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El Partido de los Trabajadores de Brasil no levanta cabeza ni con Lula ni sin él

El ex presidente Lula, a su salida de prisión.

Jean-Mathieu Albertini (Mediapart)

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Un altercado, un festival de traiciones, las lágrimas del presidente del Congreso al dejar el cargo y una fiesta de 300 personas sin mascarillas celebrando la victoria de los dos aliados de Jair Bolsonaro pusieron punto y final, el 1 de febrero, a una saga electoral de varios meses. “La elección de los presidentes de la Cámara de Diputados y del Senado ha sido especialmente importante este año, una suerte de continuación de las municipales de noviembre. El equilibrio político ha cambiado y la oposición ahora se va a reorganizar”, asegura Josué Medeiros, profesor de la Universidad Federal de Río de Janeiro (UFRJ).

Para el Partido de los Trabajadores (PT), principal partido de la oposición, el balance no es bueno. Allí donde algunos esperaban un trampolín para 2022, el PT se ha mostrado apático. Sin ninguna influencia real en estas votaciones, el partido no ha sido capaz de unificar a sus tropas en la Cámara baja (52 diputados de un total de 513). “Este nivel de división durante un acontecimiento importante es indicador de una crisis profunda”, apunta Medeiros.

Para esta elección, el voto es secreto, pero todo apunta a que varios diputados petistas votaron a favor de Arthur Lira (Partido Progresista), el candidato aliado del presidente de extrema derecha. Inmediatamente después de la votación, un diputado del PT se presentó, en contra de las instrucciones del partido y con el apoyo de Lira, a un puesto clave en el Congreso. Era la primera vez desde 1985 que ocurría algo así en el PT. En el Senado, el partido respaldó oficialmente al candidato de Jair Bolsonaro, lo que hace que su línea sea difícil de entender.

“Toda la oposición, desde el PT hasta la derecha tradicional, sale debilitada de estas votaciones. La implosión de la coalición del candidato de centroderecha en beneficio del favorito de Bolsonaro pone de manifiesto la dificultad de la oposición para unirse contra un enemigo común”, analiza Tatiana Roque, profesora de filosofía en la UFRJ y afiliada al Psol (Partido Socialismo y Libertad). Con la votación de un aliado para ocupar la Presidencia de la Cámara baja, Jair Bolsonaro ve cómo se desvanece el riesgo de impeachment.

“El PT sigue huyendo de una reflexión necesaria”

El resultado de las elecciones municipales de noviembre ya fue preocupante para el PT. Por primera vez, no ganó ninguna de las 27 capitales regionales de Brasil, alcanzando a veces resultados históricamente bajos, como en Belo Horizonte, con el 1,88% de los votos. Tras la sonora derrota de 2016 (un 60% menos de alcaldías), el partido esperaba recuperarse en estas elecciones. Y, sin embargo, sólo consiguió estancarse, a pesar del importante número de candidatos.

Alberto Cantalice, miembro de la dirección nacional, reconoce “una derrota sin paliativos”. Aunque algunas de las principales figuras del partido parecen ser menos realistas, como la presidenta Gleisi Hoffmann, que celebraba en Twitter los buenos resultados de “un partido de izquierdas que sabe luchar”.

Una actitud preocupante, en opinión de Joshua Medeiros: “Tras una inflexión inicial del número de diputados en 2014, el problema se ignoró. Luego, en 2016, la derrota se atribuyó exclusivamente al impeachment de Dilma Rousseff. El PT sigue huyendo de una reflexión necesaria”. Desde las importantes manifestaciones de junio de 2013, el partido atraviesa una mala racha de la que tiene muchas dificultades para salir. En 2014 comenzó la crisis económica, luego Dilma Rousseff fue destituida en 2016, el año de la derrota electoral. Finalmente, en 2018, Lula era encarcelado y el PT, derrotado en las elecciones presidenciales.

Mientras sigue floreciendo un difuso antipetismo en la sociedad brasileña, al partido le cuesta reaccionar ante esta sucesión de duros golpes. Pero el PT no está muerto, ni mucho menos. Gracias a su red de activistas presentes por todo el inmenso territorio brasileño, a sus numerosos diputados y a la popularidad de Lula, sigue siendo imprescindible. Para Jaques Wagner, senador y figura importante del partido, su formación política no ha sabido adaptarse a los cambios de la sociedad, especialmente en el mundo laboral, donde el sindicalismo ha perdido su esplendor. En una entrevista concedida al periódico The Intercept, declaraba que el partido “se formó en un mundo que está desapareciendo y necesita un cambio generacional”.

En la izquierda, han surgido nuevas figuras carismáticas, gracias a las municipales, especialmente negros, antes estaban prácticamente ausentes de la vida política en Brasil. A no ser porque, en el seno del PT, esta renovación tardía se limita principalmente al Poder Legislativo. En otras formaciones de izquierdas, figuras como Guilherme Boulos (Psol) se han consolidado seriamente y están emergiendo en el ámbito nacional. “Pero se están construyendo para mantenerse en el tiempo. A corto plazo, el PT necesita caras nuevas”, dice Medeiros.

