Movilidad sostenible

Seis países europeos además de España han puesto fecha al fin del diésel y la gasolina

El Ministerio de Transición Ecológica adelantó este martes a medios y grupos parlamentarios las líneas maestras de la futura Ley de Cambio Climático. Entre las medidas anunciadas, destaca la intención del Ejecutivo de que se prohíba, a partir de 2040, la venta y matriculación de turismos y vehículos comerciales ligeros "con emisiones directas de dióxido de carbono", es decir, gasolina, diésel, híbridos y, por ahora, los impulsados con gas natural. La medida, que ha causado el habitual revuelo e indignación en el sector de la automoción, no es ni mucho menos nueva en la Unión Europea y en el conjunto del continente. Siete países europeos han empezado a plantear una prohibición de gasoil y gasolina en los motores de combustión: Reino Unido, Francia, Dinamarca, Irlanda, Alemania, Países Bajos y Noruega. Seis tienen fecha.

Dos de los países destacan por la contundencia y la ambición de sus propuestas, aunque se entiende atendiendo al contexto de su industria y su movilidad: Países Bajos y Noruega. El primero, que ha puesto 2030 como fecha límite para dejar de vender vehículos contaminantes, alcanzó no sin polémica el acuerdo en sus cámaras legislativas, y en noviembre de 2017, la coalición de cuatro partidos escorada a la derecha que alcanzó el poder presentó sus planes para llevar a cabo la decisión del Parlamento.

El proyecto de Países Bajos incluye mantener las deducciones fiscales que disfrutan los eléctricos y una importante inversión en infraestructura de recarga pública. Aunque será un reto, la transición parece la lógica en el Estado modelo en cuanto a uso de bicicletas se refiere. Y no es una cuestión cultural, fruto de lo llano de su superficie: fue una decisión política. Tras la Segunda Guerra Mundial, las ciudades neerlandesas empezaron a modificar su urbanismo para dar espacio a la incipiente industria del coche. Una movilización social contra los accidentes de tráfico, ya a los finales de los 80, sumada a la crisis del petróleo, potenció que la bicicleta fuera el principal medio de transporte de nuevo. En Ámsterdam, el 65% de su población declara pedalear a diario.

Noruega, fuera de la Unión Europea, es a la vez una potencia petrolera y una referencia ecologista. Se trata del país con la cuota más alta del mundo de vehículos eléctricos: uno de cada cinco vehículos del parque no tiene motor de combustión, y el 60% de los nuevos que se venden son eléctricos. Las cifras son, a día de hoy, impensables para España. Es por ello que los nórdicos se han adelantado. Son los primeros que han propuesto calendarizar la defunción de las gasolineras, los que antes la han fechado (2025) y, además, con un acuerdo total entre las tres grandes fuerzas políticas.

La situación es delicada, y especialmente interesante, en Alemania, cuna del coche de combustión moderno y el país que alberga la mayor industria automovilística del mundo. A diferencia de lo que asegura el Ministerio de Transición Ecológica en su borrador, Alemania no ha prohibido la venta de vehículos contaminantes en 2030. El titular, un bulo que corrió en 2017 por diferentes cabeceras, nació de una resolución del Bundesrat, la cámara territorial germana (equivalente al Senado) que, por su configuración, tiene la potestad de ejercer la interlocución con la Unión Europea. En ese sentido, preguntó a la Comisión Europea por las medidas a tomar de cara a conseguir un parque móvil libre de emisiones en dicho año.  Dista mucho de un veto expreso.

Sin embargo, y contrariamente a lo que podría parecer, el Ejecutivo germano ha manifestado su intención de llegar a esta prohibición, aunque no ha puesto fecha. "El enfoque es correcto porque si invertimos rápidamente en más infraestructura y tecnología de recarga para coches eléctricos, un cambio general será estructuralmente posible", aseguró la canciller, Angela Merkel, en agosto de 2017. Aunque ha pasado más de un año y el tema no ha vuelto a ponerse sobre la mesa. El país tiene un gran desafío por delante. A la inmensa dependencia del carbón en la que ha basado su economía, suma ser la sede de marcas como Volkswagen (fundada por Hitler) o BMW (acrónimo en alemán de Fábricas de Motores Bávaras).

