Lo mejor de Mediapart

Gaza, la derrota moral de Israel

Palestinos protestan contra Israel en la frontera de Gaza.

Más de 60 muertos y 1.400 heridos. El balance atroz de los gazatíes asesinados por el Ejército de Israel, en una decena de horas, daba la vuelta el mundo como si se tratase de una onda expansiva. Y no sólo porque en ese mismo momento, las pantallas de televisión se dividían entre la masacre fría y la retransmisión de la inauguración de la nueva embajada de Estados Unidos en Jerusalén, con Javanka Trump y Benjamin Netanyahu como maestros de ceremonias sangrientos, concentrados en la fiesta mientras su navío chocaba contra un iceberg.

No es la primera vez, y sin duda no será la última, que son abatidos tantos palestinos en una sola jornada, a manos de soldados israelíes (basta con echar la vista atrás, cuatro años, para superar una cifra así). Sin embargo, esta vez algo ha cambiado. Algo más profundo que la emoción que sintieron cientos de millones de personas en shock por las imágenes del lunes (entre ellos, ¿hace falta decirlo?, muchos judíos vinculados a Israel). Algo más profundo que las habituales condenas y los sempiternos “llamamientos a la contención” de los Gobiernos extranjeros. Algo más profundo que el enésimo contratiempo a la reputación de Israel, de su democracia y de su Ejército.

Este lunes, que habría podido ser un día más de protestas, se ha convertido en el símbolo de un cambio; ha marcado la derrota de Israel y del proyecto sionista de Netanyahu y de sus aliados de la ultraderecha frente a un movimiento palestino dirigido por una nueva generación comprometida con la no violencia y la lucha por los derechos democráticos y cívicos. Cualquier parecido con personas y luchas ya conocidas, como las de Martin Luther King o de Nelson Mandela, no es casual. Hay algo de cruel y de paradójico al ver una victoria en la muerte de 60 personas (y decenas las semanas anteriores), sin embargo ése es el sentido de los acontecimientos.

El conflicto árabe-israelí nos tenía acostumbrados a imágenes de guerra (misiles lanzados de un lado y otro), de guerrilla urbana (primera y segunda intifada), de terrorismo (atentados suicidas) e incluso de masacres (Sabra y Chatila, Yenín). Pero nunca a las, repetidas desde finales de marzo, de jóvenes que parten al asalto de una barrera en tierra de nadie, bajo la mirada de sus familias, llevando como únicas armas piedras, humo de neumáticos quemados y la determinación a morir, considerando que su vida en Gaza vale menos que el ejemplo de su asesinato.

Enfrente tienen a uno de los Ejércitos más potentes y mejor equipado del mundo, que obedece órdenes y dispara fríamente a personas desarmadas, supuestamente para defenderse de la invasión de su territorio. Resulta difícil no pensar en las fotos de los mercados de Selma, en las instantáneas de la lucha contra el apartheid, en el Bloody Sunday o en las manifestaciones de Argentina, Brasil o Chile contra las dictaduras de los 70-80.

Un portavoz del Ejército israelí ha reconocido el “fracaso a la hora de minimizar el número de víctimas palestinas” en Gaza el lunes 14 de mayo, que “Hamás había ganado la guerra de las relaciones públicas por K.O.K.O.”. Pero lo que no reconocía, o lo que no ha entendido, es que no se trata solo de “relaciones públicas”, como lo calificada sin ambages, ni siquiera guerra de imágenes, aunque existe y cuenta, sino que se trata de un vuelco estratégico hacia el lado de los palestinos.

Yasser Arafat representaba la encarnación de la lucha armada, su sucesor Mahmud Abbas pasó de la kufiyya al traje de tres piezas al aceptar todos los compromisos; Hamás se hizo un sitio gracias a la violencia terrorista: era fácil para los Gobiernos israelíes sucesivos deslegitimar a estos actores y adoptar una posición moral superior recurriendo a la victimización y a una potente autodefensa. Pero frente a manifestantes, en su mayoría, no violentos; frente a activistas que promueven un boicot económico y cultural; frente a jóvenes palestinos que reclaman gozar de los mismos derechos que los judíos, Israel ahora es el perdedor. Porque sus gobiernos actuales, que dominan ideológicamente la vida política desde hace más de 20 años, tienen por única respuesta la brutalidad, el racismo y las barreras físicas y legales de todo tipo.

La no violencia o la resistencia pasiva, siempre ha sido un componente de la lucha de los palestinos, pero a menudo se ha ocultado tras acciones violentas, más espectaculares. Hoy parece que las cosas han cambiado, gracias a una nueva generación que ha optado por seguir la lucha de otro modo. Las manifestaciones recurrentes en Gaza desde hace un mes y medio tienen su origen en la juventud gazaití, politizada, sí, pero que no está afiliada a Hamás. La organización, todavía un espantapájaros cómodo, deja hacer. No ha lanzado ningún cohete, no ha cometido atentado ninguno. Bien es verdad que se puede condenar su apoyo al envío de jóvenes de Gaza al suicidio, contra las balas israelís, pero no se les puede reprochar que jueguen la carta de la manifestación desarmada. La consigna de los manifestantes de Gaza es sencilla: “Por el derecho a regresar”. Al regreso de los expulsados de la Nakba de 1948, pero también a la vuelta de los gazatíes del resto del mundo, de la humanidad de que se ven privado al permanecer enclaustrados, en contra de su voluntad, en un enclave de 365 metros cuadrados desde hace más de 10 años. ¿Cómo luchas contra jóvenes que piden poder estudiar en el extranjero, volver a ver a sus familias en Cisjordania, beneficiarse de la conexión 3G en su territorio, no depender de la ayuda alimentaria de las ONG porque sufren un bloqueo mientras pese a que cuentan con medios para abastecerse? Los dirigentes de Israel han decidido responder con balas reales a estas demandas. Y se están pegando un tiro en un pie. ¿Cuál será la próxima etapa? ¿Lanzar un misil contra una columna de portadores de banderolas? ¿El asesinato preventivo de cualquier joven palestino de entre 15 y 25 años, susceptible de intentar sortear una barricada?

