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Mucho que aprender

Una mujer indígena cose mascarillas para su comunidad, en Brasil.

Baltasar Garzón

No quiero irme sin haberte amado,

Tierra, como una esposa.

Todos mis hijos nacen de tu carne rasgada.

(Esposa Tierra, de Pedro Casaldáliga)

En el Día Internacional de los Pueblos Indígenas.

Escribo estas líneas con el dolor presente de la ausencia de Pedro Casaldáliga, defensor de los vulnerables, azote de los poderosos, protector de las gentes indígenas a las que dedicó su vida desde la pobreza compartida, pese a las amenazas de las multinacionales y secuaces políticos y siempre desde la tierra que defendía y amaba como parte propia de la existencia humana. Su fallecimiento ha tenido lugar a 24 horas de la conmemoración del Día Internacional de los Pueblos Indígenas que se convierte así en un doble recuerdo.

Este aniversario– que tiene lugar cada 9 de agosto, desde 1995 –viene marcado por la nueva realidad que ha traído consigo la pandemia. Por ello, la conmemoración oficial de Naciones Unidas en esta ocasión tiene como eje central el "covid-19 y la resiliencia de los pueblos indígenas". Y es que no podemos olvidar que para ellos este virus ha supuesto un obstáculo más que añadir a la larga lista de amenazas y desafíos que vienen enfrentando desde hace siglos, casi todos los cuales tienen una raíz común y que es también uno de los mayores problemas que existen en nuestras sociedades occidentales: el racismo institucionalizado, que proviene desde el "descubrimiento" y la posterior "colonización" iniciada por España y seguida por toda Europa, apropiándose del mundo entero, como si esos territorios no tuvieran dueño. Lo quiero decir así de claro, así de contundente, porque lamentablemente es la cruda verdad. Se trata de un supremacismo occidental que es nocivo no sólo para pueblos indígenas enteros, sino también para nuestros ecosistemas.

Debemos proteger el futuro de la vida en el planeta y para ello es preciso volcar nuestra mirada hacia la cosmovisión de los habitantes originarios de los territorios, que nos enseñan que no somos ajenos al medioambiente, sino que somos parte de él y que, aunque nos empeñemos en confinarnos en ciudades y apartarnos de la naturaleza, seguimos formando parte de ella y si no aprendemos a convivir en armonía la destruiremos y nos destruiremos. Nuestra existencia depende de la naturaleza. Es por eso que los pueblos indígenas la consideran una divinidad, una madre, la Pachamama.

Son la exacerbación del individualismo, del egoísmo y de ese supremacismo occidental los que nos han traído la devastación del planeta, el calentamiento global contribuyendo a esta pandemia y a las que seguramente en el futuro vendrán. La cosmovisión indígena es todo lo opuesto: es lo colectivo, es la hermandad de la tribu, es valorar la generosidad de la tierra que nos alimenta y devolver esa generosidad cuidando de ella, manteniendo el equilibrio y la armonía. Es también la humildad de no sentirnos superiores, amos y señores de un trozo de tierra, de un bosque o de un río, sino hermanados con ellos, y tampoco sentirnos por encima los unos de los otros dentro de nuestra misma especie, sino hermanados, porque compartimos un origen y un destino común.

Conectados con la madre Tierra

Esta forma de pensar no dista mucho de los propios orígenes de la cultura occidental, de la que nos hemos ido apartando hasta perder el rumbo. Fue Aristóteles quien dijo que el hombre es un animal político; es político, porque vive en la polis, en sociedad, en comunidad, pero no por ello dejamos de ser animales, aunque más inteligentes (supuestamente), pero animales al fin y al cabo. A veces pienso que la humanidad ha pasado demasiado tiempo buscando qué nos diferencia del resto de los seres y de la naturaleza, en vez de centrarnos en lo que nos asemeja para reconocernos como uno más de sus hijos.

La población indígena se encuentra, según los datos que recoge el Banco Mundial, en más de 90 países, y constituye el 5% de la población mundial (aproximadamente 370 millones de personas). Todos estos pueblos, con sus características específicas, tienen un punto en común: la conexión con la Madre Tierra. No sé qué haríamos sin ellos. ¿Qué pasaría si ellos fueran como nosotros y en vez de cuidar la Amazonia la devastaran? Pienso en personajes como Jair Bolsonaro abogando por su derecho a la explotación y expolio del pulmón del mundo. Los indígenas brasileños son unos 800.000, repartidos en más de 200 grupos, habitando el 14% del territorio. Conservan su integridad, frenan la deforestación y mitigan el impacto del cambio climático, todo ello gracias a lo bien que conocen las tierras y a la forma que tienen de relacionarse con ella. Llevan habitando y cuidando esos territorios por milenios, desde mucho antes del "descubrimiento" y "conquista" europea, que derramó la sangre de miles de indígenas, llevando a muchos grupos a la extinción.

"Los pueblos indígenas son especialmente vulnerables a las enfermedades infecciosas, para las cuales tienen una baja inmunidad y una tasa de mortalidad superior a la media nacional", señaló Luís Roberto Barroso, magistrado del Supremo Tribunal Federal de Brasil, que hace un mes emitió un dictamen ordenando que se adopten una serie de medidas con el fin de contener los contagios y las muertes entre la población indígena.

