Telepolítica

¿Qué hacemos con RTVE?

Durante los últimos días, la designación de la presidencia de Radio Televisión Española ha ocupado el centro de la atención informativa. El desafortunado proceso del nombramiento de la nueva cúpula de RTVE se está convirtiendo en una lacra de la que va a resultar difícil desembarazarse a corto plazo. Una vez más, todo ha quedado reducido a la reaparición de un enfrentamiento maniqueo que, de cara a los ciudadanos, sirve de prueba fehaciente a quienes mantienen que al final todos los partidos se comportan igual.

Sin embargo, el problema central es otro. Se trata de definir qué es exactamente lo que se quiere hacer hoy en día con RTVE: ¿cuál es el modelo que debe aplicarse en pleno siglo XXI? A nadie se le oculta que mantenemos las bases conceptuales de la industria audiovisual de hace décadas. El drama principal de Radio Televisión Española es mucho más grave que la utilización partidista de sus contenidos informativos. En realidad, arreglar los servicios informativos de la radio y la televisión es sencillísimo. Se resuelve con apenas una decisión. Basta con designar como responsable máximo a un periodista reconocido como tal por la redacción y no a un comisario político. Es obligatorio sacar adelante un acuerdo de todos los partidos que dote a los periodistas de RTVE de autonomía suficiente para gestionar su trabajo con criterios puramente profesionales. Los periodistas deberán respetar con rigor unas mínimas normas en el ejercicio de su trabajo, basado en la pluralidad, en el respeto institucional y en la independencia de su actividad.

Mucho más compleja es la completa transformación de una corporación empresarial obsoleta sin un papel relevante definido dentro del universo audiovisual que nos rodea. El problema de RTVE no es el de clarificar su existencia. Lo determinante es establecer cuáles son sus funciones, cómo se estructuran y cómo se financian. Una apuesta pública y nacional por la defensa y extensión de contenidos audiovisuales autóctonos es una necesidad irrenunciable y urgente. Y no vamos por el camino adecuado. Es más, avanzamos, arrastrando una pesada carga, por un camino sin salida.

Todo el mundo audiovisual ha cambiado a lo largo de la última década. La confluencia de la gran crisis económica vivida y la transformación digital imperante han destrozado las bases en las que se ha asentado durante décadas este sector. Hay una larga serie de argumentos que corrobora esta realidad. En el caso español, podemos plantear algunos para empezar a debatir:

 

  • La prioridad es la creación de contenidos nacionales. La producción española genera empleo y supone una inversión si se explota en diferentes ventanas nacionales e internacionales. La compra de producción ajena a la que puede accederse desde multitud de canales hoy existentes carece de todo sentido.
  • La batalla de los medios públicos no tiene a los medios privados españoles como enemigos. Hoy en día, deberían ser los indispensables aliados para poder encarar la gran guerra que hay que librar contra las poderosas e invasivas plataformas globales que amenazan con convertirnos en meros siervos de sus imperiales aspiraciones.
  • Los nuevos operadores de telecomunicaciones, con Telefónica a la cabeza, son también colaboradores necesarios para la conformación de competitivas plataformas de contenidos en las que el sector público tendría un amplio campo de actuación.
  • Los modelos de negocio han cambiado en todo el mundo audiovisual. RTVE cuenta con el más importante archivo de contenidos que unido al que poseen otros operadores tiene un potencial de obtención de recursos muy estimable. Sería importante aplicar modelos financieros como la llamada Long Tail, que permite la obtención de ingresos económicos más allá de la explotación de contenidos de rápido consumo.
  • Las industrias de la información y el entretenimiento han crecido extraordinariamente y han abierto nuevas vías de obtención de recursos económicos más allá de la publicidad tradicional (en serio declive) o de la dependencia de los fondos públicos (con otras prioridades). Hay más dinero que nunca en este sector, pero la concepción actual de los medios públicos impide acceder a él.
  • Hay multitud de actividades colaterales que surgen y se desarrollan desde los contenidos televisivos que apenas se explotan. En TVE, casos paradigmáticos como Masterchef y Operación Triunfo visualizan el enorme potencial de ingresos que puede abrirse si se trabaja desde modernas concepciones de economía circular. Es decir, contenidos rentables que generan a su vez otros negocios en cadena que acaban por desarrollar nuevos contenidos que pueden iniciar a su vez una nueva unidad de negocio.
  • Los contenidos minoritarios y especializados pueden difundirse por canales mucho más baratos, eficaces y accesibles que la radio y la televisión en abierto, como el streaming.
  • Es necesario proteger a los creadores de contenidos. Guionistas, directores, productores, actores, etc. La televisión pública debería estar obligada a proteger sus intereses y a favorecer su subsistencia. Ámbitos como la participación en la explotación de los derechos que han creado abrirían un camino largamente reivindicado por los profesionales, esenciales para la generación de cualquier producto.

Y cabe una larga serie de propuestas que añadir. Este periodo transitorio que se avecina no parece el más adecuado para tomar importantes decisiones ejecutivas. Deberemos esperar a la implantación de un modelo que permita la puesta en común de una amplia mayoría del arco parlamentario. Sin embargo, esta etapa podría ser ideal para abrir un debate público sobre el modelo audiovisual español presente y futuro. Es importante escuchar todas las voces y atender los intereses particulares de cada sector. De la obtención de un acuerdo general puede alcanzarse un objetivo que puede aspirar a la máxima ambición.

La radio y televisión públicas no tienen por qué perder en importancia. Al contrario, tiene la oportunidad de crecer en su presencia social e industrial si cambian los parámetros en los que asienta sus actuales estructuras. Para ello, se requieren ante todo dos principios. En primer lugar, un esfuerzo de unidad y diálogo de todos los actores que intervienen en el sector audiovisual. En segundo lugar, cambiar el horizonte. Es necesario romper convenciones y ampliar la mirada. Sin complejos y sin prejuicios.

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