Dinamarca e Irlanda son los otros dos países que se han apuntado al club de la prohibición en 2030, una década antes de la fecha propuesta por el Ejecutivo español. Ambas propuestas provienen del Gobierno de los dos países, y aún no tienen rango de ley. El movimiento, afirmó en junio el primer ministro irlandés, Leo Varadkar, "requiere cambios profundos en la forma en que vivimos nuestras vidas y solamente será posible con el apoyo de las comunidades y los ciudadanos". Los daneses lo anunciaron a principios de octubre, a raíz del endurecimiento de las normas de CO2 impuestas por la Unión Europea.

Por último, en Francia y en Reino Unido la fecha elegida es la misma que en España: 2040. La propuesta de los británicos va un paso más allá y asegura que en 2050 ya no podrán circular coches de gasolina y diésel. En este sentido, el Gobierno ha dejado caer la prohibición total, pero no lo ha afirmado explícitamente en el borrador: "Se establece el objetivo de alcanzar en 2050 un parque de turismo y vehículos comerciales ligeros sin emisiones directas de CO2", dice Transición Ecológica. En Reino Unido hay un debate abierto tras el anuncio del Ejecutivo de May de la medida en 2017: el alcalde laborista de Londres, Sadiq Khan, ha pedido adelantar el veto a 2030. En la capital inglesa, la contaminación atmosférica (el anglosajón smog) tiene la consideración de problema de salud pública desde hace décadas, y lo que en Madrid se pinta de revolución (prohibir el paso el vehículo privado en el centro) allí se hace desde 2003.

La medida en Francia fue adelantada por el ex ministro de Transición Ecológica, Nicolás Hulot, en julio de 2017, aunque con la indefinición habitual: habló de las intenciones del Ejecutivo, no de una propuesta legislativa en firme. Hulot dimitió a finales de agosto de este año, por considerar que el Gobierno no se estaba tomando en serio el desafío del cambio climático.

Un gran desafío

En la Unión Europea, 12 millones de empleos están directa o indirectamente relacionados con la industria del automóvil. El pasado año la Unión Europea fue el mayor exportador de vehículos del mundo con ventas al exterior de 132.000 millones de euros, por encima de rivales como Japón o Estados Unidos. En este contexto, ya causó revuelo el acuerdo de los ministros del ramo en el Consejo Europeo para reducir las emisiones de CO2 de coches y furgonetas: para 2030 la disminución tendrá que ser de un 35%, respecto a los objetivos ya marcados para 2021. La cifra, ante la que ya manifestó su disconformidad la Comisión Europea por poner en peligro miles de puestos de trabajo de la industria automovilística, es un detalle menor comparado con el impacto de estas iniciativas nacionales.

No es un paso fácil. No es sencillo que una industria gigantesca se reinvente y pase de motores de combustión a motores eléctricos. No se puede pasar de la noche a la mañana de un modelo a otro. La mecánica de los segundos es mucho más sencilla, por lo que además de emplear a menos gente en el proceso de fabricación y montaje, empleará a menos gente en sectores como el de la reparación y el mantenimiento. Los planes, además, no pasan por cambiar todos los vehículos contaminantes por vehículos limpios: es difícil que la red eléctrica de una ciudad pueda soportarlo y las teorías de la movilidad del futuro no hablan de sustitución, sino de diseñar urbes con más protagonismo del peatón y de la bicicleta. Hacen falta menos coches, y que los que queden no emitan. Cuando se habla de transición energética se suele aludir a la minería y a las centrales de combustibles fósiles, pero la automoción también necesita un plan para evitar el choque. Sin embargo, también hay oportunidades: hay estudios de la propia Comisión Europea que aseguran que, si se hace bien, la transición puede, incluso, crear más trabajos de los que destruye.

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