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Cine

La maldición del trabajo

José Luis Torrijo y Josean Bengoetxea en 'La mano invisible', de David Macián.

Por favor, indique su grado de acuerdo o desacuerdo con los siguientes enunciados, siendo 1 nada de acuerdo y 10 muy de acuerdo: "Una persona solo llega a realizarse por medio del trabajo", "Me encantaría tener un trabajo remunerado incluso si no necesitara el dinero", "El trabajo es solo un medio de ganarse la vida", "El trabajo es una maldición". Este es el cuestionario que tiene que repetir 50 veces al día una anónima trabajadora de un call center en La mano invisible, el filme de David Macián que está desde el viernes en los cines. Pero son también algunas de las cuestiones que plantea la propia película, basada en la novela de Isaac Rosaen la novela de Isaac Rosa del mismo título y editada en 2011. ¿Por qué uno pasa un tercio de su día —o más— dedicándose a la misma tarea, muchas veces tediosa? ¿Dignifica el trabajo? ¿A quién?

El escritor y ahora el cineasta sitúan a una serie de personajes, definidos casi exclusivamente por su trabajo, en una gran nave industrial. Allí, la costurera (Esther Ortega), el albañil (José Luis Torrijo), el transportista (Christen Joulin) o la operaria de una cadena de montaje (Marina Salas) desarrollan sus tareas frente a un público anónimo que les observa desde la penumbra. El resultado de su esfuerzo es descartado —el carnicero (Josean Bengoetxea) tira la carne que despieza— o deshecho —el mecánico (Edu Ferrés) monta y desmonta el mismo coche— y la misteriosa empresa que les contrata no cobra entrada al extraño espectáculo. ¿Qué sentido tiene todo aquello? El espectador sospecha que ninguno, y que quizás tampoco lo tenga su propia labor. 

Dice Macián que cuando leyó la novela la sintió "como algo personal". "Estaba con una crisis laboral que me estaba afectando en lo emocional. Estaba viviendo todo lo que se refleja en la película: cómo nos comportamos en el trabajo y lo que aflora en nosotros en ese entorno...", recuerda. De entonces a hoy la situación no ha mejorado: en España, más de tres millones de personas están atrapadas en un bucle de empleo precario y paro, y hay tres millones de trabajadores pobres. Pero el director para el carro: "La precariedad potencia un componente inhumano del trabajo, pero esa deshumanización no es nueva, sino que lleva décadas presente. Y el problema del trabajo, siglos". 

¿Y cuál es ese? Una cita se Simone Weill lo explicita al comienzo de la cinta: "Me parecía que había nacido para esperar, para recibir y ejecutar órdenes; que toda la vida no había hecho más que esto, que nunca haría nada más". Mientras se repite, desde izquierda y derecha, que "el trabajo dignifica" —lo que no puede dejar de recordar a la broma cruel de Auschwitz: "El trabajo os hará libres"—, los empleados sienten el trabajo como una carga de la que es imposible liberarse. No por nada aparece en la Biblia como castigo divino. Así lo ven, en cierto modo, los personajes de La mano invisible, divididos entre cierto orgullo profesional, la necesidad de un sueldo, y la batalla constante por una dignidad que les regatea su vida laboral. Lo dice a su manera la operaria de la cadena de montaje: "¿Tú eres capaz de pensar mientras trabajas?".   

"Todo está en el 'No me puedo quejar porque tengo curro", dice el cineasta. "Pues no, porque es una mierda, lo tengo cuando surge, me pagan como el culo, y encima nos ha calado este mensaje de que no me puedo quejar. Cuando te metes en esa dinámica es peligroso, porque la empresa siempre va a mirar en términos de producción y no sociales." Frente a la idea del trabajo como engranaje básico que engarza individuo y sociedad, los trabajadores de hoy se encuentran con un mercado que les mastica y escupe. Se ve en las entrevistas de trabajo intercaladas como flashbacks en la película, y que en la novela no aparecían. El albañil lleva cinco años en paro tras el estallido de la burbuja. La teleoperadora (Bárbara Santa-Cruz) encadena contratos temporales. La operaria dejó de estudiar para buscarse la vida y solo puede acceder a trabajos muy exigentes y muy mal pagados. A la costurera le cerró la fábrica. Y el mozo de almacén, llegado de algún lugar de África que no se explicita, puede trabajar de casi cualquier cosa. 

Ahí también hay un problema. Isaac Rosa —que ha asesorado al equipo en distintos momentos de la producción— y David Macián sitúan en escena a tres trabajadores que están socialmente por debajo incluso del obrero: el inmigrante, la empleada del hogar (Elisabet Gelabert) y la trabajadora del sexo (Anahí Beholi). La limpiadora se queja de que limpiar "en casas es mucho peor, porque ahí todos son jefes, hasta los niños": "No sabes lo rápido que aprenden de los padres". Los comportamientos de los demás trabajadores hacia ellos generara fricciones, como lo harán su mayor o menor compromiso con los problemas de sus compañeros o su arrojo para enfrentarse al patrón. "Esto que enseñamos, de alguna manera, se va a parecer a tu trabajo", indica el director. "Hay un doble espejo, tanto en los trabajadores como en esa masa que va a verles y actúa de manera insolidaria y sin ningún tipo de empatía hacia estos conflictos. Deberíamos recordar que somos todos trabajadores, somos todos uno".

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La mano invisible pretende cuestionar la naturalidad con la que se asocian ciertas ideas al empleo —que tenerlo en un privilegio, que nos define como personas, que es un espacio de desarrollo...— y, en última instancia, plantear alternativas. Los trabajadores, para Macián deberían "tener voz y voto, formar parte de un colectivo en el que tomar conciencia de lo que somos, porque somos más poderosos de lo que creemos". La vida del filme se alargará, espera, en cineclubes y universidades. Pero, paradójicamente, ellos han vivido en carne propia la dificultad de ese modelo. Ante la imposibilidad de conseguir financiación al no contar con el respaldo de una televisión, "que es como se funciona en España", decidieron hacerse cooperativa. Los actores y técnicos decidieron socializar sus salarios y algunas empresas les cedieron también sus medios, con lo que pasaron de un presupuesto de 600.000 euros a otro de 60.000.

El giro de guion fue que el restrictivo régimen de cooperativas de la Comunidad de Madrid les hizo imposible constituirse como cooperativa, y ahora son todo lo contrario: una sociedad limitada unipersonal. "Pero el proceso ha sido colectivo, hemos consultado las grandes cuestiones a todo el mundo, y repartiremos los beneficios según el trabajo de cada uno", indica el director. ¿Cuánto? "Si recuperamos el 5% del sueldo real nos damos con un canto en los dientes. Aunque yo ya con quitarme las deudas me quedo contento." Maldita necesidad de un sueldo. 

 

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