Israel tiene miedo. Porque el país ha perdido la superioridad moral que emanaba martirio de los judíos y de la difícil lucha por su existencia en las primeras décadas de su creación. Porque el país, cada vez más, es visto en el extranjero como una amenaza y un Estado granuja. Porque la palabra apartheid asociada a las políticas de Tel Aviv ya no es exclusiva de los izquierdistas propalestinos, sino que ahora la emplean numerosos profesores universitarios, artistas o personalidades políticas. Porque, cuando Ahed Tamimi fue condenada a ocho meses de prisión por haber abofeteado a un soldado israelí, sumándose así a los otros 200 menores palestinos detenidos, nadie es culpable de justificar una sentencia así mientras que hay israelíes que eluden continuamente la Justicia por delitos similares y a menudo más graves.

Israel tiene miedo. Miedo del movimiento BDS (boicot, desinversión, sanciones) que se moviliza de manera creciente, aunque su impacto económico es débil. Como explicaba la politóloga israelí Dahlia Scheindlin recientemente “es menos el boicot en sí, que representa una amenaza existencial, como las demandas que van asociadas y que las promueven”, es decir, la juventud internacional, apoyada por una intelligentsia próxima a los valores antaño asociados a Israel de respeto de los derechos humanos y de apertura al mundo. Cuando Natalie Portman rechaza subirse en un estrado junto Netanyahu para recibir el premio de la comunidad judía, es que vuestra causa tiene señales de necrosis.

Incluso la victoria de una cantante israelí en Eurovisión pasa rápidamente de orgullo a miedo. La próxima edición de este certamen mundial se celebrará en 2019 en Tel Aviv, ofreciendo con ello durante todo el año, un formidable escaparate a los militantes del movimiento BDS, donde los músicos están a la última y no van a privarse de semejante caja de resonancia simbólica, comparable al movimiento anti Sun-City de los 1980.

Israel tiene miedo porque cada vez más palestinos abandonan la idea de una “solución de dos Estados” para meter a los israelíes en su juego, reclamando convertirse en ciudadanos de pleno derecho en un Estado único, precipitando la confrontación tan temida, la trampa que Israel se ha tendido a sí mismo, entre judaísmo y democracia. Israel tiene miedo porque pese a la retórica alarmista de sus gobernantes, su existencia ya no está seriamente amenazada sino que lo está el resto de sus cimientos; el Estado de derecho, las libertades públicas, su Ejército ahora teñido de inhumanidad y de cobardía, parafraseando a la periodista israelí Amira Hass.

Los únicos que no se dan cuenta de este gran vuelco en la relación de fuerza son los gobernantes: israelíes, palestinos, norteamericanos, árabes y europeos.

El comunicado del ministro de Asuntos Extranjeros francés, tras la hecatombe de Gaza, hacía suyo lo que los diplomáticos del Ministerio llaman, con cierta sorna, el “catecismo”. A saber, la insistencia en la negociación para lograr una solución que pase por “dos Estados que viven  en paz y en seguridad”, respetando el derecho internacional muchas veces socavado. Los Estados Unidos de Trump han perdido su papel de mediador al convertirse en porteador de agua del Likud israelí.

En cuanto a los monarcas árabes, los ciudadanos palestinos apenas les interesan ya, sobre todo cuando toman las riendas del combate, sin apoyarse ya en instituciones desacreditadas (a la cabeza de las cuales se sitúa la Autoridad Palestina). La juventud palestina, que ha visto esfumarse las promesas de Oslo, sin obtener nada a cambio, ya no comprende la insistencia del Al Fatá de Mahmud Abbas en mantener la cooperación en materia de seguridad con Israel, haciendo de éste de carcelero de la ocupación.

“La población palestina se ha adelantado a su liderazgo”, dice la politóloga americana Virginia Tilley. “Asistimos a un cambio de paradigma extraordinario”. No se trata de ponerse gafas rosas, sino de comprender la realidad de lo que sucede ahora en Israel y en Palestina. Una realidad que ya no es la de hace 20 años. La realidad de una nueva generación, de una nueva época.

David Ben Gurion, uno de los fundadores de Israel, pensaba que los niños de los palestinos expulsados en la Nakba olvidarían rápido que sus antepasados había vivido en la tierra ahora ocupada por los israelíes, sin percibir la ironía de semejante idea cuando los judíos reclamaban su derecho a la propiedad dos mil años después. La lucha de los palestinos por vivir en el suelo de sus ancestros, disfrutando de los mismos derechos que sus vecinos, no está a punto de desaparecer. Ahora tiene una nueva forma, acorde con un mundo interconectado que rechaza las guerras y la ideología ciega.

Israel no lo ha comprendido, no quiere entenderlo, y se lanza a la vía de la derrota, que hoy es moral y que un día terminará por ser geográfica o demográfica, si su Ejército sigue asesinando a manifestantes desarmados.

Israel bombardea 15 objetivos de Hamás en el norte de Gaza durante las últimas horas

Israel bombardea 15 objetivos de Hamás en el norte de Gaza durante las últimas horas

  Traducción: Mariola Moreno

Leer el texto en francés:

Más sobre este tema
stats