Putin lleva a Rusia a la militarización de su economía

Romaric Godin (Mediapart)

Tras dos años de un crecimiento increíble, la economía rusa se encuentra ahora en una fase de rápida desaceleración. Esto obliga a las autoridades rusas a tomar decisiones cruciales sobre la gestión de la economía de guerra.

En el primer trimestre, el PIB ruso registró un crecimiento anual del 1,4 % según Rosstat, la oficina de estadísticas de la Federación. Para el año en curso, el banco central del país, el CBRF, anuncia un crecimiento del 1 al 2 %, y el instituto ruso pro-Kremlin HSE prevé un 1,4 %. Por su parte, el FMI, en su última versión de las perspectivas para 2025, prevé un crecimiento del 0,9 % del PIB ruso.

Sea cual sea la cifra final, la desaceleración es notable. En 2023 y 2024, el PIB del país había crecido un 4,1 % y un 4,3 %, respectivamente. Hasta tal punto que, según el Banco Mundial, la economía rusa se ha convertido en la cuarta del mundo en paridad de poder adquisitivo y en dólares constantes, por detrás de China, Estados Unidos e India, pero por delante de Japón y Alemania. Ahora hay nubarrones en el horizonte.

El índice PMI de gestores de compras de la industria de S&P Global, uno de los indicadores adelantados de la coyuntura, entró en zona de recesión en mayo, pasando a 47,5 puntos, por debajo de los 50 que separan la expansión de la contracción. Se mantuvo en este nivel en junio. Según esa investigación, “el ritmo de reducción de nuevos pedidos se aceleró a finales del segundo trimestre, volviendo a un nivel nunca visto desde noviembre de 2022”.

Desde hace varios meses, los responsables económicos no dejan de dar la voz de alarma. El propio ministro de Economía, Maxim Reshetnikov, reconoció en junio que el país estaba “al borde de la recesión”. Algunos sectores clave, como el carbón y el acero, ya están en recesión. El primero podría perder entre 300.000 y 350.000 millones de rublos (entre 3.210 y 3.750 millones de euros). El segundo registra un descenso del 10 % en la demanda interna, según el director de Severstal, uno de los gigantes del sector.

Según los datos recopilados por Rosstat y la agencia Bloomberg, varias industrias sufrieron una fuerte caída de su producción entre enero y abril: − 17,8 % en el sector del cuero, − 10,8 % en el transporte, − 5,8 % en los minerales, − 4,1 % en los metales... La mejor prueba de esta desaceleración es la decisión del banco central, dirigido por la muy ortodoxa Elvira Nabiullina, de bajar dos veces los tipos de interés en junio y julio, reduciéndolos del 21 % al 18 % (lo que se supone que estimulará la inversión y la actividad).

En 2022, el efecto “reactivador” del gasto militar

En los análisis occidentales, existe una tendencia a ver la evolución de la economía rusa únicamente a través del prisma de las sanciones. Cuando el crecimiento era dominante, se pensaba que eran ineficaces o insuficientes; ahora que se está ralentizando, se cree que están empezando a surtir efecto. En realidad, eso es un poco simplista, ya que la economía rusa, que desde 2022 se ha organizado en torno a la guerra en Ucrania, tiene su propia dinámica.

Eso no significa que las sanciones no tengan ningún impacto en la economía rusa. El aparato productivo ruso carece gravemente de una parte de los suministros occidentales; los límites al precio del petróleo ruso desempeñan un papel crucial en los ingresos de la Federación; y la congelación de los activos rusos en Occidente es un factor importante en la financiación de la economía. Pero esas nuevas restricciones no lo deciden todo, porque Rusia ha sabido adaptarse.

Una economía de guerra da prioridad a la producción militar y a sus necesidades. En el caso ruso, la puesta en marcha de esta organización productiva ha tenido un efecto comparable al de un gigantesco plan de reactivación. Una vez absorbido el impacto de las primeras sanciones en 2022, con la retirada de las empresas occidentales, el gasto militar se ha convertido en un motor para el resto de la economía.

En el contexto de una economía rusa prácticamente estancada desde hace diez años, el esfuerzo bélico ha distribuido fondos que se han extendido al resto de la economía. Esto se ha podido hacer de forma directa o indirecta, e incluso bajo el efecto de las sanciones. Así, la producción manufacturera se ha visto respaldada por los pedidos militares, pero también por la estrategia de sustitución de las importaciones.

