Muros sin Fronteras

Go to Hell, Mr. Trump

Ramón Lobo nueva.

Joe Biden y su esposa Jill, a su llegada a la Casa Blanca.

La imagen de un Washington DC militarizado, con cinco veces más tropas que la suma de las que quedan en Irak y Afganistán, proyecta la realidad de un país en guerra consigo mismo. La capital de EEUU parecía una ciudad fantasma, lejos de la pompa de un cambio de presidencia. Donald Trump deja un país hundido en el fanatismo y la mentira. Solo han pasado 20 años del 11-S y el FBI considera ya más peligrosa la amenaza del terrorismo interior que la del exterior. No hubo calamidades, atentados, insurrecciones ni bombardeos contra Irán, pero el caimán se fue sin admitir la derrota. Deja atrás un campo de minas.

Joe Biden se presentó como presidente de todos los norteamericanos, dispuesto a trabajar por la unidad y el futuro. “La democracia es frágil, pero ha  prevalecido”, proclamó al inicio de su discurso más importante. Reconoció el problema de fondo: “Confrontaremos el terrorismo doméstico y el supremacismo blanco, y les venceremos (… ) Las fuerzas de la división no son nuevas, pero siempre hemos prevalecido (..) No hay paz sin unidad, ni nación en medio del caos”. No nombró a su predecesor, pero sí su legado. Rechazó la cultura de la manipulación y prometió salir más fuerte de la pandemia con el trabajo de todos.

Le faltó la emoción de sentirse parte de la historia. No es negro ni mujer, ni el primero en nada. No levanta pasiones como Barack Obama. Por eso eligió a Kamala Harris, la primera mujer en llegar al cargo. Pertenece a la derecha de su partido, igual que Obama. No deberían esperar milagros, pero tras el susto es necesario impulsar cambios de calado en la forma de hacer las cosas y de concebir las prioridades. Regresan las viejas élites capitalinas tras el paso de un huracán que ha fracturado su base ética, las convenciones de cómo debe comportarse un demócrata. Ojalá hayan aprendido la lección.

El nuevo presidente buscó la unidad en un discurso inaugural repleto de guiños. Este tipo de parlamentos no dejan de ser un catálogo de buenas intenciones, de frases precocinadas por los asesores. No era el momento de prometer ir a la Luna, como John F. Kennedy, porque su problema está en la Tierra, en la suya, en medio de una pandemia que ha matado a más de 400.000 de sus compatriotas.

El problema es tan sistémico y profundo que va a marcar la presidencia de Joe Biden y Kamala Harris. El asalto al Capitolio el 6 de enero sirvió de vacuna contra cualquier tentación de última hora. Debió mediar algún pacto entre Trump y su vicepresidente, Mike Pence, algo así: “te dejamos terminar el mandato, pero no toques nada del cuadro de mando”. Queda el magma ideológico que aupó y mantuvo a Trump en la Casa Blanca. El presidente saliente coquetea con la idea de crear el Partido Patriótico, todo un desafío.

Tocará desandar algunas de las decisiones de Trump en las primeras órdenes ejecutivas (una especie de decretos ley presidenciales). Esto ya representará un desafío ideológico a la base trumpista que lo percibirá como una afrenta. Volver al Acuerdo de París sobre el cambio climático enfadará a los MAGA, la América que venera a Trump como si fuera un dios. Los estadounidenses son propensos a las siglas. Esta procede de Make America Great Again. Los medios de comunicación de EEUU los han bautizado como los MAGA. Ahorra tinta y tiempo.

1. Una cosa es hablar de unidad y otra tender puentes con una gran parte del país que cree que Biden es un presidente ilegítimo, un amplio sector que ha comprado cada una de las mentiras de Trump sobre el robo electoral, pese a que no existen evidencias de que haya sido así. Según una encuesta de Gallup, el 83% de los republicanos creen que Biden no ganó las elecciones. Recordemos que Trump, pese a perder, obtuvo 74.223.251 votos. Otra encuesta que deberían tener en cuenta indica que una mayoría de los republicanos no cree que Trump fuera responsable del asalto al Capitolio y hasta un 48% cree que los legisladores de su partido no hicieron suficiente para subvertir el resultado. Les dejo el enlace; está repleto de datos preocupantes que muestran la profunda división del país. (Una aclaración: este Vox del enlace anterior es un medio de comunicación; nada que ver con la sucursal trumpista en España, en disputada pelea con Isabel Díaz Ayuso).

