Muros sin Fronteras

El Show de Truman Trump

Ramón Lobo

Donald Trump está instalado en un mundo similar al del protagonista de la película El Show de Truman, que vive sin saberlo una existencia en directo ante el público de un programa de telerrealidad. La diferencia entre el actual presidente de EEUU y Truman Burbank (el personaje que interpreta Jim Carrey) es que Trump lo sabe, pero no le importa. Es más, se siente feliz. Es la vida que le gusta, un reality permanente en el que él es el único protagonista, guionista, director y palmero. Le encanta su papel de millonario triunfador que se niega a mostrar su declaración de la renta; y aún más el de tuitero y mandamás mundial sentado en el Despacho Oval. El problema con esta metáfora es que todos nosotros, los que aplauden y critican, formamos parte de la misma telerrealidad.

Este tipo de programas basura que buscan audiencia a cualquier precio, sin reparar en medios y códigos éticos, se ha ido infiltrando en un nuestra sociedad. Es un virus más destructivo que el covid-19 que afecta a algunos informativos y periódicos que buscan el infoentretenimiento vinculado a la publicidad. Lo hemos visto este verano con el caso de los okupas. No importa el contexto y los datos. Ni la verdad. Lo que se busca es la emoción, que la gente esté aterrada, que piense que si sale a la compra una turba de okupas anticapitalistas se meterá en su casa para siempre sin que le amparen las leyes del gobierno (socio-comunista, claro).

Además de beneficiar al sector privado que vende alarmas y puertas blindadas, y paga por la publicidad, se logra situar en el inconsciente colectivo que un gobierno del PP-VOX lo haría mejor (“ley y orden”, dice Trump, un presidente que es el desorden y el abuso de las leyes). También se consigue anclar en la sociedad la idea de que los críticos del sistema son unos delincuentes encapuchados. De momento, los mayores delincuentes son los que llevan corbata y tienen coche oficial.

Es una técnica que busca generar inseguridad y miedo, dos sentimientos que se alimentan de los mensajes más simples, los bulos y las teorías de la conspiración que rechazan la realidad científica del cambio climático (deberíamos hablar mejor de catástrofe climática) y su efecto en las pandemias.

No hay defensa posible si aceptamos que la ciencia quede reducida a una opinión enfrentada en un debate a un terraplanista. Uno de los grupos que apoya a Trump es la secta de QAnon, que asegura que se libra una guerra entre los buenos (ellos y Trump) con las fuerzas del demonio (los demócratas, Bill Gates, los científicos, las feministas, la prensa liberal, la CNN, Hollywood y todo aquel que no comulgue con sus ruedas de molino). Son la nueva Inquisición.

La técnica protagonizada por Trump consiste en la negación permanente de la realidad-real y la exaltación de una realidad-virtual simultánea en la que los problemas no existen, o son culpa de otros. El asunto central no es la mentira masiva como arma de comunicación política y empresarial, la clave es que se dirige a una ciudadanía a la que le dejó de interesar la verdad, que también se mudó a una telerrelidad personalizada a través de la manipulación de las redes sociales. Esa población no demanda información, solo ansía confirmar sus prejuicios a través de las emociones. No es fácil romper el círculo.

La pandemia ha matado a cerca de 200.000 estadounidenses, pero el foco del presidente se concentra en la economía. No en la necesidad de reparar el daño causado por el covid-19, sino en lo bien que va la Bolsa, donde sus empresas tienen intereses. Parece elitista, pero no lo es: los planes de pensiones de los estadounidenses cotizan en los mercados de valores. Es un asunto que afecta a millones de votantes. No sé si Trump es inteligente, pero es muy listo e intuitivo, y conoce la psicología de sus compatriotas mejor que la mayoría de los demócratas.

Si Trump ganara las elecciones en buena lid, como en 2016, o creara un caos mayúsculo que le permita seguir en la Casa Blanca con el apoyo de un Tribunal Supremo, llámenlo pucherazo o golpe de Estado, un segundo mandato de este presidente sería sumamente peligroso para la democracia, en EEUU y en el mundo. Ahora es un autócrata narcisista con límites legales. En enero sería un autócrata narcisista sin límites legales. Hay una segunda película que sirve para encuadrar el mundo al que vamos: El gran dictador de Charlie Chaplin. ¿Recuerdan la escena del globo terráqueo? Por si acaso vayan aprendiendo el discurso final. Lo necesitamos.

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