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@cibermonfi

Hay buenas noticias, pero no las verá en nuestros medios malajes

Javier Valenzuela nueva.

Entendí muy bien a Quique Peinado cuando, hace un par de semanas, expresó aquí mismo su hartazgo por el catastrofismo con que, más que contar, deforman la realidad la mayoría de nuestros medios de comunicación impresos y audiovisuales. A diferencia de Quique –más joven y quizá por ello más optimista–, yo no he esperado a un estado tan avanzado de la pandemia de coronavirus para reducir al mínimo el tiempo que pierdo con tales productos. Ya hace años que decidí que son tóxicos y, además, actúan de mala fe. Si los sigo, es solo de refilón y para estar al corriente de qué piensan y planean los dueños del mundo.

A lo que suelen practicar tales medios lo llaman mala follá en mi tierra natal granadina. Consiste en ser siempre negativo, nunca positivo, que diría Van Gaal. En ver el vaso siempre medio vacío, nunca medio lleno. En considerar altas virtudes el tocarle las narices al prójimo, hacerle sistemáticamente la puñeta, amargarle la vida aún más de lo que la amarga la realidad. Consiste en preguntarte cuándo te vas cuando acabas de llegar de vacaciones a un sitio.

A vuela pluma, encuentro dos explicaciones para esta actitud. Una es que, ciertamente, el sensacionalismo apocalíptico –inventado ya hace más de un siglo por la prensa amarilla a lo William Randolph Hearst– tiene un amplio público, es comercial. De pura ficción o más o menos basadas en hechos reales, las historias de terror, las historias morbosas, las historias truculentas siempre han tenido éxito entre buena parte de la humanidad. Ahora, con la hegemonía de la televisión y su necesidad de conseguir amplias audiencias para facturar mucho dinero por la publicidad, tales historias son prácticamente el único género que consideran informativo.

La segunda explicación, más local y coyuntural, es que ahora gobierna en España una coalición de izquierdas. Como los grandes medios son casi unánimemente de derechas –lo que es natural si se piensa en quiénes son sus dueños–, prefieren pintar un paisaje catastrófico que vaya minando el apoyo al Gobierno y justificando su pronto relevo. Esta actitud tampoco es nueva. Fue la de ABC en vísperas del 18 de julio de 1936, y la de El Mercurio cuando Salvador Allende presidía Chile.

Muy sabiamente, Jesús Maraña escribió el otro día que la desinformación no es solo la propagación de bulos y mentiras descarados, sino también darle un sesgo intencionado –mal intencionado– a la realidad. O sea, exagerar ciertas malas noticias, silenciar o minusvalorar ciertas buenas noticias. Es lo que ocurre a diario en los periódicos de papel y los informativos de televisión fabricados en redacciones madrileñas. Se detallan a todo trapo los datos más siniestros del coronavirus y sus consecuencias económicas, y se repiten luego por si a alguno se le ha escapado. Se sigue con las presuntas querellas internas del Gobierno y con cualquier tipo de denuncia contra El Coletas, comentadas tabernariamente por todos y cada uno de los portavoces de las tres derechas. Las noticias buenas, si las dan, duran poco.

¿Para qué extenderse informando de que, con la aparición de vacunas y los avances en la detección y tratamiento del virus, la crisis del coronavirus podría terminar a mediados del año próximo? Démoslo, si no queda más remedio, pero pasemos con rapidez a detallar las puñaladas por la espalda que le asestan a Pedro Sánchez ciertos barones y viejas glorias del PSOE a cuenta del apoyo de Bildu a la tramitación de los Presupuestos. Ah, esos malajes sí que nos gustan, son de los nuestros, auténticos defensores de la patria y el mercado.

Ni una palabra de lo que puede haber de útil para los ciudadanos en estos Presupuestos. No, lo importante es que Jaime Mayor Oreja diga la monumental sandez de que ETA ha triunfado y dirige las instituciones del Estado.

¿Y si fuera al revés?, digo yo, que no los dueños, directivos y tenores de los medios de los que estoy hablando. ¿Y si el posible apoyo de Bildu a unos Presupuestos Generales del Estado español fuera una expresión de la derrota de ETA? No es solo que ETA cesara su actividad terrorista hace ya una década, cuando gobernaba Zapatero, y resulte muy plasta traerla una y otra vez a colación. Es que, tal y como proponíamos los demócratas, sus simpatizantes parecen haber entendido que pueden defender sus posiciones de modo pacífico y hasta institucional. A mí me parece espectacular.

Hay otras buenas noticias insuficientemente reflejadas en lo que los estadounidenses llaman mainstream media, los medios hegemónicos. La crisis de la pandemia está siendo abordada por la Unión Europea con mayor generosidad y solidaridad que la de Lehman Brothers. En Nueva Zelanda ganaron la laborista Jacinda Ardern y el sí a la legalización de la eutanasia. En Bolivia fueron derrotados electoralmente los golpistas de 2019. En Chile triunfó en referéndum el fin de la Constitución de Pinochet. Y Trump perdió en Estados Unidos y, de no mediar algún tipo de golpe de Estado, Biden será el próximo titular de la Casa Blanca. Biden no es Mandela, pero puede poner bálsamo sobre algunas heridas del planeta.

En cuanto a España, el Gobierno de coalición ha sobrevivido a los golpes bajos de las derechas, ha conseguido la promesa de amplios fondos europeos frente al coronavirus y sus consecuencias, ha apaciguado la crisis catalana, ha derrotado a Vox en la moción de censura y se apresta a respirar tras la aprobación de los Presupuestos. Sea usted de derechas o de izquierdas, eso significa estabilidad. Pero, claro, esta perspectiva no la verá en los mainstream media. Afortunadamente, querido Quique Peinado, hoy son bastante prescindibles. Internet terminó con su monopolio.

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