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Las conversaciones pendientes en Euskadi

Alfonso Zapico, Eduardo Madina y Fermín Muguruza en 'Los puentes de Moscú'.

En invierno de 2016, un músico recibe a un político ya retirado en su casa. El segundo entrevistará al primero, que puso banda sonora a su juventud, y publicará el resultado en una revista cultural. Cuando sale el texto, algunos meses después, llueven las críticas. El político se ha rebajado, sufre el síndrome de Estocolmo, el músico tendría que dejarse de charlas y pedir perdón. Porque el político es Eduardo Madina, exdiputado del PSOE y víctima de ETA, y el músico es Fermin Muguruza, líder de Kortatu y Negu Gorriak, independentista, abertzale y defensor del uso de la violencia terrorista (de "la lucha armada", dice él) durante buena parte de su vida. Ahí estaban también, en la sombra, el fotógrafo Humberto Bilbao, inmortalizando el momento con su cámara, y el dibujante Alfonso Zapico, haciendo lo propio en su cuaderno.

 

Lo que iban a ser unos simples apuntes terminó convirtiéndose en Los puentes de Moscú, un largo reportaje sobre aquella charla recién publicado por Astiberri. El título no tiene que ver con la capital rusa, sino con Mosku, nombre popular del barrio de Irun en el que vive Muguruza y en el que tiene lugar el encuentro, y con una idea que lanza el músico durante la entrevista: "Sentí que nuestra labor era la de construir puentes". (También tiene que ver con que el título propuesto por Madina, La línea del frente, como la canción de Kortatu, acababa de ser adoptado por la escritora Aixa de la Cruz para su novela publicada en 2017.) El título de la versión en euskera, publicada simultáneamente, también es de Muguruza: "Zubigileak es la palabra en euskera con la que me gustaría que nos visualizaran. Los que construyen puentes".

Zapico, Premio Nacional del Cómic en 2012, llegaba doblemente ajeno, como asturiano (aunque tenga familia en Euskadi) y como residente en Angulema, Francia. En principio, su misión allí era "hacer una especie de sketchingsketching", es decir, algún esbozo rápido a la manera de un cuaderno de viajes. Ni siquiera se contemplaba un libro. Pero sucedió algo. Se tomaron unos cafés en el bar Eskina, donde el dueño salió de detrás de la barra para hacerse una foto con ellos. Luego estuvieron charlando un buen rato en casa de Muguruza, repleta de recuerdos de viajes. Luego se comen unas alubias de Gernika en el Morondo. Es decir, que no sucedió nada, nada fuera de lo normal. "Era todo tan natural", explica Zapico por teléfono. "Lo extraordinario era justo eso: que una situación así era imposible y no se había podido imaginar hace solo 10 años".

 

Parecía todo tan de estar por casa que Zapico sintió de inmediato que necesitaba algo que contextualizase aquel encuentro, que explicase por qué era relevante. Ahí empezó a picarle el gusanillo a este dibujante que ya ha abordado el conflicto palestino-israelí (en Café Budapest, 2008) o la Revolución asturiana del 34 (con la trilogía La balada del norte, en cuyo último volumen trabaja ahora). "Veía que tenían una conversación pendiente", recuerda, "y pensé que eso quizás es lo que les pasa a los vascos, que tienen conversaciones pendientes". Conversaciones que se reproducen cada ve con más frecuencia en la cultura: Patria, pero también la ya mencionada La línea del frente, El eco de los disparos y Mejor la ausencia de Edurne Portela (del primero se sirvió Zapico para documentarse sobre el ambiente en el Euskadi de los ochenta y noventa), El comensal de Gabriela Ybarra, Los turistas desganados de Katixa Agirre...

Los puentes de Moscú son una pieza más del mosaico. El dibujante midió sus pasos. Primero, era consciente de que él llegaba invitado por Madina, a quien conoce desde hace más tiempo y de quien se siente más cerca políticamente. "Era lo que me daba miedo", reconoce, "que hubiera un cierto desequilibrio". En realidad, es Muguruza quien tiene más voz. Al fin y al cabo, es el entrevistado. La conversación, construida en torno a la música —"el marco común de comunicación que buscaron", apunta Zapico— está trufada de anécdotas del vocalista. El atentado fallido organizado contra él en 2001 por un grupo neonazi; la acción de los GAL en el Hotel Monbar, en Bayona, en 1985, que acaba con la vida de cuatro miembros de ETA, amigos de Muguruza; el asesinato de Dolores González Katarain, Yoyes, exdirigente de ETA (y hermana de su técnico de sonido) ajusticiada por la organización; su encuentro con el subcomandante Marcos en la selva Lacandona. 

