A la carga

La indecisión del PSOE

Desde comienzos de los años ochenta, el PSOE ha sido la columna vertebral de nuestra democracia. Ha gobernado durante largos años y, cuando se ha producido la alternancia, ha sido en mayor medida por la acumulación de errores propios que por un entusiasmo de la sociedad con el proyecto alternativo de la derecha. El PSOE perdió en 1996 y en 2011 como consecuencia, respectivamente, de una prolongada crisis de desgaste tras más de trece años en el poder primero y de una crisis económica brutal después. Esta centralidad del PSOE se explica en buena parte por el hecho de que a lo largo de todo el periodo haya habido siempre más gente en la izquierda que en la derecha, estando la media ideológica de la sociedad ligeramente escorada hacia la izquierda.

De hecho, si se observan los grandes resultados agregados, el voto a la derecha es extremadamente estable, siempre en torno a los 10 millones de votos desde 1996, frente a las grandes oscilaciones en el apoyo al PSOE. Así, el PP gobierna cuando los votantes progresistas abandonan al PSOE. Pondré un solo ejemplo: en 2008 el PSOE obtuvo 11,3 millones de votos, frente a 10,3 millones del PP. En 2011, el PP subió un poco, hasta 10,9 millones, pero el PSOE bajó a 7 millones. Así, sin apenas ganar apoyos, Rajoy pasó de estar en la oposición en 2008 a llegar al gobierno con una cómoda mayoría absoluta en 2011.

A partir de 2015 entramos en una crisis de inestabilidad política que se prolonga hasta el presente. Los síntomas son bien conocidos: cuatro elecciones generales en cuatro años, imposibilidad de formar gobiernos estables, presupuestos prorrogados. Se han ofrecido diversos argumentos para explicar esta fase de inestabilidad: crisis de régimen, fragmentación del sistema de partidos, falta de cultura política de coalición y consenso, etc. Me gustaría ensayar una explicación alternativa, más simple, que tiene que ver con el hecho de que el PSOE no esté ejerciendo la posición central que tiene en el sistema político.

El PSOE ha seguido una línea errática desde las elecciones de diciembre de 2015. En la primavera de 2016, pudo haber regresado al poder mediante una alianza con Podemos y los nacionalistas. Los números daban. Sin embargo, optó por un acuerdo con Ciudadanos a pesar de que juntos quedaban muy lejos de la mayoría absoluta. Tras la repetición de las elecciones en junio de 2016, los socialistas se abstuvieron para dejar que continuara gobernando Mariano Rajoy, cercado por los escándalos de corrupción del PP. No mucho después, en 2018, el PSOE encabezó la moción de censura con el apoyo de Podemos y los nacionalistas. Tras las elecciones de 2019, podía haber reforzado la alianza de la moción de censura, formando una coalición con Podemos y granjeándose el voto de los nacionalistas. Sin embargo, el PSOE volvió a sentir vértigo ante esta opción y ha preferido ir de nuevo a elecciones.

Resulta imposible dar sentido a esta trayectoria del PSOE en los últimos cuatro años. Acercarse a Ciudadanos cuando no sumaba, aproximarse a Podemos y los nacionalistas para desalojar al PP cuando anteriormente el PSOE se había abstenido, sumar una mayoría absoluta con Ciudadanos tras abril de 2019 pero aparentar que quería gobernar con Podemos… en fin, no hay manera de que cuadren las piezas del puzle.

A mi juicio, es este comportamiento errático del PSOE lo que acaba provocando el desajuste en el que se encuentra el sistema político español. En un contexto de fragmentación como el actual, el PSOE tiene que resolver el siguiente dilema: o bien opta por una alianza de izquierdas con el apoyo de los nacionalistas, o bien se abre a Ciudadanos o a una gran coalición con el PP. Si el PSOE hubiera tomado una resolución al respecto, no se habrían producido tantas repeticiones electorales.

El problema está en que el PSOE no ha querido tomar un rumbo claro durante estos cuatro años. Le da miedo aliarse con Podemos y los nacionalistas por la oposición brutal que sufrirá de la derecha y del establishment mediático y económico. Pero le da miedo también ensayar la alianza con Ciudadanos y perder al electorado más progresista. Moviéndose en esta ambigüedad, ha conseguido ir remontando electoralmente, pero a costa de someter a las instituciones a un fuerte desgaste y poner a prueba la paciencia de la ciudadanía. Esta ambigüedad, además, ha permitido al partido socialista salvaguardar la unidad interna, pues el partido se encuentra muy dividido sobre si debería buscar la alianza con Podemos o con la derecha. Las bases y el electorado del PSOE prefieren la coalición con Podemos, pero los barones y altos cuadros del partido se sienten más cómodos con Ciudadanos.

Todo indica que lo que pretende Sánchez con la repetición electoral es minimizar el coste político de tener que elegir ir en una dirección o en otra. Cuanto mayor sea la ventaja electoral del PSOE sobre el resto de partidos, menos costosa será la decisión sobre las alianzas.

En el momento en el que PSOE adopte una posición firme sobre sus socios de gobierno, la inestabilidad se acabará. Tendremos de nuevo un gobierno que pueda aprobar presupuestos y cuente con cierta perspectiva temporal para llevar a cabo políticas públicas.

En numerosos artículos pasados en infoLibre he dejado claro cuál sería, en mi opinión, la mejor opción: gobernar con la izquierda y los nacionalistas. Permitiría aprobar reformas más igualitarias y podría también desatascar la cuestión catalana. Pero la cuestión que quiero destacar hoy es otra otra. Al margen de las preferencias políticas que cada uno de nosotros tengamos, lo que es preciso es que el PSOE aclare de una vez qué quiere hacer, para que todos los demás puedan atenerse a las consecuencias. Mi impresión es que Sánchez no querrá pronunciarse hasta haber agotado todas las posibilidades de llegar al gobierno en una posición cómoda, quizá después de las elecciones de noviembre. Mientras, habremos acumulado cuatro años de parálisis. Qué agonía.

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