Desde la casa roja

Los libros rebeldes

Primo Levi repite una y otra vez poemas en el campo de concentración de Auschwitz. Lo hace porque necesita sentir que algo le salva del horror y la deshumanización, del hambre y las chimeneas. Porque a través de esos versos se mantiene atado a un viejo mundo conocido donde los hombres no se exterminaban unos a otros ni se destruían hasta la calavera. Lo hace porque no quiere perder la razón. Lo contará después en la trilogía de Auschwitz. Un genocidio en voz baja, el gran testimonio: Si esto es un hombre.

Albert Camus, el que dirigió la revista clandestina Combat en el París ocupado por los nazisCombat, el que advirtió que el verdadero rebelde, el que se subleva contra la injusticia social, política y metafísica, nunca está al servicio de una ideología, sino del hombre, especialmente cuando soporta las formas de opresión más intolerables, como en el caso del nazismo o el estalinismo. El que firmó una de las grandes novelas del siglo XX, El extranjero, poniendo como protagonista a un hombre corriente que trabaja en una oficina de Argel, un hombre que no sueña. “Hoy ha muerto mamá. O quizá ayer. No lo sé”. Qué más da.

O Úrsula K. Le Guin desafiando al lenguaje y desafiando, por tanto, al poder, al crear un mundo alternativo donde las propiedades son discutidas hasta en su misma esencia, hasta donde entonces no dudábamos: ¿es mi mano o es la mano? Son Los desposeídos, la novela de ciencia ficción que pone en duda lo privado hasta la misma carne que sujeta nuestros dedos.

O aquella Anna Ajmátova, la gran poeta rusa estremecida en la puerta de la cárcel de Leningrado, devastada tras el asedio, temblando de frío y de silencio, esperando durante meses para tener noticias de su hijo Lev Gumiliov, acusado por el Gobierno de Stalin de conspiración. Anna, la que lloró el fusilamiento de su primer marido y perdió al segundo de extenuación en un Gulag, escucha a una boca sin dientes que le habla en la fila y le pregunta, le pide, que dé cuenta de todo aquello. Y Anna escribiendo el poema Réquiem durante años. Escribiendo una carta de amor y dolor a Rusia.

Pero acerquemos el mapa del tiempo. Y en un país del Magreb, una mujer joven, Saphia Azzedine, construye una novela que titula Confesiones a Alá, en 2011. Escribe un relato sobre la opresión a las mujeres. Dice hasta ahora sí; pero a partir de ahora ya no. ¿Qué es si no la rebeldía? Una mujer de pie frente a Dios y frente a los hombres exigiendo libertad.

En 1948, Jean Paul Sartre escribió ¿Qué es la literatura?, un ensayo donde afirmaba que la palabra está comprometida con su tiempo. Pero más allá del compromiso meramente político, de que pueda convertirse un libro en un panfleto, de restarle a la literatura el peso que solo la literatura debe darle, existe una escritura que nace de una rebelión mucho más íntima y privada y que no es otra que la creación de nuevos universos, nuevas vidas, o encarar el espejo contra nosotros mismos, resultado de la insatisfacción de un autor frente un sistema roto y en crisis. El escritor se rebela y se resiste contra el mundo que lo contiene para narrar mediante ficciones nuevos paisajes para la libertad.

La que se avecina

La que se avecina

El lenguaje nos construye y la literatura tiene poder. ¿Puede un libro cambiar las cosas? Tal vez no, pero su mensaje transmitido al lector abre la tierra para dejar germinar una semilla incontrolable. Para decirle: duda, tal vez, por aquí debes mirar, pon atención, estás incómodo, bien, esta es tu pregunta, la que duerme debajo de las páginas, pero no te daré ninguna de sus respuestas. Todo libro deja una cuestión entre las manos. También los libros de puro divertimento tienen su mensaje: no pienses, no mires, evádete de ese mundo veloz de crisis sucesivas. Nunca más seremos vigilados masivamente sin pensar que eso es un abuso del poder: nos lo contó George Orwell en 1984.

Rebeldía y resistencia. Escribir desde la sangre y la valentía. Decirle “no” al sistema proponiendo un lugar alternativo. Prender la luz de la historia sobre aquello que no se ha contado, que no ha interesado que se cuente, salirse de este mundo para proponer rumbos perpendiculares, distopías, escribir cada vez peor, como decía Cortázar, porque dilataba y removía la norma hasta acomodarla a sus personajes, apostar por ser una voz propia y no ajena. Exponer un punto de vista, lanzarse al precipicio. Si la literatura no tuviera ningún poder, nunca habría existido la censura.

Disfruten de los libros este verano. Y aguanten la embestida de sus preguntas.

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