Este verano, el mundo se ha dividido entre team Conrad o team Jeremiah. Muchos y muchas no tendrán ni idea de lo que estoy hablando y considerarán este artículo (sin spoilers) una tontería o una auténtica gilipollez, sin embargo, desde el pasado 16 de julio, una serie de Prime Video se ha convertido cada miércoles en punto de encuentro para miles de personas, literal y figuradamente porque muchas se han reunido en bares para verla juntas como si una final deportiva se tratara. Por dar solo un dato, 25 millones de espectadores vieron durante la primera semana los primeros capítulos de su tercera y última temporada.
Se trata de El verano en que me enamoré (con una traducción al español mucho más acertada que su título original en inglés, The summer I turned pretty), un drama adolescente que no solo es una serie romántica que sigue los altibajos del triángulo amoroso protagonizado por Belly y los hermanos Fisher (sí, los Conrad y Jeremiah de los equipos de antes) a los que conoce de toda la vida porque sus madres son amigas y veranean juntos. La ficción, que es una adaptación a la pequeña pantalla de la trilogía homónima de Jenny Han (que, por cierto, nació en 1980), es un relato sobre la madurez emocional, las relaciones y contradicciones familiares, la pérdida, la amistad femenina y la nostalgia veraniega. Temas totalmente universales.
Con todos estos ingredientes, se ha convertido este verano en todo un fenómeno viral que, aunque pueda parecer mentira al tratarse de un drama juvenil, ha conquistado sobre todo a las mujeres millennials, es decir, a las nacidas entre 1981 y 1996. Es más, según The New York Times, su audiencia principal son mujeres de entre 25 y 54 años. En cambio, su protagonista, Belly, cumple 16 en la primera temporada y 21 en la tercera.
¿Por qué nos sorprende tanto que una serie sobre adolescentes no la vean solo adolescentes? "Es cierto que todos los productos culturales se conciben con un público objetivo ideal que va a ser quien los consume mayoritariamente, pero no debería ser, ni es, algo estanco", explica Andrea Proenza, periodista, investigadora y divulgadora en redes sociales, que también apunta a "una especie de vergüenza en el imaginario popular cuando se consumen este tipo de ficciones, tanto audiovisuales como literarias, fuera de la edad que te corresponde".
Para esta experta, esto se debe a "una cuestión clasista que califica estas ficciones de géneros menores y, por lo tanto, menos dignos": "Se da por hecho que si eres adolescente puedes consumir cualquier cosa, pero, cuando creces, tu gusto debe evolucionar". Por esto, muchas mujeres, para explicar el fenómeno que se estaba viviendo en redes o unirse a la conversación, han salido a la palestra para justificar por qué estaban viendo esta serie. "Creemos que eso es motivo de vergüenza, cuando no lo es", defiende Proenza que también señala que "son de entretenimiento como cualquier otra".
A veces, lo único que necesitamos es desconectar de nuestras vidas
Por ello, estos días se han multiplicado las confesiones sobre los motivos sobre por qué "yo mujer adulta de más de 30" veo una ficción sobre adolescentes. Es el caso de las periodistas Patricia Gosálvez en El País, Mariola Cubells en la Cadena Ser o Lucía Tejo en Glamour. Un fenómeno que también se ha producido internacionalmente con artículos en la versión estadounidense de Elle o en la británica de Harper's Bazaar. "Tienen la capacidad de engancharnos más allá de estar alineadas con nuestras vidas y preocupaciones. Nadie cuestiona que millones de personas que no tienen nada que ver con el ámbito sanitario hayan estado enganchadas a The Pitt, por ejemplo, porque es una serie de calidad de HBO", insiste Proenza.
Aunque no deba ser un motivo de vergüenza, la pregunta sigue estando ahí: ¿Cómo es posible que una serie adolescente tenga enganchada a tanto público millennial? La respuesta a este misterio, que en realidad no es tanto, es múltiple y podemos encontrar hasta seis razones.
La primera, y como pasa con todos los productos culturales en realidad, responde a la capacidad que nos ofrecen de desconectar de nuestra vida. "Vivimos en un momento de mucha incertidumbre y a veces lo único que te apetece es ver o leer una ficción que no te haga pensar en nada más allá de un triángulo amoroso y una casa de verano en una zona pija de EEUU", apunta Proenza.
