Transición energética

Un cambio regulatorio aúpa a España en crecimiento del uso de renovables en la UE sin un esfuerzo real

Instalación de generación de energía eólica y fotovoltaica.

Un primer vistazo a la tasa de uso de energía procedente de fuentes renovables en la UE en 2016, recientemente publicada por Eurostat, ofrece muy buenas noticias para España. Los datos, sin un análisis profundo, dicen que el país fue el segundo de la Unión Europea que más puntos porcentuales aumentó en su consumo de renovables, con un 17,3% frente al 16,2% de 2015. La inmensa mayoría de Estados miembros, exceptuando a España, Dinamarca y Malta, no llegaron al punto de crecimiento. Pero los números también engañan. España ha disfrutado de esa considerable subida en los datos de hace dos años, los últimos disponibles, porque ahora se cuentan los biocombustibles del mercado español y hasta 2016 la Unión Europea no aceptaba contabilizarlos.

No se trata, por tanto, de que los datos de 2016 sean falsos: la razón del cambio está en que los anteriores eran más bajos que la cifra real. Y es que desde el 1 de enero de 2016 es obligatorio que los productores de los biocarburantes que se comercializan en España acrediten su sostenibilidad. La Directiva Europea de Energías Renovables obliga a certificar la sostenibilidad de estos combustibles, pero España, mediante el decreto 4/2013, frenó esa obligación. Los datos de 2016 no son falsos, en definitiva, pero tampoco acreditan un inesperado interés del país por las energías limpias, como se podía concluir en un principio.

Los biocombustibles, de gran implantación en el transporte, estaban considerados a principios de siglo como la gran solución ante la escasez del petróleo y los problemas medioambientales, que ya despuntaban por entonces. Su consumo se multiplicó por diez entre 2003 y 2012 en la UE, según Eurostat. Son generados mediante un proceso biológico, espontáneo o provocado, que convierte materia orgánica en fuente de energía, y no por llevar la etiqueta bio ni ser renovables son limpios. Son menos sucios que el diésel clásico o la gasolina, ya que emiten menos CO2, pero emiten. Y su cultivo implica deforestación y un uso de la tierra intensivo que llevó a Bruselas, tras apostar por ellos, a rechazar su uso a partir de 2016.

Esta fuente de energía, polémica por sus consecuencias, es la protagonista de lo referente a España en los datos de consumo de renovables en el seno del club comunitario en 2016. Y es protagonista porque en los otros dos ámbitos de consumo de este tipo de energía más allá del transporte, la electricidad y la calefacción y refrigeración, no hay cambios significativos. En el segundo epígrafe, la electricidad consumida procedente de renovables, bajamos cuatro décimas, del 37% de 2015 al 36,6% de 2016. Y en calefacción y refrigeración no ha habido cambios significativos: el mismo 16,8% en 2015 y 2016.

En la UE, los datos de 2016 no evidencian grandes virajes. Países como Suecia y Finlandia siguen líderes, con impresionantes números de consumos de renovables del 53,8% y el 38,7% respectivamente. Por encima de España se sitúan países como Dinamarca, Austria, Portugal (que adelanta a Croacia) o Italia. España, gracias a la reciente aportación regulada de los agrocombustibles, ha pasado a estar de justo por debajo de la media de la UE (17%) a justo por encima. Con un menor uso de fuentes limpias de energía que nuestro país se encuentran Francia y Alemania (los líderes de facto de la última cumbre del clima de Bonn, con unas discretas tasas del 16 y el 14,8%, respectivamente), así como Grecia, Polonia, Reino Unido o Países Bajos.

Si quitamos de la ecuación los datos del transporte, alterados por la certificación del biocombustible, los datos de consumo de 2016 de renovables en electricidad y en calefacción/refrigeración no dejan bien parada a España. A pesar de mantenerse en mitad de la tabla, no hay un crecimiento significativo, a diferencia de la mayoría de Estados miembro. Con respecto a 2015, fue uno de los países de la UE que menos creció en consumo de energías renovables en el ámbito de la electricidad. Y de los países que crecieron menos que España, apenas solo la República Checa tiene una cuota inferior. En cuanto a la calefacción/refrigeración, España solo ha crecido en un año más que siete países de la Unión Europea, de los cuales solo Países Bajos y Eslovaquia cuentan con una tasa más baja.

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Los objetivos

Tanto la Unión Europea al completo como España en particular deben llegar en 2020 al 20% de consumo de energía de fuentes renovables, tal y como dictamina el llamado plan 20-20-20 aprobado en el club comunitario en 2008 (20% de recorte en gases de efecto invernadero, 20% de renovables y 20% en implantación de eficiencia energética). La Comisión Europea cree que España llegará sin problemas a ese objetivo, pero a largo plazo las cosas se complican. El Parlamento Europeo aprobó hace unas semanas que en 2030 el objetivo pase del 27% inicialmente planteado al 35%, aunque las negociaciones con el Consejo de la Unión Europea (formado por los ministros del ramo) aún no están cerradas y se prevén muy duras.

En España, la transición energética aún está por plantear, a la espera de una ley propia que dictamine cuáles son los pasos a seguir. Por lo pronto, es el país del boom de renovables durante la legislatura socialista y el posterior hachazo en 2012; el país que se niega a firmar un compromiso contra el uso del sucio carbón como fuente de energía en la cumbre del Clima de Bonn; el país cuyo Gobierno pretende bloquear a base de decretos el cierre de las térmicas que le quedan a Iberdrola; y el país cuyo ministro de Energía declara que hay que contar con todas las fuentes en el mix energético, sin discriminar entre las que nos llevan al colapso medioambiental y las que no. Los datos de Eurostat de 2017, que se publicarán en 2019, evidenciarán si se aborda un cambio de tendencia que nos dirija hacia la sostenibilidad.

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