En Transición

¿Cuánto desgaste (más) puede soportar nuestra política?

Las negociaciones políticas son siempre procesos complejos, y más en un país donde un acuerdo es visto más como una traición que como un logro. Su valoración solo puede ser hecha un tiempo después de haber concluido, cuando se sabe todo lo que puede saberse y es posible valorar el alcance de lo ganado y lo perdido. Sin embargo, en el camino, que como acostumbra suele ser tanto o más relevante que el final, se puede ver ya el desgaste que unos y otros van acusando. Algo nada desdeñable puesto que, como todo estratega sabe, lo más importante de una batalla es salir en las mejores condiciones posibles para librar la siguiente.

En las negociaciones para formar gobierno en España, que apenas comenzaban hace escasamente una semana, cada cual está poniendo en marcha estrategias para erosionar a los otros. Quienes más lo sufren son el PSOE y UP, que son quienes más posibilidades tienen de conformar un ejecutivo, pero no son los únicos, entre otras cosas porque Sánchez les está emplazando a todos buscando precisamente ese desgaste: Al Partido Popular, que tiene que hacer equilibrios argumentales para explicar que ahora son ellos los del "no es no" que desgarró en su día al PSOE y cuya abstención permitió gobernar a Mariano Rajoy. A Ciudadanos, que ha quedado atrapado en el rincón en el que él solo se metió y del que no parece estar dispuesto a salir, vetando a los socialistas y pactando con VOX.  Quienes venían a regenerar la vida democrática no respetan siquiera el más mínimo decoro institucional al negarse incluso a asistir a las reuniones convocadas por quien tiene el encargo de formar gobierno. Es difícil que esa parte de su electorado que acudió a ellos como una derecha regeneradora capaz de pactar a un lado y otro se sienta identificado con estas políticas, denunciadas ya en las múltiples dimisiones que se van produciendo como consecuencia de las discrepancias internas.

El propio Partido Socialista sufre también el desgaste de quienes consideran que se deberían haber iniciado antes las negociaciones y haber sido más proclive a aceptar ministros del ámbito de Unidas Podemos. De hecho, Sánchez mostró hace pocos días su disposición a abrirse a esta opción temeroso de estar perdiendo la batalla de la opinión pública. No solo porque necesita de un acuerdo que Unidas Podemos no le va a regalar ni tiene por qué hacerlo, sino porque habiendo basado su campaña y su discurso en la formación de un gobierno de izquierdas, está mostrando a las claras sus reparos con argumentos que se van cayendo uno tras otro, como la supuesta negativa de otras fuerzas a apoyarle si Podemos entraba en el ejecutivo,  desmentida hace unos días por Andoni Ordúzar en los micrófonos de la SER. Finalmente Pedro Sánchez lo reconoció sin tapujos en TVE: Existen discrepancias de fondo. Entonces, conocedor como era previamente de estas diferencias, ¿no era cierto que su opción fuera un gobierno de acuerdos por la izquierda? ¿Y esas discrepancias son insalvables? Cualquier negociación tiene que ser capaz de llegar a acuerdos y pactar los desacuerdos.

Pese a todo lo anterior, a día de hoy, es probablemente Unidas Podemos quien puede estar sufriendo el mayor de los desgastes. Y no tanto por la reacción a los envites que los socialistas lanzan –que también-, sino sobre todo por su enaltecimiento de la figura del líder y la  sobreactuación en la convocatoria de la consulta a los inscritos.

No deja de ser paradójico que el partido que mejor leyó el 15M y que quiso recoger su testigo haciendo de la participación la savia de la democracia plantee ahora esta consulta convirtiendo lo que podría ser un acto de participación y transparencia en una mera herramienta de autoafirmación para incrementar la presión sobre el otro.