Todo ello ha sido posible en gran medida gracias a una generosa distribución de créditos. Las inversiones en infraestructuras, en particular para reorientar las redes de comunicación hacia los nuevos socios asiáticos de Rusia, también han contribuido en gran medida al crecimiento.

Rusia ha podido aumentar sus exportaciones e importaciones

Al mismo tiempo, las necesidades del ejército ejercieron presión sobre la mano de obra disponible, en un momento en que aumentaban las necesidades de producción y la industria rusa tenía una productividad reducida. En consecuencia, los salarios reales aumentaron, alimentados también por los generosos sueldos ofrecidos a los soldados. Según un estudio del Banco de Finlandia de abril de 2025, los sueldos mensuales de los soldados son, en promedio, 2,5 veces el salario medio ruso, es decir, 200.000 rublos (unos 2.100 euros).

El conjunto de los ingresos militares y las indemnizaciones por lesiones y fallecimientos ascenderían al 1,5 % del PIB, lo que no es insignificante y explicaría, según otro estudio del Banco de Finlandia publicado en febrero de 2024, el aumento de los depósitos bancarios en algunas regiones. Todo ello ha provocado, como es lógico, un aumento del nivel de vida y del consumo de los hogares y ha dado lugar a un crecimiento vertiginoso en los sectores de la hostelería y la restauración, la información y la comunicación y los servicios a los hogares.

Este fenómeno ha sido posible no solo por la ausencia de destrucciones notables en territorio ruso, sino también por la reorganización de las redes comerciales hacia Asia y, en general, hacia el Sur global. A diferencia de la Alemania de 1914, que también se libró de combates en su territorio, pero se vio en gran medida aislada del mercado mundial por el bloqueo aliado, Rusia ha podido aumentar sus exportaciones e importaciones.

Las exportaciones de petróleo se beneficiaron sobre todo del aumento de los precios mundiales en 2022-2023, lo que contribuyó a aumentar los ingresos fiscales. Por lo tanto, hasta ahora, la economía de guerra rusa se ha parecido más a la de Estados Unidos en 1941-1945, cuando el gasto militar permitió sacar a la economía de la crisis.

A partir de 2023, sacrificio de la demanda civil

Sin embargo, a diferencia de los Estados Unidos de la década de 1940, la Rusia de los años 2022-2025 ha intentado combinar esta economía de guerra con una política monetaria restrictiva. La economía de guerra siempre es inflacionista: consume recursos y mano de obra, lo que provoca un aumento de los precios de los salarios, los bienes y los servicios. Rusia no es una excepción a esta regla. El aumento de la demanda interna relacionado con el gasto militar se ha sumado al relacionado con el consumo de los hogares y la inversión privada civil. Esto ha alimentado el aumento de las importaciones y la saturación de los medios de producción.

En consecuencia, la inflación ha comenzado a acelerarse. En 2022, la tasa oficial alcanzó hasta un 15 % en tasa interanual, y luego se estabilizó entre el 9 % y el 10 % en el último año. Para el Banco Central, era urgente frenar el aumento de los precios. Elvira Nabiullina tomó medidas drásticas y subió los tipos de interés de forma muy agresiva. Entre julio de 2023 y octubre de 2024, el tipo de interés oficial pasó del 8,5 % al 21 %. Los tipos reales rusos, cercanos al 12 %, se sitúan entonces entre los más altos del mundo.

La lógica rusa es clara: se trata de sacrificar la demanda civil en beneficio de la demanda militar. Si la economía tiene un exceso de capacidad y se da prioridad a la producción militar, es la economía civil la que debe ajustarse y, por lo tanto, ver reducida su parte. Y como, por otro lado, aumentan los recursos asignados a la economía de guerra, en particular los presupuestarios, los destinados a la economía civil tendrán que seguir disminuyendo.

La política monetaria ha servido pues para forzar esta nueva distribución de los recursos. La subida de los tipos de interés ha lastrado a las empresas civiles que se habían endeudado en 2022-2023 para desarrollarse y ha frenado la inversión. Al mismo tiempo, los tipos elevados han hecho subir el rublo. En mayo, el dólar cayó por debajo de los 77 rublos, un nivel cercano al registrado antes del ataque de febrero de 2022 contra Ucrania. Esta subida del rublo abarató las importaciones, frenando la lógica de sustitución.