(Este vídeo lo grabó un periodista del The New Yorker infiltrado desde hace diez meses en los movimientos radicales. Hay una versión larga para los suscriptores de la revista)

2. La radicalización del discurso del Partido Republicano, al que se conoce como GOP (Great Old Party) viene de lejos. No estuvieron a favor de los derechos civiles que tanto defendió Martin Luther King en los años 50 y 60. Fueron su lucha y sus palabras las que provocaron el asesinato de King en 1967.

El siguiente vídeo incluye trozos de uno de los discursos más importantes de MLK (siglas), además del celebérrimo de I have a dream. Es el que arranca el movimiento de los derechos de la minoría negra en EEUU. Sucedió en Alabama, en diciembre de 1955. En este enlace del The New Yorker tienen las claves de aquel parlamento improvisado, solo con notas. No hace falta tener escrito lo que dictan el corazón y la decencia.

Hoy, los hijos y los nietos de los racistas, que en muchos casos lo siguen siendo bajo un nuevo disfraz, se llenan la boca en alabanzas al mártir. En este tuit, su hija Bernice les pone en su sitio.

3. Lo que sucede con los MAGA, 65 años después de aquel discurso, forma parte del mismo problema. Una América blanca, racista, cristiana, mal educada y preparada para los cambios tecnológicos, con una base rural y amante de las armas, siente que le están robando su país. Primero fueron los negros en su empeño en tener derechos y votar. ¡Qué desfachatez! Ahora son los negros y los hispanos que han accedido a la clase media, gracias a su educación y trabajo, que se asientan en los suburbios de las ciudades y modifican la geografía del voto, como ha sucedido este año en Arizona y Georgia. Y no deberíamos perder de vista a Texas para las próximas elecciones. Tuvimos una pista de esos cambios en las elecciones legislativas de 2018, en las que el senador Ted Cruz estuvo a 214.921 votos de perder su escaño en el Senado. Se lo disputó un joven con aire kennediano, Beto O’Rourke, que después no prosperó en las primarias demócratas de 2020, pero que sigue en la reserva de candidatos con futuro. Su victoria nos hubiese ahorrado el Cruz trumpista actual que trata de heredar su electorado, si es que sobrevive políticamente a su confuso papel en el 6 de enero. Lo interesante de aquella elección es que O’Rourke movilizó el voto suburbano en un Estado muy conservador. Ese mismo voto ha sido clave en la victoria de Biden-Harris. Es donde deben trabajar duro los demócratas.

(Este otro vídeo, en este caso de The Washington Post, reconstruye el asalto. Combina imágenes, horarios y el mapa del edificio).

4. Estos cambios demográficos restan peso al voto rural. Hasta ahora teníamos tres tipos de Estados: los que votan siempre demócrata (California y Nueva York, por ejemplo), los que votan siempre republicano (aquí entran los rurales y cultivo del MAGA, pero con poco peso político debido a su escasa población), y los Swing States, los que oscilan de un partido a otro según el candidato y el humor político del momento. No son fijos, a veces son 10, 12 o 14. En 2020 incluyeron a Nueva Hampshire, Minnesota, Míchigan, Nevada, Pensilvania, Wisconsin, Arizona, Georgia, Carolina del Norte, Florida y Texas. Todos excepto los tres últimos cayeron del lado de Biden-Harris.

5. La elección presidencial es indirecta. Cada Estado elige compromisarios, cuyo número depende de la población. Se necesitan 270, la mitad más uno. Este enlace lo explica. Es lo que ha intentado subvertir Trump hasta el último minuto. Esta otra pieza de la revista The Atlantic explica que todo se ha salvado gracias al coraje de varios funcionarios estatales y gobernadores, todos republicanos. Primó la decencia y el sentido del deber a la obediencia a órdenes ilegales.

