¿Es una revolución burguesa el #MeToo si se ocupa de los techos de cristal pero no de los suelos pegajosos?

Manifestación del movimiento #MeToo en Japón

Joseph Confavreux y Lénaïg Bredoux (Mediapart)

Es el soniquete que repiten los detractores del movimiento feminista contemporáneo: se dice que viene de los "bobos" (burgués bohemio, ndt), liberales en todos los ámbitos de la vida privada y del dominio público. Y, para exagerar, lo único que quieren es el uso gratuito de crop tops para sus hijas y primas de presencia en consejos de administración de multinacionales para sus madres.

 

Estas acusaciones, de las que este artículo de la revista Marianne titulado "Le business du féminisme: les bourgeoises urbaines parlent aux bourgeoises urbaines" (El negocio del feminismo: las burguesas urbanas hablan a las burguesas urbanas), un ejemplo emblemático entre muchos otros, proceden a menudo de personas que pertenecen ellas mismas a las clases privilegiadas de la sociedad.

Y, sobre todo, descuidan de entrada dos dimensiones esenciales. En primer lugar, el hecho de que la sociología de las movilizaciones ha demostrado desde hace tiempo que rara vez son los sectores más desfavorecidos de la sociedad los que lideran las reivindicaciones colectivas. Y que los portavoces, al igual que las palabras más escuchadas, pertenecen la mayoría de las veces a las categorías sociales más acomodadas. En este sentido, el movimiento feminista no es una excepción.

En segundo lugar, todo un sector del feminismo lleva tiempo alertando sobre un activismo de género indiferente a las cuestiones de clase o de raza. "No tenemos ningún interés en romper el techo de cristal si la inmensa mayoría de las mujeres siguen limpiando los añicos", escriben Cinzia Arruzza, Tithi Bhattacharya y Nancy Fraser en Féminisme pour les 99 %, traducido por La Découverte en 2019.

 

Si Lehman Brothers hubiera sido Lehman Sisters, sin duda el mundo sería hoy muy diferente.

Christine Lagarde, entonces directora del FMI

Las tres autoras arremeten contra un feminismo del "1%" encarnado, por ejemplo, por Sheryl Sandberg, directora de operaciones de Facebook, quien afirmó que "nos iría mucho mejor si la mitad de todos los países y empresas estuvieran dirigidos por mujeres", o por Christine Lagarde, entonces directora del Fondo Monetario Internacional (FMI), quien dijo la famosa frase de: "Si Lehman Brothers hubiera sido Lehman Sisters, sin duda el mundo sería hoy muy diferente".

Esta retórica también fue utilizada en el ámbito político por Elisabeth Borne cuando asumió su cargo de primera ministra, y por Yaël Braun-Pivet cuando se convirtió en la primera presidenta de la Asamblea Nacional francesa, declarando que se abría así un "capítulo en el gran libro de la igualdad entre hombres y mujeres".

 

Las autoras de Féminisme pour les 99 % se oponen a este "dogma que incita a las mujeres a imponerse en las altas esferas" y que confunde la exigencia de igualdad entre mujeres y hombres con el mismo derecho a dominar. Defienden un feminismo opuesto a lo que llaman feminismo "liberal", individualista, poco preocupado por la opresión de otras mujeres -negras, musulmanas, inmigrantes...

Sandrine Holin, en un libro titulado Chères collaboratrices. Comment échapper au féminisme néolibéral (Queridas colaboradoras. Cómo librarse del feminismo neoliberal, edic. La Découverte, 2023), señala en el mismo sentido que no estamos asistiendo a "la creación de sindicatos de mujeres en el seno de las empresas cuyo objetivo sería crear un equilibrio de poder con la dirección para obtener aumentos salariales o la igualdad de trato, como ocurrió en los años treinta".

Lo expresa aún más claramente Amia Srinivasan, profesora de filosofía política y teoría feminista en Oxford, en su libro Le Droit au sexe. Le féminisme au vingt-et-unième siècle (El Derecho al sexo. El feminismo en el siglo XXI), cuando dice: "Es una vergüenza para el feminismo que décadas de mejora de las condiciones de vida de algunas mujeres en el mundo en determinados aspectos acceso a nuevos derechos; mejor representación en la enseñanza superior, en las profesiones de élite, en la política electoral y en los medios de comunicación; mejor acceso a la salud sexual y reproductiva; amplio consenso dentro social en que hombres y mujeres son iguales; creciente disposición de los hombres a cuestionar las limitaciones de género; creciente aceptación de las sexualidades no hegemónicas han coincidido con un aumento generalizado de otras formas de desigualdad, en particular la desigualdad económica. "

 

Nosotras, las mujeres, que conquistamos bastantes derechos gracias a la meritocracia en la escuela y al movimiento de los años 70, nos hemos dormido un poco en los laureles.