Lula encarna a su partido y esta hegemonía ha impedido la aparición de nuevos perfiles. Presionado por la proximidad de las elecciones presidenciales de 2022, se espera que el PT elija a su candidato sin ninguna consulta real con las bases, como en 2010 cuando Lula designó a Dilma Rousseff. “Este sistema tiene bastante aceptación entre los militantes, pero es una tendencia menos democrática que hace perder algo de energía a este partido, que históricamente se ha construido de un modo mucho más participativo”, analiza el investigador.

Aunque se han perdido muchas oportunidades, Tatiana Roque considera que “la batalla judicial contra Lula ha barrido el discreto movimiento de renovación interna”. Para el próximo mandato presidencial, sigue siendo Lula, de 75 años, quien se presenta como el candidato natural. Sin embargo, pocos dirigentes de la formación están dispuestos a romper el tabú públicamente.

“Nuestro partido es grande; hay otros nombres sólidos. Lula puede guiarnos, presentar nuestro nuevo proyecto, participar en la campaña... Pero no necesita ser candidato para eso”, dice Alberto Cantalice, que reconoce que sus ideas encuentran serias resistencias. En cualquier caso, la última palabra la tiene Lula, que anunció el 5 de febrero que, si no se le permite presentarse, apoyará la candidatura de Fernando Haddad, candidato en las últimas elecciones presidenciales, que hasta la fecha aparece en un discreto segundo plano.

Como en 2018, la estrategia del partido dependerá de la decisión del Tribunal Supremo. Entonces, los jueces rechazaron una solicitud de habeas corpus que habría permitido a Lula permanecer en libertad hasta que se agotaran todos los recursos, invalidando en la práctica su candidatura (rechazada oficialmente en septiembre del mismo año por el Tribunal Superior Electoral).

Esta vez, deben pronunciarse sobre la anulación de su condena. Es difícil anticipar su decisión, pero las nuevas revelaciones sobre la muy cuestionable actuación del juez Sérgio Moro durante el proceso podrían influir en los jueces del Alto tribunal. Este clima de incertidumbre hace temer un escenario como el de 2018. Para evitar que se repitan los errores de la última campaña, en la que Haddad no hizo oficial su candidatura hasta unas semanas antes de las elecciones presidenciales, los dos hombres deberían empezar a recorrer pronto el país.

En cualquier caso, desde su salida de la cárcel en noviembre de 2019 y un primer discurso incisivo contra Jair Bolsonaro, Lula no se ha impuesto realmente como la figura de la oposición que muchos esperaban. Joshua Medeiros se encuentra dividido en cuanto a sus intenciones. “Dice que quiere disfrutar de la vida con su nueva esposa, en una región conocida por sus playas y lejos de los centros de poder. También mantuvo un perfil bajo durante las elecciones municipales...”. Por otro lado, el profesor universitario sabe que el hombre es un animal político, un predador que sabe esperar su momento. Alberto Cantalice, por su parte, asegura que el exsindicalista está más que motivado. “Sucede simplemente que la pandemia ha limitado los movimientos de este hombre de campo”.

Pero a medida que pasa el tiempo, el recuerdo de los gobiernos de Lula se desvanece y la hegemonía que el PT ha ganado desde 1999, entre los progresistas, parece haber terminado. A la izquierda, las fuerzas se van equilibrando poco a poco. Una alianza con un candidato petista como vicepresidente en una candidatura presidencial de izquierdas sigue siendo muy improbable, “pero no imposible”, añade Josué Medeiros.

Sin embargo, las divisiones dentro de la izquierda persisten y a Tatiana Roque le sorprende “que en lugar de intentar guiar a la oposición, el PT parezca permanecer a la defensiva”. El anuncio de la probable candidatura de Haddad, que expresó su frustración por el fracaso de un frente unido en la elección del presidente de la Asamblea, provocó una reacción seca de Guilherme Boulos: “Defiendo una izquierda unificada contra Bolsonaro. Pero antes de lanzar nombres, tenemos que hablar de un proyecto”.

Esto no es suficiente para socavar el relativamente buen entendimiento entre el PT y las personalidades emergentes del Psol, pero es un escollo más en la construcción de una izquierda unida. Flávio Dino, figura ascendente del PCdoB (Partido Comunista de Brasil), acaba de declarar que se retirará de la carrera si Lula se presenta. “Sin embargo, las relaciones son mucho más tensas con el centro-izquierda, especialmente con el PDT [Partido Democrático Laborista] de Ciro Gomes. Este último se reunió con Lula en septiembre, lo que fue una buena noticia, pero parece que no condujo a nada”, apunta Medeiros. Ahora bien, para el investigador, los partidos de la oposición necesitan urgentemente adaptarse a la lógica autoritaria de Jair Bolsonaro, que ha sacudido la política brasileña.

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Traducción: Mariola Moreno

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