El Ojo Público

TVE a un mes de las elecciones

Hablo de TVE, más en concreto de los Informativos de La 1. Falta un mes para la jornada electoral que decidirá la nueva composición del Parlamento, y telediarios y otros espacios dedicados a la información vuelven a estar en un punto de mira, del que se escapan, una vez más, las llamadas cadenas comerciales, que hacen, tanto en sus programas informativos como en espacios de entretenimiento, mangas y capirotes con presencia de líderes políticos, sin otra consideración que la de lograr picos de audiencia.

Y hablo ahora, a un mes del 28A, porque llevamos en campaña electoral desde el mismo momento en que se anunció la disolución de Congreso y Senado. Otra cosa es que se sigan usando los viejos, caducos, e irreales artificios del siglo XX: la campaña oficial discurre los quince días previos a la votación; se inicia con "la pegada de carteles" (que físicamente desapareció hace lustros), se caracteriza por la petición directa de voto (como si lo que hace antes fuera otra cosa) y culmina con "la jornada de reflexión" en la que "está prohibido hacer propaganda" (aunque los periódicos publiquen en esa fecha destacadas entrevistas con este o aquel líder).

Durante ese periodo, los Informativos de TVE han de someterse a la normativa de la Junta Electoral Central, que obliga a un reparto de tiempos en las noticias de campaña acorde con la representación obtenida en los anteriores comicios; de ese modo, el medio público está obligado a ignorar el criterio profesional de sus periodistas, y supeditar el orden y duración de sus noticias a ese corsé. Se ofrecerá así un retrato, tan átono como propagandístico, de la actividad de los partidos, con imágenes y declaraciones en gran parte suministradas por las propias formaciones e intervenciones medidas e impersonales de los periodistas que siguen a los distintos líderes. Se consagra, una vez más, y pese a los requerimientos de los periodistas y sus organizaciones profesionales, una clara desventaja frente a las cadenas comerciales, que visto los precedentes, destacarán a quienes les parezca y, en una relación presuntamente simbiótica, invitarán a los protagonistas de la campaña a todo tipo de programas de entretenimiento.

Marcada la desigualdad en esas jornadas, quiero referirme ahora al inmediato pasado; a ese periodo, entre el anuncio de la convocatoria electoral y hoy mismo. A partir de ese 15 de febrero, sobre los telediarios de La 1 pareció que había caído una intervención externa que maniataba a sus responsables. Y digo externa, ya que eran los mismos que en pleno verano habían cogido las riendas y habían acabado con la denunciada manipulación y censura de la etapa anterior, habían desprovisto de banalidades los relatos informativos y moderado el peso de sucesos y estridencias. Desde esos días, los Informativos eran neutrales y plurales en lo político. Se cometían –se cometen– errores, sí, y así lo atestiguaban los informes del Consejo de Informativos, que recogía este periódico: "El Consejo de Informativos de TVE señala errores de la nueva dirección pero no detecta casos de manipulación o censura". La oposición política atacaba la nueva etapa y a sus responsables, pero se agarraba sobre todo a la bajada de audiencia como argumento. Un hecho real, como real es que el descenso era menor que el producido tras la llegada de Rajoy al poder, y que la recuperación –en esta y en todas las televisiones– es inevitablemente lenta y costosa.

Carezco de datos contrastados para culpar a nadie , pero lo cierto es que desde ese 15 de febrero el trato dispensado por los Informativos de TVE a la oposición política, más allá de ser neutral, ha pasado a ser aséptico: se practica una información marcadamente declarativa, en la que se recogen los testimonios y se huye de los contextos. Puestos a demostrar la independencia respecto del Gobierno y de las fuerzas de la izquierda, se llega a dar lugar privilegiado a noticias que puedan ser perjudiciales para PSOE y Podemos, mientras no reciben similar tratamiento las que pudieran interpretarse como deterioro del PP en particular y de la derecha política en general.

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Se llega incluso al error de anteponer las intervenciones de Ciudadanos –cuarta fuerza en representación parlamentaria– a las de Podemos –que más que dobla esa representación–. Un ejemplo destacado de ese espíritu se ha concretado en la serie de entrevistas realizadas en el Telediario 2 a los líderes políticos en cuatro lunes sucesivos. En la primera, Carlos Franganillo interrumpió en numerosas ocasiones el discurso de Pedro Sánchez; pidió aclaraciones y puntualizaciones, o pasó a otro asunto, en lo que, a todas luces, era un ejercicio periodístico sin tacha. Sin embargo, en las realizadas a Pablo Casado y Albert Rivera, uno y otro realizaron afirmaciones no solo inexactas, sino incluso falsas según el resto de los medios, sin obtener por parte del entrevistador una petición de aclaración, una repregunta, un dato que pusiera en evidencia ninguna de ellas. No se trata de que el entrevistador se convierta –como por desgracia ocurre con excesiva frecuencia– en un oponente del entrevistado, pero sí en algo más que en una máquina de lanzar preguntas preparadas y al margen de las respuestas anteriores; en definitiva, en un ejercicio periodístico similar al practicado con el líder del PSOE, y no con los de PP y Ciudadanos.

Sobre lo antedicho he preguntado a miembros de la redacción, incluidos representantes del anterior Consejo de Informativos y del colectivo MujeresRTVE, que se distinguieron en la lucha para que en los Informativos se desterrara manipulación y censura y primara la independencia profesional, la neutralidad y el pluralismo. Me han trasladado una cierta decepción, desasosiego, malestar; coinciden en valorar el cambio positivo respecto a la etapa anterior, destacan como la actual dirección responde sin excepción a cualquier crítica profesional, razona y explica cualquier decisión que pueda ser controvertida... Pero también coinciden en el desacuerdo a la falta de contexto, a la ausencia de réplicas en las entrevistas citadas. En general, buscan explicación en un posible exceso de la dirección, que a fuer de parecer neutral e independiente del actual Gobierno que la designó, y  no dar opción a mayores críticas desde la derecha política, ha perdido esa imprescindible neutralidad en sentido contrario al que se denunciaba a los anteriores responsables.

En cualquier caso, y a un mes de la jornada electoral, la actual dirección provisionalidad tiene una difícil tarea: encorsetada por la normativa que restringe el auténtico ejercicio periodístico y que la deja en inferioridad manifiesta ante la competencia; acosada por una derecha que contempla los réditos de sus críticas, y contemplando la insatisfacción de la parte más combativa de la redacción. Quizás su única salida esté en el ser, más que en el parecer, apoyarse en la profesionalidad de sus periodistas, hacer oídos sordos a los ruidos del exterior, y centrarse en la esencia de lo que les llevó a su actual puesto: hacer de RTVE un medio público al servicio de los ciudadanos.

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