Françoise Benhamou, Monique Dagnaud y Janine Mossuz-Lavau, investigadoras

Esta crítica no es nueva. Hace veinte años, un artículo de tres investigadoras Françoise Benhamou, Monique Dagnaud y Janine Mossuz-Lavau titulado "Mujeres, la fractura social" comenzaba con estas palabras: "No lo vimos venir. Nos hemos dormido en los laureles, nosotras las mujeres que, gracias a la meritocracia de la educación y al movimiento de los años 70, conquistamos bastantes derechos, desde la libertad sexual hasta la autonomía laboral". Pensábamos que "la mejora se extendería a los demás estratos de la sociedad". Pero nos equivocamos (...). En definitiva, las disparidades entre las mujeres han aumentado".

Esa crítica ha sido desarrollada y profundizada desde entonces por numerosos investigadores. Réjane Sénac, en su libro L'Égalité sous conditions (edic. Presses de Sciences Po, 2015), mostró los límites de una lógica que razona únicamente en términos de "paridad" y "diversidad". La obra colectiva Le Genre au travail. Recherches féministes et luttes de femmes (El género en el trabajo. Investigaciones feministas y luchas de mujeres, edic. Syllepse, 2021) también trata en detalle los efectos nocivos de un enfoque "elitista" de estas cuestiones.

Y ello en un momento en que existen muchas investigaciones y análisis que demuestran que el capitalismo cataliza las desigualdades no sólo entre clases sociales, sino también entre hombres y mujeres en el seno de las familias, como han establecido Sibylle Gollac y Céline Bessière en su libro Le Genre du capital. Comment la famille reproduit les inégalités sociales (El género del capital. Cómo la familia reproduce las desigualdades sociales, edic. La Découverte, 2020).

Para Amia Srinivasan, esta situación es el resultado de un "cambio más amplio en la orientación del movimiento feminista desde la década de 1970", que habría abandonado "la transformación de la vida socioeconómica en favor de garantizar la igualdad de las mujeres dentro de las estructuras preexistentes". Las "reivindicaciones transformadoras" habrían dado paso a lo que Susan Watkins, figura destacada de la New Left Review, denomina el paradigma "antidiscriminatorio", según el cual el principal problema de las mujeres es que no están en pie de igualdad en el mercado laboral.

Uno de los muchos ejemplos de este cambio de paradigma es la forma en que, en el Sur global, la demanda de mejores servicios públicos de agua, electricidad, recogida de basuras, educación y cuidado de los niños dio paso al desarrollo de la "microfinanciación" con la idea de la mejorar, a lo largo de los años 80, la condición de la mujer mediante la concesión de créditos a mujeres pobres de todo el mundo.

 

La mayoría de los textos sobre los resultados de #MeToo recuerdan hoy lo que permanecía invisible hace cinco años, por ejemplo, que este eslogan fue inventado ya en 2006 por Tarana Burke, una trabajadora social negra de Harlem que luchaba contra la violencia machista, sin que entonces se diera una difusión global comparable a la de la imputación del productor de cine Harvey Weinstein.

"En 2017, cuando el mundo descubrió #MeToo, Tarana Burke ya llevaba una década utilizando la expresión", recuerda la escritora y documentalista Rokhaya Diallo en un texto titulado "#MeToo: antes y después". En su opinión, Alysa Milano, la actriz que está detrás del hashtag de moda en todo el mundo, "está perpetuando sin quererlo la larga historia de invisibilización de las voces de las mujeres que pertenecen a minorías por ser negras, no blancas o de grupos estigmatizados".

Además, según Amia Srinivasan, "para las mujeres trabajadoras, el acoso sexual es una realidad. Pero para muchas de ellas, ser acosadas sexualmente no es el peor aspecto de su trabajo". Es una crítica importante, aunque no del todo justificada, en el sentido de que la lucha contra la VSG (violencia sexista y de género) promovida por #MeToo no enfrenta esquemáticamente al Norte contra el Sur. Muchos países latinoamericanos están a la vanguardia de estas cuestiones. Si España es hoy el país europeo más avanzado en la materia en cuanto a legislación y desarrollos en la lucha contra la violencia de género, ello se debe en gran medida a la influencia latinoamericana en el país, en contra de la creencia popular de que los procesos emancipatorios sólo se extienden desde las metrópolis europeas al resto del mundo.

¿Cómo afirmar, entonces, una reivindicación feminista sin descuidar los otros factores de opresión que pesan asimétricamente sobre las mujeres y, al mismo tiempo, evitar diluir la lucha específica de las mujeres en la lucha obrera de ayer o en la perspectiva anticapitalista de hoy?

Este debate no es nuevo. En 1884, un año después de la muerte de su camarada Karl Marx, Friedrich Engels publicó “El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado”, basado en gran medida en la lectura que Marx hizo de un antropólogo americano, Lewis Harry Morgan, que había estudiado el mundo de los amerindios iroqueses.

