La tecnología ha irrumpido en nuestras vidas sin pedirnos permiso. Empezó su carrera de fondo a contrarreloj. En ella pisó nuestros talones y siguió avanzando ante nuestras narices, dejándonos atrás para siempre. Hoy nos marca la agenda del tiempo, el espacio y la mente.
Nuestro cerebro se ha vuelto perezoso. Perdemos capacidades día a día. Ya no recordamos los números de teléfonos de nuestra familia o amigos, ni siquiera el nuestro. No sabemos sumar, restar o dividir mentalmente, y no digamos calcular el volumen de un cilindro.
Hemos externalizado nuestras capacidades y ahora son otros quienes las desarrollan y las manejan. Para facilitarnos la vida
hemos cedido y almacenado nuestros saberes y trabajos en el disco duro del ordenador, en la memoria del móvil o en la nube. Hemos perdido el control de nuestra mente.
Google, los programas computarizados, el Big Data y el Estado son las mentes cibernéticas que ahora lo controlan todo, incluso nos controlan a nosotros. Con esta externalización, nuestras capacidades, nuestro ingenio y nuestra imaginación se han ido al traste. Leer ahora los viajes de Julio Verne, imaginar sus experiencias gracias a sus minuciosas descripciones, nos llevarían al rincón del aburrimiento y del bostezo.
Los libros nos hacían volar a otros mundos, hoy nos han cortado las alas para siempre y no habrá forma de recuperarlas, sin ellas será dífícil que despeguemos del suelo.
Prisioneros y cada vez más dependientes de la tecnología que nos aísla,
pasa el tiempo a velocidad de vértigo sin poder mirar al cielo y ver las estrellas.
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Luisa Vicente es socia de infoLibre
Prisioneros de nuestra propia estupidez.
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