Esta política ha provocado claramente una caída de la economía civil. La actual desaceleración económica es por tanto el resultado de esta estrategia, que a su vez es producto directo de la economía de guerra. El crecimiento de 2023-2024 fue un efecto colateral del relanzamiento militar, pero desde el punto de vista de la lógica belicista del Kremlin, era un problema.

Riesgo de estanflación

Este problema está, por tanto, en vías de resolverse con la actual desaceleración. Pero en el marco de la economía de guerra, un problema puede ocultar otro. E incluso varios. El primero es que la inflación sigue siendo elevada. El aumento de los precios pasó del 10,2 % en abril al 9,6 % en junio. Sigue siendo pues muy alta y muy alejada del objetivo del 4 % del banco central. Los recursos para satisfacer la demanda militar siguen siendo escasos.

Ahora bien, si las empresas civiles se encuentran en dificultades, se verán obligadas a frenar el crecimiento de los salarios nominales y, dado que la inflación sigue siendo elevada, a reducir los salarios reales. Por lo tanto, existe el riesgo de que el país se hunda en lo que se denomina estanflación: un estancamiento de la actividad al que se suma un fuerte aumento de los precios.

El segundo problema es el riesgo que esta desaceleración supone para el sector bancario ruso. El aumento de los tipos y la caída de la actividad han llevado a algunas empresas a no poder hacer frente a sus reembolsos. En los resultados semestrales de bancos rusos como Sberbank y VTB, se observa un fuerte aumento de los créditos dudosos en sus balances. El eslabón más débil parece ser el MKB, que ha anunciado una caída del 65 % en sus beneficios netos.

Elvira Nabiullina quiso lanzar un mensaje de tranquilidad en julio asegurando que la situación de los créditos dudosos era “mejor de lo que la gente imagina” y que el sistema bancario ruso podía contar con reservas de capital de 8 billones de rublos (unos 85.000 millones de euros). Pero una fuente anónima citada por la agencia Bloomberg afirma, por el contrario, que los datos publicados no revelan la “verdadera gravedad de la situación”. Esta hipótesis es posible, ya que el esfuerzo bélico se financia en parte con préstamos concedidos por bancos estatales (lo que, por otra parte, parece confirmar el mantenimiento de la inflación en un nivel elevado).

El último problema es que el debilitamiento del crecimiento lastra los ingresos presupuestarios y, por tanto, la financiación del esfuerzo bélico, justo ahora que las sanciones internacionales comienzan a surtir efecto. Es aquí donde Rusia debe enfrentarse a decisiones muy delicadas y peligrosas para el resto del mundo.

Un presupuesto a la deriva

En su presupuesto revisado, aprobado por la Duma el 10 de junio, los ingresos fiscales se revisaron a la baja en 1,79 billones de rublos (unos 19.000 millones de euros) hasta 38,5 billones de rublos (casi 413.000 millones de euros), en gran parte debido a la caída de los ingresos relacionados con las exportaciones de petróleo y gas, que retrocedieron de 2,62 billones de rublos (unos 13.500 millones de euros) a 8,32 billones de rublos (cerca de 89.000 millones de euros).

Este descenso se explica en parte por el límite de precios impuesto por las sanciones europeas, que ha acentuado el efecto de la caída del precio del barril. El petróleo ruso sigue vendiéndose en la India y China, pero ahora con una desvalorización respecto al resto del mercado. Además, la fortaleza del rublo reduce la traducción al presupuesto de estos ingresos petroleros, facturados en dólares.

Se espera que los demás ingresos aumenten en 829.000 millones de rublos (unos 8.900 millones de euros) con respecto al proyecto de presupuesto de diciembre. El aumento, debido a las subidas de impuestos, es mínimo, pero muy optimista, ya que se basa en un crecimiento anual del 2,5 % para 2025. Un nivel que parece difícil de alcanzar. Pero al mismo tiempo se disparan los gastos.

En diciembre, la Federación preveía unos gastos de 41,5 billones de rublos, que ahora se han fijado en 42,3 billones de rublos (unos 454.000 millones de euros). El aumento se debe principalmente al gasto militar, que ahora representa el 40 % de esos gastos y el 6,3 % del PIB. Estas cifras se acercan al esfuerzo bélico de Estados Unidos en 1941 (47 % del presupuesto federal y 5,1 % del PIB). Dado que la prioridad es la guerra, los excesos de gasto son frecuentes.