6. Esa mayoría blanca, cristiana, enfadada, armada y asustada, de la que hablábamos en el punto 4, está cultural e ideológicamente preparada para comprar todas las mentiras de Trump sobre el robo electoral. Para ellos, es la explicación más sencilla. Regresa el miedo a perder privilegios que causaron los asesinatos de Robert Kennedy y Luther King en los años 60. Estamos en el mismo clima de polarización. No sé si habrá nuevos intentos de asaltar congresos estatales (ojo con Míchigan, patria de una de las milicias más violentas, que ya intentó secuestrar a la gobernadora), pero es seguro que habrá asesinatos políticos. Los próximos años van a ser difíciles y peligrosos. Alguien debería informar a los MAGA que nadie les está quitando un país que nunca fue suyo porque era de los indios a los que exterminaron o encerraron en reservas.

7. Añadan el pánico a los cambios demográficos, el pavor a los cambios económicos, a la revolución de las nuevas tecnologías, y a la robótica que se va a adelantar varios años como consecuencia de la pandemia. Que los MAGA se nieguen a llevar mascarilla no es solo una actitud política, de rechazo a lo que ellos llaman el “Deep State”, es sobre todo un rasgo psicológico de su rechazo al mundo que se va a llevar por delante el suyo. En este contexto se entiende mejor que Trump sacara a EEUU del Acuerdo de París sobre el cambio climático, conecta con el rechazo a sustituir el carbón y la industria de toda la vida por otra no contaminante que perciben como una amenaza existencial.

8. No solo es gente asustada, es gente radicalizada y armada que ha abrazado todo tipo de teorías conspiranoicas. La deriva del GOP (¿recuerdan, el Partido Republicano?) es preocupante. Se tragaron los derechos civiles, pero desde entonces trabajan para que los negros no voten, entorpeciendo el proceso con todo tipo de tretas para evitar que se registren, además de suprimir colegios electorales en sus zonas. En EEUU se exige un doble esfuerzo: registrarse antes y votar. El movimiento Black Lives Matter ha sido clave en la movilización del voto de los afroamericanos, de ahí que los consideren tan peligrosos, casi terroristas. En la elección de 2020 ha quedado claro que no existe un voto latino, sino varios: no son los mismos ni votan igual los hispanos de California y ahora, los de Arizona, que los de Texas y, menos aún, los de Florida, dominados por las distintas oleadas de exilio cubano.

9. El GOP tuvo dos acelerones de radicalidad: con la contrarrevolución conservadora de Ronald Reagan (y Margaret Thatcher) en los años 80, y el Tea Party a partir de 2009. Pese a que fueron más económicos que políticos, ambos momentos tenían un trasfondo ideológico: el dinero es para quien lo genera, no para el Estado a través de impuestos. Esa visión de un Estado invasor está en la esencia del MAGA. Es el motivo por el que odian a la sanidad pública, a Barack Obama, a Bernie Sanders y a Alexandria Ocasio-Cortez, a los que tildan de comunistas. El desvarío es tal que hasta Biden es comunista.

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10. No hay que confundir todos los votantes de Trump, pese a que muchos están radicalizados con los grupos violentos que asaltaron el Capitolio. Pero el magma que los alimenta es parecido. Destacan tres: los Proud Boys, el Boogaloo Movement y QAnon, una secta nacida en Internet que considera que los demócratas, George Soros, Bill Gates y no sé cuántos más pertenecen a un grupo satánico y pedófilo que trata de acabar con EEUU (el blanco y republicano, claro). Tampoco conviene confundir los congresistas y senadores que compraron las tesis del robo electoral con los que han podido estar confabulados con los asaltantes. Es algo que está aún bajo investigación.

Tres enlaces:

11. Si a este problema sistémico le suman la gestión de una pandemia que aún no ha terminado, la complicación logística de una vacunación masiva, el rescate de la economía y revertir las políticas más tóxicas de Trump es fácil llegar a la conclusión de que Biden-Harris tienen una misión imposible. Añadan el impeachment que deberá debatirse y votarse en el Senado y una política internacional revuelta con China como superpotencia emergente. El plazo inicial es de dos años, hasta las elecciones de medio mandato de noviembre de 2022. En ellas se renovará la totalidad de la Cámara de Representantes y otro tercio del Senado. Las mayorías volverán a estar en juego. La influencia de Trump aún será visible, si es que no acaba antes en la cárcel. La clave será el Senado, que apunta bien para los demócratas, si es que deciden salir alguna vez de sus castillos de cuello blanco y entender el país que gobiernan para construir propuestas claras capaces de solucionar los problemas de la gente más allá de los eslóganes y las frases hechas.

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