El efecto de la nostalgia millenial
La segunda razón, y quizás más evidente, es la nostalgia que rodea a esta ficción en particular. "En El verano en que me enamoré todas las referencias son más de nuestra época, de esas series que nos han ido acompañando a lo largo de nuestra infancia, nuestra adolescencia y en los primeros años de nuestra vida adulta. Y por eso nos sentimos tan reflejados en ella y es eso lo que nos engancha tanto", reconoce a infoLibre una fan de la serie de 35 años, Patricia. "Nos remite a un momento vital con menos preocupaciones, a una zona que nos transmite confort", afirma Andrea Proenza.
Por que ahora es El verano en que me enamoré, pero antes fueron series como Salvados por la Campana (1989-1993), Sensación de Vivir (1990-2000), Buffy, cazavampiros (1997-2003), Dawson Crece (1998-2003), Las chicas Gilmore (2000-2007), The O.C (2003-2007), One Tree Hill (2003-2012), Gossip Girl (2007-2012) o Crónicas Vampíricas (2009-2017). "Todos los que pertenecemos a esta generación nos hemos criado y hemos consumido a lo largo de décadas series de adolescentes", asegura Patricia.
Por qué los millennials son, tal y como explica Sandra Parmo, psicóloga, creadora de contenido y fan de la serie, una "generación muy desencantada": "Este tipo de series juveniles nos recuerda a momentos en los que éramos más óptimas y cuando no estábamos desencantadas con la vida". "Los personajes de El verano en que me enamoré están en un punto en el que todo es posible entre comillas. En cambio, la nuestra ya no. Con 30 o 40 años, empezamos a hacer el duelo de todo lo que ya no podremos hacer", reconoce esta experta que recuerda que la precariedad, primero laboral y ahora en materia de vivienda, es un elemento muy presente en esta cohorte de edad.
Además, la representación que existe de esta generación en la ficción actual o bien son ya muy adultos inmersos en un profundo drama o en las comedias no son un espejo real en el que mirarse. "Nos apetece ver a personajes que están como nosotros, hechos un cuadro", defiende Parmo.
No obstante, para Andrea Proenza, la nostalgia tiene un problema. "Se puede caer en la despolitización y en el inmovilismo, haciendo que queramos refugiarnos en un momento pasado, en lugar de hacer lo posible por construir un presente y un futuro mejores", sostiene.
Una estética veraniega pero, sobre todo, analógica y noventera o dosmilera
Muy relacionada con esta nostalgia, la segunda causa es la propia estética de la serie que va más allá de la ambientación idílica de Cousin Beach (que, aunque está inspirado en Cape Cod -Massachusetts-, las escenas de la playa y las casas se filmaron en la costa de Carolina del Norte). Aunque se supone que El verano en que me enamoré está ambientada en el momento actual, no lo parece porque sus personajes son personas analógicas más propias de los veranos de principios de los 2000 que de los actuales adolescentes de la generación Z o Alfa.
"Es muy millennial code. Sus veranos se parecen a los nuestros en el sentido de pasar el tiempo fuera con amigos, y no como ahora que se pasan la vida en TikTok", reconoce Parmo. Por qué existen los móviles y las redes sociales pero no son el centro de sus vidas y prefieren una tarde en el salón recreativo o ver películas clásicas en el ordenador. En cambio, en otras series adolescentes los conflictos que pueden generar las pantallas y la vida online sí que tiene un gran peso. "Todos los que pertenecemos a esta generación no nos sentimos tan representados, se nos queda como algo infantil porque no es lo que nosotros hemos vivido en nuestra adolescencia", admite Patricia.
Y aunque parezcan personajes sacados de una ficción de los 90 o principios de los 2000, Belly, Conrad, Jeremiah y compañía están, como explicó Vogue en 2023, "ansiosos por cumplir con ciertos estándares de respeto y humanidad" y no arrastran muchas red flags de aquella época que entonces se pasaban por alto y ahora chirrían: "A los chicos les importa si las chicas están cómodas. A las chicas les importa si los chicos están tristes. Y, por supuesto, no todos son chicas o chicos".
