno capaz de soportarla y satisfacer sus necesidades.

Los contratiempos en torno a la vasija del reactor de Flamanville demostraron que la planta de Creusot de Framatome había perdido su capacidad industrial. Pero los problemas encontrados con las soldaduras también están relacionados con varias subcontratas que no cumplían las mismas especificaciones. Actores esenciales que suministran piezas para los distintos equipos han desaparecido en las dos últimas décadas. Y ya no hay suficientes ingenieros y competencias en ingeniería y mantenimiento.

¿Cómo se puede prever la puesta en marcha de nuevos reactores nucleares y la modernización de los existentes sin un sector industrial capaz de responder a dicho programa?

¿con Qué financiación?

Las cifras dan vértigo; de 20.000 a 25.000 millones de euros por reactor EPR, 50.000 millones de euros mensuales como mínimo para mantener y renovar el parque nuclear existente –e incluso esta estimación realizada hace unos años probablemente debería actualizarse–, 20.000 millones mínimo para el desmantelamiento de las centrales existentes (también en este caso, las evaluaciones son antiguas y ya se consideraron bajas cuando se publicaron)... Y la suma es parcial.

“Necesitamos verdadera transparencia en la financiación de la energía nuclear. La cuestión no es estar a favor o en contra de la energía nuclear, sino evaluar la situación. Hay constantes advertencias sobre el envejecimiento de las instalaciones existentes. Al mismo tiempo, los costes adicionales se acumulan en todos los proyectos y obras. El Parlamento francés no dispone de los medios que debería tener para controlar lo que ocurre. Esta carrera desenfrenada corre el riesgo de llevarnos a un muro presupuestario”, afirma Émilie Cariou.

Al igual que en la cuestión industrial, el Gobierno no aborda la cuestión económica. Pero cree que puede encontrar rápidamente la solución mágica: si Europa acepta incluir la energía nuclear en la taxonomía, piensa, se van a resolver todos los problemas. Entonces se supone que el dinero mágico va a fluir: la financiación privada puede entonces complementar la financiación pública. Esta podría ser la gran alianza entre el sector público y el privado en el ámbito de la energía nuclear. Pero, ¿quién puede creerse que el capital privado invertirá en una actividad tan arriesgada si no se beneficia de garantías serias y seguridad del Estado, que de alguna manera se verá obligado a asumir todos los riesgos, mientras todos los beneficios van al sector privado?

¿Qué hacer con los residuos?

Esta última cuestión no resulta menor y es en la que tropieza la energía nuclear en todo el mundo, como nos recuerda Jade Lingaard en este artículo. Ningún país ha encontrado una solución para almacenar y gestionar los residuos radiactivos altamente peligrosos que duran miles de años.

Durante años, el Comisariado de la Energía Atómico (CEA) trabajó en el proyecto Astrid para estudiar las posibilidades de tratamiento y reciclaje que podrían ofrecer alternativas al almacenamiento en minas en desuso o al enterramiento. En 2019, el CEA anunció el fin de esta investigación, sin más explicaciones, a pesar de que había sido aprobada por ley. Y tampoco el Gobierno francés tiene intención de hacer más aclaraciones.

En la actualidad, sólo existe una solución para la gestión de los residuos: enterrarlos en las profundidades de la tierra, sin posibilidad de control posterior, con la esperanza de que durante miles de años todo vaya bien.

“El posible resurgimiento de la energía nuclear depende de la confianza de la población en las instituciones gubernamentales y de su capacidad para garantizar el funcionamiento seguro de instalaciones y materiales potencialmente peligrosos”, insisten Leonard Hyman y William Tilles, dos expertos estadounidenses en energía, en un artículo sobre el posible renacimiento nuclear en Estados Unidos. Dubitativos, se preguntan si la energía nuclear es compatible con el capitalismo y sus leyes del beneficio, que siempre llevan a recortar las normas y los riesgos para obtener mayores márgenes.

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Traducción: Mariola Moreno

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