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La tierra de nadie del periodismo español: la desregulación deja el código deontológico en papel mojado

En Transición

Cosas que compartimos con Cataluña

Dos coches situados en paralelo encienden el motor. En punto muerto, aceleran montando una escandalera. Meten primera y pisan a fondo. El primero que frene, pierde. El segundo, se despeña por el acantilado.

Esta es la imagen que, creo, mejor resume la espiral del absurdo en la que estamos metidos con el asunto catalán. Un problema que nace de ese "mientras tanto" que fue el Estado de las autonomías en la Transición y en la Constitución de 1978 y que, lejos de haber evolucionado durante estos cuarenta años, ha ido haciendo rugir motores y montando humaredas hasta el actual acelerón. Queda por ver quién frena y quién se despeña, aunque cada vez está más claro.

Aterra pensar en eso que dice Aznar de que "antes se romperá Cataluña que España" por lo que tiene de amenaza, de inmovilismo y de recuerdo de otros tiempos no muy lejanos. Lo que está claro es que lo que se está rompiendo son muchas cosas: La propia sociedad civil catalana —que en unos casos desconecta y en otros va dividiéndose de forma más notable—, la del resto del país— a medias entre el hastío y el rechazo—, y el conjunto de fuerzas sociales, políticas y sindicales de ámbito estatal, forzadas a gestionar como pueden contradicciones cada más tensas. Bueno, todas no: El Partido Popular se encuentra inmensamente cómodo en esta situación, habiendo sacrificado ya hace tiempo su posición en Cataluña, pero obteniendo enormes réditos en el resto del territorio. Sobre todo, si coincide la declaración como testigo de Rajoy en la Audiencia Nacional con una nueva vuelta de tuerca en el pulso con la Generalitat.

Los principales protagonistas del conflicto están jugando con fuego: real o de fogueo, está por ver, pero es un juego que beneficia a unos pocos y perjudica a todos los demás. Si en su ánimo estuviera resolver el conflicto, las mesas de diálogo no habrían dejado de funcionar en estos cuarenta años, y experiencias como la Ley de Claridad canadiense hubiesen servido para ilustrar soluciones similares para dar una salida a este lío.

Hay quien dice que este conflicto se está quedando en un pulso entre élites y que el común de los mortales ha desconectado, en otra versión de la "desconexión" sin necesidad de ley alguna. No estoy del todo segura que así sea, habrá que esperar algún dato demoscópico más, pero en este escenario en que se subrayan tantas diferencias, no estaría de más recordar también cosas que tenemos en común.

Una mirada a la actualidad nos desvela datos interesantes. La España de Gürtel, Púnica y aledaños, rodeada de escándalos de corrupción, no tiene mucho que envidiar a la Cataluña del Liceo y el 3%. Es más: creo que comparten buena parte de procedimientos. En ambas estamos viendo desfilar por los juzgados a los más ilustres "hombres de la patria", presidentes en ejercicio y ex - presidents incluídos. Es cierto que el castigo electoral ha sido absolutamente diferente, lo cual es mucho; pero el veneno de la corrupción se ha infiltrado en las estructuras del sistema, de ambos sistemas.

El próximo verano, al Báltico

La forma en que se está gestionando el "procés" con la reforma del reglamento de las Corts que habilita la aprobación legislativa en una única vuelta eludiendo así el debate en la Cámara es una afrenta a los procedimientos democráticos y parlamentarios. Sin duda. Máxime, habiéndose aprobado tan sólo por 72 votos frente a 63. Pero resulta curioso que quienes más han puesto el grito el cielo y se han ido corriendo al Constitucional hayan sido los que durante la pasada legislatura, en la que gozaron de mayoría absoluta, no tuvieron empacho en gobernar a golpe de Real Decreto Ley, hurtando así también cualquier posibilidad de debate parlamentario.

Salto del escenario político al económico. Hace unos días conocimos los datos de la EPA del segundo trimestre. Tras un discurso triunfalista del Partido Popular por haber vuelto a cifras de antes de la crisis se esconde una cortina de humo que oculta la reducción del número de horas trabajadas, el incremento de la desigualdad, la cronificación de los colectivos vulnerables, y la confirmación, cada vez más clara, de España como un país de servicios altamente dependiente del turismo. Me voy a las cifras de la EPA en Cataluña y me encuentro con el mismo resultado. Pero no sólo eso: es que la curva de desempleo de 2008 a 2017 es exactamente paralela a la del resto de España. Con menos desempleo, me diréis —un 13,2% en Cataluña frente al 17,7% de media en España— .Sí, pero en la media de todas las Comunidades del norte de España (Rioja 10,9%, Aragón 11,4%, Euskadi 11,2%, Galicia 16,1%, Cantabria 14%, etc), algo a lo que dedicaré atención en unos días.

Lo voy a dejar aquí porque el espacio de esta página no da para más y porque vuestra paciencia tiene un límite, pero podríamos hablar de los grandes desafíos que tenemos la humanidad encima de la mesa —el cambio climático, la revolución tecnológica, las migraciones...— y ver cómo se trata de problemas que nos unen más de lo que nos separan. Lo cual, por supuesto, no es contradictorio con la reivindicación del derecho a decidir —que respalda buena parte de la sociedad catalana— y con la evolución de un modelo de organización territorial en el conjunto del estado español que responda a esta necesidad que llevamos arrastrando cuarenta años. Pero ojo: Que ni debajo de los adoquines estaba la arena de la playa, ni el día de la desconexión llegará la tierra prometida. Ojalá fuera tan sencillo.

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