Plaza Pública

Una década de digitalización en la Unión Europea

Albino Prada

En los diez años transcurridos desde que se iniciara la gran recesión de 2008, el conjunto de las economías de la Unión Europea consiguieron recuperar el volumen de producción previo a la crisis e incluso incrementarlo en un diez por ciento. Así se deduce de los datos de Eurostat en términos reales para la década 2008-2018, es decir, aún descontado el incremento derivado de los precios y con datos que toman base cien en el año 2010.

Puede decirse que, en consecuencia, el conjunto de la UE producía ya a comienzos de este año 2019 un diez por ciento más de riqueza que en 2008. Es ésta una referencia que nos permitirá evaluar si en distintos países (aquí nos fijaremos en España, Francia y Alemania) el balance es más o menos positivo que el del conjunto. Pero también, y esto será especialmente importante, si en algunas actividades (aquí detallaremos las de información y comunicaciones, así como el conjunto de las manufacturas) la progresión fue más o menos acelerada. Y todo ello lo evaluaremos en relación al empleo (en horas de trabajo) que se necesitó para alcanzarlo.

Una acelerada digitalización

El sector de actividades vinculadas a la información y las comunicaciones está siendo uno de los más dinámicos. Por término medio su volumen de producción real se ha incrementado durante esa década en un cuarenta por ciento. Es decir, cuatro veces más que el conjunto de nuestras economías. Y ello sucede tanto en España, como en Francia o Alemania. No se observan en esta galopante digitalización asimetrías o diferenciales de crecimiento significativas.

También es un sector que está creando empleo. Aunque su progresión porcentual es de entre un 10% (en Alemania) y un 17 % (en España) durante esa década. Lo que implica que la producción estuvo creciendo entre veinte y treinta puntos por encima del empleo generado. Un incremento notable de la productividad (relación riqueza y empleo), asociado a un empleo total creciente.

Sin embargo debemos inmediatamente precisar que en estas actividades, que son la punta de lanza de la digitalización, generan apenas un tres por ciento de las horas totales de nuestras economías.

La industria 4.0

Si en el sector de información y comunicaciones el crecimiento de la producción y el empleo entre 2008-2018 fue homogéneo en los tres países considerados, no sucede lo mismo con el conjunto de las manufacturas, como se observa paladinamente en el primer gráfico que presentamos.

 

Fuente: elaboración propia con datos de Eurostat

Solo Alemania tuvo durante esta pasada década un desempeño notable en su crecimiento de las manufacturas, mientras que en España apenas fuimos capaces de recuperar el nivel de producción manufacturero previo a la crisis y en Francia la progresión fue muy modesta (la tercera parte que en Alemania). Nada que ver con el ritmo de crecimiento de las actividades de información y comunicaciones que analizamos más atrás.

Pero lo que sí observamos en todos los casos es que el trabajo necesario para recuperar esa producción manufacturera está siendo veinte puntos porcentuales inferior al de aquella. Lo que sugiere que aquella galopante digitalización, informatización y automatización de todas las actividades manufactureras (la llamada industria 4.0), si bien nos permite recuperar niveles de producción previos a la crisis (en España o Francia), lo hace con un 20% menos de horas de trabajo necesarias.

Sólo en Alemania las manufacturas consiguen generar algo de empleo neto en la década. Pero ello es así gracias a haber superado en un 20% la producción manufacturera de 2008, a causa de un singular éxito exportador. Sólo con tal éxito, exportador y de crecimiento industrial, pudieron allí evitar el ajuste del empleo que la industria 4.0 supuso en Francia o España. Y, sobra decir, que dicho éxito exportador y progresión industrial no está al alcance de muchas grandes economías. Porque se trata de un reparto de suma cero a escala mundial: no pueden existir muchas Alemanias (o Chinas).

Para el caso de España o Francia lo que se comprueba es que la digitalización acelerada, y su empleo asociado, se traducen en unas manufacturas que consiguen producir lo mismo con mucho menos trabajo humano necesario. Lo que se puede traducir, según como se maneje, en una oportunidad o en una amenaza social.

El resultado global

Con estas premisas, de una semejante progresión digital y una muy desigual progresión industrial, podemos interpretar el resultado global en esos tres países para la década 2008-2018. Resultado global que recogemos en un segundo gráfico.