En el otro lado de la balanza, el contexto que ofrece Zapico se corresponde con la trayectoria vital de Madina. La historia de su familia, combatiendo en la Guerra Civil con los milicianos nacionalistas y socialistas, emigrada a Gran Bretaña o sufriendo los bombardeos fascistas, encerrada en campos de de prisioneros o trabajando en el Athletic de Bilbao. El atentado que sufrió el 19 de febrero de 2002, cuando un comando de ETA colocó una bomba lapa en su Seat Ibiza que le provocó la amputación de una pierna. La visita del dibujante a la sede del grupo socialista en el Parlamento: "Cuando dibujo esta página, acaban de celebrarse las primarias del PSOE. Ha ganado Pedro Sánchez, la némesis de Edu... Para mi amigo se avecina una salida difícil". O sus años universitarios en Bilbao, escuchando a Kortatu, jugando al vóley, faltando a clase y militando en las Juventudes Socialistas.

 

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También se retrata el momento en que comenzó a hacerse posible un acercamiento entre los dos protagonistas. Ambos habían participado en el documental La pelota vascaLa pelota vasca, de Julio Medem, y se encuentran en el Kursaal, en Donosti. Ambos recuerdan su brevísima conversación. Muguruza había sufrido dos cancelaciones de conciertos después de que la Asociación de Víctimas del Terrorismo denunciara que su tema "Sarri, Sarri" hacía apología del terrorismo,, aunque el músico condenaba desde hacía años la "lucha armada". "Sigo tu música de siempre, Fermin", dice Madina según el cómic, "y quería decirte que estoy contigo, que te apoyo en esta campaña de censura que te están haciendo". "Me impactó mucho que me dijeras que seguías mi música", concede Muguruza en la entrevista, "y que te solidarizabas conmigo por la censura que estaba sufriendo. Saber que un atentado de ETA podía haberte matado… y tus palabras, tu cercanía, tu sinceridad me impresionó". Luego llegó el "cese definitivo" de la violencia de ETA, en 2011. Ambos lo celebraron. 

"Todo era espinoso. Pero lo que más me costaba era tratar el tema de las víctimas", confiesa Zapico. Que se le fuera a acusar de no recoger suficientemente el sufrimiento de las víctimas de ETA, de insistir demasiado, a través de Muguruza, en la violencia del Estado. "No se trataba de que fuera un relato periodístico o de ajustar cuentas por una parte o por otra", se excusa, "sino de hacer un recorrido vital de lo que ha sido el País Vasco en los últimos ochenta años. Si quieres meter el dedo en la llaga, si quieres encontrar fallas, las vas a encontrar". El dibujante asegura que desde la salida del libro uno y otro le hacen llegar felicitaciones y agradecimientos desde ambos ambientes políticos. "Ha habido cosas muy emotivas, cosas que no me han pasado nunca". 

No todo es concordia, claro. El proceso de escritura del libro fue peculiar, algo distinto de los otros títulos de Zapico. Él iba dibujando páginas y enviándolas a los protagonistas, que le hacían llegar sus comentarios. Algunos de ellos aparecen en un anexo: Muguruza precisa que ellos no dicen "País Vasco francés", sino "Iparralde", "vascos del Norte". Madina apunta que ellos no dicen "conflicto vasco", que es "un lenguaje que utiliza la izquierda abertzale". "Yo lo cuento con humor. Pero es la batalla que queda ahora: la del lenguaje, la terminología", dice el autor. El relato. La historia. No es poco. Y hay desacuerdo. Por eso dice Zapico que lo que vio aquel día en Irun, con cafés o con alubias, "no es la reconciliación o el perdón", sino algo más primario: "El espacio de convivencia que antes no existía". El puente. Lo demás, dice, irá llegando. 

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