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Theresa May, en el tiempo de descuento

Theresa May, en el tiempo de descuento

Theresa May ha ganado por la mínima. Y su programa, resumido en el famoso discurso de la reina, pasó la prueba de la votación parlamentaria. 323 votos a favor, 309 votos en contra. El acuerdo alcanzado con los irlandeses del DUP días antes de la votación, tras dos semanas de arduas negociaciones, ha dado sus frutos: las enmiendas del Partido Laborista, sobre todo en lo relativo al Brexit, se han pospuesto y la primera ministra mantiene su puesto.

Pese a todo, ¿ha conseguido salir airosa Theresa May? “En absoluto, las dificultades no han hecho más que comenzar”, advierte Robin Pettitt, profesor de Ciencias Políticas en la Kingston University de Londres. “El discurso de la reina era el mínimo sindical, formaba parte del acuerdo. El verdadero desafío será convencer al DUP para que apoye el resto de proyectos legislativos debatidos en el Parlamento. Porque la derrota más insignificante debilitará un poco más a la primera ministra. En mi opinión, se verá enfrentada a una serie de minicrisis. Los diputados contrarios a determinado proyecto de ley no necesitarán ser numerosos para tenerla a raya. Así que cabe esperar que el Gobierno haga concesiones para evitar desaires”.

Los compromisos ya han empezado. En la votación sobre el discurso de la reina, el Gobierno ya sofocó una rebelión conservadora al aceptar que el NHS, el servicio sanitario público, asuma los abortos de las norirlandesas –el aborto es ilegal en Irlanda del Norte–. Un buen número de diputados amenazó con apoyar una enmienda propuesta por la diputada laborista Stella Creasy, lo que habría podido conllevar la dimisión de Theresa May y la celebración de nuevas elecciones.

Los conservadores han evitado este escenario catastrófico y los laboristas han ganado una batalla, sin tener necesidad de someter a votación esta enmienda. Sorprendentemente, el DUP, categóricamente opuesto al aborto, no protestó contra esta medida que ofrece una pequeña victoria a los militantes partidarios de la decisión (pequeña porque el sistema NHS sólo cubrirá los gastos de la intervención, pero no asumirá ni el desplazamiento ni el alojamiento). “Debemos reconocer que es un asunto que no afecta a Belfast. Es un caso que concierne al sistema NHS en Inglaterra”, subrayó el diputado del DUP Ian Paisley Jr.

Esta concesión le conviene a todos los partidos. Sin embargo, pone de relieve hasta qué punto el Gobierno conservador carece de margen de maniobra. Además, no es el primer compromiso alcanzado desde la debacle de las elecciones legislativas. En el discurso de la reina, la primera ministra abandonó un buen número de medidas impopulares, como la supresión de las comidas gratuitas para los escolares, la recuperación de la caza del zorro –causante de una importante polémica durante la campaña– o la creación de una nueva ola de “grammar schools”, controvertidas escuelas selectivas.

El acuerdo con el DUP, hecho público en la página oficial del Gobierno, prevé  también el abandono de propuestas que les habrían salido caras a los jubilados. La política de austeridad, el mantra favorito de Theresa May, también podría suavizarse. Según la prensa, hay voces en el seno del partido conservador y algunos ministros quisieran tener un gesto para con los profesionales sanitarios, sobre todo las enfermeras, y los docentes.

“El argumento de la austeridad carece de crédito desde que Theresa May dio mil millones de libras al DUP”, dice Robin Pettitt. Esta bonita suma, la contrapartida financiera al acuerdo entre el DUP y los conservadores, se destinará a hospitales, escuelas, infraestructuras viarias de Irlanda del Norte, promete el DUP. Dinero que se suma a las subvenciones de que goza ya la asamblea norirlandesa, lo mismo que otras regiones consideradas “descentralizadas”. Escocia y País de Gales han puesto el grito en el cielo por la injusticia.

No existe “árbol mágico que se pueda sacudir para que caiga dinero”, dijo Theresa May a una enfermera en un debate televisado durante la campaña. Esta frase condescendiente le está pasando factura. Miles de manifestantes se manifestaron por las calles de Londres contra los recortes presupuestarios y el acuerdo con el DUP, mientras cantaban Oh Jeremy Corbyn al ritmo de Seven Nation Army, de los White Stripes, el himno de los británicos que quieren llevar al líder laborista al poder.

El acuerdo con el DUP perjudica a la reputación y a la legitimidad de Theresa May y, por extensión, a su partido. Algunos conservadores no están orgullosos y tratan de tomar distancias. En el debate sobre el discurso de la reina, la conservadora Heidi Allen no dudó a la hora de señalar su escepticismo, animado por los hear de aprobación de varios colegas en Westminster. “Apenas puede poner palabras a mi rabia. Debo decir públicamente que estoy hastiada por la utilización de fondos públicos para lograr el control político”, dijo.

El Gobierno, que aspiraba a ser “fuerte y estable” se encuentra en posición de debilidad, dependiente de otro partido y amenazado por desacuerdos internos. “El acuerdo con el DUP era todavía más importante por cuanto Theresa May no podrá contar con el apoyo de todos sus diputados cuando el Parlamento vote leyes restrictivas al Brexit. La Unión Europea siempre ha dividido al partido conservador. Si bien ha hecho concesiones en el mercado común o sobre la inmigración, los brexiters [partidarios del Brexit] van a rebelarse. La perspectiva de un Brexit blando podría implicar la vuelta del Ukip [el partido xenófono de Nigel Farage]”, dice Kate Dommett, profesora de Políticas en la Universidad de Sheffield.

Paradójicamente, es precisamente la fragilidad del Gobierno lo que permite a Theresa May mantenerse en el cargo. En este punto, la celebración de nuevas elecciones legislativas puede resultar fatal para el partido conservador, cuyos resultados en los sondeos son muy malos. Elegir un nuevo jefe de filas no haría sino dividir el partido y perturbaría todavía más las negociaciones con la Unión Europea. Además, el nuevo líder heredaría un rompecabezas parlamentario y se encontraría en la misma posición que Theresa May hace un año: si hubiese sido elegido por el partido y no por el conjunto del pueblo británico, su legitimidad sería indiscutiblemente contestada. “¿Quién querría su trabajo?”, se pregunta Robin Pettitt, medio en broma, medio en serio. Y afirma: “Cualquier candidato ambicioso y razonable no le lanzaría un desafío electoral: esperaría a que fracasase y después a que dimita”.

La primera ministra –dividida entre los partidarios del brexit blando y los del brexit duro brexiten el seno de las propias filas conservadoras, bajo la presión de los 27 Estados miembros con quien por fin ha empezado a negociar en Bruselas, atrapada entre su socio de coalición, el DUP, y una oposición laborista con nuevos ánimos–difícilmente podrá alcanzar un consenso: cada vez que un proyecto de ley se debata en el Parlamento, una nueva crisis estallará. Ahora la cuestión no es si, sino cuándo renunciará. Sería arriesgado afirmar que seguirá en el cargo cuando el partido se reúna con motivo de la gran conferencia anual de octubre. Imposible decir si seguirá hasta que finalicen las negociaciones con la UE, previstas para marzo de 2019. Lo único seguro es que Theresa se encuentra en el tiempo de descuento. _______________

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Traducción: Mariola Moreno

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