A costa de simplificaciones y distorsiones históricas, el retrato de esta sociedad "arcaica" pretende demostrar que la opresión de la mujer sólo apareció con el advenimiento de una sociedad de clases que no existía en la Antigüedad: un punto de inflexión que marcaría "la gran derrota histórica del sexo femenino". "Incluso en el hogar, era el hombre quien llevaba el timón; las mujeres fueron degradadas y esclavizadas, convirtiéndose en esclavas del placer del hombre y en meros instrumentos de reproducción". Una tesis que los estudios antropológicos publicados desde entonces han refutado ampliamente.

 

En la izquierda hay quienes repiten incansablemente la vieja fórmula según la cual la "clase", homogénea y abstracta, es lo que nos une, mientras que el feminismo y el antirracismo sólo pueden dividirnos.

Cinzia Arruzza, Tithi Bhattacharya y Nancy Fraser, investigadoras

Sin embargo, esta tesis ha alimentado muchas críticas entre los marxistas al feminismo como factor de división de la clase obrera. Las autoras de Féminisme pour les 99 % se oponen a quienes "en la izquierda repiten incansablemente la vieja fórmula según la cual la 'clase', homogénea y abstracta, es lo que nos une, mientras que el feminismo y el antirracismo sólo pueden dividirnos".

Salir del cerco formado por la tentación de considerar la cuestión feminista como secundaria y la creencia en una "sororidad" universal sin considerar las condiciones raciales, sociales y económicas requiere que articulemos con precisión lo que, en la opresión de las mujeres, forma parte de un sistema económico y social que llamamos capitalismo y lo que no, o al menos no sólo. Este sigue siendo un ejercicio delicado.

El libro de Silvia Federici Caliban et la sorcière. Femmes, corps et accumulation primitive (Caliban y la bruja. Mujeres, cuerpos y acumulación primitiva, edic. Entre-monde, 2014) se ha convertido en un referente al argumentar que durante mucho tiempo se había subestimado la verdadera importancia de la caza de brujas de los siglos XVI y XVII. La investigadora considera que este señalamiento de mujeres que viven solas y escapan a la norma reproductiva un "elemento fundador del capitalismo" esencial para la "acumulación primitiva", es el corazón de la transición del feudalismo al capitalismo, al mismo nivel que los procesos de enclosure (cercamiento) en Inglaterra privatizando los recursos comunes, o los inicios de la colonización y el comercio de esclavos.

Este libro, políticamente decisivo, es discutible desde el punto de vista historiográfico, pues su insistencia en el control del cuerpo de las mujeres en la dinámica capitalista relega, entre otras cosas, la importancia del extractivismo colonial y esclavista en la extensión global de ese modo de gestión de la población llamado "capitalismo".

En cualquier caso, el libro contribuye a pensar una dimensión esencial para articular clase y género, así como vida privada y pública, a saber, el doble mandato producir y reproducir que pesa sobre las mujeres. Eso proporciona un marco para pensar en un feminismo que no es ni soluble en el capitalismo ni totalmente anticapitalista.

Aunque Marx demostró que la extracción de plusvalía a partir de la fuerza de trabajo era la base del capitalismo, y que esta fuerza de trabajo tenía por ello que ser "reproducida", no entró en detalles sobre las condiciones en las que esa fuerza era garantizada por las mujeres.

La contribución gratuita de las mujeres a la extracción de plusvalía, disfrazada de "instinto maternal" o "amor conyugal", ha sido explorada en particular por la filósofa italiana Leopoldina Fortunati, quien en 1981 publicó L'Arcane de la reproduction (El arcano de la reproducción, edic. Entre-monde), un título que insiste en el hecho de que las mujeres constituyen la clave de bóveda invisibilizada del sistema capitalista.

Las feministas se han dividido en cuanto a las conclusiones que cabe extraer de la importancia de ese "trabajo" doméstico infravalorado e invisibilizado. En “Mujeres, raza y clase”, la activista feminista afroamericana Angela Davis replica a Silvia Federici y de feministas como Selma James, a favor de una remuneración adecuada del trabajo doméstico, que la remuneración del trabajo doméstico podría mejorar ligeramente la suerte de las mujeres de clase trabajadora, pero sólo a costa de afianzar más su papel como amas de casa. En su lugar, Davis aboga por la socialización del cuidado de los niños, la cocina y las labores domésticas.

De hecho, si muchas mujeres de los países occidentales han podido librarse de parte del trabajo doméstico y de la doble carga que conlleva, no ha sido gracias a una socialización del trabajo doméstico o a un reparto más equilibrado de las tareas entre los sexos, sino delegando el trabajo de los cuidados a mujeres pobres, la mayoría de las veces procedentes de los países del Sur...

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Traducción de Miguel López

 

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