Generalitat Valenciana

¿Cómo se fabrica un pacto a la valenciana?

El ya president de la Generalitat, Ximo Puig, saluda a los candidatos de Compromis, Mónica Oltra, y Podemos, Antonio Montiel, a su llegada al pleno de Les Corts.

Sergi Tarín | Valencia

Requiere ciertas dosis de verde. Por aquello de evitar canibalismos y excesos de grasas. Un verde de jardín botánico, el parque valenciano que también estuvo en el punto de mira de la especulación inmobiliaria con el Partido Popular. En un solar cercano se proyectaron torres de hoteles tan altas como para dejar caer su mortífera sombra sobre especies muy necesitadas de luz.

En aquel lugar con aroma a poema de Mario Benedetti, muchos gatos y una sección específica de plantas carnívoras, se firmó el 11 de junio de 2015 el Pacto del Botánico entre PSPV-PSOE, Compromís y Podemos. Los dos primeros formarían Gobierno y el tercero daría su apoyo desde fuera.

La firma se rubricó entre representantes sindicales y primeras figuras del asociacionismo valenciano. Un tumulto expectante, callado, ante el crujido de los bolígrafos sobre las hojas. Fue un pacto y un parto. La distancia siempre es amable con el dolor y el calendario, pero las dos semanas previas fueron duras. Mònica Oltra (Compromís) volvió a fumar, Antonio Montiel (Podemos) perdió cinco quilos y Ximo Puig (PSOE) pasó demasiados días sin viajar a Morella ni ver a su perro Pancho, uno de sus delirios. Y no pocas veces flaquearon las piernas. Dos días antes llegaron a darse por suspendidas las negociaciones por una concepción distinta de la aritmética. El PSPV sumaba 23 diputados y había perdido 10 respecto a los anteriores comicios. Compromís contaba con 19 y había ganado 12. Y Podemos, que apoyaba a Oltra, disponía de 12 parlamentarios. Y ella lanzó el órdago: ¿por qué no podía ser la presidenta?

El tira y afloja también sacó a la luz tiranteces internas dentro del PSPV. El sector lermista (heredero del expresident Joan Lerma), conservador y dueño del aparato, apostó duro por un pacto con Ciudadanos, algo difícil de digerir para una sociedad marcada por dos décadas de Partido Popular y necesitada de un golpe de timón en el gobierno. Y el verde se impuso bajo la fórmula adverbial de primero el qué, después el cómo y por último el quién. Oltra renunció a presidir la Generalitat y se vislumbró todo como una estrategia para que los socialistas cayeran del lado más a la izquierda. Apretar y después ceder para generar energía centrífuga.

Repartos y mezcla

La segunda fase consistió en buscar fórmulas para constituir el Consell. Se apostó por la mezcla, por lo híbrido. Allá donde hubiera un conselleria socialista, la secretaría autonómica sería para Compromís. Y a la inversa. Salvo Presidencia –Puig– y Vicepresidencia –Oltra–. Tampoco hubo fricción en el reparto de carteras. La división fue amable, incluso, entre las dos grandes áreas: Sanidad para PSPV y Educación para Compromís.

Una entente a la que ayudó, y sigue ayudando, la buena predisposición de Podemos, la escasa beligerancia de Ciudadanos y el minucioso proceso de autoaniquilación del Partido Popular. La atmósfera general es que las cosas funcionan “razonablemente bien” y sin apenas oposición. De hecho, Oltra reivindicó en Navidad que en solo medio año se había “solucionado o abordado la mitad de los objetivos”. Entre ellos, bajo el lema de “rescatar a las personas”, la recuperación de la Sanidad universal, la supresión de los copagos, la batalla a los desahucios y a la pobreza energética, la gratuidad en libros de texto y la lucha contra la corrupción.

En este último punto se han impulsado comisiones de investigación como la del accidente del Metro, los sobrecostes en Feria Valencia o las adjudicaciones de residencias para mayores a empresas familiares del exconseller Juan Cotino. La colaboración parlamentaria es tal que algunas comisiones se confeccionan como si gobernara un cuatripartito, con el apoyo de Ciudadanos, el consenso en el funcionamiento y hasta el reparto pactado de preguntas en los interrogatorios. Un engranaje político que trabaja por desmontar pieza a pieza el legado del PP.

“Ya veréis cuando se entere Albert Rivera de que el 'gobierno a la valenciana' no lleva naranjas”

Además, en el plano personal, la relación entre Puig y Oltra es buena. Existe compenetración y ambos juegan papeles complementarios. Ella no es la política ambiciosa que dibujan sus detractores ni él ese gobernante anudado a la ortopedia interna del PSOE que critican sus adversarios. Todo queda en un punto medio. Y apenas han existido escollos durante la corta vida del Pacto del Botánico. El roce más serio se produjo tras el nombramiento a dedo de Alberto Hernández como gerente de Egevasa, la empresa mixta de aguas dependiente de la Diputación de Valencia. Hernández es el marido de la consellera de Sanidad, Carmen Montón. “La designación no es ética ni estética”, señaló Oltra y el directivo dimitió a los pocos días.

Entre las principales reivindicaciones aún pendientes destaca la mejora de la financiación (la valenciana es, según sus datos, la autonomía peor financiada, cosa que genera un gran déficit) y en base a ello el reingreso de la deuda histórica. Cabe decir que los grandes abanderados de un Gobierno de España a la valenciana son Joan Baldoví, portavoz de Compromís en el Congreso, y la propia Oltra, quien ha desarrollado una gran empatía con Pedro Sánchez. “Ya me gustaría que Pablo Iglesias tuviera su altura de miras”, expresó éste el pasado 7 de marzo, en plena zozobra de pactos. “Hemos mejorado la vida de la gente y necesitamos un Gobierno así en España”, apuntó Oltra el pasado 18 de marzo durante la visita fallera del secretario general del PSOE.

Tras la reunión este miércoles de Sánchez e Iglesias el acuerdo de izquierda vuelve a ganar cierto peso. Los números no están tan claros como los de la época post Partido Popular en Valencia, con una clara mayoría progresista, y las sumas requerirán mayor pericia. Pero todo es posible en Madrid, una ciudad con jardín botánico y un amplio parque del Retiro donde pasear adverbios de interrogación, abandonar las prisas y sosegar egos. Y con un Palacio de Cristal en medio donde practicar transparencia y participación siempre y cuando el insuperable y descreído Javier Krahe no se haya llevado las llaves a la tumba.

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