Así en El verano en que me enamoré se evitan recursos dramáticos habituales en las series románticas juveniles actuales como la toxicidad en las relaciones, presentes en otros títulos contemporáneos como Élite, Maxton Hall o las películas de Culpa Mía. "En muchas series juveniles, la trama no es ni interesante. Aquí resulta creíble, los personajes son tangibles y presenta un conflicto menos forzado. Muchas de las situaciones que ellos viven, nos podemos llegar a sentir identificados con ellos", reconoce Sandra Parmo.
Además, para que la evocación a los 90 y 2000 sea total, incluso uno de los actores protagonistas, Christopher Briney que interpreta a Conrad, el mayor de los dos hermanos, recuerda a uno de los chicos de oro de aquella época: al Leonardo Dicaprio de Titanic, Romeo y Julieta y La playa.
La banda sonora (más allá de Taylor Swift)
También estrechamente vinculada con la nostalgia, está la tercera razón: la banda sonora. Aunque muchas de las canciones que se escuchan son de Taylor Swift, también mezcla a las actuales estrellas de la generación Z como Olivia Rodrigo, Chappell Roan o Billie Eilish junto a canciones míticas de la década de los 90 y principios de los 2000.
Solo durante los últimos capítulos de esta temporada se ha escuchado a The Rolling Stones con Wild Horses (1971), a Fleetwood Mac con Songbird (1977), a U2 con With or Without You (1987) —que se puede escuchar al final del siguiente vídeo—, a The Cure (versionados por Phoebe Bridgers) con Friday I'm in Love (1992), a Radiohead con No Surprises (1997), o a Red Hot Chili Peppers con Can’t Stop (2002).
El acierto de estrenar un capítulo a la semana junto con el poder de las redes
Por último, dos razones que van de la mano. Por un lado, la elección de estrenar un capítulo semanalmente en una estrategia que recuerda a la que práctica HBO Max que logra así que sus últimos éxitos, como La casa del dragón, The White Lotus o La edad dorada, tengan repercusión durante, como mínimo, ocho semanas. "Incluso se parece a la experiencia que teníamos cuando éramos pequeños de ver la televisión. Ahora con el streaming, todo está mucho más hiperfragmentado", sostiene Sandra Parmo.
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Y, por otro, la conversación generada en redes sociales gracias a que no se puede consumir en formato binge-watching tan habitual actualmente, es decir, el acto de ver múltiples episodios de una serie de televisión de forma continuada y sin descanso. Al espaciar los capítulos, hay tiempo para comentar de forma unánime, sin spoilers y da tiempo a hacer análisis en profundidad y elucubrar sobre qué pasará en los siguientes episodios. Se permite así que, tal y como relata Parmo, que "las madres vean la serie con sus hijas adolescentes": "Las más jóvenes suelen ser más team Jeremiah que las mayores, que suelen ser más team Conrad".
Pero también que Instagram y TikTok se hayan llenado de vídeos de El verano en que me enamoré. "Las redes sociales tienen una fuerte capacidad de viralización", señala Andrea Proenza que recuerda que ahora muchos de los montajes que se generan "llegan a ti casi sin quererlo" y "esta gran bola de contenido y conversación acaba llegando a todo tipo de públicos".
Así, se han multiplicado los contenidos alrededor de esta serie, ya sea en formato de podcasts como Better With Glasses o análisis con miles de me gustas como los de Psicodepelicula. Incluso marcas y elementos tan masculinos como equipos de fútbol, la Fórmula 1 o la ATP de tenis se han animado a debatir sobre si son team Conrad o team Jeremiah. Un debate que concluirá el próximo 17 de septiembre con la emisión del último capítulo de El verano en que me enamoré.
Este verano, el mundo se ha dividido entre team Conrad o team Jeremiah. Muchos y muchas no tendrán ni idea de lo que estoy hablando y considerarán este artículo (sin spoilers) una tontería o una auténtica gilipollez, sin embargo, desde el pasado 16 de julio, una serie de Prime Video se ha convertido cada miércoles en punto de encuentro para miles de personas, literal y figuradamente porque muchas se han reunido en bares para verla juntas como si una final deportiva se tratara. Por dar solo un dato, 25 millones de espectadores vieron durante la primera semana los primeros capítulos de su tercera y última temporada.