Así, en los seis primeros meses del año, se disparó el gasto, aumentando un 20 % en un año, mientras que los ingresos solo crecieron un 3,5 %. Como resultado, el déficit del primer semestre ya ha alcanzado los 3,7 billones de rublos, casi tanto como el déficit previsto para todo el año en el presupuesto aprobado el 10 de junio (3,79 billones de rublos, unos 40.700 millones de euros).

En otras palabras: las sanciones y la desaceleración económica están ejerciendo presión sobre el presupuesto ruso. A primera vista, se podría considerar que la situación presupuestaria está bajo control. El déficit previsto para 2025 era solo del 1,7 % del PIB (frente al 0,5 % del PIB previsto en diciembre). Incluso si se duplicara, seguiría siendo moderado. Pero eso es olvidar algunos hechos importantes.

En primer lugar, Rusia ya apenas tiene acceso a los mercados internacionales de capitales. Le resulta difícil “renovar” su deuda como hace Francia, por ejemplo, salvo que firme acuerdos bilaterales con países con grandes reservas, como China. Pero eso supondría confirmar una especie de vasallaje al que Moscú se resiste.

¿En huida hacia adelante?

La financiación del déficit pasa, por tanto, por medidas “internas”, como la financiación mediante préstamos concedidos por los bancos estatales. Pero la clave es el uso del Fondo Nacional, una reserva constituida durante años a partir de los ingresos del petróleo y el gas. En el presupuesto revisado, el Kremlin prevé retirar 447.000 millones de rublos (4.800 millones de euros) de ese fondo, cuyas reservas líquidas aún ascienden oficialmente a 2,88 billones de rublos (308.000 millones de euros), frente a los casi 10 billones de rublos de principios de 2022.

Pero, teniendo en cuenta el aumento vertiginoso de los déficits, ese maná podría agotarse rápidamente. Los economistas del Kremlin incluso advirtieron en junio que podría agotarse el año que viene. Una vez que ese fondo sea incapaz de financiar el déficit, ¿qué pasará? Aquí es donde se juega una partida difícil.

En el mejor de los casos, una tregua podría permitir a Rusia reducir algunas de esas dificultades, pero parece poco probable que se suspenda la lógica de la economía de guerra

A priori, cabría pensar que esto incitaría al Kremlin a buscar una solución pacífica rápida para reducir el gasto militar, reactivar la economía civil y restablecer el equilibrio presupuestario. Pero esta opción también supone asumir un riesgo considerable. La reconversión de una economía cada vez más dependiente del gasto militar es un fenómeno arriesgado. En la economía de guerra, la salida es la fase más peligrosa. Y cuando esa reconversión se produce en un contexto de crisis de la economía civil, el riesgo es aún mayor.

Por lo demás, el complejo militar-industrial está muy presente en la toma de decisiones del Kremlin. Pero lo esencial es que los niveles alcanzados por el gasto militar debilitan, en realidad, la opción de una paz rápida.

La actual crisis de la economía rusa es el resultado de una huida hacia adelante en la economía de guerra. La producción militar se está convirtiendo, cada vez más, en el único pilar en el que puede apoyarse todo el país, y es la prioridad declarada por el Kremlin. El 22 de mayo, Vladimir Putin instó al Gobierno y al banco central a “tomar todas las medidas necesarias para garantizar que la producción industrial en los sectores prioritarios [es decir, la defensa, ndr] no caiga por debajo del nivel de 2014”.

Es difícil imaginar cómo se podría suspender esta lógica de un momento para otro. En el mejor de los casos, una tregua podría permitir a Rusia reducir algunas de esas dificultades, pero parece poco probable que se suspenda la lógica de la economía de guerra. Es decir, es muy probable que la producción militar siga siendo la prioridad.

En ese caso, entraríamos en una nueva fase de la economía de guerra, más clásica. Porque entonces, la única forma de financiar el esfuerzo bélico será la creación monetaria y la toma del control del banco central. Este método también tendría la ventaja de permitir contener cualquier crisis bancaria. La inflación podría entonces dispararse y solo podría contenerse a costa de una militarización cada vez más completa de la economía.

Se trataría entonces de una huida hacia adelante especialmente peligrosa, ya que toda la economía rusa se centraría en la producción de material militar. No es seguro que la guerra en Ucrania agote esa lógica.

 

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Traducción de Miguel López

 

 

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