Ellos son la clave para el cuidado de la naturaleza, de hecho, protegen el 80% de la biodiversidad que aún tenemos, pero por tal causa sufren graves violaciones de Derechos Humanos. Ya de por sí no se cumple la Declaración Universal en su artículo 2.1 que establece el derecho a la no discriminación, por lo que han sido necesarios instrumentos internacionales específicos, como la Declaración de Naciones Unidas sobre los Derechos de los Pueblos Indígenas de 13 de septiembre de 2007, y antes el Convenio n.º 169 de la OIT sobre pueblos indígenas y tribales, de 27 de junio de 1989 (ratificado hasta la fecha sólo por 22 países).

Genocidio, pobreza, expolio…

Desde entonces y hasta ahora se sigue produciendo el asesinato de líderes indígenas, precisamente por defender el territorio. Colombia, por ejemplo, es uno de los países donde más han tenido lugar estos crímenes sistemáticos contra indígenas y defensores del medioambiente, una práctica que ya comienza a ser calificada de genocidio.

Ni qué decir de los presos políticos Mapuches en Chile, que han llevado al Machi Celestino Córdoba a hacer huelga de hambre. Más tarde o más temprano llegará el momento de la justicia internacional y de la jurisdicción universal para Chile y también para Colombia, como está ocurriendo para el genocidio de los Aché en Paraguay en una iniciativa que, pese a las dificultades en los tiempos que corren, seguimos impulsando desde la Fundación que presido.

Las restricciones decretadas a causa de la pandemia han supuesto también un aumento de la pobreza para estos pueblos. Más del 86% de las personas indígenas de todo el mundo trabajan en la economía informal, viéndose afectados negativamente por la pandemia, con lo que peligra su supervivencia, su forma de vida y su cultura, que ya estaba de por sí amenazada por la presión externa extractivista que devasta los recursos naturales.

Durante muchos años se impulsaron políticas para "beneficiar" a los pueblos indígenas, en la falsa creencia de que al implementar en sus vidas la tecnología moderna podrían "sacarles de su atraso", cuando lo que los indígenas quieren, generalmente, no es cambiar sus formas de vida tradicionales, sino obtener autonomía, que los dejen ser y seguir existiendo, y que les incluyan en la toma de aquellas decisiones que de un modo u otro les afectarán.

Se afirma que fueron los "indios" americanos los que "enseñaron a los ingleses a pescar, a preparar los alimentos de la región, a cazar, a sembrar el maíz: les enseñaron a sobrevivir en esas tierras estériles y que en el invierno quedaban sepultadas bajo gruesas capas de nieve". El pago que recibieron a cambio ya lo conocemos: muerte y exterminio hasta ser arrinconados y recluidos en reservas indígenas, en un auténtico genocidio que ha sido enaltecido por Hollywood en cada Western. Lo propio ocurrió un poco más al norte, donde lo más escabroso fue el trato hacia los niños indígenas. Con toda razón se ha dicho que Canadá tiene una deuda pendiente. Se calcula que unos 150.000 niños indígenas pasaron por los "internados indios" canadienses entre 1880 y 1996. Se trataba de escuelas de asimilación para sacarles "el indio que tenían adentro" mientras sufrían maltratos e incluso agresiones sexuales. Se estima que 6.000 criaturas habrían muerto, varias por malnutrición. Desde 2017 el 21 de junio es el Día Nacional de los Pueblos Indígenas de Canadá, en cumplimiento de una de las tantas recomendaciones de la Comisión de la Verdad y la Reconciliación.

En cuanto a África, la situación no es nueva, sólo que ahora en vez de los Estados europeos son las grandes corporaciones transnacionales las que continúan con el expolio de sus riquezas naturales, sin que se tomen medidas efectivas y eficaces para preservar a los pueblos originarios de este continente y a la naturaleza en la que habitan.

En abril de este año Victoria Tauli-Corpuz, Relatora Especial de Naciones Unidas sobre los derechos de los pueblos indígenas, lanzaba este grito desesperado: "A medida que me acerco al final de mi mandato como Relatora Especial… Estoy conteniendo la respiración, sabiendo que muchas vidas, indígenas y no indígenas, están en peligro... Y el resultado a menudo parece un genocidio, o lo es… Ruego a los gobiernos que nos protejan… Hay mucho en juego para toda la humanidad a la hora de ayudar a los pueblos indígenas y las comunidades locales".

Por su parte Alicia Bárcena, secretaria ejecutiva de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe afirmaba en junio: "Debemos terminar con la cultura del privilegio que naturaliza las desigualdades, las discriminaciones y que hemos heredado de la Colonia. Tenemos que vencer la cultura del privilegio e irnos a una cultura de la igualdad que respete especialmente la gran riqueza de los pueblos indígenas".

La economía que queremos

La economía que queremos

Es nuestra obligación defender la pluralidad de identidades y tradiciones milenarias que nos enriquecen a todos como humanidad y dejar de menospreciar a las culturas que son diferentes a la nuestra, suprimiendo esa necesidad de Occidente de implantar siempre sus intereses y su visión del mundo, como si fuese la única válida.

Si queremos evitar ecocidios y mitigar las catastróficas consecuencias del cambio climático tenemos que velar por los pueblos indígenas. Si perduran, perdurará la Pachamama, porque para ellos la naturaleza es una madre, es la fuente de la vidaPachamama. Ojalá el resto de la sociedad contemporánea tuviese semejante conciencia ambiental. Es la lección que también Casaldáliga dejó con los hechos de su propia vida. Sabía bien este claretiano intrépido que de los pueblos originarios tenemos mucho que aprender.

Baltasar Garzón es jurista y presidente de FIBGAR

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