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Vuelvo a casa por cuarentena: diario de una confinada

Queridos lectores, esto no es un confinamiento, es un regreso. Y, aunque coincida con esta distopía indigerible en la que estamos y sin fecha para el último episodio… lo que hoy escribo es algo tan placentero como voluntario. No es aislamiento, ni encierro, ni cuarentena, es que he decidido llamar a la puerta de una de mis casas. ¿Se puede?

Comprendo que suene altivo este plural, “mis casas”, mucho más si a alguno de ustedes, leídos lectores, le he recordado aquella Berlusconada en 2010: “La izquierda no deja de decirme que debo volver a casa, pero me pone en un aprieto; porque yo tengo veinte casas y no sabría cuál elegir".

No, yo no tengo veinte mansiones en sentido literal, ¿estamos locos? no hay quién mantenga el consumo de tantos cuartos de baño, con el precio al que se ha puesto el papel higiénico últimamente…

En realidad yo llamo “mi mansión” a un lugar intangible y confortable, donde me siento tan cómoda como si caminara descalza sobre madera; ligera, como cuando solo rodea tu cintura esa goma floja del pantalón del pijama; y libre, como cuando podíamos circular por la calle, aunque no nos escoltara un perro en maniobras de evacuación ¿se acuerdan?

Los que me conocen saben que en el inventario de “mis mansiones más valoradas” aparecen la sección en la radio, (Julia en la Onda), mis novelas y las columnas que aquí escribo. Por eso me ausenté tan triste de infoLibre aquel 23 de febrero y, aunque fue un cese temporal – temporal de verdad, una es plebeya y no puede permitirse un eufemismo que acabe en divorcio diez años después– aquel paréntesis tenía mucho de desgarrador.

Ahora que regreso en esta nueva realidad que se nos antoja tan irreal, en esta especie de burbuja emocional en la que nos cuesta distinguir lo vivido de lo soñado. Ahora que detecto ese contagio de sinceridad que provoca el miedo colectivo, ese descaro del que hacemos gala cuando sentimos que el fin se avecina, ese desparpajo de quien grita que te ama desde el tren, mientras se va alejando de la estación, porque de perdidos, al río… Ahora creo que puedo darles los detalles que les ahorré, por pudor y por dolor, en aquella columna de aquel febrero.

El motivo feliz era la culminación de la escritura de mi tercera novela Los sabores perdidos. El motivo desgraciado era la despedida próxima e irremediable de mi hermana. A Merche, mi mitad, me la robó un 2 de abril, cómo pudo sucederme a mí…

Queridos lectores, he vuelto a casa, aunque nada es en mi vida como era hace un año, aunque nada es en las nuestras como era hace una semana. Pero algo no ha cambiado, el cariño con el que cruzo esta puerta que me dejaron entreabierta, con la llave debajo del tiesto de un ciclamen… Y tampoco he perdido mi fe ciega en que juntos podemos con casi todo, aunque muchos se nos vayan quedando en cada intento –demasiados esta vez–, aunque dudemos del sentido de la vida, como en estos días.

Y cada tarde abrimos las ventanas y los balcones, aplaudimos sin guantes y lloramos sin mascarilla. Tocamos entre todos la banda sonora de esta nueva vida incierta, esa melodía que nos da fuerza para decir gracias, pero también para seguir luchando.

...

NOTA DE LA AUTORA: Queridos lectores, qué gusto estar aquí de nuevo. Ah, no descarten que en este tiempo en el que me quedo en casa abra de vez en cuando el balcón de infoLibre para darles la brasa con mi Diario de una confinada. Donde hay confianza…

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