Comprobamos que Alemania superó el crecimiento medio europeo, que Francia lo igualó y que en España crecimos aproximadamente la mitad de la media europea. Sin duda la clave del éxito alemán está en sus manufacturas, como acabamos de ver, y en sus efectos inducidos o de arrastre en otras actividades de servicios. Un éxito vinculado a su muy singular excepcionalidad exportadora y competitiva dentro de la UE.

Pero tanto en Francia como en España el crecimiento de la producción y del valor añadido generado por dichas economías en la última década no consigue traducirse en una mayor demanda de trabajo humano directo. A causa de que el trabajo necesario sólo aumenta, si lo hace, ocho puntos porcentuales por debajo del nivel del valor producido. Tal parece ser la restricción global que impone el actual proceso de digitalización y automatización de nuestras economías.

 

Fuente: elaboración propia con datos de Eurostat

En esos dos países el empleo asociado al proceso de digitalización (cuyo mejor síntoma es el subsector de información y comunicaciones), no solo es incapaz de compensar el trabajo industrial que deja de ser necesario a causa de dicha digitalización y automatización (como veíamos con los datos de las manufacturas), sino que tampoco induce en muchas ramas de los servicios (como en la distribución comercial, las finanzas, la logística, etc.) mayores oportunidades de empleos dignos. Una realidad incuestionable para la década que va de 2008 a 2018: crea menos empleo del que destruye. Lo que contrasta con optimistas estimaciones para 2016-2030, según las cuales la digitalización crearía el doble de los empleos que destruiría.

El balance global solo deja de ser negativo cuando se desborda ampliamente la escala del mercado interno para la producción industrial. Solo entonces una economía nacional es capaz de compensar (como sucede en Alemania) los efectos de la digitalización sobre el trabajo humano necesario en relación a la producción nacional.

Conclusión

Más valor con el mismo (en Francia) o con menos trabajo (en España) aconsejaría enfrentar dos cosas al mismo tiempo: redistribuir tanto el valor generado como el trabajo necesario.

Ya que de no redistribuir el (mayor) valor obtenido y el (menor) empleo necesario por la puerta de delante, se nos colarán por la puerta de atrás –ya lo están haciendo– la no inclusividad, la exclusión social, la precarización y los milmillonarios digitales que venden –a quien se lo quiera comprar– que se lo han ganado a pulso.

Algo que nuestro Ministerio de Economía reconoce en su reciente Agenda del cambio, cuando afirma: “La economía ha cambiado, se ha producido la revolución digital y la participación en el Valor Añadido Bruto de los salarios por un lado y las rentas empresariales por otro han seguido patrones claramente divergentes desde el año 2006”.

Sin embargo acabamos de observar que la estrategia alemana parece una excepción más que un modelo a seguir por España. No podemos ser todos Alemanias con superávits externos gigantescos.Alemanias

Baste para ello corroborar que, si como decíamos al principio, en el conjunto de los 28 países de la UE entre 2008 y 2018 creció la producción de riqueza un diez por ciento, el trabajo humano requerido para hacerlo no creció en absoluto. Lo que, de no realizar aquellas dos redistribuciones, hará difícil, por no decir imposible, el absorber en la próxima década (2020-2030) las bolsas de desempleo y de exclusión social hoy existentes. Redistribuciones –de empleo y de riqueza social– que nos deben permitir reducir las jornadas laborales medias de los trabajadores en cómputo anual, en combinación con una renta básica incentivadora de dicho objetivo.

Nos hace falta mucha más inteligencia social para gobernar esta galopante digitalización, pues la actual revolución tecnológica, gestionada a día de hoy privativamente, está convirtiendo sus oportunidades (productivas) en amenazas colectivas.

Las propuestas de un ingreso mínimo vital (2.4.2.) y de aumento de ingresos de forma estructural (2.4.1.1.) para nuestra Seguridad Social, como contrapartes de un aumento de la progresividad para grandes corporaciones, financieras o de hidrocarburos en el impuesto de sociedades (10.2.) y de una nueva fiscalidad sobre operaciones de la economía digital o las transacciones financieras (10.3.), recogidas en el reciente Acuerdo de Gobierno para España, están en sintonía con esas dos redistribuciones que considera insoslayables para este siglo XXI. _________________

Albino Prada es miembro de Ecobas y de Attac y autor del ensayo Crítica del hipercapitalismo digital (2019).

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