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Las lágrimas del sufrimiento no tienen color

Las lágrimas del sufrimiento, no tienen color

Jorge Ulanovsky Getzel

Antes: ¡que vienen los rojos!; hace poco: ¡que vienen los moros!; ahora: ¡que vienen los negros!

Caso omiso de lo que en realidad sucede en la tan ilustrada Europa occidental. La cifra actual de inmigrantes africanos es ridícula comparada con la procedente de Polonia, Ucrania e India. Ésta resulta invisible, no mediática, no impacta por su espectacular color negro y rojo que se incrusta nuestra retina cada día. La inmigración ha propiciado una mejora de nuestra economía en los últimos años. Vale, que siga así. Pero para mejor sacarle provecho hay que filtrarla, eugeneciarla, blanquearla y enjuagarla. Hipócrita distinción entre refugiados y económicos, legales e ilegales, lo que importa distinguir es cómo eliminar contrastes, las incomodidades que pueden generarse por tener que cohabitar con otras culturas, costumbres, religiones. Que no vengan a fastidiar nuestro sagrado orden convencional. Que vengan dispuestos a trabajar duro, sangre nueva para el organismo mercantil, moneda a distribuir entre la economía sumergida, la burocracia oficial, y el beneficio empresarial. Así mejor se entienden las generosas propuestas de mantenerlos encerrados en campos de concentración. Para poder tranquilamente ejercer la selección. Contando con expertos en recursos humanos, que con algoritmos y psicología conductual podrán diferenciar los aptos para la producción y el sometimiento, de los residuales a devolver.

Ya es muy conocida la desgraciadamente vigente cita de Gramsci: “El viejo mundo se muere. El nuevo tarda en aparecer. Y en ese claroscuro surgen los monstruos”. El miedo genera monstruos, como los propagandistas del efecto llamada, los que quieren obtener rédito electoral alimentando el temor a que vengan a aprovecharse de nosotros, vagos, delincuentes, terroristas…”carne humana”.

¿Qué razonable alternativa? ¿Qué solución adecuada, humanitaria y solidaria? Conscientes de enfrentarnos a un éxodo masivo de gentes huidas de las guerras, de genocidios, del terrorismo, de la represión, de la opresión y la miseria. La tendencia universal, por parte de cualquier criatura humana, es permanecer de por vida en su terruño, donde se nació. Crecer y prosperar en él. Ha habido fuertes procesos migratorios a lo largo de toda la historia. Hemos tomado nota de las grande olas de salida, pero no tanto de las de retorno, que son menos evidentes, más lentas, y sostenidas. Para cortar de raíz la problemática actual debemos atender a sus orígenes. Debería crearse un Ministerio de solidaridad con África. Vivo en una isla donde suele, en algunos días, llegar un viento muy caliente del desierto. Hablando de ello un día con un joven camarero de un bar me sorprendió su comentario: “Así es, de África nos llega siempre lo peor”. Personalmente creo compartir la supina ignorancia que los mediterráneos del norte tenemos con respecto a nuestro sur. Gracias a Thierry Precioso, por ejemplo, he tenido recientemente, en este medio, un excepcional conocimiento sobre un par de escritores africanos muy interesantes. Convengamos que poca cosa observamos, más allá de las pateras. Cuando la relación con el otro continente, en términos de geopolítica, debería ser intensa, fraternal y prioritaria. Sancionando a los regímenes sanguinarios, apoyando planes de educación, salud y viviendas, fracturándoles las sucias piernas a las multinacionales que desde nuestra casa expolian a las poblaciones locales a base de componendas con las corruptas autoridades políticas y militares de allí. Sobre estos temas decisivos que hacen al futuro de las relaciones de la Europa Mediterránea con África, poco se dice, casi nada se hace, y la miopía de nuestros gobiernos, cuando no complicidad, es vergonzosa. Las lágrimas del sufrimiento no tienen color.

Tras estar de vacaciones en Galicia, nos sorprendió la belleza de unos caseríos con sus establos y pequeños molinos de de agua, casi todos semiabandonados. En contraste con cantidad de nuevos chalets edificados sobre las colinas, de un ostentoso estilo alpino para nada acorde con aquel acompasado paisaje. Son de los suizos, nos decían. Interesados por saber a qué obedecía la presencia de tantos suizos en Galicia, pudimos enterarnos de que así denominaban, en realidad, a los gallegos que emigraron para trabajar en Suiza y que, desde allí, con sus ahorros, fueron construyendo sus casas para habitarlas a su regreso. Por encima y distantes de esos “lugares”, como llaman a esos caseríos que nosotros tanto apreciamos y que sólo recuerdan por haber sufrido en ellos hambrunas y penurias.

Por imposición de la crisis, gran número de sudamericanos, debieron regresar a sus países.

A Mallorca, han vuelto muchos aventureros que buscaron hacer fortuna en Cuba o Venezuela. En Sóller, al norte de la isla, después del catalán (o mallorquín, para mayor gusto de los locales) se habla el francés. Como consecuencia de la intensa conexión comercial que hubo en otros tiempos con la costa francesa, con exportación de cerdos, aceite, naranjas y telas de una prospera y lamentablemente desaparecida industria textil local. Por lo que muchos sollerics acabaron residiendo en Francia y franceses en Sóller.

Otro entre infinitos ejemplos migratorios que podríamos citar, pero entre los más trágicos, es el de los alemanes instalados en Polonia, que una vez finalizada la guerra fueron expulsados conformando un siniestro corredor humano, verdadera caravana de la muerte. Es decir, observamos permanentes corrientes de ida y vuelta atendiendo cruces de fronteras, pero todos ellos deben significar, además, un gramo de arena en el desierto si prestamos atención a lo que debe representar en la actualidad la magnitud de los desplazamientos migratorios en el interior de China. _______________

Jorge Ulanovsky Getzel es socio de infoLibre

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