El mundo tiene ocho años para invertir su política energética y evitar que la temperatura suba más de 1,5ºC

Retirada de la leña quemada tras un incendio en Sierra de la Culebra, a 20 de septiembre de 2022.

Este domingo ha comenzado la COP27 y toda clase de organismos internacionales han aprovechado para actualizar sus previsiones climáticas para las próximas décadas. La idea general que transmiten los académicos es de pesimismo, pero siempre dejan la puerta abierta a que si el mundo da un giro político está a tiempo de cumplir con el Acuerdo de París y limitar el aumento de la temperatura global a los 1,5 grados frente al periodo 1850-1900. 

La ONU advierte que los compromisos actuales elevarán la temperatura global entre 2,1 y 2,9 grados en 2100, lo que haría inhabitables las zonas más cálidas del mundo. Para frenar ese escenario y cumplir con París habría que reducir las emisiones actuales un 45% de aquí a 2030, pero la realidad es que al ritmo actual se espera que aumenten un 10% hasta las 58 gigatoneladas de CO₂ equivalentes. 

Los zarandeos continuos de los tres últimos años han desestabilizado la economía mundial y en los países con menos recursos el medioambiente ha pasado a un segundo plano. Pero esas aguas revueltas también han servido a Occidente para acelerar su inversión en las renovables y reducir así su dependencia del gas natural ruso. 

Esta situación ha llevado a la Agencia Internacional de la Energía (IEA), dependiente de la OCDE, a anticipar por primera vez el esperado pico de consumo de combustibles fósiles, el punto a partir del cual el planeta comenzará a reducir la quema de carbón, petróleo y gas, un hito imprescindible para frenar el efecto invernadero. 

Con las políticas que hay en marcha, en 2030 se alcanzará el máximo de consumo de carbón y los compromisos de China –quema más hulla que el resto del planeta junto– permitirán rebajar año a año sus emisiones. El petróleo tocará su cúspide a principios de la próxima década para caer poco a poco gracias a la decadencia de los vehículos de combustión, mientras que la quema de gas se mantendrá estable a partir de 2030 para generar electricidad. 

Ese mensaje, que se ha tomado como una noticia positiva, confirma en realidad que la senda que siguen los gobiernos está muy lejos de lo necesario para cumplir con el Acuerdo de París. "Nos dicen que vamos a contaminar algo menos de lo esperado, pero jugamos a un juego muy peligroso si tomamos como algo positivo las noticias de esta semana", opina Francisco del Pozo, coordinador de la campaña contra los combustibles fósiles de Greenpeace. 

"Todavía no estamos ni cerca de la escala y el ritmo de la reducción de emisiones necesaria para ponernos en camino hacia un mundo de 1,5 grados", sentenció hace unos días Simon Stiell, secretario ejecutivo de la oficina de Cambio Climático de la ONU. "Los gobiernos nacionales deben reforzar sus planes de acción climática ahora y aplicarlos en los próximos ocho años". 

Pese a la desesperanza general de expertos, el estudio de la IEA aporta una detallada hoja de ruta para lograr que el mundo genere cero emisiones netas en 2050, un escenario que respetaría el objetivo de temperatura de París. Esa meta pasa por reducir casi la mitad del consumo actual de carbón antes de 2030 y actuar duramente sobre el gas natural y el petróleo en las siguientes dos décadas. 

Cabe destacar que en un futuro sin gases de efecto invernadero, fuentes como el carbón y el petróleo seguirán presentes para mover maquinaria pesada o en industrias como la construcción, pero se compensan con tecnología de captura de CO₂ de la atmósfera. 

Para cumplir con esta proyección sumamente optimista será esencial contar con nuevas metas nacionales de reducción de emisiones de todos los continentes, pero la guerra de Ucrania y la pandemia han ralentizado la política climática. La ONU critica que desde Conferencia de las Partes (COP) del año pasado en Glasgow, solo 24 países han enviado nuevos compromisos de reducción de emisiones y algunos de ellos, como India o Australia, lo han hecho porque llegan años tarde a la tarea. 