La abundante literatura que durante décadas se ha generado  sobre los referéndums y consultas como vías de participación coincide en ver este momento como el final de un proceso, o al menos, como un hito tras un proceso previo, determinante para que la consulta tenga la legitimidad debida. Una convocatoria así requiere de un amplio proceso de información a los inscritos, de debate sobre las distintas opciones entre todos los llamados a las urnas, y sobre todo de acordar las preguntas, auténtico ejercicio del poder en la delimitación del campo de juego.

En la consulta que se está celebrando estos días no ha mediado ninguno de estos elementos. No solo eso, sino que las preguntas, claramente tendenciosas en contra de lo que parece, dejan un enorme margen de maniobra a la dirección de Podemos para obrar a discreción. No es de extrañar que Teresa Rodríguez haya calificado esta convocatoria de un "insulto a la inteligencia" o que Ramón Espinar afirme que la propuesta "no tiene un pase".

Merece la pena leer con atención las dos opciones planteadas:

" Opción 1 - Para hacer presidente a Pedro Sánchez es necesario llegar a un acuerdo integral de Gobierno de coalición (acuerdo programático y equipos), sin vetos, donde las fuerzas de la coalición tengan una representación razonablemente proporcional a sus votos.

Opción 2 - Para hacer presidente a Pedro Sánchez (ya sea mediante el voto a favor o la abstención), basta con la propuesta del PSOE: un Gobierno diseñado únicamente por el PSOE, colaboración en niveles administrativos subordinados al Gobierno y acuerdo programático."

Una coalición es solo un medio, jamás un fin

Ninguna de las dos opciones –especialmente la primera, que previsiblemente ganará de forma significativa-, obliga a nombrar ministros pertenecientes a Unidas Podemos, nudo gordiano de la negociación a día de hoy, ni dice qué se entiende exactamente por un gobierno de coalición –que admite distintos modelos– ni se aclara qué es una representación "razonablemente proporcional a sus votos". Es decir, la dirección de Podemos está utilizando esta consulta, que terminará pocos días antes del inicio de la sesión de investidura pero con suficiente tiempo para seguir negociando, como forma de presionar al Partido Socialista, pero conserva un amplio margen de discrecionalidad para negociar a su antojo. Más bien parece que la dirección liderada por Iglesias ha querido así dar respuesta al acuerdo de la ejecutiva socialista de conformar un gobierno monocolor –aunque ahora se muestre dispuesta a admitir a independientes del agrado de Unidas Podemos– obviando que tendrá que hacer equilibrios en el alambre para justificar después su decisión, si finalmente llega a un acuerdo. Hay que estar muy seguro de la adhesión de los tuyos para plantear algo así. Tanto, que solo es posible si consideras que solo quedan "los tuyos", porque el resto ha ido desapareciendo.

Aún quedan unos días – quizá algún mes- para saber cómo termina esta negociación, pero ya podemos extraer algunas conclusiones: en primer lugar, que el conjunto de la sociedad española con los líderes políticos a la cabeza, que sabíamos cómo se conjugaba el multipartidismo en el ámbito local y autonómico, estamos aprendiendo cómo funcionan las nuevas reglas en el ámbito nacional, y todo proceso de aprendizaje lleva su tiempo; tiempo que además necesita de una adecuación del diseño institucional para evitar bloqueos, como la debatida reforma de la investidura. Convendría echar un ojo a este trabajo del Instituto Nacional Demócrata para asuntos internacionales y el Centro para la Paz y los Derechos Humanos de Oslo Coaliciones: guía para partidos políticos, para hacerse idea de la complejidad, seriedad y profundidad que requiere un gobierno de coalición.

Y en segundo lugar, y no por ello menos relevante, que en el camino de la negociación se van acumulando desgastes que luego pasarán factura, tanto si llega el acuerdo como especialmente si no se consigue. La más onerosa, la del descrédito de la política y la falta de confianza de la ciudadanía en sus representantes, como nos recuerda el CIS en cada entrega, la estamos pagando ya. Pero ojo, que aquí nadie se va a ir de gratis.

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