Por su parte, la Unión Europea ha avanzado este año en sus objetivos con el plan REpowerEU y la ratificación del Fit for 55, donde el bloque se compromete a reducir sus emisiones netas de gases de efecto invernadero en al menos un 55% de aquí a 2030 frente a 1990, y lograr las cero emisiones netas en 2050 como máximo. 

Pero las ONG piden que Europa lidere el cambio y reclaman más ambición en un continente donde hay dinero para acelerar la transición rápida. "Olvidémonos de objetivos a 2050. La invasión de Ucrania ha acelerado los plazos en Europa y necesitamos acciones inmediatas para lograr limitar el calentamiento global en 1,5 grados, lo que significa alcanzar las cero emisiones netas en 2040", incide Elif Gündüzyeli, experta en Políticas Energéticas de Climate Action Network Europe. 

A la vez que el mundo se desprende de los combustibles fósiles, será necesario un ritmo muy fuerte de implantación de generación renovable para evitar problemas de abastecimiento eléctrico, para lo que se necesitará un gasto sin precedentes. El informe de la IEA calcula que este año se dedicarán 1,4 billones de dólares a las energías limpias, una cifra que habrá que doblar de aquí a 2030

Desde Ember, una consultora especializada en transición energética, destacan que esta inversión no será en vano, ya que la generación eólica y solar es mucho más barata que la fósil, por lo que los europeos se ahorrarán en 2035 un billón de euros al año en gasto en energía, "además de los múltiples beneficios en clima, salud y seguridad energética que tiene esta decisión". 

Un abismo ente subir 1,5 grados y 2 grados  

Para financiar esta transición, la Agencia Internacional de la Energía hace un llamamiento a las empresas privadas que durante décadas se han beneficiado de un negocio que pone en peligro el futuro del planeta. Precisamente en 2022 calcula que el sector energético doblará sus ingresos hasta los cuatro billones de dólares gracias a la subida de precios de las materias primas, un excedente que las multinacionales deben reinvertir esta década para desarrollar nuevos biocombustibles y mejorar la generación de hidrógeno verde. 

El informe Lancet Countdown publicado el mes pasado también dio un codazo a los gobiernos de los países ricos, a quienes afea no cumplir con su compromiso adoptado en el Acuerdo de Copenhage de 2009 de destinar cada año 100.000 millones de dólares a partir de 2020 para apoyar la acción climática en los países del tercer mundo. 

Francisco del Pozo, de Greenpeace, va un paso más allá y afirma que el mundo no pude aspirar a crecer más cada año, y que hasta que no se adopten políticas para rebajar el consumo de energía, no se podrá acabar con la contaminación. "No quieren entender que la instalación de renovables no puede frenar por sí sola las emisiones, la clave está en la eficiencia energética y la reducción de la demanda. Pero claro, cuando hablas de reducir la demanda estás tocando el estatus quo". 

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Mikel González, experto en política climática del Basque Centro for Climate Change, señala los riesgos de no tomar en serio el cambio climático. "La temperatura global ya ha aumentado en 1,1 grados y vemos cómo las consecuencias son enormes, solo hay que mirar el verano que acabamos de pasar en España. A medida que esa cifra siga subiendo, estos eventos extremos serán más recurrentes". 

En un estudio publicado por la revista Science en septiembre, los científicos determinaron que la Tierra "puede haber abandonado su condición de zona climática segura tras superar 1 grado de calentamiento global". Y ahora se aproxima poco a poco a toparse con los llamados puntos de inflexión climática: eventos de no retorno que tras activarse desencadenan los siguientes. 

Incluso si se cumple el límite del Acuerdo de París y la temperatura aumenta entre 1,5 y 2 grados, podría producirse el colapso del hielo de Groenlandia y la pérdida masiva de los arrecifes de coral. Mientras que si aciertan los escenarios pesimistas que llevan el calentamiento a entre los 2 y 4 grados, desaparecería buena parte de la Antártida y podría morir masivamente la vegetación del Amazonas. 

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